Educar en la era digital es el reto que afronta Zabala en su libro. «Que un niño haya tenido el móvil a los 12 años no quiere decir que su hermano también», dice
07 feb 2022 . Actualizado a las 09:20 h.Una auténtica odisea es en la que se adentra María Zabala en su libro Ser padres en la era digital. «Hoy los padres suelen estar en uno de los dos extremos, los que retrasan al máximo el uso de la tecnología y los que les dan acceso libre», señala la experta, que asegura que esa falsa apariencia de vida perfecta no solo se da en las redes: «Ahora a todo el mundo le preocupa el metaverso, pero es que a lo mejor ya llevamos mucho tiempo metidos en un metaverso en el que todo el mundo finge».
—¿Qué implica el hecho de ser padres en la era digital?
—La mayor parte de las recomendaciones que recibimos los padres y las madres en relación con educar en la convivencia con la tecnología están basadas en el mensaje de cómo educar. Y yo quería irme un paso antes, a qué significa ser padres hoy. ¿Qué representa? Que nosotros somos padres, nos guste o no, en la época en la que vivimos, en una sociedad digital. La paternidad o la maternidad de toda la vida, en términos de acompañamiento, de valores, de principios, de diálogo... ese lado más humano y analógico, por así decirlo, sucede hoy en un marco muy determinado por la tecnología. No podemos hacer una cosa obviando la otra, por lo que tenemos que normalizarla e incorporarla al resto de la educación que damos.
—Muchas veces se intenta proteger de ella a los hijos restringiéndola.
—La tendencia más frecuente en las familias es que se mantenga la tecnología en una especie de compartimento estanco, separado de otras cosas como puede ser inculcar hábitos saludables, la autonomía, o enseñarles el mundo de acuerdo a su edad. Nos basamos en controlar el tiempo y en proteger de los peligros, mucho más que en dotar de herramientas para gestionar esos posibles peligros. Pensamos en qué no queremos que la tecnología haga con nuestros hijos, y yo lo que propongo es centrarse en qué queremos que ellos aprendan a hacer con esa tecnología que marca la sociedad en la que están creciendo y en la que van a vivir.
—¿Somos de extremos?
—Lamentablemente, lo más frecuente son los dos extremos. Por un lado, los padres y madres que consideran que la mejor manera de evitar estos peligros es que no estén al alcance de sus hijos, casi como si los únicos problemas que pudieran afectarles fuesen digitales. Prefieren que tengan problemas de los de toda la vida, porque 'yo ya los conozco y sé gestionarlos'. Por eso retrasan al máximo todo esto, para evitar situaciones que se escapen a su control. Y por otro, que se da muchísimo, hay niños que empiezan a relacionarse con móvil, consola, redes o plataformas de streaming con un acceso mucho más grande que el que les abrimos para cualquier otra parcela de la vida, como dejarles ir solos por la ciudad o bajar a la calle a comprar el pan cuando tienen poca edad. Es decir, con una autonomía y libertad mucho mayor de la que les damos en lo que los adultos nos empeñamos en llamar mundo real.
«Hay que conocer a los niños que tenemos, no a los que queremos tener»
—¿Deberían crearse los padres perfiles y ver a los «youtubers» que siguen sus hijos para conocer dónde se mueven?
—Participar del mundo digital sí que ayuda. Creo que si estás en redes sociales vivirás experiencias como que parece que todo el mundo es perfecto, o verás que te pasas horas en una de ellas. Si tú vives esas experiencias, es más fácil que las puedas comentar luego con tus hijos, por si a ellos les está sucediendo lo mismo. Como si te das atracones con una serie y dices: 'Jo, no tengo fuerza de voluntad para levantarme del sofá y hacer otras cosas'. Eso te permite comprender la realidad que pueden vivir ellos. Pero esto de informarse empieza por conocer a los hijos que tenemos, y no a los que queremos tener o a los que habríamos tenido si viviésemos en los años 80.
—¿Cómo podemos ser referentes en un mundo que desconocemos?
—Sí podemos ser referentes, aunque no estemos en las mismas redes que ellos. Pero estar o echar un vistazo ayuda, sobre todo a tener conversaciones. Si mi hijo va al fútbol y no voy a verlo nunca, no me entero de términos como 'fuera de juego', o no conozco a su entrenador, no estoy participando en esa parte de su vida. En el tema digital es igual.
—Cuánto tiempo de pantalla es demasiado, cómo hacer para que no juegue tanto a la consola, a qué edad darle el móvil... ¿Qué respondes a todo esto?
—Yo entiendo que mucha gente que divulga trate de dar respuesta a estas preguntas tan absolutas, pero yo concibo el ser padres como una inversión a largo plazo. Tenemos que hacernos preguntas más centradas en nosotros. Cuánto es demasiado tiempo de pantalla para mi hijo, que es supernervioso e impulsivo, o para mi hija de 14 años que está en un momento supervulnerable y no tiene muchas amigas. También preguntan: «¿Cómo evito que se haga adicto?». ¿Qué es ser adicto, qué lo determina?
—Muchos destinan sus tiempos muertos a las pantallas.
—Antes incluso de poder afirmar que los niños de hoy cuando no tienen algo concreto que hacer miran pantallas, deberíamos quitarnos un poco de carga de prejuicios a la hora de poner apellidos a esa pantalla. Pueden chatear con sus amigos, ver una serie, aprender algo nuevo, escuchar música... Hacen las mismas cosas que nosotros a su edad, solo que no existían los mismos recursos. No todo el tiempo de pantalla es malo.
—El tiempo que ahora pasan frente a ellas, antes se vivía en la calle.
—Ahora les damos menos oportunidades de que estén en la calle porque nos da más miedo que les pase algo, porque muchos vivimos en ciudades y no tenemos un parque cerca, o porque llegamos tarde de trabajar. Luego, que su primer recurso sea chatear con los amigos o jugar en la consola, no solo es fruto de que eso sea adictivo, sino de muchos otros pequeños cambios sociales.
—¿Una ayuda que se pueda descargar?
—No nos preocupamos de aprender los recursos que hay para darles un acceso gradual y progresivo. La funcionalidad de las apps Family Link de Google, o En Familia de Apple, nos permite algo más que saber solo el tiempo de uso. El niño puede hacer lo que quiera donde quiera si no tiene unos padres que hayan intentado autoeducarse, porque con estos dos recursos puedes crear una cuenta de menor de edad de manera que no puedan descargarse ninguna aplicación en ningún dispositivo si tú desde tu móvil no lo aceptas. Existe desde hace mucho, pero ahí está la incongruencia de la sociedad. Es más fácil entrar en una tienda, comprar un móvil, ponerle datos ilimitados sin que nadie te diga nada, que formarte para saber qué estás poniendo en manos de tus hijos. Se acostumbran a que una pantalla es ocio a su aire, y cuando llegan a los 15 años es muy difícil abandonar ese hábito. Ocuparse es mucho más difícil que preocuparse, con la tecnología y con todo lo demás.
—¿Nos preocupa más lo rutinario?
—Ser padre está tremendamente intervenido. Todo el mundo opina sobre qué significa serlo y educar bien, qué siete cosas tienes que cumplir para que tus hijos sean responsables, para que no corran peligros en internet, para que coman saludable, para que hagan deporte... Lo que me molesta es que nos traten a las familias como si fuésemos todas iguales. No es lo mismo una con cuatro hijos que con uno, monoparental o no, que sufra algún tipo de circunstancia socioeconómica vulnerable, o disfuncional... No podemos dar las mismas recomendaciones a todas, ni actuar como si a todas las familias les preocupara lo mismo sobre cada uno de sus hijos.
—El del móvil es un tema peliagudo.
—Tienes que decidir si dispones de tiempo para acompañarles en el inicio de ese camino que va a requerir de tu atención. Pero el último en darle el móvil a su hijo no es mejor padre que el primero que lo da. Pero es muy cómodo pensarlo así.
—Es como el primero en dejar que salgan de noche. Siempre se ha visto mal.
—Absolutamente, siempre, pero es que esto no radica en lo que vea la gente desde fuera. Si tu hijo es el último, pero en tu casa se habla de que todo esto es muy peligroso, no va a confiar en ti con respecto a lo digital y seguramente haga cosas a tus espaldas. Tampoco es lo mismo un móvil en el que puedas descargar todo lo que quieras a que esté controlado, que solo se conecte a la wifi de casa a que tenga datos ilimitados, o que el niño considere que es suyo y nadie lo puede tocar. Ni es lo mismo un móvil de un niño de 16 años que uno de un niño de 12, que parece pronto, pero igual tiene una buena comunicación con sus padres. No es lo exterior, es lo interior. Cómo es esa familia y ese niño.
—¿Y esa ley no escrita por la que los hijos esperan que les dejes hacer lo mismo que a su hermano mayor a su edad?
—Ponte que tienes tres hijos. El pequeño tiene 12 años, a esa edad a la mediana ya le diste uno, y el mayor lo tuvo a los 13. Pero es que igual al pequeño con 12 años no se lo vas a dar, porque pasa de recoger, hay que decirle las cosas 30 veces, es impaciente e impulsivo, se frustra todo el rato, le dices «recoge el calcetín» y te dice «ya voy», pero no lo hace... Hay que estarle encima de muchas cosas y no es el momento de que, además de todo eso, tenga un móvil, cuando se distrae con una pulga. Pero soy de la opinión de que si se lo puedes dar con 12 años, tienes más oportunidades de influir en positivo que si se lo das a los 16.