Galicia es tierra de emigración. Muchas familias decidieron marcharse a otros países en busca de trabajo y de una vida mejor. La de Claudia Pérez fue una de ellas, ahora veranea cada año en la Costa da Morte
17 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.La primera vez que pisó suelo gallego tenía 11 meses, pero desde entonces no ha dejado de hacerlo cada verano. Para la estadounidense Claudia Pérez (Nueva Jersey, 1998), Galicia es su segundo hogar, concretamente el pueblo de Ézaro, situado en la Costa da Morte. «Mi padre nació allí y a los 8 años emigró a Estados Unidos con mi abuela y mi tía. Venía con mi abuela y mi hermano durante los dos meses del verano a visitar a mi bisabuela y al resto de la familia», explica.
La arena de la playa de este pequeña villa pesquera ha visto crecer a Claudia año tras año, incluso antes de tener uso de razón, al mismo tiempo que guardaba buenos recuerdos sobre ella. «Cuando llegaba a España me sentía muy tranquila y contenta», apunta. La forma de vivir en Nueva Jersey es completamente diferente a la de un lugar como Ézaro: «Es un ritmo de vida diferente, en Galicia me podía relajar con la familia y los amigos. Al volver a casa tenía que adaptarme otra vez al estilo de vida americano del go, go, que consiste en hacer todo muy rápido».
Desde niña esperaba con ansia durante todo el año que llegase el verano para regresar a Galicia, «no recuerdo ponerme triste por tener que marcharme de Estados Unidos. Mi mejor amiga es polaca y también se volvía a su país en verano, así que ella no iba a estar. También sabía que mis demás amigos iban a seguir estando ahí cuando volviese al final del verano», indica.
Me encantan las playas de Galicia; en Estados Unidos tienes que pagar por ir a ellas
Veinticuatro años frecuentando el mismo lugar dan para forjar muchas amistades. Antes de la llegada de WhatsApp y de las redes sociales mantener el contacto era más complicado, pero eso nunca supuso ningún problema para ella y sus amigos de Ézaro: «No notábamos que pasase el tiempo. Podía volver sin haber hablado con ninguno de ellos durante diez meses y no pasaba nada. Simplemente nos poníamos a jugar».
Le gusta especialmente poder vivir al lado de la playa y la gran cantidad de festividades que se celebran en verano por la comunidad, un concepto que para los estadounidenses es complicado de entender: «Las fiestas en su día me generaron un choque cultural enorme. En Estados Unidos son muy diferentes a como son en España, lo habitual es que sean en casa o en algún bar o discoteca, pero no tenemos orquestas en la calle. Recuerdo que cuando fui por primera vez a las fiestas de la Xunqueira de Cee y a la fiesta de la playa en Ézaro aluciné».
En Estados Unidos tienen grandes festivales como Coachella, pero ninguno de ellos se acerca al movimiento que generan las orquestas en Galicia. «Soy seguidora de la París de Noia, de la Panorama y del Combo Dominicano. Aunque también disfruto de cualquier orquesta que sea poco conocida. Lo importante para mí es el ambiente», señala.
Aprendió a hablar gallego con sus amigos. Todo empezó porque su amiga Alexia siempre lo utilizaba, así que le generó curiosidad y quiso aprenderlo para hablarlo con ella. Cuando su abuela descubrió su interés por el idioma empezó a hablarle en gallego para que pudiera practicarlo más: «Siempre me dio mucho orgullo poder decir que no solo voy a Galicia en los veranos y me defiendo en castellano bien, sino que también hablo gallego».
Me siento muy orgullosa de poder hablar gallego y más aún de haberlo aprendido por mi cuenta.
Claudia es licenciada en Filología Inglesa y Política. Este año tuvo la oportunidad de quedarse en Galicia por primera vez durante un año trabajando como auxiliar de conversación de inglés en el colegio Valle-Inclán de O Grove. Una experiencia que califica como maravillosa e increíble y que le ha permitido compartir la cultura estadounidense con sus alumnos. «Mis compañeros me decían que hablo gallego con acento de la Costa da Morte. Al principio no sabía qué significaba eso, hasta que me explicaron que tiene que ver con la zona de la que eres», especifica.
Los veranos para Claudia en la comunidad son algo sagrado. No le gusta mucho compartir con sus amigos americanos sus experiencias aquí, porque dice que no todo el mundo puede permitirse salir del país a pasar el verano. Muchos de ellos ni siquiera tenían pasaporte, así que siempre fue muy consciente de la suerte que tiene por poder venir cada año: «Una de mis mejores amigas de la universidad vino conmigo dos veces: el primer verano, estuvo dos semanas y dijo que quería repetir. Al año siguiente volvió y se pasó el verano entero. Le encanta Galicia y estamos planeando volver juntas el verano del 2024. Este no iré, porque acabo de regresar a casa después de pasar el año trabajando en O Grove».
Enamorada de Galicia
Su abuela siguió cocinando comida típica española en EE.UU., así que es muy buena catadora de platos autóctonos como el pulpo, la tortilla y la empanada gallega. Además, Claudia se declara muy aficionada al fútbol español, pero también de los equipos gallegos: «Mi familia es del Dépor, podría decir que es el equipo de mi corazón».
Vive enamorada de la playa do Ézaro: «Para mí lo tiene todo. Es verdad que no es de las más grandes ni mucho menos, pero es muy familiar y limpia». También ocupan un lugar especial en su corazón las playas de Gures y la de Boca do Río en Carnota: «En Estados Unidos tienes que pagar por ir a algunas playas, en Galicia no. Además, no hay punto de comparación entre ellas por su belleza y ambiente».
Después de estar este año viviendo por primera vez aquí durante más de dos meses, le gustaría volver pronto y poder quedarse unos años. «La verdad es que me siento más gallega que estadounidense», afirma. No hay duda de que la tierra, la cultura y la gente de Galicia tienen al corazón de esta joven estadounidense totalmente conquistada.
Su bisabuela Teresa
Foto de Ruth Matilda Anderson
En los años veinte, Galicia y, en especial la Costa da Morte, enamoraron a la fotógrafa neoyorquina Ruth Matilda Anderson, que tomó instantáneas de la vida y costumbres de los gallegos. Cien años después, Claudia puede observar la imagen de su bisabuela de niña tomada por la fotógrafa trabajando en una cocina de leña en la misma casa donde veranea en Ézaro: A Casa do Cuco.