Regina, de niñera a Atlanta a bombazo editorial con «Las bragas al sol»

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Regina Rodríguez Sirvent está viviendo «un sueño que tiene su contrapunto». A los 24 años esta psicóloga hizo caso a su intuición y a su abuela andaluza, dio un giro total y lo plantó todo para irse a Georgia como «au pair» de tres niños de altas capacidades. Su vida es hoy una novela con miles de lectores, que van a más...

23 abr 2024 . Actualizado a las 16:12 h.

La vida es una locura que no sabes dónde te va a llevar. A veces, para llegar a algún sitio, no queda más remedio que partir y dejarse ir para volver a encontrarse en otro lugar. Eso fue lo que le ocurrió a Regina Rodríguez Sirvent (Puigcerdá, 1983). Tras graduarse en Psicología, en la especialidad de Estudio de Mercados, descubrió, tras trabajar un año en el sector, que aquello no se parecía a su vocación. Y una abuela, una abuela real pero hoy heroína de novela a la que ella llama yaya, la empujó a despegar con 24 años, a salir del cascarón que muchas mujeres no tuvieron ni una ocasión de romper.

En el 2007, esta emprendedora sin miedo al cambio se fue a vivir a Atlanta para aprender «de una vez por todas inglés» y sacarse las castañas trabajando de au pair. Para irse haciendo a la vida en Estados Unidos, lejos de casa y de los suyos, y seguir conectada a sus amigos, les enviaba mensajes electrónicos haciéndoles partícipes de sus locas aventuras. Esos correos no solo llegaron a sus conocidos, la cadena fue sumando eslabones y llegó también a  gente que no la conocía. Y esas anécdotas que Regina ponía a secar en sus mensajes online, relatando sus dos años como niñera en Atlanta, despertaron de pronto su vocación literaria y se han convertido en el bombazo Las bragas al sol. Han pasado 15 años desde aquellos momentos que dieron un giro de guion brutal a la vida de esta catalana que confiesa su afinidad con Galicia. «Me hace muchísima ilusión salir en La Voz. Tengo muchos amigos gallegos, y en la empresa de mis padres en la Cerdanya los trabajadores más antiguos son de Sanxenxo...», cuenta.

La yaya, la abuela andaluza de Regina, fue la que prendió la llama, la que animó a su nieta a iniciar la aventura americana al decirle: «Aprovecha la suerte que te ha tocado. ¡Tienes que agarrar tu vida! Y eso no lo vas a conseguir aquí sentá en la azotea, mirando cómo se secan las bragas al sol...». En este caso, una imagen dio lugar con el tiempo a más de mil palabras, hoy contagiosas. Regina hizo caso del impulso de esa abuela que acarició (sin poder materializarlo) el sueño de ser cantaora y esas «bragas» de algodón se le quedaron tendidas dentro de la cabeza, hasta que empezó a escribir gracias a un golpe de azar y a un mentor. Siempre hay alguien que nos ve, que ve más... «El otro día presenté la novela en Madrid y una persona del público dijo que qué bien que hubiera utilizado esta palabra, bragas. Mi intención era reivindicar de esta manera a una generación de abuelas que son mujeres fuertes, que tuvieron que tirar adelante sin poder permitirse los lujos que mi generación se puede dar, que son explorar qué quieres hacer en tu vida, poder irse al otro lado del mundo» a volver a empezar.

«Tender la ropa, esos pequeños momentos domésticos, cotidianos, son poesía visual. Es algo a lo que aquí damos valor, en contraste con la cultura americana, que es extremadamente práctica: ¡lavadora, secadora y fuera!», detalla la aventurera que se ha convertido en un fenómeno editorial.

«Yo soy una persona muy apasionada, que le exige a la vida, que quiere hacer cosas que me gusten mucho siempre. Entiendo que tengo que currar, pero mi curro quiero que me guste. ¡Y me he montado una vidorra impresionante!», asegura. Esa intensidad que busca Regina la hizo muy pronto aparcar el trabajo como psicóloga y buscar la psicología en sus personajes al escribir. Hoy tiene una empresa de tours gastronómicos en Barcelona («mis clientes son americanos ¡y los llevo a todos de parranda!», dice) y, antes de ser madre, aprovechaba los ratos libres que le dejaba el trabajo para ponerse a tope a escribir. «Era fantástico... ‘¿Y por qué no puedo tener esta vida?’, decía yo. Pero para llegar aquí he tenido que dar muchas vueltas... Yo me he perdido mucho muchas veces», admite.

De vuelta de su aventura americana, es en el Ateneo Barcelonés donde siente el flechazo con su vocación. «Ahí me doy cuenta de que siempre estoy deseando que lleguen los lunes para escribir». Tuvo que volver de EE.UU. para saber que la felicidad era eso. Porque a Atlanta Regina se fue sobre todo a aprender ingles, «la asignatura pendiente». «Mis amigos entonces me decían: ‘Haz un máster’. Y yo: ‘¿Un máster de qué?’. Mi instinto me decía otra cosa, me decía que tenía mucho más sentido que me fuera a hacer de canguro de tres niños durante un año. Un año pensado solo parece mucho, pero en realidad es muy poco... ‘Me voy’, dije. Y así fue, y ha sido una de las mejores decisiones de mi vida», afirma.

LECCIÓN DE ABUELA

Su abuela aprendió a leer a los 50 años, «pero era una de esas abuelas que lo sabían todo de la vida». «Esa abuela es un personaje universal, que funciona en la Cerdanya, en Sanxenxo y en Pekín. Una vez hice un artículo de sopas del mundo y todos los cocineros que entrevisté de todos los continentes, todos, se remontaban al recuerdo de la sopa de su abuela como nacimiento de su vocación».

Rita, como Regina, llega en Las bragas al sol a la capital del estado de Georgia a una casa en la que viven niños superdotados. «Todo es Harvard y MIT, que es un poco el anticliché americano. Todo el mundo se imagina a los americanos como Los Simpson, pero no es así. Rita, que viene de Europa, ¡descubre su pasión por la literatura y el arte en Atlanta!». Así le ocurrió a Regina, que subraya que el fenómeno de su novela empezó «porque las libreras se reían en voz alta. Cuando la gente entraba en las librerías y veía a las libreras reírse, les decía: ‘Me da igual lo que te estés leyendo. ¡Yo quiero reírme así!’.

Hoy, su autora recibe audios incluso de «abuelas de 95 años». «Una me dice que ha leído la novela con su nieta de 37. Y tengo un abuelo de 84 años que me cuenta que acaba de leerse la novela por segunda vez y que va a empezar una tercera... Es brutal», sonríe, feliz con esta primera novela que escribió en catalán, la lengua en la que Regina siente, con la que aprendió a vivir y a escribir.

«Reinventarse no tiene edad», argumenta, y admite a mi pregunta que ya suenan campanas para serie, aunque no suelta una prenda más...

Los niños que Rita cuida en la novela, y los que Regina aprendió a cuidar en realidad, son especiales, desayunan leyendo a Sócrates o a Nietzsche. El encuentro entre esa joven que jugaba a monte en su infancia en el Pirineo y estos niños de sólida consistencia intelectual fue «mágico, maravilloso». La magia ha permanecido pese al tiempo. «Quince años después, seguimos en contacto. Son como mis hermanos pequeños. Vinieron a mi boda y nos vemos cada año», cuenta.

Pero no todo fue un camino de rosas, hubo que luchar. Ella aún se recuerda llorando entre dos coches recién llegada a una de las ciudades más pobladas de Estados Unidos. «No todo es maravilla. Yo lloré mucho al principio, porque no entendía nada ¡y tenía 13 meses por delante!», revela. Lo mejor vino después... aunque parte de eso lo contará en su segunda novela, hoy todavía por llegar.

Regina, que se reconoce como una comercial nata, ha tenido que «picar mucha piedra» para triunfar. «¡Yo mandé bragas de abuela a muchísima gente para enviar con el libro en una caja y todo lo pagué yo!», confiesa. También montó una fiesta gigante que hizo que se vendieran todas las novelas, haciendo que saltara la segunda edición. «Si no lo muevo... Yo creo que es la energía y la ilusión que he puesto en esto lo que ha funcionado», piensa.

De su primer texto le dijeron que «era un cagarro», pero también supieron verle la chispa, el potencial de lo que, picando, picando, fue capaz de sacar.

Su familia de Atlanta espera hoy expectante la traducción de su novela al inglés, en la que se verán... «¡Y van a flipar!», se cuida de avisar. «Todo lo que está en la novela es verdad, yo lo he vivido, aunque hay cosas que no puedo poner. Viajé por 32 estados, podría hacer una novela de viajes... Pero preferí compartir el alma de mi aventura, y está, está ahí», asegura la escritora.

Regina está «viviendo un sueño», pero eso no quita que siga trabajando para pagar sus facturas. Hoy, de lleno en la aventura interminable de la maternidad. Es madre de un niño de casi 3 años y de «un niño prematuro que nació con 29 semanas». Esta es otra historia de la vida de novela de Regina.

«Me pasé todo el verano en la uci del Vall d’Hebron. ¿Sabes esa creencia judeocristiana de que cuando algo te ha ido muy bien después tiene que venir algo malo? Sentí que nos podíamos morir mi hijo y yo este verano... El contrapunto está, pero ha salido todo bien. Los rincones de la mente que he habitado este año son muy bestias...», revela Regina, que vio cómo el 12 de junio se paró su tiempo y lo canceló casi todo. Solo era urgente vivir. «Revisé la novela, la traducción al castellano de Las bragas al sol, en la uci del Vall d’Hebron con mi bebé encima». Pero esta es otra novela, aún por escribir... La veremos crecer.