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Javier sufrió abusos a los 13 años: «Durante 9 meses el cura vino a masturbarse a mi cama»

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En 1989 el sacerdote José Manuel Ramos Gordón les destrozó la vida a Javier y a su hermano gemelo. «Pedimos auxilio entonces y solo hubo silencio, todos fueron cómplices. Mi abusador llegó a reconocerlo, pero jamás fue condenado. La Iglesia solo pide perdón, ¿pero qué ha hecho por las víctimas?», dice indignado

12 nov 2023 . Actualizado a las 18:17 h.

Lo primero que me dice Javier cuando empieza a relatar los abusos que sufrió en 1989 es que hay que ponerse en contexto. «Si ahora la Iglesia tiene poder, en aquellos años muchísimo más. Los sacerdotes te daban pavor, ejercían el miedo, en clase te pegaban, te daban auténticas palizas, y no era como ahora que un niño le cuenta algo a sus padres y enseguida le reclaman a un profesor». Así que en ese contexto, Javier y su hermano gemelo, que estuvieron internos en el seminario de La Bañeza —perteneciente a la diócesis de Astorga— estudiando EGB, se vieron solos. En octavo, cuando los dos tenían 13 años, el sacerdote José Manuel Ramos Gordón, que les daba clases de Geografía e Historia, abusó de los dos. «A mí me avisó mi hermano, me contó lo que le estaba pasando, y yo ya vi en sus ojos que era verdad. A los pocos días, me sucedió a mí», relata Javier, que en la actualidad tiene 49 años.

«La primera vez nunca se olvida —dice con la voz entrecortada mientras coge aire—, me quedé duro, inmóvil en la cama, no reaccionaba». En el seminario los alumnos dormían separados por cursos, en un pabellón con un pasillo central y cada cama estaba dividida por un tabique. «Él llegaba con su linterna..., se arrodillaba, te tocaba, a veces te metía el dedo por el ano y se masturbaba. Le gustaba eyacular encima de ti», señala Javier, que aún recuerda las noches de invierno debajo del agua fría quitándose el semen. «Otras se lo limpiaba yo a mi hermano en el baño», enmudece. «Él siempre fue más valiente que yo, y en cuanto pudo, se presentó en el despacho del tutor y del rector pidiendo auxilio, pero nadie nos hizo caso. Entonces ir a hablar con el rector del seminario era como hacerlo con Dios, pero su respuesta fue el silencio».

«Estuvimos así nueve meses, todo un curso —continúa— que a mí se me hizo una eternidad. Los suficientes para reventarte. Nos desgració la vida para siempre, y yo no he vuelto a ser una persona normal, me destrozó, me afectó a todo: a mi autoestima, a mi confianza en los demás; soy una persona solitaria, y aunque con los años encontré a una pareja maravillosa, llena de paciencia, mis relaciones afectivo-sexuales fueron catastróficas», confiesa Javier, que a día de hoy, tantos años después, dice que si se encontrara con su abusador por la calle, saldría corriendo. «Ahora tiene 65 años y sigue por ahí tan campante. Él, cuando llegó al seminario de La Bañeza, ya venía de Puebla de Sanabria, donde dejó más víctimas; en realidad, no creo que él sepa siquiera todas las que tiene. ¿Tú crees que con 115 alumnos que éramos solo abusó de mi hermano y de mí? Yo años después supe que también hubo en el mismo seminario otro pederasta, pero una década antes de que llegáramos nosotros. Allí todos lo sabían, lo sabían porque mi hermano se lo dijo y se callaron, no sé cómo podían dormir por las noches. Son todos cómplices. Imagínate, éramos dos niños, con 13 años, que cada noche estábamos esperándolo, era un calvario», se emociona Javier.

«TE DABAN PALIZAS»

El silencio de los sacerdotes no fue la única consecuencia que padecieron él y su hermano. «Recibíamos palizas, maltrato psicológico, porque yo aún recuerdo al oído las palabras del rector: ‘Vais a dejaros aquí la piel’. Al año siguiente, cuando llegamos en BUP al Seminario Mayor de Astorga nos hicieron la vida imposible, porque sabían todo, estaban conectados los dos centros. Había profesores que te dejaban la mano marcada en la espalda de las hostias que te daban. Así que, además de los sexuales, recibías todo tipo de abusos».

Javier y su hermano quedaron tan escarmentados que optaron por el silencio: «Nos mirábamos y parecíamos autómatas, dos almas en pena. Yo no hubiera resistido sin él, me hubiera tirado por una ventana...». En ese ambiente de terror no es extraño que tardaran cuatro años en decírselo a sus hermanos mayores y a sus padres: «Mis padres se quedaron como palos». «Yo sé que mi padre, sin que nosotros lo supiéramos, habló con curas que él conocía y se lo reconocieron. Le dijeron que ese sacerdote ‘había hecho el tonto’, porque eran las expresiones que usaban. Pero otro sacerdote lo amenazó y le dijo que tuviera mucho cuidado con lo que estaba diciendo».

El tiempo pasó, en su casa el tema de los abusos no se removió más, y en el año 2010 el hermano de Javier falleció en un accidente de tráfico. «En el 2014 cuando salió en los telediarios y en la prensa el caso Romanones, en Granada, tuvo tanta repercusión que mi hermana y mi cuñada me animaron a contarlo», explica Javier, que desde entonces lleva casi una década luchando por hacer justicia. «Ese año le escribí una carta al papa Francisco, así dirigida directamente a su santidad, de 10 folios relatándole minuciosamente lo que nos había sucedido en el seminario; le daba los nombres y apellidos de todos los implicados, tanto del abusador como de los cómplices que guardaron silencio», indica. Nueve meses después, el teléfono de su casa sonó y una voz le dijo: «Te pido perdón en nombre de la Iglesia y del obispo». Era Julio Alonso, vicario judicial del Obispado de Astorga, que le solicitaba una cita personal. En esa reunión Javier descubrió que durante esos meses habían hecho una investigación, y el vicario le sacó el dosier donde constaba el relato de los sacerdotes y testigos implicados que habían declarado que los abusos de Ramos Gordón eran ciertos. «Y que él también reconocía los hechos y que estaba muy avergonzado», apunta Javier, que confirma que, por supuesto, no le repararon el daño. «Al año cambió el obispo y cerraron en falso el proceso. Y a este señor lo castigaron con algo ridículo: un año apartado del sacerdocio (seis meses por mí y otros seis por mi hermano), que jamás cumplió. Al poco tiempo ya vi que le estaban haciendo homenajes en un pueblo», se irrita.

«La Iglesia está todo el día pidiendo perdón, se ríen de las víctimas. ¿Qué han hecho por nosotros?»

A partir de ese momento, y con una documentación de más de cien páginas, Javier empezó una denuncia mediática que no ha cesado. Fundó también Infancia Robada, para dar voz y apoyo a las víctimas de abusos, y ha ido a infinidad de reuniones con obispos, sacerdotes y cardenales, que no han conseguido avances. «He hablado con todos, con el actual presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella, con el anterior, Ricardo Blázquez Pérez, y lo único que hacen es reírse de las víctimas. Si son garantes de la moral y de la fe y nos dicen cómo tenemos que actuar, ellos son los primeros que tendrían que dar ejemplo. Se pasan el día pidiendo perdón, perdón, ¿pero qué han hecho?», se enfada Javier.

«DENUNCIÉ EN COMISARÍA»

¿Por qué no se le ha podido juzgar? ¿Por qué no lo han condenado, si tu abusador reconoció los hechos?, le pregunto. Y así responde: «Yo hace tres años me planté en una comisaría, sabiendo ya que el delito había prescrito, y presenté la denuncia para que al menos constase y tuviese su recorrido en la Justicia ordinaria. El caso se archivó, pero en la sentencia la jueza admite que si esos hechos no estuvieran prescritos, a mi abusador le caerían por lo menos 12 años de cárcel».

«La mayoría de los casos no se denunciaron porque fueron hace años y la Iglesia ya se encarga de minarte. Mira, a mí el vicario judicial me llegó a reconocer que, aunque mi hermano y yo en los años noventa hubiésemos denunciado, jamás hubiese tenido recorrido. Porque era inviable denunciar algo así, era imposible en aquel tiempo ir con una acusación contra todos los sacerdotes involucrados. Lo único que iban a hacer era destruirnos más», concluye Javier. Para él este es uno de los motivos del agotamiento de las víctimas. «Muchas no quieren hablar, están cansadas, la Iglesia precisamente es lo que busca: tiempo, no tiene prisa, quieren que todo se quede en nada. Muchos casos han prescrito ya», insiste.

Pero su rabia e indignación no está dirigida solo a su abusador sino a los encubridores: «Mi abusador, el que me hizo daño y me jodió la vida, fíjate lo que te digo, tiene más huevos que todos los obispos juntos, porque reconoció lo que hizo. Y no le quito gravedad, pero lo reconoció. Ese sí puede pedir perdón. ¿Pero los que se han callado y se siguen callando?», se pregunta. «Por eso me emocionó mucho que cuando denuncié el caso públicamente mis 28 compañeros de clase hicieran una manifestación en Astorga y salieran en la prensa, con nombres y apellidos, apoyándome y corroborando mi historia. Es la única reparación que he tenido en este tiempo», apunta Javier. «Por eso no puedo soportar que el cardenal salga diciendo que los relatos ponen la piel de gallina. No, perdona, lo que le está poniendo la piel de gallina a la Conferencia Episcopal son los euros, no las víctimas», afirma.

«QUE REPAREN A LAS VÍCTIMAS»

«No puedes decir que las víctimas te importan cuando has estado años silenciándolas y dándoles hostias. ¿Y ahora pretendes pedirnos perdón? ¡Y lo único que haces es echar balones fuera diciendo que si son 468 víctimas y no 400.000, como dice el Informe del Defensor del Pueblo...! Si quieres dar ejemplo empieza a reparar ya a esas 468», añade. «Pero ya te digo yo que esas no son las cifras, porque mi hermano ahí no está, que está muerto, como tantos otros que no han denunciado. Han sido abusos sistemáticos, son crímenes de lesa humanidad... Así que si a mí no me corresponde una indemnización, que alguien me lo diga. Pero si me corresponde, como recoge el Derecho Canónico, seré yo el que diga si la quiere o no, o si se la da a los pobres. La Iglesia es la que debe pagar, porque no se puede declarar insolvente, y es la primera responsable. Pero, ojo, el Estado, los poderes públicos, están inmóviles. Mira la que se montó por Rubiales, ¿y nosotros? Cientos de miles de vidas destruidas...». Esto tiene que cambiar, es una súplica a la sociedad; yo en lo personal lo hago por mi hermano: él a los 13 años pidió auxilio por mí y yo ahora pido Justicia por él», dice emocionado.

¿Te consta que siga pasando en la actualidad?, le pregunto para concluir. «Hay muchos menos casos, porque los seminarios han desaparecido, pero no tengo duda de que cuando ocurre, si el obispo se entera, como pueda, lo va a tapar».