María González Romero, mediadora: «El silencio puede ser una poderosa forma de violencia»

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María González Romero, autora del libro sobre comunicación no violenta «Debajo de las palabras»
María González Romero, autora del libro sobre comunicación no violenta «Debajo de las palabras»

«El 'porque lo digo yo' ya no funciona en ningún ámbito», advierte la autora de «Debajo de las palabras». Licenciada en Derecho, e hija del expresidente Felipe González, esta coach ejecutiva especialista en comunicación y formación para empresas te invita a ir cada día al «gimnasio de la atención»

22 oct 2023 . Actualizado a las 16:58 h.

La atención es un músculo como los abdominales, que hay que entrenar a diario, y para hacerlo valen pequeños gestos, advierte en esta entrevista María González Romero (1978), que se formó como mediadora de conflictos y en comunicación no violenta tras ejercer un par de años la abogacía y después de asumir la coordinación durante nueve años del gabinete de Felipe González. Desde el 2017, la hija del expresidente socialista es coach acreditada por la International Coaching Federation. Cuidar es un lenguaje en el que no solo las palabras cuentan, advierte esta colaboradora de la AMEE (Asociación para la Mediación, la Escucha y el Encuentro) que nos invita a conocernos bien para saber comunicarnos y relacionarnos mejor.

¿Eres chacal o jirafa? El chacal, según explica la autora de Debajo de las palabras, representa el lenguaje violento, «ese que juzga, compara, exige, culpabiliza, busca tener la razón y utiliza premios y castigos para conseguir lo que quiere». ¿Y la jirafa? Representa el lenguaje no violento, el que permite conectar con los demás desde la escucha y la conexión. ¿Buenismo? «No, lo que se busca es la eficacia en la comunicación del mensaje», asegura María González.

—¿Qué es, de forma resumida, la comunicación no violenta?

—De manera muy resumida, un modelo desarrollado en los sesenta por Marshall Rosenberg que busca, esencialmente, generar conexión en las relaciones. El objetivo es que podamos comunicarnos y entendernos mejor.

—¿Somos más violentos al comunicarnos de lo que creemos?

—Mucho más, porque hemos normalizado muchas formas de violencia.

—Pon un ejemplo.

—No decir algo que queremos decir porque no encontramos la manera.

—¿Callarse es violento?

—Sí. El silencio es muchas veces una forma de violencia. Para empezar, es una forma de violencia contra ti misma si no te estás permitiendo expresar lo que quieres decir. Y para seguir, es una forma de violencia contra el otro, al que no le estás permitiendo conocer tu opinión, que a él le permite ubicarse y situar la relación. Si te callas lo que quieres decir, no hay confianza. Con el silencio, hay violencia en los dos sentidos. También puede haber violencia en una comparación, cuando le dices a un hijo: «¡Venga, termínate el plato!, mira tu hermano, que se lo come todo».

—Pero en todas las familias se cuecen estas habas, ¿no?

—Sí, claro, las comparaciones entre hermanos. También son violentas y habituales en el día a día las etiquetas, los juicios. Cuando le dices a alguien: «Eres un desastre», eres violento. Lo dices por un comportamiento concreto, por el hecho de que el niño, por ejemplo, deje la toalla tirada en el suelo tras ducharse.

—¿Qué propones para decirlo mejor?

—Algo como: «Cuando sales de la ducha, la toalla la dejas en el suelo. Me preocupa (o me exaspera) que lo hagas. ¿Cómo piensas que podemos conseguir que la dejes colgada?». Lo que buscamos con la comunicación no violenta es que el otro no se cierre a la escucha, que la persona a la que tratamos de llegar se abra. Esto no es una cuestión de buenismo ni de ser muy amable, sino de que la comunicación funcione. Lo que tratamos es siempre de mejorar la eficacia del mensaje.

—Apuntas también en «Debajo de las palabras» que un regalo o un premio pueden ser una forma de violencia.

—Para comprometerte, para sacar algo a cambio o para crear la impresión de que estás en deuda. La cosa es qué quiere obtener uno cuando hace un regalo. Si hay una intención de someter al otro, que es muy típico con los hijos. Eso de «si apruebas todo, te compro esto»; ahí hay una relación de poder. O «si no te lo comes, me enfado», o «si no le das un besito a la abuela, no te quiero». Todo esto es brutal.

—Hay quien regala lo más caro o lo da todo para que le quieran.

—Es una tendencia. Muchas veces, tras eso hay un anhelo profundo de ser querido y un miedo grande a dejar de serlo, y una sobreactuación. Pero pasa que a veces la gente deja de quererte y hay que aceptarlo. Hay mucho desequilibrio en esa relación que marca alguien que te lo da todo, es exageradísimo. Una persona supercomplaciente, que solo ofrece-ofrece-ofrece, que nunca está dispuesta a recibir, le niega al otro el poder dar. Dejarse ayudar es una forma de humildad y de generosidad. Porque ayudar te hacer sentirte útil.

—Todos hablan de la conveniencia de ser asertivos. ¿La asertividad está hoy sobrevalorada?

—La asertividad puede resultar fría, distante, tensa. El bonus que tiene la comunicación no violenta es que, además de ser claro, pones cuidado al mensaje. No solo comunicamos con las palabras. La comunicación también es la mirada, el gesto, el tono de la voz, el ritmo al que hablas... Son tantas cosas las que hablan de tu voluntad de conectar o tu voluntad de imponer que, en función de esos signos, al otro le llega un mensaje u otro. Por más que tus palabras sean amables, si tu mirada y tu tono le dicen que quieres imponer algo, ese mensaje es recibido como una imposición y va a reaccionar en consecuencia. La ironía y el sarcasmo pueden encerrar muchísima violencia.

—¿Cómo buscamos el punto medio entre sincericidio e hipocresía? ¿Cómo ser honestos sin resultar hirientes?

—Hay que ser sincero pero tratando de ser cuidadoso y oportuno. Tú puedes decir lo que necesitas decir, pero no a cualquier precio ni en cualquier momento. Hay que preparar el terreno para que el otro te escuche, que es lo que realmente buscas.

—¿Aún predomina el «ordeno y mando» o hemos evolucionado?

—Venimos de ese modelo de relaciones de poder verticales...

—Y ahí se obedece por miedo.

—Claro, porque no quieres la consecuencia negativa que tiene no obedecer. Cuando hay una relación de poder basada en esa dinámica, las dos opciones que tiene la persona que está debajo es someterse o rebelarse. Y en cualquiera de las opciones hay un gran desgaste.

—Mencionas tres respuestas tipo que damos cuando nos sentimos en riesgo.

—Sí. O huyes, o te quedas congelado (como un animalito en la naturaleza), o atacas de vuelta. Esas respuestas son una señal clara de que alguien se siente en riesgo. Cualquiera de esas respuestas es una señal de que debes darle al botón de pausa, para reconducir la comunicación.

—Un no a tiempo puede ser un remedio. ¿Cómo es ese «no positivo» que nos recomiendas poner en práctica?

—El no positivo viene del que empezó a diseñar las estrategias de negociación win-win, Stephen Covey. A la mayoría nos cuesta decir que no porque nos gusta contribuir con los otros, pero a veces decimos que sí pagando el precio de cosas importantes. El no positivo consiste en decir que no a algo concreto, pero ofreciendo una alternativa. Creo que en el libro está el ejemplo de mi hija. Le propuse que viniera conmigo a pasear al perro y me dijo: «Mamá, voy a hacer manualidades esta tarde, no voy a sacar al perro contigo. Si quieres que pasemos un rato juntas, cuando vuelvas del paseo vemos qué hacemos».

—¿Aún hay mucha comunicación violenta en el ámbito laboral y de la empresa?

—Hay mucha comunicación violenta en el mundo en general. Violento es todo aquello que hace que el de enfrente se cierre, aunque no sea hecho con intención. La empatía parece incompatible con la autoridad, y no es así. Empatía y autoridad son compatibles, pero hemos tenido modelos fuertes que seguimos porque es lo que nos han enseñado y por un concepto equivocado de la lealtad. El porque lo digo yo ahora ya no funciona en ningún ámbito. Estamos viviendo un cambio de paradigma importantísimo.

—Citas entre los modelos que recoge este libro a los filósofos estoicos. ¿Qué referente mediático contemporáneo destacarías?

—Hay muchas empresas que ya están apostando por estas formas de relación que no tienen que ver con el autoritarismo, sino con la colaboración. Simon Sinek. Frederic Laloux, autor de Reinventar las organizaciones, es otro ejemplo; él pone colores a los distintos tipos de organizaciones en función de cómo se relacionan con el poder. Las más primitivas serían las de rojo, y él pone como ejemplo de estas a la mafia. La Iglesia está en ámbar. Las de color naranja son la mayoría de las empresas; entre las verdes estaría Greenpeace (no por ecologista, sino en cuanto a la calidad de las relaciones en la organización) y entre las turquesas se cuentan, por ejemplo, empresas como Favi, que hace accesorios para automóviles. Aquí se busca la autorresponsabilidad y la autogestión en lugares donde nos relacionamos como adultos donde no hace falta que nos digan lo que hay que hacer ni cómo tiene que ser hecho.

—¿Qué pasa con la gente conflictiva, hay que integrarla a toda costa o evitarla?

—Sí, hay que tratar de integrarla hasta cierto punto. Siempre hay un límite. Llegado ese límite, lo que cuida de la relación es poner distancia y aquí paz y después gloria. Hay gente que cree que siente que no hay que reconocer nada, y luego hay muchas dificultades para entender formas de reconocimiento que no sean una palmada explícita en la espalda. También hay reconocimiento, por ejemplo, en el encargo de una tarea difícil. Hay una confianza implícita en ello, como en delegar una tarea. Esto valida tu criterio, es otra forma de reconocimiento.

—¿Las «soft skills» o habilidades blandas son la clave, como dicen hoy los expertos en búsqueda de empleo?

—Sí. Y ahí lo primero es mirarte, saber cuáles son tus fortalezas y tus debilidades. Las habilidades blandas son las que, precisamente, tienen que ver con cómo nos relacionamos con las otras personas. Cuanto más las cultivas y mejor te relacionas, mejor trabajas en equipo. Es habitual que a personas que hacen muy bien un trabajo las ascienden para liderar un equipo, y quizá de personal no sepan nada. Puedes saber hacer muy bien un trabajo, pero no saber ejercer un rol de liderazgo. Seguro que habrás oído decir más de una vez: «Lo más difícil de mi trabajo es el trato con las personas». Escuchar al otro, prestarle atención, funciona siempre. Si no prestas atención a alguien, le estás diciendo: «No eres mi prioridad». La atención es un músculo, como los abdominales.

—¿Cómo entrenas tú esa capacidad de atención?

—Se entrena de muchas formas. El mindfulness y la meditación son técnicas que ayudan mucho, hay mil ejercicios. Cuando te duches, presta atención a la temperatura del agua, al jabón... a toda la experiencia. Cada vez que se te vaya la cabeza al mail que tienes que mandar, vuelve a olor del jabón y a la temperatura del agua. Todos los días debes buscar ese momento de practicar en el «gimnasio de la atención». Sirve el momento de la ducha.