Pablo Simón, politólogo: «La mejor jugada política reciente la ha hecho Pedro Sánchez»

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MARISCAL

«Los candidatos del PP de Galicia son más consensuales que los de otras partes de España», afirma este politólogo, que es partidario de que los expresidentes hablen, pero por encima de la refriega partidista

06 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Nunca ha pensado en dar el salto a la política, dice que no reúne las virtudes necesarias para ser un buen político, aunque siente empatía por ellos. «Es muy complicado, y ya no te digo a nivel local, la mitad del pueblo te va a hablar, la otra nunca más. Cuando uno tiene que gestionar lo público, es importante tener algunos principios claros: ser flexible, tener don de gentes, manejar equipos, ser empático, muchas veces compasivo, y yo creo que esto no se me daría demasiado bien», señala Pablo Simón, que acaba de publicar Entender la política, donde nos ayuda a desentrañar temas abstractos y fundamentos teóricos con ejemplos prácticos fácilmente comprensibles.

 —¿Los políticos buscan alejarnos de la política a los ciudadanos?

—Muchas veces las cosas que hacen nos alejan de la política, que no es lo mismo. Y depende de cómo uno conciba la política, porque política es todo, no solo lo institucional, ni los partidos, pero muchas veces prefieren dedicarse al día a día de la gestión, de sus pugnas internas, y se preocupan poco por hacer pedagogía y acercar la política institucional a la gente. Y esto es importante.

—Dices que el 90 % de los ciudadanos, según el Eurobarómetro, no confían en los partidos políticos.

—Esto pasa mucho en las democracias que ya no son tan jóvenes, como la nuestra, y es lo que llamamos el síndrome de la desafección política. Los ciudadanos, a grandes rasgos, apoyan al sistema democrático. Si haces una encuesta, más del 85% están de acuerdo en que es el mejor sistema de gobierno. Sin embargo, al mismo tiempo, desconfían de los partidos, de los parlamentos, de su propia capacidad para influir en la política. Durante la crisis del 2008 y, sobre todo, tras la emergencia de los nuevos partidos, el interés de los españoles por la política subió mucho. Pero desde la pandemia la gente se está alejando. Ahora mismo estamos a los niveles del 2012, la gente no discute nada con amigos y con familiares de política, y esto es muy problemático, porque los ciudadanos desconectados son más vulnerables a la manipulación.

 —¿Es bueno mezclar cañas y política?

—Que la gente converse, intercambie ideas, que tenga una aproximación a la política sana, y hable de política como habla de fútbol o de relaciones de pareja es sano y positivo. Entendiendo también que la política no es solo lo institucional, que cuando hablamos de la educación de nuestros hijos, del sistema de salud, de las carreteras... también lo es.

 —¿Qué asignatura tienen pendiente los políticos hoy en día?

—Sería muy presuntuoso por mi parte ponerles deberes, pero hay dos cosas que serían deseables: una noción más pluralista de la sociedad, comprender que la gente puede tener diferentes puntos de vista y que quien piensa distinto a ti no es tonto o malvado, solo piensa diferente, y por lo tanto, presumirle un cierto respeto; y también que se esfuercen por no olvidar que junto a tener pasión por tus ideales, hay que ser responsable de las acciones que uno hace, sobre todo, recuperando la mesura, que se echa un poco de menos.

 —¿Cuál es el nivel de nuestros parlamentarios?

—Es complicado, porque han cambiado tanto las cosas... Piensa que las fórmulas de comunicación modernas hacen que lo que se haga o se diga en un Parlamento tenga un impacto muy reducido en la opinión pública. El diputado cuando sube a la tribuna busca el corte viralizable para luego subirlo a las redes sociales, y esto ha hecho que se cambie radicalmente la manera de comunicar. Los discursos están menos articulados, buscan el efectismo, y se va implantando poco a poco esta cultura del zasca, de darle el golpe al rival. Esto no está ocurriendo solo en España.

—¿Te atreves a decirme quién es el mejor orador del Congreso actual?

—Uf, qué difícil. Desde Emilio Castelar la cosa se ha movido mucho...

 —Hablas de la reina Leonor, la presidenta del Gobierno, un Gobierno de coalición... ¿Un futuro cercano? ¿Una mayor presencia de mujeres?

—Sí, pero ya está ocurriendo. La llegada de la mujer a todas las esferas de la vida política y pública ha sido un proceso imparable desde la llegada de la democracia, y probablemente el único déficit que nos queda por cubrir es tener una presidenta del Gobierno, porque autonómicas ya hemos tenido, y pronto habrá candidatas de los partidos que tienen opciones de gobierno, del PP y del PSOE. Yo creo que esto caerá de manera natural, igual que la Jefatura de Estado. El día 31, la princesa Leonor jurará en las Cortes la Constitución, lo que nos indica que la normalización de la mujer en la esfera pública viene cada vez más fuerte, y esto es lo normal.

 —¿En qué crees que se equivocan?

—En general, en nuestro país se tiende a gastar muchísima energía en debates muy cortos, muy fungibles, es muy complicado sacar un tema de profundidad y de calado, y mantenerlo durante un tiempo. La gente está muy preocupada por el coste de la vida, por el empleo, por la educación... Merecería la pena ser capaz de tener un poco de espacio para debates de más largo recorrido, y esto nunca ocurre. Los políticos se han acostumbrado a un intercambio de declaraciones continuo, como si estuviéramos en 13, Rue del Percebe.

 —¿Es normal equivocarse tanto en todas las votaciones?

—Como se equivocaban mucho, ya implantaron en el Congreso un sistema de doble validación. Les ponen «vas a votar sí», y además «¿estás seguro de que quieres votar sí?». Ahí no hay demasiadas dudas. Yo a veces no puedo evitar empatizar con el diputado que mete la pata, están nerviosos, están diciendo: «¿Qué tengo que decir: sí o no?», como los llaman por su nombre, se piensan que están pasando lista, y dicen sí, pero querían decir no, y es una situación un poco ridícula. Pero esto nos demuestra que no vienen de Marte, sino que se equivocan, son torpes como nosotros.

 —¿Quién ha hecho la mejor jugada política de la historia reciente?

—Yo diría que el adelanto electoral de Pedro Sánchez le ha salido muy bien, porque le ha salvado. Lo tenía todo en contra, todo era improbable. Es una jugada muy hábil. Otro ejemplo, cuando Mariano Rajoy tomó la decisión de no intentar formar Gobierno, porque no tiene los números. Él supo jugar muy bien con el tiempo, esperó a que otros se equivocaran, y después, en la repetición electoral, mejoró sus resultados.

 —¿Qué papel deberían jugar los expresidentes: estar callados o hablar?

—Por supuesto, tienen que jugar un papel, y tienen todo el derecho del mundo a hablar y decir lo que consideren, y hacerlo desde las coordenadas de lealtad con su partido o no, si así lo quieren. Hemos visto a Felipe González criticar la posición del Gobierno actual, e igual ya no nos acordamos, pero José María Aznar tenía una relación complicada con Rajoy. Creo que los expresidentes deberían acercarse al debate público, pero intentando situarse por encima de la refriega partidista, en una posición en la que intenten representar la voz de la experiencia, también del conjunto de los españoles, desde posiciones que llamen a la templanza, al sosiego.

 —¿No echar más leña al fuego?

—Exacto, contribuir, como figuras que están ligadas a la memoria histórica y pública, a llegar a grandes consensos. Sería lo deseable y lo que debería ocurrir en una democracia madura.

 —Hay frases que a base de repetirse parece que son más ciertas: «el Senado no sirve para nada», «la ley d'Hondt perjudica a los partidos pequeños»...

—Hay que desmontar esas cosas. El Senado a lo mejor no sirve para lo que creemos que debería servir, quizás querríamos reformarlo, y tenemos que discutirlo. La ley d´Hondt no es una ley, es una fórmula, pero lo que realmente afecta es el tamaño de la provincia. Cuanto más pequeña sea, más perjudicados están los partidos minoritarios, sobre todo si no tienen bien concentrados los votos. Lo que hay que intentar es coger muchas de esas frases, que corren en el imaginario popular, y reenfocarlas para que se vea la pistola humeante. En la habitación tenemos un cadáver y lo que debemos averiguar es de dónde ha salido la bala. De eso va el libro, de intentar ver cuál es la realidad de esas frases. 

—También desmontas eso de que «con la edad te vuelves más de derechas».

—Eso es mentira, con la edad nos volvemos más cabezotas, más tercos, pero las ideas que nosotros tengamos dependen de los eventos impresionables y de las cosas que nos ocurren entre los 14 y los 28 años. De cuando nos hayamos socializado, de cómo sea nuestro entorno, qué vivencias sociales y políticas hayamos tenido. Eso es lo que condicionará que vayamos en una dirección o en otra, pero no es verdad que con la edad nos volvamos más de derechas. Nos volvemos más reacios al cambio; es comprensible porque la biología no acompaña.

 —En Galicia tenemos una cuota muy alta de candidatos a la presidencia del Gobierno. ¿Qué valoración haces?

—Exportáis mucha política, porque no olvidemos, Galicia ha sido un bastión clásico de la derecha española, tanto Feijoo como Rajoy son «productos» del PP gallego. Pero además ocurre una cosa curiosa: la derecha gallega en algunos temas es diferente a la madrileña. Yo tengo la impresión de que los partidos son como las especies animales, tienen que hacer darwinismo político, adaptarse bien al terreno. Si el PP en Galicia es hegemónico, al menos lo ha sido durante la mayor parte del tiempo, tiene que ver con que ha adaptado ciertos componentes como, por ejemplo, hablar gallego, y esto hace que sea diferente del PP madrileño, al que la noción plurilingüística le queda muy lejos. Los candidatos de Galicia pueden ser más consensuales para la derecha de otros lugares de España —que tienen estas realidades múltiples— que el PP de Madrid, que solo ha tenido el caso de Casado, y ya hemos visto que no ha funcionado demasiado bien.

 —¿Te atreves a decirme el mayor defecto de Feijoo, de Sánchez y de Díaz?

—No me atrevo, pero sí creo que hay una cosa fundamental que tienen muchos de nuestros políticos. Cuando hablamos de las propiedades que debe tener un buen político —«pasión, responsabilidad y mesura»— que decía Max Weber, si no se combinan bien estos atributos, podemos terminar con gente a la que le da igual una cosa que otra, que solo se aferra al poder, que no tiene un verdadero proyecto de país, y eso es pura vanidad; o gente que es apasionada de sus ideas, pero no se hace responsable de los actos que emprende desde el poder, y esto te vuelve un fanático. En política tenemos que huir de los vanidosos y de los fanáticos, porque son los que terminan contaminando la gestión de lo público.

 —¿Habrá Gobierno antes de Navidad?

—Si me dices cómo de probable o improbable es, yo creo que es más probable. Nos tenemos que fijar más en lo que hacen que en lo que dicen. Yo creo que en el 2019 la izquierda se llevaba muy mal entre ella, y no le daba miedo repetir las elecciones, ahora se llevan mejor PSOE-Sumar de lo que se llevaban PSOE y Podemos, y saben que es arriesgado repetir, porque PP-Vox podrían gobernar. Pero a los partidos nacionalistas-independentistas les ocurre algo similar: si hubiera repetición, ellos ya no sacarían nada en esta legislatura, perderían todo poder de negociación, e incluso los propios independentistas tendrían un coste muy alto, no solo que les puedan culpar y saquen malos resultados, sino que no podrían conseguir la amnistía o concesiones concretas para su parroquia. Es un coste tan alto el de la repetición, que yo creo que va a haber muchas presiones y mucho vértigo, porque en España nos encanta la emoción hasta el último momento.