Noemí, 29 años: «Vivo un calvario judicial desde que el balcón de mi piso de alquiler se desplomó»
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Aunque la Audiencia de A Coruña la absolvió, siguen demandándola por los desperfectos de un accidente del que no es responsable. «Pasé tres meses con el riesgo de caerme de un cuarto piso y la propietaria me dijo: 'Hay que ser un poco limpia, por salir a la terraza a limpiar no te vas a caer'», relata
29 nov 2021 . Actualizado a las 10:07 h.Noemí desearía haberse desplomado con la barandilla que se precipitó a la calle desde el cuarto piso en el que estaba alquilada. Sabe que tiene que alejarse de esos pensamientos, pero ni la mente más equilibrada saldría ilesa después de tantos golpes. Su calvario empezó a las cuatro y media de la madrugada del 1 de febrero del 2019. Por aquel entonces, tenía 27 años y trabajaba gracias a una beca. Ella dormía con sus dos perros cuando la balaustrada de la terraza del cuarto piso en el que estaba alquilada, situado en Arteixo, se desprendió. Afortunadamente, no pasaba nadie por la calle y no hubo que lamentar daños humanos. Sí materiales, concretamente de cinco coches que estaban aparcados y que siguen reclamándole los destrozos causados por la barandilla, que medía más de 17 metros y pesaba 40 kilos a los que se sumaron los 155 de la albardilla, el embellecedor de mármol que se desplomó con ella.
Desde el primer momento, señala Noemí, tanto la propietaria del piso como sus dos hijos, que residían en el mismo edificio, intentaron responsabilizarla. Primero echándole en cara que durmiese en ese momento. Después, intentando culparla por proteger a sus perros. «Uno es pequeño y el otro está ciego, por lo que tenía miedo de que se cayesen a la calle. De casualidad, vi en Google Maps que los anteriores inquilinos habían colocado una malla y pensé que era buena forma para evitar que se cayesen o arrojasen cualquier tipo de juguete», señala la joven, que afirma que la propiedad esgrimió que la culpa era suya por colocarla.
Estaba en mal estado
Se ha demostrado judicialmente que no. El fallo de la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de A Coruña, a la que Noemí recurrió tras resultar condenada en primera instancia, es claro.
«Se estima más precisa la premisa pericial planteada por la inquilina de la vivienda por un arquitecto de profesión, que concluyó que la barandilla carecía de la resistencia adecuada, incumplía los criterios de diseño y anclaje en un elemento inapropiado, que los propios anclajes incumplían las especificaciones y que no se les aplicó el mantenimiento adecuado. [...] Se apreció la deficiente fijación de la albardilla (debería contar con anclajes metálicos además del cemento cola) y el incorrecto anclaje de la barandilla [...]», recoge el texto de la sentencia.
La dichosa terraza no estaba contemplada en la memoria del proyecto del edificio, que data de 1977. Tampoco los materiales que la componían. Además, carecía de mantenimiento. «Hasta los tornillos estaban oxidados», añade Noemí. Y la sentencia lo avala: «El informe efectuó unos cálculos de diseño y mantenimiento y las fotografías son suficientemente significativas de los tornillos oxidados, el mal estado de los anclajes, caída del embellecedor de mármol, incumplimiento de las disposiciones y normativa tecnológica de 1977, etcétera. Es más, es que ni siquiera esa planta está en proyecto».
Pero antes de llegar a ese fallo, ella tuvo que pasar por muchas cosas. La joven asegura que permaneció durante los tres meses siguientes en el piso, hasta que el contrato venció. Tres meses en los que tuvo que vivir sin barandilla, con el riesgo de caerse desde un cuarto piso. «Cuando vino la dueña a revisarlo para devolverme la fianza, que por cierto me dio íntegra, por lo que va implícito que no causé ningún daño en el piso, vio la terraza y me dijo: 'Hay que ser un poco limpia, por salir a la terraza a limpiar no te vas a caer'», sostiene Noemí, que todavía no ha interpuesto ninguna demanda. «Yo le iba preguntando por el tema a la hija cuando me la encontraba por la escalera, y siempre me decían que no sabían nada», añade.
Sin embargo, un día se enteró de todo a golpe de demanda. Uno de los coches que había sufrido daños le reclamaba más de 5.000 euros tras haber intentado agotar las vías extrajudiciales con los propietarios. Tuvo que recurrir a una abogada de pago, porque con la beca por poco no pudo acogerse a un letrado de oficio. También buscó un perito y un procurador. En esa guerra judicial se encontraba cuando colapsó. «Me dio el episodio de ansiedad y fui al hospital. Llevaba tiempo mal, había ido al psiquiatra y me habían atendido por ataques de ansiedad, pero en ese momento colapsé totalmente. Vivo sola, se junta la pandemia, los juicios, me veo hipotecada de por vida. Nadie se pone en mi piel. Llegué al límite y tomé unas pastillas. No sé exactamente si para quitarme del medio, pero necesitaba descansar», relata con la voz quebrada.
Después se celebró ese primer juicio, en el que la propiedad resultó absuelta y ella condenada a pagar los desperfectos por el desplome de la barandilla. Tuvo lugar en el Juzgado de Primera Instancia número 4 de A Coruña, días antes de estallar la pandemia. Para su sorpresa, la condenaron íntegramente a pagar la cantidad. «El artículo 1910 del Código Civil dice que el cabeza de familia tiene que pagar los daños. Y a mí me consideraron cabeza de familia por el hecho de haber firmado un contrato de alquiler y vivir allí. Al final, parece que ser legal y tener contrato es peor», indica la joven. En efecto, dicho artículo dice: «El cabeza de familia que habita una casa o parte de ella es responsable de los daños causados por las cosas que se arrojaren o cayeren de la misma». Sin embargo, no se contempló el hecho de que lo que cayó fue parte de la estructura del propio edificio, que no es de su propiedad.
Noemí perdió el trabajo por el covid y, entonces sí, recurrió a la Audiencia Provincial con un abogado de oficio. Todavía no se había repuesto y llegó otro de los juicios de los coches, donde se la condenó a pagar solidariamente con la comunidad de propietarios unos 1.800 euros que acaba abonando íntegramente, mantiene, ante la inacción de la otra parte. La capacidad económica de Noemí va cada vez a peor y hace dos meses la empezaron a embargar. Deja de salir, pierde amistades, se piensa cada compra en el supermercado y desiste de hacer planes de vida.
Afrontando demandas
Pero un día llega la resolución de la Audiencia, que la absuelve de toda responsabilidad en el desprendimiento: «Ninguna responsabilidad cabe atribuirle a la inquilina en cuanto a las reparaciones y mantenimiento, al margen del problema de un mal diseño inicial [...] La única causa eficiente del resultado dañoso fue un defecto de diseño, y falta de mantenimiento, pues la barandilla hubiese caído sin malla o con malla. Sin embargo, los procedimientos civiles por los desperfectos causados a los coches siguen adelante para ella. «Me he gastado en total más de 4.000 euros y no soy capaz ya ni económica ni emocionalmente», dice.
«Durante el tiempo que estuve en aquel piso, solo me cambiaron un grifo. Tuve fugas de agua, y se me echó en cara que a ver cómo fregaba; tuve persianas rotas que no se arreglaron, la manilla rota de una puerta que tampoco», narra. A día de hoy, y aunque esté lejos de despertar de esta pesadilla, Noemí está encantada en otro alquiler en el que lleva más de dos años sin problema alguno con sus caseros. Uno de sus miedos a la hora de hacerlo público es precisamente que pensaran que es una chica problemática, y que esto le afectase a nivel laboral. Pero incluso allí recibe apoyo. «Tengo una jefa y unos compañeros muy buenos y muy empáticos que me animan a hacerlo, aunque me cueste emocionalmente», asegura la joven, que sin embargo continúa en tratamiento. «Me da mucha vergüenza, pero sigo teniendo ideas autolesivas. ¿Quién me devuelve la vida que he perdido?», se pregunta.
Lo que busca Noemí es únicamente que se le escuche: «Y, sobre todo, ver si alguien me puede asesorar. No solo me refiero a los profesionales, sino también a alguna persona a la que le haya pasado algo así y pueda contarme lo que hizo para solucionarlo. Solo quiero sentir que no soy la única, que es muy injusto, y que se puede salir».