Ella había dejado de ser Marisol. De la mano del bailarín Antonio Gades se liberó completamente de la imagen de niña buena. Compartieron amor, comunismo e hijas, una relación bendecida por el propio Fidel Castro
29 ago 2023 . Actualizado a las 09:36 h.En un ejemplo más del paternalismo con el que se trata a las mujeres, parece que estas no cambian de vida, criterio o ideología por voluntad propia. Lo hacen, al parecer, arrastradas por sus parejas masculinas porque ellos son los que las iluminan y guían, pobrecitas. En la España de finales de los 70, aquella parecía ser la única explicación por la que un icono del colorín infantil de los 60, aquella niña rubia y pizpireta llamada Marisol, decidía romper con su edulcorada carrera, llamarse Pepa Flores y levantar el puño cantando la Internacional. La culpa sería de Antonio Gades, icono de la danza flamenca, uno de los bailarines con mejor estampa que ha parido este país, capaz de bajar las Ramblas taconeando al amanecer y comerse la pantalla (en Los Tarantos, maravilla de debut cinematográfico).
Hoy podemos presuponer que la voluntad de Pepa Flores (Málaga, 1948) era más que férrea, cuando han pasado más de cuatro décadas desde que decidió retirarse y ha conseguido seguir así, anónima, sin que la tentase ni el Goya de honor que le otorgó la Academia del Cine hace unos años. Tal vez alguien esperaba que se levantase el telón y surgiese de nuevo aquella estrella inolvidable. Pero fueron las tres hijas que tuvo con Gades quienes recibieron, emocionadísimas, aquel premio. Solo podíamos imaginar a Pepa viendo la televisión en su casa de Málaga, con la vida que siempre había soñado, contaron María, Tamara y Celia.
LAS DOS BODAS DE MARISOL
Eran tres las bodas de la película, pero las de Pepa Flores fueron dos. Y no podían haber sido más diferentes. La primera, con Carlos Goyanes, el hijo del productor que la había descubierto. Tenía 21 años, lucía un curioso pañuelo sobre su voluminoso moño postizo, y miles de personas rodearon la iglesia de San Agustín donde se celebró la boda. Había convivido con Carlos, como con el resto de la familia Goyanes, desde que se convirtió en una estrella con Un rayo de luz.
Contaría mucho después que aquella vida de niña fue peor que una jaula de oro. Fueron abusos, un chalé del Viso donde llevaban a niñas para que hombres del régimen las vieran desnudas, rodajes interminables, una vida separada de su familia, mientras se convertía en una fuente de ingresos para todos. Incluido su marido, porque aquella recién casada seguía siendo Marisol. Poco duró aquel matrimonio, en el que muchos sospecharon siempre que había más conveniencia que otra cosa, y con él se rompía definitivamente la imagen de niña prodigio dulce y alegre. Quería hacer películas más adultas, quería cantar otras canciones. Quería ser Pepa y dejar de ser Marisol. Y entonces llegó Gades.
OBREROS DE LA CULTURA
Antonio Gades (Elda, 1936) compartía orígenes humildes con Pepa. Había trabajado desde los 11 años haciendo de todo y llegó a la danza por hambre, contaba. Así empezó a ganarse el pan, hasta que la compañía de Pilar López le cambió la vida: comenzaron las giras por el extranjero, y cuando decidió volar en solitario bailó en Italia, en Francia y en España. Mientras Marisol hacía soñar a las niñas de todo el país, despegaba la carrera de un bailarín y coreógrafo que soñaba con su propia compañía. Le acompañaba, además, su fama de seductor. Se había casado (brevemente) con Marujita Díaz. Vivía con su segunda mujer, la bailarina Pilar Sanclemente, y sus dos hijos.
Pepa y él se conocieron en la pizzería que Gades tenía en Madrid. Así comenzó una relación que revolucionó la España de los primeros años 70. Se fueron a vivir a Altea, comenzaron las declaraciones de una Pepa defendiendo aquel amor libre y sin papeles, que traería tres hijas, el compromiso político con el Partido Comunista y el Partido Comunista de los Pueblos de España. Pepa decía que era una obrera de la cultura. «Me fusilarán antes de traicionar a mi clase», afirmaba.
Gades subrayó que su posición política era clara. «Nacido de padre republicano, habiendo recibido una educación republicana, he luchado, lucho por las ideas socialistas», dijo. Los dos viajaron a Cuba varias veces, y en el año 82 se casaron en una ceremonia civil con la bendición del propio Fidel Castro y de la bailarina Alicia Alonso, icono mundial de la danza clásica, musa del castrismo y madre de la escuela cubana de ballet que tantas estrellas ha dado a compañías de todo el mundo.
Él tenía ya su propia compañía, había estrenado Bodas de Sangre (que este año cumple medio siglo), pero en protesta por los últimos fusilamientos de la dictadura, decidió dejar el baile. Pepa rodó a las órdenes de Juan Antonio Bardem, y con Jean Seberg, La corrupción de Chris Miller, y con Mel Ferrer compartió protagonismo en La chica del molino rojo. Esta fue la última vez que hizo un musical.
Y entonces llegó Los días del pasado, un drama dirigido por Mario Camus en el que Pepa y Antonio interpretan a una maestra y un guerrillero del maquis. Son dos de sus mejores papeles, y ella se llevó el premio a la mejor actriz en el festival de Karlovy Vary. Después, solo rodó tres películas más. En dos de ellas tan solo la escuchamos cantar, maravillosamente: puso voz a una nana en Bodas de sangre, la primera de las tres colaboraciones musicales de Carlos Saura con Gades, y en Carmen, la segunda, acompañada a la guitarra por Paco de Lucía.
Pero la relación ya se había roto. Gades dirigía el recién creado Ballet Nacional Español, estaba de gira y llegó entonces la noticia de que tenía otra pareja. Se trataba de la suiza Daniela Frey. «Yo dejé a Carlos Goyanes, y ahora Antonio Gades me ha dejado a mí», fue todo lo que dijo al respecto Pepa Flores. Su carrera se estaba acabando: su Proceso a Mariana Pineda, una miniserie de TVE, no convenció a la crítica. Su disco Galería de perpetuas, canto a la igualdad, tampoco. Aquella España de los primeros años ochenta no parece aceptar que quiera hacer cine serio, música seria, que no sea solo Marisol.
En 1985 rodó Caso cerrado y se retiró. Solo tenía 37 años. Desde entonces, se centró en sus hijas, sus nietos, en la vida tranquila y anónima de Málaga, unida a Massimo Stecchini desde hace treinta años. Gades, mientras, echó el freno. Volvió a navegar, una de sus pasiones, y a Cuba. Perdió a dos mujeres fundamentales en su vida: a Pepa (a pesar de estar casado ya con otra) y a su compañera de baile Cristina Hoyos, y disolvió su compañía. Volvería a ponerla en marcha en los noventa, montó Fuenteovejuna, su última gran obra, pero el cuerpo ya no le deja bailar. Antonio aún se casará una última vez antes de morir en Madrid en el 2004. Sus cenizas descansan en Sierra Maestra, en Cuba, como no podía ser de otra manera.