
La psicología concede a los lapsus el valor de una grieta que se abre en el discurso para que asomen los pensamientos verdaderos. Para los periodistas, son oro puro cuando salen de la boca de un político que sin querer pronuncia lo que mil asesores habían intentado esconder.
El más suculento de estos días lo pronunció un expresidente de los Estados Unidos que con su aparente confusión vino a certificar lo que ya se había demostrado por la vía de los hechos. Trataba George Bush de contribuir a la censura general contra la invasión de Ucrania, pero lo que le salió acabó estrellándose contra su cara con la fuerza brutal que solo tienen las palabras. Parloteaba el republicano sobre el amaño de elecciones en Rusia cuando soltó: «El resultado es la ausencia de controles y equilibrios y la decisión de un hombre de lanzar una invasión sobre Irak totalmente injustificada y brutal». Nada de lo que dijo después sirvió para nada. Ni su esbozo de lastimosa sonrisa, ni un balbuceo en el que pareció que decía 75. Estos son los años que tiene el político, con lo que la cifra se interpretó como una confesión voluntaria de senilidad.
El error (o no) de Bush llegó por las ondas casi al mismo tiempo que una amiga compartía un artículo de la revista Hipertextual con un hallazgo maravilloso: «Titivillus, el demonio de los errores». En la crónica firmada por Vonne Lara se menciona el Tractatus de Penitentia de Juan de Gales como el documento en el que aparece la primera referencia escrita a esta criatura. Su misión sería conducir a las personas al error para aproximarlas así al pecado y al infierno. Su poder sería tan destacado, que en el siglo XVII arruinó la vida de un editor inglés a quien el rey Carlos I encargó la edición de una Biblia. Titivillus actuó, despiadado, y llevó al impresor a cometer un error terrible: omitir el «no» en el sexto mandamiento que apareció escrito con una indicación pecaminosa y a ojos de la curia, sacrílega por turbar un texto sagrado: cometerás adulterio.
El nombre y la memoria de Titivillus no ha permanecido vivo en los periódicos en donde triunfó una teoría más ñoña en virtud de la cual los errores que aparecen en las páginas de los diarios son obra de los duendes de la imprenta. Una adaptación muy Disney que seguro que también es obra de Titivillus.