Una fiesta es una fiesta

YES

ANDY RAIN | EFE

22 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

De todas las patochadas de Boris Johnson la más imperdonable es la de no saber distinguir una fiesta de una reunión de trabajo. La confusión es tan grave que le va a costar su puesto. Y con razón. Porque es mucho más grave entender si un gin fizz es un argumento laboral o un desahogo festivo que equivocarse en la relación del Reino Unido con Europa y colocarle a los ciudadanos un brexit como la copa de un pino a base de mentiras y exageraciones. Que el brexit haya sido una colosal equivocación es un asunto menor, porque aquí lo importante es que el primer ministro Johnson no es capaz de detectar los indicios de lo que viene siendo una fiesta. O sea, que ve a un grupo de personas bebiendo y hablando del tiempo y piensa que están trabajando, lo que nos da una información muy interesante del tono de las reuniones de trabajo a las que asiste Johnson. O sus fiestas se parecen tanto a sus reuniones de trabajo como para confundirlas o al revés.

Pero es que además de ese lío que Boris tiene en la cabeza, ese cruce de cables entre el ocio y el negocio —algo podíamos ya haber intuido, visto su esculpido capilar— resulta que el tipo tampoco detecta cuándo una fiesta es ilegal, lo que es todo un problema si esa ceguera compete a todos los asuntos ilegales con los que se pueda encontrar el hombre.

Y luego está el tema de las mentiras, en la tradición más secular del adolescente que llega a casa con una tajada importante y balbucea ante una madre en jarras: «Mamá, no bebí nada. Me sentó mal la última croqueta».

Así que de momento al frente de Inglaterra anda un tipo incapaz de distinguir una fiesta de una reunión de trabajo, incapaz también de distinguir algo ilegal de algo reglado y capaz de mentir sin temblar en el Parlamento.

La fiesta más comprometida de la política española reciente se celebró en1994 en un chalé de las Rozas. La organizó Luis Roldán cuando era director de la Guardia Civil y las pruebas las publicó la revista Interviú. Varias generaciones de españoles sueñan todavía con aquella orgía y con la cucaracha de plástico con la que Roldán aparecía en las fotos. Las fiestas las puede cargar el diablo y esta en el jardín de Downing Street tiene una pinta fatal. Qué menos que saber que una fiesta es una fiesta es una fiesta, que diría Mecano.

Quedamos entonces en que Boris Johnson acabará yéndose a su casa por ir a una juerga que no era juerga. Y esta es la auténtica mentira del Partygate.