Dos hijos son de ella, dos de él y los seis forman una familia enlazada: «No fue coser y cantar, pero seguir a los niños lo hizo todo más fácil»
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Rompen moldes, pero no vínculos. «Vemos a nuestras exparejas como parte de la familia», revelan Rocío y Miguel Ángel, que demuestran que del divorcio puede nacer una familia numerosa. «La clave es respetar el rol como padre de tu ex. Si rechazas al padre, rechazas el 50% de tu hijo», apuntan
04 jun 2024 . Actualizado a las 18:30 h.Hay quien los acusa de hacer apología del divorcio. «Ni mucho menos», aseguran. Lo que tienen claro es que cuando una pareja termina, si hay hijos, la familia no se rompe, cambia. Pero lo que suele ocurrir es que rompe la pareja y a veces se rompen en ese duro proceso las personas. Duro es transitar esa circunstancia que afecta de manera especial al 45% de las parejas que se divorcian en España que tienen a su cargo hijos menores de edad.
¿Es posible romper la relación de pareja salvando la familia, el bienestar de los hijos? No es fácil, pero sí posible. Rocío de la Chica y Miguel Ángel Corrales son un ejemplo. «Lo más fácil para nosotros fue enamorarnos», sonríe ella, que hace ya cuatro años forma con Miguel Ángel una «familia enlazada» con los hijos que tuvieron de sus parejas anteriores. Dos de los chicos son hijos de Rocío y otros dos de Miguel Ángel. Autores del libro Separada. Un acto de amor hacia ti y tus peques, en ellos todo es personal. Han partido de su experiencia para escribir este libro y para fundar Creada, un proyecto de separación consciente con el que ayudan a madres y padres a cuidar de sí mismos y de sus hijos durante una separación o un divorcio.
Han cumplido cuatro años de familia enlazada (término que prefieren a ensamblada o reconstituida). Justo antes de la pandemia, fue cuando empezaron a convivir los seis. «Aunque está feo decirlo, el confinamiento fue un regalo para nosotros, porque nos permitió un nivel de convivencia que cohesionó la familia. Ahí, los niños empezaron a llamarse casi hermanos... Desde hace poco, se llaman directamente hermanos, por no tener que dar explicaciones», explica Rocío.
Enamorarse es sencillo. Cambiar el molde familiar sin partirse al medio ni herir, complejo. «Pero los niños lo hicieron fácil. Lo más fácil en nuestro caso tuvo que ver con seguirles a ellos, a nuestros hijos», asegura Miguel Ángel. Por su formación y su trabajo (son una pareja de terapeutas Gestalt; Rocío, máster en Educación Emocional, y Miguel Ángel, en Logopedia y experto en educación social), querían ir paso a paso, siguiendo el libro, todo «piano piano». «Sin embargo, las cosas se fueron precipitando a otro ritmo. Los niños eran los que demandaban ir más rápido. Así que el ritmo lo fuimos adaptando a sus demandas», relata Miguel.
¿Qué fue lo más difícil? «Encontrar nuestro sitio como adultos en la familia respetando el espacio que ocupan la madre y el padre de los niños, nuestras exparejas. Somos una familia de seis convivientes, la pareja con los dos hijos que cada uno de nosotros aporta. Convivimos los seis, pero no todo el tiempo. Nosotros estamos o en modo pareja o en modo familia. O están todos los niños o no están...», detalla Rocío. ¿Si no están los niños, no está ninguno? «Sí, salvo un día a la semana»; un día de la semana están solo los hijos de Rocío.
Tras el flechazo, pensaron darse unos años para irse a vivir juntos, pero acabaron haciéndolo en unos meses. «Cuando nos conocimos todos, cuando decidimos presentarnos a nuestros hijos, elegimos un lugar neutral para todos, un espacio abierto, en la naturaleza», cuentan. Lo pensaron mucho y se cuidaron de que cada uno fuese en su coche para evitar esperas de compromiso. «¡La sorpresa fue que ellos enseguida congeniaron muy bien! Claro que habíamos preparado el terreno... A partir de ahí, de ese primer encuentro, empezaron a demandarse ellos, los unos a los otros», dice Rocío, que tiene la custodia exclusiva de sus dos hijos. La siguiente quedada, que tenían prevista al cabo de unos meses de ese primer encuentro, acabó siendo a la semana. En muy poco tiempo, los chicos pidieron verse también entre semana. «De ahí, nos lanzamos, nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos de vacaciones juntos, a ver cómo salía... Salió muy bien. A partir de entonces, convivimos varios fines de semana», continúa la terapeuta.
«COMO PRIMOS CERCANOS»
Rocío decidió mudarse de casa un año antes del confinamiento y esa circunstancia hizo que se planteasen buscar ya un hogar juntos. «Esto no quiere decir que fuera coser y cantar. Tuvimos un período de noviazgo que fue fácil para los niños, porque para ellos era como encontrarse con unos primos». Al principio, esta era su relación, la de «unos primos muy cercanos». Fue en la convivencia diaria cuando a los niños empezaron a surgirles miedos e inseguridades, que, señalan, es lo normal en este tipo de procesos. «Son cuestiones del tipo: ‘¿Si convivo con este hombre o con esta mujer, dónde queda mi padre o mi madre?’. El tiempo que ellos disfrutan con la nueva pareja de su madre es un tiempo en el que se preguntan si le están siendo desleales a su padre. Eso hay que cuidarlo mucho, porque es un conflicto en ellos».
Ver a su padre enamorado de una persona que no es su madre es difícil. ¿Aguantar juntos por los hijos es mejor que que vean feliz a su padre con una nueva pareja? La infelicidad de un padre parece una pesada carga para un niño. Y Rocío y Miguel Ángel no ven las bondades de ser «padre pegamento», estar juntos solo por los hijos. «Yo me siento orgullosa de que mis hijos puedan ser testigos de una relación de pareja basada en el amor, el respeto y las muestras de afecto. Con su padre y conmigo no lo vieron. Su padre es un gran hombre, pero como pareja ya no funcionábamos», comparte Rocío.
Miguel Ángel, con custodia compartida de sus hijos, se separó de la madre de sus hijos tras casi 20 años juntos. «Venimos de un modelo en el que parece que tiene que haber problemas para justificar el divorcio», observa. No encontrar esos motivos hace que tomar la decisión de separarse sea difícil, explican.
La convivencia diaria es para los seis una prueba de fuego, de la que aprenden siempre. Los modelos familiares que traían consigo Rocío y Miguel Ángel chocan, admiten. «Es algo que sucede mucho, claro —dice ella—. Cada uno viene de una elección y ha estado educando con una persona diferente. Por eso es importante en una familia enlazada tener claro que el rol de padre y de madre está ya ocupado, ver bien qué papel ocupa cada uno y hasta dónde puede meterse con los hijos del otro. Miguel Ángel es un agente educador en casa, pero no es el primero con mis hijos. El primero es su padre».
¿Se puede romper, en realidad, con el padre de tu hijo? «Difícilmente, porque el vínculo de los hijos es sagrado. Podemos dejar de tener una relación cordial con el padre, podemos dejar de hablarnos, de la misma manera que dos hermanos de 40 años que llevan diez sin hablarse. Pero no hay duda de que el vínculo fraterno existe, persiste».
¿Cómo encarar una situación como la que viven, qué nos aconsejan como profesionales? «Si decides afrontar una separación, hazlo desde el honrar lo vivido hasta el momento. Lo vivido te enseña como mínimo a saber lo que no quieres en tu vida en adelante. Tu hijo es un 50 % la otra persona. Si rechazas al padre de tu hijo, rechazas el 50 % de tu hijo. Una separación abre heridas que poco o nada tienen que ver en realidad con la relación de pareja. Si no nos hacemos cargo de ellas, fácilmente vamos a señalar al otro y a acusarle de lo que sentimos», dice Rocío.
Muchas veces, la propia maternidad abre una brecha en la pareja, admiten. Ellas se vuelcan, ellos son convidados de piedra. «Yo no respondía al cliché de padre desubicado, pero ¿qué ocurre con la separación? A partir de ahí, yo empiezo a plantearme que había parcelas en el día a día de mis hijos que había dejado al margen. Y desde la separación tuve la oportunidad de hacerme cargo desde un lugar diferente. ¿Qué pasa? Que lo que define socialmente a una buena madre aún es poder con todo eso... Y no, es un 50% de responsabilidad para la madre y otro tanto para el padre. Así debería ser», advierte Miguel Ángel. Como terapeuta, y por experiencia propia, señala que con la separación hay padres que empiezan a hacerse cargo de todo eso de lo que se ocupaban sus parejas, y esto puede ser motivo de reproche, del tipo «Ahora empiezan a volcarte, ahora que nos separamos haces todo eso de lo que no te ocupabas».
¿En los divorcios solemos dar importancia a cosas que no son importantes? «A veces pretendemos mejorar la relación a partir de la separación. Y esto es difícil que ocurra. Elige bien dónde quieres poner el foco, porque muchas veces dejamos de ponerlo en lo importante: en nuestros hijos, en nuestro bienestar, en el vínculo que tenemos con ellos».
Los roles machistas nos marcan a fuego, no duda la pareja, que atiende a un 96% de mujeres en sus consultas. «A nosotras nos cuesta delegar y ellos apenas tienen referentes. No se han visto, hasta hace poquito, padres presentes. Un buen padre en la época de los míos era el que más horas estaba fuera trabajando. Ese era su cometido como padre», señala Rocío.
El chip va cambiando. «Con la separación me planteé cosas como que me gustaría ir a buscar a mis hijos al colegio, y empecé a hacerlo... o no recurrir a tanta ayuda externa. Ahora en verano, ellos pasan un mes con su madre y otro conmigo, no necesitamos recurrir a ayuda externa», pone como ejemplo Miguel Ángel.
La familia no es lo que toca, es también lo que vamos construyendo y lo que se va modelando por el camino. «En la nuestra ha sido clave dar su sitio al padre y la madre que no son convivientes. En sus habitaciones tienen unos foto de su madre y otros de su padre, para que sepan que tienen también un lugar en nuestra casa», recalcan. Los dos tienen claro que la madurez sucede en la diversidad, a través de los contrastes.
Los egos y los miedos adultos provocan a menudo estropicios. Los mayores también somos humanos. «Es fácil caer en la batalla, y en esa pelea de padres —señala Rocío— los hijos se pueden quedar huérfanos emocionalmente y pasan a veces a asumir una responsabilidad que no les tocan, a cumplir el rol de padre». «Todo se puede reparar, la reparación enseña algo muy sano», advierte Miguel Ángel.
Su familia enlazada de seis convivientes no asume cuatro niños a tiempo completo. Les permite, por ejemplo, tomar una cerveza los dos solos un día a la semana. Un día a la semana para ser solo pareja. Qué lujo. Eso sí, programado con coordinación y anticipación. Es el coste del respiro, de poder ser una pareja además de una familia que rompe moldes, pero no los vínculos.