Diana Al Azem, educadora: «Ver cómo tiene la habitación un adolescente te dice cómo está por dentro»

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Diana Al Azem.
Diana Al Azem. ELENA SOL

«Educa a tu hijo para que quiera abandonarte», propone la autora de «AdolescenteZ de la A a la Z», que ayuda a padres y madres a salir del cascarón de la vigilancia intensiva

16 nov 2024 . Actualizado a las 20:20 h.

¿Te desafía? Normal. ¿Quiere perderte vista y le molesta hasta el aire que respiras? Normal. ¿No ordena su habitación? Normal... hasta cierto punto y significativo. No estás solo ante el peligro. Diana Al Azem, educadora y autora de AdolescenteZ de la A a la Z, ayuda a suavizar el trance de abandonar la infancia con un diccionario de dudas y situaciones concretas que ayuda a desentrañar la adolescencia, a comprenderla y a desempantallarla. Incluso a disfrutarla. Poco antes de esta entrevista, Diana hablaba con una madre preocupada porque su hija no sale de su habitación. ¿Quién no es esa madre, y quién no ha sido (o querido ser) ese adolescente encerrado en el castillo inexpugnable de su cuarto?

—El adolescente cuarto propio quiere...

—Es natural. La adolescencia es una etapa de autoconocimiento. Hay niños que empiezan antes y otros después...

—¿Cuánto tiempo dura y cómo capear bien el temporal de la adolescencia?

—Realmente, hasta los 25 no termina, pero lo más difícil suele durar entre tres y cinco años. Normalmente, la etapa más compleja está entre los 14 y los 16. Estos son años claves.

—¿Todos pasamos por ahí, todos tenemos adolescencia o hay quien se libra?

—Todo el mundo debe tenerla en un momento u otro. El adolescente que no tiene comportamientos típicos de adolescente es preocupante. Puede significar que es dependiente o que es un niño que será un adulto sumiso, que va a decir a todo que sí y no va a ser asertivo. Lo suyo es que un adolescente sea rebelde, contestón, que quiera poner sus propias normas...

—¿Es normal que les moleste la sola presencia de su madre o su padre?

—Es que un adolescente tiene que rechazar a sus padres. Si no, no se alejará de ellos. La evolución tiene que ir hacia esa independencia.

—Lo normal es que quieran perdernos de vista.

—Exactamente. Yo siempre les digo a los padres que sería bueno que en el círculo familiar o en el de las amistades haya algún otro adulto de referencia. A veces, ellos no se quieren acercar a los padres por vergüenza o por miedo a enfadarles o decepcionarles.

—Tengo una duda recurrente como madre: ¿cómo es posible que no conteste mis mensajes si se pasa el día en línea?

—Seguramente, estará en línea con sus amigos. Muchas veces, se les olvida. Ven que tienen un mensaje de los padres, pero justo en ese momento están enfrascados en una conversación con amigos y después se les olvida contestar a sus padres. También tiene que ver muchas veces con si estamos bombardeándoles demasiado con mensajes: «¿Dónde estás?, ¿con quién estás?, ¿cómo estás?». Yo siempre digo que poco es mejor. Sobre todo, en padres tendentes a hacer un tercer grado. Para ellos, más de tres preguntas son demasiado. No te van a responder.

—¿No debo enfadarme si ignora mis preguntas o no contesta a mis wasaps?

—No. Aquí actúa un poco el ego, el «oye, que soy tu madre y soy importante, me tienes que responder». Es algo que nos tenemos que trabajar nosotros, para que no nos devore la impaciencia de que nos contesten al momento, se trate de un hijo o de una amiga. Les pedimos paciencia a los hijos, pero los padres no somos pacientes. Lo queremos solucionar todo ya. Los primeros impacientes somos nosotros.

—Quizá es interesante ponerse en el lugar del hijo: ¿qué le digo a mi madre para que no explote cuando tardo una hora en contestar en wasap o diez minutos sobre la hora acordada?

—Claro. No te puedes enfadar porque se retrase diez minutos. A lo mejor se estaba despidiendo de una amiga, y todos queremos que nuestros hijos sean personas educadas. Ellos están formando en la adolescencia su propia comunidad, con la que también tienen que cumplir. Saben que sus padres están ahí, que no van a fallar. Ellos tienen que construir su interrelación con gente de su edad. Es normal que quieran estar el máximo de tiempo con sus amigos.

—¿Educamos a los hijos marcados por cómo lo hicieron nuestros padres?

—Totalmente. La única referencia que tenemos al educar está en nuestros padres. Muchos padres de hoy dicen cosas como: «Mi padre fue muy estricto y mira, gracias a eso, yo soy quien soy y he llegado hasta aquí».

—¿Es una autodefensa mental?

—Sí, claro. Posiblemente, lo esté midiendo por el puesto que tiene o por su situación económica. Vale, económicamente estás bien, ¿y emocionalmente, cómo estás? Cada vez hay más casos de ansiedad y depresión. El puesto laboral que tengas o tu economía no va a darte la felicidad. Nos han enseñado a ser los hijos perfectos. Y hoy queremos demostrar al mundo que también somos los padres perfectos. Al final, lo que estamos haciendo es proyectar nuestras carencias en nuestros hijos. Queremos que sean médicos, notarios, arquitectos, los más educados y los que hablen más idiomas... Estamos encima de ellos porque queremos cubrir una necesidad que tenemos nosotros. Cuando, en realidad, ellos pueden querer trabajar arreglando coches... La felicidad para ellos puede ser trabajar con las manos. Nos estamos volviendo tan automatizados que muchos adolescentes buscan trabajar más de esta manera. Y los padres se llevan las manos a la cabeza: «¿Cómo que no quieres estudiar una carrera?». A los adolescentes de hoy no les solemos dar el tiempo que necesitan para estar en la calle o pensar en lo que les gusta... Con tanta información, y tanto abanico de posibilidades, ellos se pierden.

—¿Confiamos poco en ellos?

—Sí, deberíamos confiar más. ¿Pero sabes qué pasa? Que confiamos poco en nosotros mismos.

—«Educar no es conseguir que tu hijo te haga caso», nos adviertes.

—Muchos padres me dicen: «Mi hijo no hace lo que yo quiero». Es que eso se llama manipulación. En mis programas, enseño a cambiar la mirada sobre la adolescencia, a confiar más en sus posibilidades y, por supuesto, también a poner límites. Pero educar no es manipular ni lograr que tu hijo te obedezca. Por encima de nuestro rol educativo como padres, debe estar el vínculo.

—Otra frase que impacta: «Edúcale para que quiera abandonarte».

—No estamos preparados, pero es así. Tenemos miedos. Debemos confiar en ellos y en los recursos que les hemos enseñado. Pero los padres no nos queremos sentir abandonados, porque nos creemos el ombligo del mundo. Debemos entender que nuestros hijos no han venido al mundo para hacernos felices a nosotros.

—Como madres, podemos ser voraces, manipuladoras y egocéntricas..., revestido de «por tu bien».

—Hay quien se olvida de ser persona cuando empieza a ser madre. Y por eso hay madres que cuando el hijo empieza a volar se sienten abandonadas. El nido vacío. En los países occidentales hay mucho más burn out parental, cansancio de ser madre o padre, que en África, donde se educa en comunidad, se comparte más, los niños tienen otros referentes y eso disminuye nuestra carga y cansancio como padres.

—¿Qué límites debemos poner?

—Hay dos líneas rojas. Una tiene que ver con la seguridad de mis hijos, su seguridad física y mental (uso de pantallas, consumo de tabaco o alcohol). Y, por otro lado, está lo relacionado con el respeto hacia los demás y hacia ellos mismos. En otras cosas puedo ser más flexible, como el hecho de si mantiene su habitación ordenada...

—Pero señalas que su habitación nos dice cómo está su vida...

—Sí. Cómo tiene la habitación es un fiel reflejo de cómo están ellos por dentro. La habitación suele reflejar el batiburrillo de situaciones que viven y de emociones que tienen. Esto no quiere decir que debamos permitirles tener síndrome de Diógenes, ni mucho menos, pero tampoco hay que recordarles todos los días que recojan su habitación. Porque los adolescentes, cuanto más te escuchan, menos te van a oír.

Nuestros hijos no han venido al mundo para hacernos felices”

FOTO: ELENA SOL