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Lola Herrera, la mujer que aprendió a vivir por sí misma

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cedida

Ella misma se definió como recatada y formal, hija de una posguerra en la que las mujeres no podían guiar su vida. Su relación con Daniel Dicenta marcó la vida sentimental de una de las actrices más queridas y respetadas de nuestro país

26 jun 2023 . Actualizado a las 17:01 h.

Si repasamos en el 2023 la película Función de noche, solo podemos esperar que la larga vida de Lola Herrera (Valladolid, 1935) le haya permitido tomar las riendas al fin, vivir para ella misma, descubrir el amor, superar complejos, y sentir todo el placer que el sexo pueda dar. Porque aquel «yo soy una mujer que no ha sentido un orgasmo en mi vida», soltado entre lágrimas ante su exmarido Daniel Dicenta, encerraba mucho más que la pura cuestión física. Era el grito desesperado de una generación de mujeres (mal) educadas en la posguerra, la de una señora de casi 46 años que reconoce que no se acepta, que todo le ha costado mucho más porque ha sido una mujer muy acomplejada. Y es imposible no sentir en sus lágrimas el dolor de todas las mujeres que tuvieron que aprender a vivir por sí mismas, incomprendidas, durante tantos años calladas.

Aquella confesión ante las cámaras provocó un enorme revuelo: cartas, insultos, y la incomprensión de su hijo Daniel (que también aparece en la cinta), y que decidió irse a vivir con su padre después de ver la película. Más adelante, reconoce que le pidió perdón por no haber entendido sus razones para abrirse en canal ante las cámaras. Un gesto que su hija Natalia defiende por su valentía, tal y como ambos contaban en el programa Lazos de sangre, de TVE.

Han pasado más de cuarenta años desde que Josefina Molina encerró a Herrera y Dicenta, mucho después de su separación, entre las cuatro asfixiantes paredes de un camerino del Teatro Lara de Madrid. Y desde entonces, Herrera no se ha bajado de las tablas, se ha convertido en un rostro habitual de la televisión, ha recibido docenas de premios (entre ellos, el Max de honor y las medallas de oro al mérito en las Bellas Artes y el Trabajo). A pesar de sus complejos, de esa sensación de no ser ella quien marcaba su camino, Herrera se ha labrado una sólida carrera en el teatro, con algunas incursiones en el cine y televisión, y este año ha estado de gira con Adictos, una obra escrita por su hijo Daniel. Y esto ha vuelto a situar a la veterana actriz en el punto de mira, defendiendo una profesión que define como una forma de vida, mostrando su beligerancia contra el machismo, contra Vox, y afirmando que, a sus 87 años, cada vez tiene más claro que hay que llamar a las cosas por su nombre.

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UNA CHICA DE VALLADOLID

Cuenta Herrera que desde niña vivió más pendiente de los demás que de ella misma, lastrada por la responsabilidad de vivir en una familia con un abuelo maltratador que machacaba a su abuela, su auténtica heroína, sin poder completar su educación, uno de sus grandes complejos. De hecho, tenía ya 45 años cuando terminó el bachillerato. A su exmarido le reprochaba que no la hubiese ayudado, él que sí tenía una cultura (provenía de una familia profundamente ligada al teatro: su abuelo era dramaturgo y su padre, actor). «Nos han educado muy mal», se quejan ambos en Función de noche. La nula educación sentimental (ya no solo sexual) de la época los convierte a ambos en unos analfabetos en materia de amor, que aprenden a trompicones, con peor o mejor suerte. En la novela Chesil Beach, Ian MacEwan recoge el desastre que esa hipocresía de la época provoca en una pareja muy joven. Y en la misma línea hablan Herrera y Dicenta en la película de Josefina Molina. Esa generación de los padres del baby boom que fue capaz, inexplicablemente, de educar a sus hijas y a sus hijos de otra manera, y que lograron salir adelante, ellas sobre todo, como mujeres completas a pesar de todos los complejos que relata Herrera. «He sido una mujer tardía en todo», se quejaba la actriz, que reconocía que tan solo con cuarenta y pico había superado sus complejos.

Lola Herrera con su hija mayor, Natalia, en una imagen de archivo
Lola Herrera con su hija mayor, Natalia, en una imagen de archivo -

DE LA RADIO AL TEATRO

Dotada de una voz muy especial, Herrera comenzó cantando en concursos radiofónicos. En los años cincuenta conoció a Daniel Dicenta precisamente en Radio Madrid, y se casaron en 1960. Con Chicho Ibáñez Serrador llegó el teatro y algún episodio de las icónicas Historias para no dormir. Ambos participaron en decenas de obras de Estudio 1, plataforma de toda una generación de actores y actrices que se colaron en las televisiones de toda España cuando solo había una cadena de televisión y esta ejercía una labor divulgativa que desde Molière a Wilde, pasando por todos los clásicos de la escena española, dio a conocer el teatro al gran público.

En el año 79 estrenó en Madrid su trabajo más conocido: el papel de Carmen Sotillo en la adaptación teatral de Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes. La joven viuda fue madurando con ella en decenas de representaciones cargadas de matices, a lo largo de cuarenta años, tanto que es imposible pensar en Carmen Sotillo sin pensar en Lola Herrera. Ella misma contaba que había muchas cosas en el personaje con las que se identificaba. Que incluso en aquel ataúd imaginario en el escenario se pensaba el rostro de su exmarido, como si le pidiera (y rindiera) cuentas a él. Herrera se despidió del personaje (que no de las tablas) el año pasado, y lo hizo precisamente en su ciudad, Valladolid, donde también nació Delibes. Su trabajo, cuenta, le apasiona. Y la calidad de este no decae. Su último gran éxito, más allá del monólogo de Carmen Sotillo, fue Solas, adaptación de la película de Benito Zambrano en la que compartía escenario con su hija Natalia. Ambas fueron nominadas al Max a la mejor actriz por este trabajo... y Herrera se llevó la manzana dorada que representa el premio más importante de la escena española.

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CELOS

Decía Herrera que cuando conoció a Dicenta era ya un buen actor. No era un hombre fácil, y su compleja personalidad, la turbulenta historia familiar, sus problemas con el alcohol, no facilitaron que tuviera más éxito. Fue un actor importante para Pilar Miró, que lo fichó para El crimen de Cuenca y El pájaro de la felicidad. Durante su matrimonio, como él mismo reconocía en Función de noche, el éxito de su mujer se le atragantaba, «reacciones de medio hombrecito», dice. Tras años de muy poca actividad, murió en el 2014 en el hostal en el que se alojaba en Madrid, con problemas económicos. Es imposible no sentir también compasión por él, pegado a su vaso y su cigarrillo, intentando entenderse a sí mismo, un hombre estafado, lamenta, como toda su generación.