Esta coruñesa, que estuvo durante casi treinta años al frente de Ciclos Quintena, lleva una vida frenética desde que se jubiló: canta en dos corales, juega al golf, al parchís, camina cinco kilómetros al día....
21 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Elisa Vázquez es una vieja conocida de este periódico. Hace casi 12 años, el 27 de febrero del 2011, anunciaba a bombo y platillo que se jubilaba después de casi treinta años detrás del mostrador de Ciclos Quintena. Tenía muy claro que en cuanto cumpliera los 65, dejaría de trabajar. Ansiaba tener tiempo para ella, y ¡vaya si lo cumplió!, puedo dar fe de que apenas le quedan ratos libres. Si os digo su agenda de carrerilla, os puede entrar cierto agobio, pero para que os hagáis una idea: dos días a la semana canta en dos corales; otros tres o cuatro va a jugar al golf de 9 a 11.30 horas; camina un mínimo de 5-6 kilómetros diarios, los domingos por la tarde queda para jugar al parchís con las amigas; cose, de hecho está terminando un vestidito para una amiga de su nieta... por no hablar del tiempo que dedica a una de sus grandes pasiones: la lectura. «Después de desayunar, me paso dos horitas leyendo, y antes de dormir también», cuenta Elisa, que confiesa que no contempla sentarse en el sofá salvo para pasar páginas o ver películas antiguas. Ella cree que en el secreto de su fórmula para mantenerse así de bien a su edad, que por cierto, ya cumplió los 76, tienen mucho que ver sus buenos hábitos. «Tengo mis horarios: me despierto a las 6-6.15 horas, hago media hora de estiramientos, es lo primero que hago nada más levantarme, si no te quedas entumecida, hay que moverse; desayuno sobre las 6.30-7; como entre 12.30-13 y ceno entro 20-20.30 horas. Como muy sano, siempre a mis horas, todo eso influye».
Dice que siempre fue así de activa, y que probablemente ella de pequeña ya fuera hiperactiva, «que hoy se dice de muchos niños». A alguien tan apasionada de disfrutar de cada instante le viene como un guante que cinco horas de sueño sean más que suficientes para levantarse como una rosa. «Con ese tiempo me llega, me levanto como una moto, mientras las duerma seguidas, no tengo problema», explica. Pero más allá de las horas del día que se mantiene en pie y en activo, la clave está en su actitud. Siempre con el «sí» por delante, dispuesta a exprimir cada instante, incluso cuando vienen curvas. «Llegué a estar con un pie aquí y otro allá. Salí de la residencia con 36 kilos. Me recuperé por la cabeza que tengo. Dos amigos míos se operaron de lo mismo y murieron», señala sobre la colitis ulcerosa por la que le tuvieron que extirpar parte del intestino. Para ella, incluso esto, nunca fue un obstáculo. «Hay gente que no lo asume, yo siempre miré el tener calidad de vida, y mientras la tenga, vives y disfrutas. Yo siempre fui muy positiva para todo. No me limita para nada, voy a la playa en bikini, me baño, no me molesta, si voy a comer fuera, tengo que tener cuidado, pero puedo comer de todo», explica Elisa, que salvo por esta enfermedad, puede presumir de una salud de hierro. Eso sí, tiene que prestar especial atención a la espalda, porque debido a tres caídas que tuvo en la bici en las que se rompió la clavícula y se aplastó las dorsales, de vez en cuando debe ir al fisioterapeuta.
DE MERA A LA GOMERA
Ahora la bici la ha dejado a un lado, como trabajo y como ocio. Está volcada en el golf. Antes de jubilarse ya se puso a ello. Veía que le venía mucho tiempo libre, y que llegaría un momento en que no iba a poder pedalear como antes. «Pensé en un deporte que me gustara y a la vez que fuera de estar al aire libre, probé el golf y me enganchó. He ganado cinco torneos, ahora estoy más light... ya no es lo mismo», indica Elisa, que a finales del mes de junio y hasta que termina agosto, se muda con su hermano a una casita que este tiene en Mera, y allí disfruta de su paraíso particular, o uno de ellos. «Aunque llueva salgo a caminar todas las mañanas, y a la vuelta siempre me baño, hago todo el largo de las boyas, y me va muy bien. Me gusta mucho nadar, estuve incluso en un club de natación. Empecé en la piscina porque me iba bien para la espalda, pero no puedo estar en sitios cerrados».
Para ir al otro edén, el viaje es más largo. «Antes de la pandemia en febrero o marzo solía ir dos meses a La Gomera, en las islas Canarias. Alquilaba un apartamento y era una gozada. A las siete de la mañana en febrero desayunaba de manga corta en la terraza». En breve, volverá allí, a San Luis, porque su hija le ha regalado un viaje de diez días por Navidad, un pueblecito que le va como anillo al dedo. «Son poquitos habitantes, en la plaza del pueblo juegan al dominó, a las cartas, a veces organizan un bingo... Es muy social», dice Elisa, que descubrió este destino gracias a un libro de Alberto Vázquez Figueroa.
Lo de viajar es algo que le chiflaba. Ha recorrido medio mundo, desde Nueva York hasta México, Londres o Bruselas, por no hablar de que «se conoce España entera», pero cada vez le apetece menos. Aunque si le pusieran un billete con destino a Egipto...
Lo que está claro es que con esta agenda, un smartphone se hace más que necesario. «Antes tenía un móvil normal, de llamar y que te llamen, pero cuando tenía 68 más o menos fui a Estados Unidos y me traje el iPhone 4S. Recuerdo que al principio cada dos por tres estaba en la tienda de Apple, y el técnico que tenía de mano, Rubén, me dijo: ‘Tú toca, el teléfono no se estropea, así es como se aprende. Y a raíz de tocar, fui aprendiendo. El otro día aún descubrí que tocando un botón, hablas y te escribe solo». Y a base de fuchicar, con alguna pequeña ayuda de su hija, ya bien entrados los sesenta se abrió cuenta en las redes sociales, concretamente en Facebook e Instagram. «Hasta ese momento viví perfectamente sin ellas, pero estoy en muchos grupos, mis amigos tienen móvil, aunque muy pocos redes, y yo soy la encargada de subir fotos, de ponerme en contacto con otras corales si vamos a cantar a algún lado... Así que ahora ya no sería tan viable prescindir de ellas», cuenta Elisa, que aclara que no se mete en grupos raros, solo las usa para facilitar los contactos o hacer de reportera gráfica. Peccata minuta en los quehaceres de esta coruñesa de Cuatro Caminos.