Gloria, 53 años, sacó una oposición y cambió en un mes de ciudad y de trabajo: «No entiendo a la gente que al cumplir 50 piensa que ya está todo hecho»
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MEDIO SIGLO, VIDA NUEVA. «Cada día aprendes algo», piensa Gloria, que tras cumplir 50 sacó una oposición y supera en viajes su edad. Juan Cabrillana, de 54 años, dejó el trabajo de siempre y fundó un sueño de empresa, Viajes de la Edad Tardía, y Maribel, a los 57, es una abuela emprendedora que recupera el legado de las abuelas en Vigo
01 nov 2023 . Actualizado a las 17:21 h.La vida se cuenta en años, pero la edad, para algunos, no es definitiva. ¿Se puede volver a empezar de cero a los 50? «Claro, es posible volver a empezar cada día», afirma Gloria Rodríguez, historiadora del arte de A Coruña que aprovechó el confinamiento en la pandemia del covid para preparar la oposición de bibliotecaria. Aprobó y debió mudarse de ciudad por el trabajo. Y hoy es la orgullosa y feliz bibliotecaria de San Cibrao das Viñas, que en verano tuvo su colaboración en RNE, en No es un día cualquiera, donde hablaba de los servicios que ofrece una biblioteca pública a los niños o a las personas discapacitadas y, entre otras curiosidades, de desastres bibliotecarios como inundaciones e incendios.
«Yo era profesora en una academia y, con vistas a tener algo más estable, me puse a preparar oposiciones. Conseguí la plaza en San Cibrao», cuenta esta lectora voraz y viajera que apenas para un fin de semana en casa.
Gloria volvió a empezar cumplidos los 50 en una profesión y en un lugar nuevos, se dio un mes para esa mudanza. Cambió alumnos por lectores, A Coruña por Ourense y es en esta ciudad donde ha debutado, por primera vez en toda su vida, en la experiencia de vivir sola, que, admite, tiene sus peros.
«Hasta ahora no había vivido sola en mi vida», dice. Cuando dejó, mayor de edad, la casa de sus padres, lo hizo para irse a estudiar a Santiago, donde compartió siempre piso con amigas. Tras acabar su carrera, Historia del Arte, ya se casó. Se despidió de la facultad en junio y en agosto estaba casada. Tras unos años, nació su hija, Marina, que hace un máster en Lovaina (Bélgica). «¡Me has abandonado!», cuenta que le dijo su hija cuando se mudó a Ourense tras ganar la plaza. «Le dije: ‘No, no te he abandonado, me fui a trabajar’». Gloria tenía 51 y su hija treinta menos, y antes del giro vivían juntas en A Coruña.
Aunque lo cuenta con humor, Gloria dice que empezar a vivir sola le pasó factura. Lo notó en la cesta de la compra y en el silencio en casa. «Respecto a vivir con mi hija, a vivir sola no le veo ningún pro. Ella y yo nos llevamos bien. El único inconveniente que tenía vivir con ella era que, cuando salía, al llegar de madrugada me despertaba. En Ourense, no me despierta nadie», cuenta.
Normalmente, Gloria trabaja en horario de mañana y tarde, y siempre sale a correr una hora tras acabar su jornada. «A veces son las once y aún estoy haciendo cosas... No tengo mucho tiempo, pero echo de menos la vida social que tenía en A Coruña», admite.
El contacto con los demás le da energía. Es de ir a meetups y reunirse con gente para hablar un idioma. Aprendiendo una lengua se hacen amigos. Antes de mudarse de provincia, iba los martes a uno de italiano y los jueves a otro de alemán. Los echa de menos.
«Leo, paseo, nado... Y a veces voy a la piscina municipal», resume Gloria sus tardes de verano en Ourense, en las que solía ir al embalse de Castrelo de Miño con un libro. El verano es la estación de las visitas. En otoño cambian su horario y su agenda: las tardes son para trabajar y menguan las visitas de amigas. Pero Gloria no deja de moverse. El sofá y la mantita no son para ella. «Mi cuñado siempre decía que el sofá es el peor invento. Te echas en él y entras en bucle, y no puedes salir», sonríe.
Levantarse a las 3.00 para coger un vuelo no la estresa ni le da pereza. Cuando la entrevisto, acaba de volver de Croacia, adonde fue con su novio, italiano, y tiene previsto pasar un fin de semana en Madrid y otro en Lovaina. «Si pudiera pedir un deseo, sería la teletransportación, poder teletransportarme sin tener que facturar y ahorrándome las esperas», dice.
Viajar es una de las grandes pasiones de esta bibliotecaria que habla italiano, inglés y alemán, y empezó francés. «Me gustan todos los tipos de viajes. Soy feliz en ese que haces para descansar, pero para mí, realmente, lo más interesante de un viaje es conocer otras cosas, otros mundos, ver arte, ver gente, probar comidas...», comenta Gloria. Ahora, con su hija, hace viajes largos, de esos que empapan. «El primero de ese tipo que hicimos juntas fue uno a Tailandia y a Vietnam. ¡Nos pasó de todo, pero nos reímos muchísimo! Lo recuerdo como uno de los mejores de mi vida». En ese viaje descubrieron «la Venecia asiática», quedaron fascinadas con los templos y los mercadillos nocturnos. Después llegaron a China y Filipinas, y el flechazo con Shanghái y Hong Kong... Su lista de países visitados supera ya los 50. Y quiere seguir sumando.
¿Receta para vivir a tope? Motivación y disciplina. «Soy bastante voluntariosa. Creo que con ganas y disciplina en la vida todo se puede conseguir. No entiendo a esa gente que dice: ‘Eso no es para mí, yo no soy capaz’. ¿Por qué no? Yo estudié las oposiciones [siguiendo un plan de estudio de ocho horas diarias] y me quedó tiempo para otras muchas cosas: iba al meetup de italiano, y al de alemán dejé de ir porque se disolvió, hacía deporte todos los días... Es organizarte, no puedes levantarte a las 11.00... Yo a las 7.00 o 7.30 estoy despierta», cuenta.
CUALIDAD ESTRELLA
La felicidad, según Gloria, está sobre todo en la cabeza. Pero llega hasta los pies: «Correr es un deporte que no había hecho hasta hace diez años. Empecé con más de 40, porque no le veía la gracia... Y después es el deporte que más agradeces, aunque no sea el más divertido de todos». Una hora al día de running es suficiente para ella, que acaba de apuntarse a una escuela de pádel, para retomarlo tras ocho años sin pasarse por la cancha. La equitación también es un deporte que va con ella, aunque en este momento se ha bajado.
Conserva la pandilla de amigas del instituto («las de Eusebio da Guarda son mis amigas-amigas»), con las del colegio retomó el contacto («quedamos para comer en alguna ocasión») y las relaciones sociales son vitales para ella. «Hay gente que dice que disfruta estando sola; yo no. A mí me gusta la gente. De hecho, es lo que más me gusta de estar trabajando en San Cibrao». Algunas de las lectoras le llevan bizcochos. A menudo hacen terapia de grupo y comparten novelas (como Historias de mujeres casadas, de Cristina Campos). «No me puedo imaginar la vida sin gente, sin amigos, sería una pena», dice Gloria. Sin amor, tampoco. «El amor de pareja y el placer son importantísimos a cualquier edad. Me encanta ver a la gente mayor enamorada, a esas parejas mayores que tienen complicidad. La pasión es fundamental también a los 50», no duda. A la hora de escoger pareja, quizá la prioridad cambia («ahora, valoras que sea buena persona, que te entienda, compartir aficiones»).
Una de las cualidades de Gloria, y de las que más valora, es la capacidad de adaptarse. «Hay que ver lo positivo de cada situación. Yo no contaba con venirme a los 53 a un pueblo de Ourense. Nada es como prevés en un principio, la vida te tiene preparadas otras cosas... Pero hay que tratar de adaptarse y ver lo bueno. Quizá si me hubiera quedado en A Coruña, estaría con mi gente, pero en el trabajo no sería tan feliz», valora. «No entiendo a la gente que piensa que a los 50 ya está todo hecho. Cada día aprendes cosas», asegura. La lectura siempre depende de la mirada.
Juan Cabrillana, creador de Viajes de la Edad Tardía: «A los 54 años dejé el trabajo de toda la vida y me propuse hacer algo que me hiciera feliz»
Este economista llevaba 27 años trabajando diez horas al día en una oficina hasta que decidió parar y cuidarse. Se fue a ver a su madre al «resort» en el que vivía y allí surgió la chispa de su original proyecto para mayores. «¡La relación con mi mujer ha mejorado mucho! Ahora gano menos, pero ya no pienso en jubilarme...», asegura
En los viajes en la edad tardía, acompañando a mayores que no pueden verlo todo ni moverse a la velocidad del mundo actual, ha encontrado Juan Cabrillana, a los 54 años, un trabajo que le hace feliz. «Yo tenía un buen empleo, un empleo estable, cómodo. Soy economista y llevaba 27 años haciendo el mismo trabajo todos los días», contextualiza Juan, fundador de Viajes de la Edad Tardía. Su jornada laboral antes del cambio abarcaba de lunes a viernes, «diez horas diarias». «Aparte de que estaba aburrido y muy desencantado, estaba bastante estresado», cuenta. ¿Trabajando diez horas al día, dejaba lo de vivir para el fin de semana? «Era difícil, sí... Trabajaba para una empresa editorial de un grupo francés y había que reportar continuamente datos. Yo estaba siempre inmerso en balances y resultados. Al final, la mayor alegría del día era ver cómo estaba todo cuadrado en una hoja de Excel, en cero». Qué significativo.
Muchos días acababan así, en cero, para este economista que se veía compensado con aspectos como salir los viernes a las 15.00 y poder aparcar sus cuentas hasta el lunes. «Inicialmente, todos pensamos que lo ideal es un trabajo cómodo», admite, que permita no estar a la intemperie y tener los fines de semana libres. «Nos educan para llegar ahí. Mi madre quería que yo estudiara y que acabara trabajando en un banco. Pero la gente no se da cuenta de que en ese tipo de trabajos suele ser difícil encontrar la felicidad. Ya no digo la felicidad, pero sí al menos un trabajo en el que disfrutes un poco», plantea. El ambiente laboral y las presiones contribuyen a ese malestar que va calando como lluvia fina, sin que uno se dé casi cuenta.
Justo antes de la pandemia, Juan tomó la decisión de pedir una excedencia en la empresa. Su madre estaba en Alicante, donde vivía en una residencia para mayores. Se fue con ella. «Yo lo que quería era desconectar totalmente», dice. ¿Una excedencia para cuidar de ti mismo, más que de tu madre? «Sí, tenía la necesidad de cuidarme». El período de excedencia comenzó el 1 de marzo del 2020. El día 8 se decretó el estado de alarma y a Juan no le fue mal. «El resort donde vivía mi madre es un complejo cerrado, donde no hay mucha gente, con muchas zonas para poder pasear. Tuve un encierro en la pandemia muy agradable porque, en realidad, no tenía que estar encerrado en casa», cuenta. Ese fue el inicio de su siguiente proyecto profesional, el que le dio un giro total a su vida. «Pensé en los mayores. Vi que las personas mayores en España, en general, no salen de casa, son poco activas, apenas participan en las actividades, aunque las tengan cerca».
A Juan siempre le había gustado viajar. «Fuera del Imserso, no hay opción de viajes organizados para personas mayores, que no sean encorsetados», advierte. Y se le encendió la idea de fundar Viajes de la Edad Tardía. Quería un nombre que se asociase a personas mayores. Desechó fórmulas del tipo Viajes Dorados o de la Edad Dorada. Y pensó en Luis Landero y su novela Juegos de la edad tardía.
«Cuando se te ocurre algo así, piensas dos cosas: o ‘he descubierto algo’ o ‘este tema no existe porque no es viable’», comenta el emprendedor.
Romper con el «concepto Imserso» fue lo que se propuso en su pequeña y singular empresa viajera. «Quería otro concepto, el de viajes con encanto: escapadas para visitar un castillo o un pueblo con vistas a la montaña, alojamientos diferentes a lo habitual. Y en cuanto a restaurantes, lo mismo, evitar el local turístico y apostar por los que ofrecen comida local».
«Gano menos, vivo más»
Entre sus clientes (muchos, latinoamericanos, de uno a cuatro en cada viaje) son mayoría los que han viajado siempre, pero sienten que ya no pueden hacerlo solos. Juan es su equipo. Él es la persona que acompaña a cada uno de sus clientes en sus escapadas. «Estoy yo y no quiero ir a más. Me gusta que el proyecto sea pequeño, para que no acabe como el trabajo anterior. Prefiero algo tranquilo. Estoy ganando menos dinero que antes, pero no es dinero lo que busco», revela. A sus 54, Juan quiere una actividad que sea «gratificante». «Me da vergüenza decirlo, pero los comentarios que hacen en Google personas que han viajado conmigo o familiares son muy buenos. Y eso hace que haya merecido la pena este proyecto. Es gente que no habría podido viajar si no hubiera este sistema». Son viajes flexibles, a otro ritmo, sujetos a las necesidades de los viajeros. Sin prisas.
Del cambio Juan no se arrepiente «para nada». «Siento que antes no había podido hacerlo. Tienes responsabilidades, tu familia, y te sientes atrapado. Mi situación cambió cuando mis hijas terminaron sus estudios y tenía pagada la hipoteca de mi casa. Y fue el momento perfecto para lanzarme. Es una satisfacción hacer algo que te gusta, con lo que disfrutas, ser dueño de tu tiempo. Decidir tú qué vas a hacer no tiene precio», asegura.
En marzo del 2022 hizo su primer viaje con mayores. Este año tiene ya hechos o previstos un total de 14. Ese número «está bien» para Juan. Le permite también tener tiempo para disfrutar de los suyos, para estar en casa. «¡La relación con mi mujer ha mejorado mucho! A ella, al principio, le costó aceptar este cambio, lo que supone pasar de la seguridad de un salario estable a no tener nada seguro, pero con el tiempo lo ha entendido y me apoya mucho», revela.
Ahora la pareja se ve menos, por los viajes de Juan, pero cuando están juntos el momento es muy bueno, especial. Además de por trabajo, Juan viaja con su pareja por placer. Visitan con regularidad a la madre de ella en Zamora y él se adapta a sus horarios de enfermera, que tienen su dificultad.
Vive en Madrid, pero, para él, «el norte es el paraíso». En Asturias tiene un refugio. De abuelo gallego, siempre cuenta Galicia entre sus destinos para saborear. Este año ha venido varias veces. La ruta de la camelia es una de sus favoritas en este recuncho para la edad tardía... ¡y para las demás!
Maribel González, empredendora a los 57: «Tener una nieta a los 50 me dio impulso para honrar a nuestras abuelas»
Tras una larga experiencia como responsable de proyectos europeos desde la Administración local, montó en Vigo Lar de Sopas, un proyecto para recuperar los sabores y los saberes de las abuelas. «Perder esos saberes tiene relación con muchas de las crisis que vivimos hoy», señala
Maribel González no es una abuela al uso. Para empezar, no cumple el perfil de edad de la abuela española. Solo para empezar. «A los 50 me reinventé porque me convertí en abuela y eso supuso un cambio importante en mi vida», comienza a contar esta emprendedora sénior que estrena un sabroso proyecto solidario intercultural en Vigo. Bajo el brazo, al nacer, su nieta traía, de algún modo, la primera sustancia de Lar de Sopas, proyecto que quiere recobrar la herencia de las abuelas en forma de cocina y de patrimonio emocional.
Mitad madrileña, mitad asturiana, Maribel se considera ciudadana del mundo y ha fundado en Galicia, a sus 57 años, un lar propio, abierto para hacer red, «un espacio donde compartir las emociones y disfrutar de momentos memorables», expresa, un homenaje a sus propias abuelas y a las del mundo entero. La diversidad es el ingrediente estrella de este Lar. Con él, participa Maribel en el Programa TaleS, del Centro de Investigación Ageingnomics de Fundación Mapfre, dirigido a emprendedores sénior, clave en la economía del envejecimiento.
Envejecer no es dejarse ir y apalancarse, es emprender para Maribel, que vivió el cambio a la década de los 50 como una nueva oportunidad para empezar de nuevo y crecer.
Antes de lanzarse como emprendedora sénior en Vigo, donde lleva ya dos años viviendo, Maribel trabajó durante muchos años en la Administración local como responsable de proyectos europeos. Su recorrido la llevó, entre otros lugares, a Asturias, Londres («estuve allí viviendo tres años con mi hija y con mi nieta») y a la Fundación Secretariado Gitano. De pronto, se topó con la dificultad de no encontrar trabajo «por la edad». Y se afanó en maquinar y echar un sueño a volar.
«Yo soy pedagoga y he trabajado siempre en el ámbito de lo social. El hecho de ser abuela se convirtió en un momento vital clave para mí... Ser abuela me llevó a descubrir muchas cosas de mis abuelas que no sabía», cuenta Maribel, que tuvo la suerte de conocer a sus dos abuelas, aunque una de ellas murió cuando ella tenía apenas 3 años. «Gracias a este proyecto, he estado haciendo una recopilación de información familiar. Algunas cosas de la familia no se sabían... Pero con la información que me dieron en el Archivo Histórico de Getafe ¡he descubierto cosas interesantísimas! Como que mi abuela fue emprendedora en el 40. ¡Y así después mi madre, y así yo!», considera.
¿Qué hizo su abuela en el 40, cuando pocas mujeres podían emprender más allá de las cuatro paredes de la casa? «Mi abuela se quedó viuda al acabar la guerra, en el 39, sola con tres hijos. Ellos tenían un bar y apareció por ahí una licencia para una peluquería... Al quedarse sola, quizá pensó que la peluquería podía ser la mejor opción para salir adelante. Este es mi caso, pero habrá muchos de mujeres que lo pelearon, que hicieron muchas cosas, y a las que necesitamos honrar», advierte queriendo evitar que su historia personal eclipse las demás, que se cuentan en el blog La floresta de las abuelas, donde se van sumando testimonios.
Maribel quiere recuperar con Lar de Sopas el sabor de esa cocina que nos ha alimentado no solo en ingredientes y en recetas. El tempo, la pausa, el lugar: «La idea es recuperar la cocina como un lugar de palabra, de cuidado y de regulación emocional. Las cocinas era donde antes pasaba todo y ahora todo no pasa en ningún sitio. Si eso se mantuviera en otros sitios diferentes, no habría problema..., pero no es así», sonríe. «Recuperar esos sabores y esos saberes de las abuelas es importante, porque perderlos tiene relación con muchas de las crisis que tenemos hoy. Muchas de ellas tienen que ver con la pérdida de vínculos. Los vínculos no se hacen solos, hay que crearlos y mantenerlos», subraya Maribel.
La comida, como es natural, tiene un lugar importante a la mesa del proyecto que ha arrancado esta joven abuela viajera después de una nutrida trayectoria laboral y personal. «La comida es importante porque es lo que nos permite sentarnos juntos alrededor de una mesa, compartir con personas, hablar de diferentes cosas, ver otros puntos de vista, reírnos...», valora. Desde su perspectiva, la de una madre adoptiva familiarizada con formas y circunstancias muy diferentes de maternidad, la comida es una forma de medrar en diversidad. «Yo soy abuela de dos niños que son racializados; el papá es de Guinea Bisáu y mi hija es bahiana. Para mí, ha sido un enriquecimiento personal tremendo», cuenta quien considera que las sociedades se enriquecen cuando «son acogedoras de otras culturas». «La diversidad hace mucho más ricas las sociedades y la vida de las personas», recalca.
UN SUEÑO EN UNA SOPERA
Lar de Sopas es el sueño de Maribel de acercarnos a otros, «a otras maneras de afrontar la vida». Lo hace en el espacio de lo que fue una taberna, llamada El Naranjo, «y se está adecuando como una cocina-comedor para hacer encuentros y actividades» que familias y grupos pueden reservar. En el Lar domina una lareira sensorial donde se puede «tocar, oler, sentir, gustar, preparar… infinidad de productos que usamos para cocinar, recuperando receta». Y hay lugar también allí para un espacio creativo en el que «dar forma a sueños de manera colaborativa». La idea es dirigirse a todos los perfiles. «Una de las líneas de trabajo, Sopanda, es para trabajar, en la cocina, con los adolescentes y jóvenes».
Así, con nuevo trabajo, celebra Maribel la experiencia de tener nietos y el legado de las abuelas. En este caso, matiza, el hecho de que ella sea abuela no es relevante. ¡Ser abuela emprendedora por supuesto que lo es! «Bueno, el hecho de ser abuela me dio la posibilidad de reencontrarme con mi niña. Jugar con mi nieta, ir al parque, es decir ‘¡Voy a volver atrás para vivir lo que no tuve!’. Como abuela se aprende. La vida se pone por delante», asegura.
¿Los 50 pueden ser el principio de algo bueno? «¡Muy bueno! Yo estoy feliz de la vida». Cumplido el medio siglo, Maribel ha tenido nietos, estrenado ciudad y encendido un fuego profesional. «Hay muchas mujeres que están en este proyecto —concluye— generando complicidades. Todas tenemos en nuestras abuelas un enganche, normalmente para bien... Hay que ponerlo en valor». Las abuelas tienen un papel muy necesario, piensa. «Los padres y las madres son los encargados de poner los límites, y las abuelas, las que dicen: ¡Oye, vuela, puedes volar!».