Luis Tosar: «En Madrid les hablo gallego a mis hijos»

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MARCOS MÍGUEZ

Con tres goyas a sus espaldas, el actor de Cospeito estrena película, pero aprovecha también para hablar de su papel como padre y del «encaje de bolillos» que hace con su pareja para conciliar. También se moja con el tema Rubiales: «Es totalmente impresentable»

15 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Sereno y relajado. Así es como se presenta Luis Tosar en una jornada maratoniana de promoción de Todos los nombres de Dios, de Daniel Calparsoro, que se estrenó ayer. En plena vorágine y como buen gallego, se lo toma con tranquilidad. Sin prisas. Pasiño a pasiño faise o camiño. Y nosotros encantados de que así sea.

—En la película se trata el terrorismo yihadista en España, entiendo que hay también un trasfondo religioso.

—Es un elemento innegable y el titular hace un poco referencia a eso, en el nombre de Dios se hacen muchas cosas que, a veces, son aberrantes. Pero más allá de eso, la película navega por otros lugares e intenta abrir el punto de vista hacia los muchos caminos de terror que abre un punto de partida, que es un atentado, y cómo afecta a un montón de gente. Algunos teniendo algo que ver, mínimamente, y otros de manera totalmente indirecta.

—¿No ha sido casualidad elegir Madrid para un atentado yihadista?

—Para la tensión que quieren adquirir los terroristas en cuanto deciden que el atentado sea un espectáculo viral, Madrid ofrece el entorno más adecuado. Y haber rodado en la Gran Vía le da un empaque y una visibilidad.

—Interpretas el papel de un taxista que está en el lugar equivocado.

—Sí, pero una vez que ya pasaron los acontecimientos, está en el lugar en el que le toca estar. Este hombre, que es taxista y que tiene una vida más o menos normal, está afligido por una tristeza familiar y no está pasando el mejor momento de su vida. De repente, sucede este atentado y hace que se vea envuelto en una situación impredecible. Pero, curiosamente para él, se abre una especie de luz de esperanza. Son estas paradojas que se producen en la vida, que hacen que un suceso terrible signifique un punto de partida para alguien.

—¿Cómo seleccionas los papeles?, ¿te cuesta decir que no?

—No, por suerte no digo a todo que sí. De momento me ofrecen bastantes cosas y tengo la suerte de poder elegir. Pero, normalmente, elijo los papeles por una cuestión intuitiva. Si hay algo que me emociona o que me transforma. Luego, valoras otras cosas, si es demasiado parecido a algo que acabo de hacer y no me apetece repetir tan pronto... Entran varios factores. Y también, la disponibilidad, algunas veces hay que decir que no porque no se puede.

—¿Qué ha supuesto para ti el personaje de Malamadre [«Celda 211»]?

—Supuso pasar de hacer películas de más o menos reconocimiento, pero que no llegaban a un gran público, a de repente interpretar a un personaje que tuvo una popularidad brutal. Fue uno de los mayores éxitos comerciales en este país. Y eso cambia el estado en el que te encuentras en la industria. Pero luego, todo se volvió a normalizar un poco.

—¿Eres de los que piensan que el éxito hay que perseguirlo o te sientes un afortunado?

—Creo que hay que estar y ver si la suerte te acompaña. Pero eso pasa si estás haciendo algo. Y tienes que ser muy perseverante porque es un oficio que puede ser muy decepcionante. Puedes pasarte tiempo sin que nada especialmente bueno ocurra. Y, sobre todo, tienes que tener mucho amor por la profesión. Si ese amor de base no existe, difícilmente vas a tener un motor que te haga seguir en esto. Porque esta situación de privilegio en la que yo vivo desde hace años no es tan habitual. Esa es la verdad. Y es difícil que uno tenga acceso a ciertos personajes si no está en esa órbita y, a veces, colocarse en la órbita pues es un golpe de suerte también.

—¿Alguna vez pensaste en tirar la toalla?

—La verdad es que no. Cuando yo empezaba tampoco le hacía ascos a nada. Me gustaba trabajar de actor. Siempre me ha gustado interpretar y no era especialmente escrupuloso. Tampoco tenía una meta preconcebida ni demasiado clara. Y eso también me ayudó a moverme en esta industria. Las cosas que iban llegando me parecía que estaban bien y que llegaban en el momento en el que tenían que ser. No tenía un objetivo claro para no tener ningún tipo de frustración.

—Si no fueras actor, ¿qué hubieses sido?

—Pues no tengo ni idea. Cualquier cosa. Cuando uno se hace actor es porque quiere vivir muchas vidas que ninguna tiene que ver con la tuya y probar cosas muy diferentes. Y la verdad es que a día de hoy no tengo ni idea de por dónde podría haber tirado.

—Vives en Madrid, pero sigues manteniendo el acento gallego...

—[Se ríe]. Yo a mis hijos les hablo en gallego. Sé que no lo van a hablar porque se están criando en Madrid, pero intento que tengan el idioma presente para que cuando hablen con sus abuelos los entiendan. Y, a veces, les cuesta. Pero, por lo menos, que la sonoridad y el vocabulario lo tengan en algún lugar de su memoria. Entonces, ese ejercicio diario me hace conectar con la lengua, permanentemente.

—¿Sigues echando de menos Galicia?

—No voy tan a menudo como me gustaría. Pero viviendo aquí, con niños en el colegio, todo se complica bastante. Aunque ya no lo echo tanto de menos como antes. Antes lo echaba muchísimo de menos. También viví hasta los 43 años ahí, permanentemente. Con muchas idas y venidas y muchas estancias fuera, pero no me fui tan pronto de Galicia como para vivir en una morriña constante. Y cuando voy lo disfruto, con lo cual... Pero voy bastante, de todos modos.

—¿Te sientes abrumado por la gente cuando vienes o te dejamos a tu aire?

—Depende de donde esté. Si voy a sitios donde no estoy habituado a ir, la novedad hace que se pueda convertir en algo un poco más intenso. Pero, en general, no. También creo que tengo un tipo de popularidad de baja intensidad. A veces, me dicen: «Tú eres, tú eres, tú eres...» y no te ubican tanto. Hay sitios en los que a la gente les suena que soy actor, pero no me tienen tan presente. No es nada agobiante.

—Con dos hijos te habrás dado cuenta de que uno más uno no son dos. ¿Cómo concilias?

—[Se ríe] Como somos dos, Luisa [Mayol] y yo, y los dos actores, hacemos encaje de bolillos. Sobre todo, ahora que empezó el cole, pero ahí estamos. Además ahora me coincide en promoción, y tengo dos días salvajes que no puedo hacer ningún transporte al colegio, pero hacemos como podemos. En algunos casos nos sale más o menos bien y en otros es, directamente, inviable. Y hay que decidir o uno u otro.

—¿Cómo viven los niños que sus padres sean actores conocidos?

—Los actores al final no dejamos de ser niños grandes. Seguramente nos reconocemos nosotros más en ellos, que ellos en nosotros.

—¿Qué opinas del caso Rubiales y de la posición de algunos hombres al respecto?

—Eché de menos alguna contestación un poco más contundente del fútbol masculino. Entiendo que hay muchos intereses, pero lo de Rubiales es totalmente impresentable. Es una cosa inexcusable desde el minuto uno. Jamás se le hubiera ocurrido hacer eso con un jugador de la selección masculina. Jamás. Entonces, nunca entendí por qué había la más mínima duda. Lo que pasa es que es un mundo muy masculinizado. Incluso te diría que el mundo informativo del fútbol también está muy masculinizado y eso tendría que empezar a removerse seriamente.

—¿No crees que los hombres deben dar un paso al frente?

—Habría que agarrar el testigo a pachas y tirar todos hacia adelante. Porque si no hay un posicionamiento claro por parte de los hombres en temas de igualdad, va a ser muy difícil cambiar el curso de las cosas. Se cambian de todos modos, pero podríamos ir muchísimo más rápido. Por eso eché de menos alguna declaración mucho más contundente. ¡Qué cojones! Es un trato totalmente desigual. Las cosas son muy diferentes entre el deporte masculino y el deporte femenino. Es así. Ya está. Y hay que tenerlo claro.