VIVIÓ SEIS DÍAS DE INFIERNO en el Mediterráneo, documentando el rescate de 105 personas entre el oleaje y la desesperación. El coruñés Alfonso Novo, cinco veces mejor fotógrafo de España, comparte una aventura extrema con final feliz
03 ene 2023 . Actualizado a las 18:13 h.Para él ha sido el premio, la medalla de bronce del Campeonato Europeo de Fotografía, que acaba de recoger en Roma. Para él y para todas las personas que llegaron a puerto en Italia, a bordo del Aita Mari, tras una odisea en el Mediterráneo central. Junto a 13 tripulantes, entre los que había otro gallego, y 105 migrantes a los que rescataron cuando iban a la deriva en una patera cerca de Lampedusa, Alfonso Novo — distinguido cinco veces como mejor fotógrafo de España y mejor fotógrafo europeo en el 2020 y el 2021—, sobrevivió el pasado octubre a seis días con fuerte oleaje, con varios enfermos de covid a bordo, entre ellos 15 menores, con escasez de comida y con la incertidumbre de un puerto donde poder atracar. Costó obtener un sí.
Este premio europeo que ha recibido Alfonso es un reconocimiento de la Federación Europea de Fotógrafos Profesionales. «Ellos ven el portfolio que envías y tus tres mejores imágenes son las que te representan; las que reciben la mayor puntuación. Con esas fotos compites contra el resto de fotógrafos de Europa», explica el ribeirense del 71, que en el 2019 logró que un parto se llevase el premio gordo de la Federación Española de Fotógrafos Profesionales. El parto era el de su mujer dando a luz a su hijo Marco.
Este año, Alfonso alumbró otra vivencia extraordinaria, un rescate de migrantes en el Mediterráneo.
El reto le andaba en la cabeza desde hacía un tiempo y la oenegé Salvamento Marítimo Humanitario le dio la oportunidad de afrontarlo en el barco Aita Mari. «¡Me aceptan y voy de cabeza!, con ganas, con ilusión tanto por tener una vivencia propia de estos hechos como por la posibilidad de documentarlos».
RESCATISTA EN TIERRA
El 10 de septiembre del 2021 lo llamaron para irse al puerto de Burriana, en Castellón. Las dimensiones del equipo técnico que necesita hacen que Alfonso cruce la Península en coche desde A Coruña, «con el coche cargado a tope, hasta las trancas».
En Burriana, ya el día 11, la gente de la oenegé lo acoge bien en la que es su primera vez a bordo. «Yo nunca había estado a bordo, haciendo vida en una embarcación», revela. El suyo fue un bautismo de fuego en el mar. No imaginó que pasaría noches sin poder dormir por el movimiento del barco a causa de las grandes olas, sin saber si algún país les iba a acoger.
Migrantes jugándose la vida en el Mediterráneo los hay todos los días, recuerda. «Ellos solo controlan el tiempo atmosférico. Van en una embarcación pequeña con un motor de mierda. Tienen que ver bien qué día es propicio para salir y qué previsión hay para los días siguientes», cuenta.
La formación previa que recibió Alfonso incluía unos conocimientos básicos para moverse por el barco, primeros auxilios, la manera adecuada de actuar si surgía la necesidad de hacer un abandono del buque «si el barco se hunde o hay un incendio». «Cada persona a bordo tiene una misión específica», explica.
Recibida una formación previa, comienza la espera. O la desesperación. «Debes esperar que Capitanía te dé permiso para navegar. Días antes, suele hacer una inspección y puede exigir que se ejecute, por ejemplo, una maniobra de abandono de barco con personas rescatadas a bordo», señala el fotógrafo.
Alfonso se puso las pilas en días, pero tardó semanas en zarpar. El Aita Mari partió el 15 de octubre. «Como a los Gobiernos no les interesa que los barcos estén en la mar rescatando gente, al final, se las ingenian (y cuentan con mil herramientas para ello) para complicarte la vida y que no puedas salir. Al final, entre una cosa y otra, sucede que yo llego allí el 10 de septiembre y no zarpamos hasta mediados de octubre. Estuve un mes en el barco en puerto, durmiendo cada día en el barco en puerto, porque cada día encontraban una razón para no dejarnos salir al mar».
Hubo una primera y larga travesía en tierra. «La situación es que estás preparado, con toda la formación y los medios, y lees cada día, desde puerto, que ha naufragado una patera con cientos de personas», lamenta. Una de las imágenes del reportaje en que Alfonso Novo documenta la experiencia muestra cinco grandes barcos, parados todos en puerto, a la espera de permiso. Un día, según explica Alfonso, te dicen que hoy no irán, que irán mañana, y luego no aparecen o aparecen y te dicen que deben dejar una parte «para el viernes». Es, según su relato, el Vuelva usted mañana de Larra llevado al puerto de Burriana, y a la política con doble faz para la gestión de la crisis migratoria en el Mediterráneo.
«Tras tres días de ruta, una noche avisan por megafonía que todo el mundo en pie, que se ha recibido aviso de que hay una patera a la deriva». Es noche cerrada, hace frío, la oscuridad complica la visión. Un total de 105 hombres (entre ellos 15 niños, todos ellos egipcios, salvo un chico de Gambia) habían partido de Libia rumbo a Lampedusa. Llevaban días a la deriva. Muchos «estaban muertos de frío, algunos con quemaduras, producidas por el combustible que se derramaba por el suelo de la patera». El barco de rescate se situó a una distancia prudencial para evitar que los migrantes se lanzasen al mar. Lograron subirlos a todos al Aita Mari. «Les pusimos una pulsera con un número a cada uno. Empezamos a sacar cientos de mantas de las bodegas del barco y echárselas encima, para que entrasen en calor. Hacíamos litros y litros de té. Estaban establecidos los turnos de cocina, todo organizado. A cada uno se le dio una mochila con ropa limpia. Todo donado. A bordo viajaban un médico y una enfermera, relata.
Para los migrantes, el buque de rescate es el paraíso tras días de infierno. No solo en el mar; venían de estar en la cárcel de Libia, «no por haber cometido delitos, sino porque la cárcel funciona allí como un negocio y una forma de extorsión. Libia es la manera que tienen los chicos egipcios de llegar a Europa. Y allí los meten en prisión y les dan palizas a diario», dice Alfonso.
Estuvieron seis días pidiendo puerto para atracar. Estaban en aguas de Malta, pero Malta no responde; se contacta con Italia e Italia dice que «no es de su incumbencia». El capitán vuelve a contactar, pero la insistencia es infructuosa. Se contacta entonces con España: «Les decimos que somos un buque de bandera española. Y no responde... martes, miércoles, jueves, ¡nada!».
El tiempo era tan malo que el capitán decidió acercarse a la costa de Malta, el punto más cercano, para refugiarse.
Llegaron a Malta, pero Malta les obligó a salir de su puerto. Llevaban días a bordo sin apenas comida, muy alterados, sin dormir, con varios enfermos en situación alarmante. «Y entonces Italia responde [al cabo de seis días] y nos da puerto en Trápani, en Sicilia, el 25 de octubre. Recuerdo la explosión de alegría entre los refugiados, enorme. Pero hubo un despliegue digno de ver en puerto... Parece que lleváramos a bordo cien asesinos en serie... El capitán montó en cólera: ‘Llevamos seis días a la deriva, sin comida. Les ha traído la Cruz Roja comida, llevamos aquí diez minutos y ni les dejáis comer tranquilos, ya los estáis interrogando’». La experiencia no cabe entera.
Todos llegaron a puerto. La esperanza se salvó esta vez. Ese es el gran premio.
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