Paúl Montiel, el hombre de titanio: «Tras perder la pierna no quería vivir, gasté todo en drogas y en compañías para no pensar»

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Ana García

El venezolano, que hizo el Camino de Santiago, es un ejemplo de superación desde aquel día en el que con 21 años, dice, «me cortaron un ala». Sabe mejor que nadie lo que es tocar fondo, vivir en la calle y renacer

15 ago 2022 . Actualizado a las 10:05 h.

«Yo soy el hombre de titanio, pero también de barro. He estado en la cima más luminosa y en las cavernas que no deseo para nadie. Soy una persona que entendió el perdón, tanto a mí mismo como a los demás, para poder vivir de nuevo».

En la de Paúl Montiel (Maracaibo, Venezuela, 1971) caben varias vidas. La suya se truncó por primera vez a los 21 años, cuando una llanta le segó la pierna derecha y le dejó con 82 clavos en la izquierda. Él, que no viajaba en ninguno de los dos vehículos que colisionaron en ese accidente, sufrió sin duda el daño más importante. «Estaba comiendo en la calle una arepa, cuando chocaron dos coches. A uno se le salió la goma con la llanta, y como la vi volando hacia la mesa en la que estábamos, aparté a mi amigo. Cuando yo intenté salir corriendo tuve la mala suerte de que mi pierna derecha cayó dentro de una alcantarilla que estaba sin tapa, y me la cortó el hierro. La izquierda me quedó colgando», relata sin inmutarse.

Hoy es un ejemplo de superación. Pero entonces, Paúl tenía 21 años y no imaginaba el calado del viaje que acababa de iniciar. «Yo en ese momento tenía toda la vida por delante y un ego equivocado, y me cortaron un ala», relata antes de volver a aquel día: «Me voy en una ambulancia aérea a los Estados Unidos, porque en Venezuela hay muy buenos médicos, pero no había equipos para tratar de salvar la otra pierna, que había cogido una infección por la suciedad de la calle». Allí pasó un año a tratamiento en una cámara hiperbárica mientras esperaba a que cicatrizara la amputada para poder empezar con las prótesis.

Caída a los infiernos

Paúl dispuso de todos sus ahorros para hacer frente a las terapias. Por aquel entonces, estaba casado con una mujer que es hija de emigrante gallego —con ella tuvo a su primera hija en Ourense, donde viven los abuelos paternos, por lo que tiene un gran vínculo con Galicia—. «Yo entonces pierdo la pierna, pierdo el dinero que tenía ahorrado y me divorcio de mi primera mujer, que fue incondicional conmigo. Pero yo tenía un ego que me quería quedar solo, no quería que estuviera conmigo por lástima... Y en ese proceso, ya venía bebiendo mucho alcohol. Empiezo a tocar fondo. No quería vivir, y empiezo también a consumir drogas».

Esta sería su primera caída a los infiernos. «Recuerdo que me quedé solo en Miami, en el apartamento que tenía mi familia. El dinero que mandaban para las terapias y el que tenía yo, que creo que en total pudo ser una cantidad de medio millón de dólares, me lo gasté en alcohol. Los fines de semana me emborrachaba, me lo gastaba comprando compañías e intentando no pensar. Así pasó un año, y a los ocho meses di una conferencia sobre cómo subir escaleras con los miembros amputados en la Universidad de Miami muy borracho».

Paúl pasó un proceso muy complicado en el barro. Hasta que volvió a Venezuela y conoció a Sonia, su segunda mujer, de padre asturiano, y por la que vive en Gijón. «También nos divorciamos, pero hoy en día es mi mejor amiga y una de las razones por las que yo estoy vivo». Aun así, siguió con las fiestas durante un tiempo. Pero nace su segunda hija, y cuenta que un día la mira y piensa: «Si no me quiero a mí, no puedo querer a nadie». Ese fue el detonante para dejar el alcohol y las drogas. «Yo tengo de por sí una personalidad adictiva, no tengo gris. Soy blanco o negro». Por eso fue capaz de mantenerse durante 14 maravillosos años alejado de sus adicciones, centrado en el deporte y el activismo social.

Por desgracia, esa no fue la última vez que estuvo a punto de tirar su vida por la borda. «Hace unos cinco años comenzaron en Venezuela las protestas contra este Gobierno dictador y chavista que tenemos. Los estudiantes salieron a la calle, entre ellos uno de mis hijos, así que yo me puse la bandera de Venezuela en mi prótesis y me fui a las marchas en primera fila contra el Ejército. Eso se hizo viral».

Sus imágenes corrieron como la pólvora en las redes sociales, «y el ego volvió a jugarme una mala pasada», añade. Le llaman de varios programas. Paúl empieza a salir en la televisión y a equivocarse, dejándose llevar por aquella oleada de admiración colectiva. «Y sin darme cuenta, entro de nuevo en el precipicio. Un día decido tomarme un trago después de 14 años, me digo: 'No pasa nada'. Y cuando me di cuenta, estaba en el mismo infierno y nadie lo sabía».

El Gobierno venezolano, relata, empezó una persecución política muy fuerte contra él. «Me expropiaron las empresas, tuve que mandar a los hijos para afuera, y de Sonia ya me había divorciado. No pude más, estaba bebiendo a escondidas todos los días. Ya había caído».

«Me dejé de querer»

El hombre de titanio llegó a Madrid desmoronado, en malas condiciones psicológicas y físicas. «Había engordado como 30 kilos. Me había dejado de querer». Gastó en la capital lo poco que le quedaba, llevaba cuatro años sin hablarse con su hija mayor y empezó a autoflagelarse. «Volví a beber y a consumir drogas, hasta que terminé durmiendo en la calle. Decidí volverme invisible», dice. Y así, Invisibles, se llama el documental que estrenará en octubre y en el que narra sus tres meses como sin techo en las calles de Madrid.

Llegó un momento límite en el que viajó a Asturias para ver a sus hijos, convencido de que sería la última vez. Su segunda exmujer, Sonia, le dio cobijo. «Bajan mis hijos, que habían conocido a su padre como un guerrero, y le ven derrumbado. Yo no podía mirarme al espejo, estaba castigándome y me quería morir poco a poco».

Cuando estaba en lo más profundo, apareció Eiling, que él llama «mi milagro de amor». La conoció en Venezuela, en las protestas. «Tuvimos muy buena química, pero yo estaba roto y ella no lo sabía. Se enamoró de mí y yo tampoco lo sabía. Cogió un avión desde Estados Unidos y habló con Sonia y con uno de mis hijos. Les dijo: 'O ayudamos a Paúl o se va a morir'. Apostó por mí cuando ni yo lo hacía». Así fue como dio el paso de ingresar en Proyecto Hombre, donde libró su batalla personal: «Decidí entrar ahí y volver a nacer».

Con el covid se quedaron aislados, y él siguió haciendo deporte. Empezó a perder peso, a recuperar su autoestima y a perdonarse. Allí empezó a escribir su autobiografía, El hombre de titanio. «La motivación va y viene, el secreto es mantener la disciplina, que te va a acompañar siempre», recuerda. En cuanto salió de su ingreso planeó enfrentar su primer triatlón. Sus hijos le pidieron que no lo hiciera, porque era peligroso. «Y a mí eso me gusta más», asegura. Por supuesto, lo terminó.

Un peregrino de excepción

Su último reto, y uno de los más significativos de su vida, fue hacer una etapa del Camino de Santiago. Paúl no sabía que iba a encontrarse con tantas subidas y bajadas, lo que más hace que se resienta el contacto con la prótesis. «Pero la magia y la empatía que viví, para mí marcaron un antes y un después. Me di cuenta de que el mundo debiera ser el Camino de Santiago. Me veían llegar por la noche, quitarme la pierna y bañarme, y me miraban con respeto».

Así se sintió con todos los peregrinos, menos con uno. «De camino a Palas de Rei, me paré y me apoyé en un poste. Y un hombre que hoy es mi amigo, me dijo: '¿Por tan poca cosa estás cansado?'. Me sentó fatal, le dije: '¿No me ves la pierna?'. Pero me lo decía irónicamente. El hombre se quitó su pierna y la puso encima de la mesa. Me dijo: 'Yo sé lo que te estoy diciendo'. Seguí andando y, cuando ya estaba llegando a Palas, llega el hombre en un buggy rojo. Me recoge y me lleva a su tienda, que es La Huella del Peregrino, del proyecto El Paralímpico Viajero. Pues resulta que el hombre es Ionut Preda, campeón paralímpico. Esa noche yo conversé tanto con él, que me invitó a inscribirme».

Paúl terminó el Camino, entre lágrimas de emoción. Después regresó a Gijón y lo llamó: «Compito en lanzamiento de disco, jabalina y peso; y en septiembre empiezo a prepararme en remo. Vamos a luchar por ir a los Juegos Olímpicos de París 2024, con 53 años. Y todo empezó por el Camino de Santiago», señala mientras escribe su segundo libro, al que baraja titular, precisamente, Mi camino.

«Quiero transmitir que se puede volver a empezar a cualquier edad, que nacimos para ser felices y luchar, para hacer de los días ordinarios otros extraordinarios». De eso sabe un rato.