Carmen y Ana, expertas en el Barroco: «En las colonias de América del siglo XVII ya había Drag Queens»

Alejandra Ceballos López / S.F

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Carmen Urbita (izquierda) y Ana Garriga (derecha)
Carmen Urbita (izquierda) y Ana Garriga (derecha) ANA PRADO

El primer episodio de su podcast Las hijas de Felipe fue sobre monjas endemoniadas, y desde entonces no han parado sus cotilleos históricos. «Todo lo que te está pasando a ti ya le pasaba a alguien en el XVII», aseguran las dos doctorandas.

24 oct 2022 . Actualizado a las 13:06 h.

Carmen Urbita y Ana Garriga son Las hijas de Felipe, dos estudiosas de la literatura, «amigas siamesas», como ellas se denominan, que en la pandemia empezaron un pódcast «con medios basiquísimos» y una videollamada de Zoom. Encerradas en sus habitaciones de Providence, en el estado de Rhode Island, donde realizan sus doctorados sobre los siglos XVI y XVII, ambas decidieron hacer un túnel paralelo entre el Barroco y la actualidad. Están convencidas de que las crisis de entonces y las de hoy «son iguales».

—¿Por qué el siglo XVI y XVII?

Ana: Hay un atractivo en el reinado de Felipe II. Es un momento de ruptura entre lo medieval y los acontecimientos ilustrados del siglo XVIII. Es un momento de crisis en el que parece que todo es posible.

—¿Es parecida a la que vivimos hoy?

A: Claro, el pódcast nació con esta idea que repetimos todo el rato de que cualquier cosa que te esté pasando a ti ahora ya estaba pasando en el siglo XVI o XVII.

—¿Tenéis algún ejemplo concreto?

A: El fenómeno económico que se da en el siglo XVII, por ejemplo, es similar a lo que está pasando hoy: una devaluación brutal de la moneda, una inflación descomunal, la gente no entiende nada, no le alcanza el dinero para comprarse lo del día a día... Es como está sucediendo ahora.

Carmen: Todas estas citas de lamentos por falta de dinero te permiten empatizar fácilmente desde el presente con la precariedad de esa época. Pero empatizar no debería hacernos pensar que es normal que exista. Tenía un porqué en aquel momento, al igual que ahora, y de eso también intentamos hablar siempre.

—Hablando de moneda, en ese momento se crea el vellón [tipo de moneda], ¿diríais que es similar a la criptomoneda?

A: Las hipotecas, las letras de cambio y el dinero de papel, con los que estamos muy familiarizados ahora, empiezan a surgir en ese momento. Hoy todavía no lo entendemos, pero en esa época generaron desconcierto y desconfianza en la gente. En ese sentido, la crisis que provocan es similar a la de las criptomonedas.

—¿Así que las criptomonedas son el futuro?

C: No tengo idea de esos temas. Se nos escapa muchísimo, pero también es cierto que como sociedad, somos incapaces de ver lo que va a llegar. Al igual que en el pasado, ves que ocurre aquello que te parecía rarísimo y lo que crees inevitable no termina sucediendo. Desde el deseo, ojalá que la economía no esté determinada por las criptomonedas, porque como tengamos Las hijas de Felipe que depender de ellas, vamos a acabar debajo de un puente, ja, ja.

—También hay gente que afirma que las disidencias y diversidades sexuales son «una moda» de ahora...

— A: Eso siempre ha estado. Tenemos una cantidad de material documental que demuestra la persecución a la homosexualidad en la Inquisición, pero Carmen y yo también intentamos rescatar que hay formas de vivir la disidencia desde el disfrute. A pesar de que estaban escondidos, tenían su propia sociabilidad. En Nueva España [hoy México], por ejemplo, en el siglo XVI había comunidades de hombres homosexuales que se travestían igual que ahora.

C: Además tenían sus apodos, o sea, era realmente el Drag Race y eso está documentado precisamente porque les abrieron un proceso inquisitorial.

—¿También había crisis de valores?

— C: Claro, hay un paralelismo con lo que se denominó el deterioro de las costumbres. Los hombres cada vez más afeminados, las mujeres cada vez tenían más libertad de movimiento. Hay un catastrofismo donde parece que todo se va al garete. Por ejemplo, acabamos de grabar un episodio y hablamos de hombres exaltados que no paraban de criticar el maquillaje femenino, y esos comentarios los ponemos en paralelo con el presente y, obviamente, tiene su gracia. Siempre ha habido miedo al cambio o al progreso de cualquier tipo.

—Pero seguro que sí somos los primeros que sufren por la vivienda...

—C: La falta de memoria es un peligro porque cuando contemplas cualquier crisis del presente como algo excepcional, parece que es algo casi fortuito, sin embargo, en el caso de la crisis inmobiliaria ves todos los tejemanejes que hubo detrás del bum del ladrillo barroco. Estuvo estudiadísimo cómo cambiar la capital, cómo comprar y vender terrenos y todo eso para especular con la vivienda. Una mirada al pasado, en ese caso, ayuda precisamente a entender que las crisis no son algo sobrevenido, ni actos de una fuerza divina que aparecen y que son irremediables, sino que hay mecanismos y voluntades detrás.

—¿Ante esas voluntades del poder no podemos hacer nada?

—A: En ese episodio vemos cómo el duque de Lerma acumula muchísimo poder, pero también las estrategias de la gente. Consiguen tener sistemas económicos paralelos para lograr sobrevivir.

C: Otra cosa que se repite es la demonización de estas estrategias de la gente para sobrevivir dentro de la crisis generalizada. Son discursos muy estudiados, igual que ahora.

—Algo que es común escuchar es que somos la primera generación que vive peor que sus padres...

—C: Obviamente, pensando en toda la historia de la humanidad, no es así. El recorrido histórico a lo que eso está aludiendo es al siglo XX. Pero eso también obedece al anacronismo estratégico. Como herramienta política, es legítimo. Es una herramienta para decir: ‘Oye, las cosas no están funcionando'. La situación para la gente de nuestra edad sí es más precaria.

—¿Pero, entonces, somos lo mejor o lo peor?

—A: Creo que nadie niega que la existencia en el siglo XVII era más difícil en todos los sentidos.

C: Pensamos que nuestro momento es ‘el' momento, que si va a llegar el colapso tiene que ser en nuestra época. Pero también está la vertiente más optimista de los tiempos. En cualquier tipo de industria hay un triunfalismo. Justo ahora estaba leyendo unos textos, que son muy graciosos, en los que la gente se compara con el pasado preguntándose por qué no tenían ni idea de las técnicas.

—En conclusión, ¿estamos en crisis?

—C: Claro, energética, climática, económica. Que las ha habido antes, obviamente. Pero que es una cosa inevitable es lo que no compartimos. El hecho de que no sea una cosa novedosa ni única en el tiempo no significa que haya que asumirlo como natural.

—¿Así que deberíamos estar asustados?

—C: No para estar asustados, sino para mirar al pasado con la intención de analizar qué sucedió en ese momento, qué está sucediendo ahora y qué se puede hacer al respecto. Más que temer, es legítimo estar enfadado.

A: Esto es un poco idealista, pero también hay que recordar que este pódcast surgió de un momento de crisis. Ahora que la perspectiva universitaria es poco alentadora, podemos pensar en una amplitud de miras que a lo mejor no habría si todo estuviera resuelto.

—¿Qué aprendizaje nos dejan los siglos XVI y XVII?

—C: El disfrute y crear comunidad, siempre. La lección es crearte tus propios círculos de sociabilidad y de resistencia. También los pequeños disfrutes de la rutina.

A: Por ejemplo, la felicidad de un convento en el siglo XVI. Eran muy precarios, pero de repente les llevaban unos dulcecitos, la alegría que vemos en esas cartas de esas monjas... Carmen y yo vivimos en Rhode Island, sin mucha vida social, gran parte del tiempo. Y nos mantenemos con alegría de vivir en cosas muy pequeñitas, ordinarias y siempre compartidas. Hay que crear comunidad para todo: para trabajar, para vivir, esa es la lección. A las mujeres la sociabilidad no les venía dada, se la tenían que buscar, y encontraban siempre espacios para estar entre ellas. Esas estrategias de disfrute y de supervivencia son una superbuena lección.