J. A. Bayona: «El primer día que comieron los cuerpos de sus amigos se sintieron miserables; el segundo ya hacían cola»
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«La sociedad de la nieve», que llega el 4 de enero a Netflix, ha convertido a Bayona en «un ser más blando, en el buen sentido». El director ha transformado la gesta de los jóvenes que se quedaron 72 días en el medio de Los Andes en un filme lleno de humanidad. «Lo peor de estar allí era quedarse solo», asegura
30 dic 2023 . Actualizado a las 15:53 h.El último filme de J. A. Bayona, La sociedad de la nieve, está nominado a los Globos de Oro como mejor película de habla no inglesa, también es candidato por España al Óscar como mejor película internacional y se alzó con el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, donde batió récord de entradas. Así que no estamos ante una cinta más. Si Bayona ya nos puso los pelos de punta con Lo imposible o Un monstruo viene a verme, esta vez ha conseguido dejarnos helados a más de 3.500 metros, donde ha rodado la gesta que en el año 1972 vivieron los jóvenes que se estrellaron en el avión que los llevaba de Uruguay a Chile.
En medio de la cordillera de los Andes, algunos de los chicos resistieron 72 días, gracias a que los amigos muertos les dieron la vida con sus cuerpos, que les sirvieron de alimento. Pero la peli de Bayona ha ido más allá, ha reconciliado a las familias de los fallecidos y los supervivientes en un filme lleno de humanidad, que habla del amor, de la entrega y de cómo solo dándose al otro se resiste cuando el miedo te adhiere. «¿Qué haces cuando el mundo te abandona?», se pregunta uno de los protagonistas nada más comenzar el filme, basado en el libro de Pablo Vierci que lleva el mismo título, La sociedad de la nieve.
—¿Cómo te ha afectado personalmente esta película?
—He estrechado vínculos muy fuertes con mucha gente, con los actores, y sobre todo, con los supervivientes. Ha sido una película muy dura, pero muy bonita de hacer. Que además me ha obligado a aprender de una manera muy radical, porque constantemente cada día tenías que solucionar mil problemas y eso al final te va curtiendo.
—¿Pero te ha cambiado a ti haberte empapado de toda esta historia tan extrema?
—Sí, yo creo que me he vuelto más blando, en el buen sentido de la palabra. Y eso está bien. Porque la película habla de una masculinidad diferente: hay que aprender a llorar, hay que aprender a saber morirse en paz, aprender a decirse las cosas y no callárselas... Todo eso, cada día trabajándolo con los actores y con los supervivientes, pues al final hace que la coraza con la que yo normalmente me enfrento al mundo se haya ido reblandeciendo poquito a poco.
—Es interesante lo que dices de la masculinidad, es una reflexión que has querido hacer. Al principio, en la foto que se hacen en el aeropuerto, solo salen ellos, ni siquiera estaban las mujeres... El accidente los transforma por completo.
—Claro. Hay una idea de la masculinidad muy de la época, muy preconcebida, y ellos en la montaña, desde la primera noche, se tienen que abrazar para darse calor unos a los otros y ahí empieza a cambiar la forma de relacionarse incluso físicamente. Y hay un discurso también de ver la heroicidad desde otro lugar. La heroicidad no pasa por el que protege todo el rato, sino también por el que acoge. Y el que sabe darse al otro. Eso era muy interesante, porque es una historia en la que solo hay hombres, y tienen un modo de relacionarse muy femenino.
—¿Qué es lo que faltaba por contar de esta historia? ¿Has querido quitarle protagonismo a los supuestos héroes de la hazaña?
de un punto de vista que es un puente entre vivos y muertos. Y viéndola ahora con los supervivientes es muy interesante el ejercicio que hemos hecho de darles a ellos la posibilidad de hablar de los muertos. De la misma forma que los muertos permitieron que ellos hayan seguido con vida, son ellos los que ahora de alguna forma les han dado vida a los muertos. Eso les ha provocado paz. Hay algo de dolor en el libro de Pablo Vierci, y creo que la película les ha mitigado el dolor de la montaña.
—Has conseguido que haya unanimidad entre los supervivientes y los familiares de los fallecidos: a todos les ha gustado la película.
—Sí, ellos son muy diferentes todos. Y cuando trabajamos con los supervivientes discutían mucho, porque la memoria también es muy caprichosa. Hablábamos del accidente y cada uno recordaba una cosa, y tú tenías que interpretar y descifrar qué había pasado y qué no. En cambio, cuando vieron la película, la reacción fue unánime entre todos. Todos hablaron bien de ella. Pablo Vierci se quitó dos toneladas de peso de encima y respiró feliz. Pensó que ya podía morirse tranquilo porque había hecho la obra que buscaba.
«Adelgacé ocho kilos por solidarizarme con mis actores, pero a las dos semanas empecé a comer»
—Y a ti supongo que también te ha reconfortado...
—Sí, porque la confianza ha sido muy bestia. Los supervivientes, la familia de los fallecidos nos apoyaron en todo, nos facilitaron lo que les pedimos y no habían leído una sola frase del guion. Entonces, cuando vieron la película, fue un gran alivio que ellos se sintieran reconocidos.
—¿Se han dado cuenta ahora del sufrimiento que padecieron entonces?
—Cincuenta años después, algunos familiares de los fallecidos se han acercado por primera vez a darles un abrazo a los supervivientes, porque no habían entendido realmente el sufrimiento que había sido estar en la montaña.
—Ese frío, el miedo...
—No habían entendido la única opción que tenían. Eso no es que les hubiera provocado peleas, pero sí que se notaba claramente que había dos grupos: el de los supervivientes y el de las familias de los fallecidos. Y la última vez que estuvimos en Uruguay estaban todos juntos, y eso fue por la película.
—¿Rodar a 3.500 metros cambia todo, ha sido muy duro?
—Físicamente es muy duro: se te dispara el ritmo del corazón, se te secan las fosas nasales, tienes que estar bebiendo agua continuamente, porque te deshidratas. En el momento en que das un paso más rápido de la cuenta tienes que parar, realmente es un lugar muy duro el valle de Las Lágrimas. Yo, la primera vez que pasé la noche allí, sufrí el mal de altura, perdí la noción del tiempo. Cuando pensé que ya amanecía, miré el reloj y solo había pasado hora y media. Fue una experiencia muy dura que me puso en el lugar.
—Lo hiciste a propósito, necesitabas grabar así, aproximarte.
—Claro, y pensé: «Si yo con ropa preparada para soportar el frío y con una botella de agua, que cuando amanecías era un cubito de hielo, si en esas condiciones, me costó pasar una noche, imagínate 72 días sin nada».
«Tengo los miedos básicos: a morirme y a quedarme solo»
—¿Te has sentido identificado con alguno de los protagonistas? ¿Quién serías de todos ellos?
—Me siento muy cercano a Numa, porque es un personaje que de alguna forma tiene que encontrarse a sí mismo en la montaña, reconocer su sombra, y encararla. Ahí es donde todos nos podemos encontrar. A veces cuesta aceptar partes de nosotros mismos que no nos gustan o que preferimos que fueran diferentes y son parte de nuestra naturaleza, pero que hasta que no las aceptas, no puedes vivir en paz. El personaje de Numa funciona muy bien como narrador de la historia, porque es el que coloca al espectador en el avión.
—¿Para ti es la película más difícil que has hecho?
—La más dura físicamente, seguro. Las condiciones eran muy difíciles, porque el plan de rodaje cambiaba cada día, había que adaptarlo a la montaña, se tenía que rodar de manera cronológica y eso nos daba muy poco margen de improvisación. Y fue el rodaje más largo: 140 días y 600 horas de grabación.
—¡Adelgazaste ocho kilos!
—Adelgacé ocho kilos como gesto de solidaridad con mis actores, pero enseguida empecé a comer otra vez y los volví a recuperar. Ellos, sin embargo, siguieron perdiendo peso [algunos hasta 21 kilos].
—Después de haberte puesto en su piel, ¿qué te ha dado más miedo: el frío, la incertidumbre...?
—Lo peor de estar allí era quedarse solo. Por eso creo que la película habla muy bien de los vínculos. De esa sociedad que se crea, no había peleas importantes porque pelearse significaba separarse del grupo y entonces te quedabas solo. Y eso daba mucho miedo. Se dependía constantemente del otro. Nadie quería estar peleado con nadie.
—En «Lo imposible» fue el mar, en «La sociedad de la nieve», la montaña. En tus películas la naturaleza siempre tiene ese motor de terror, de angustia.
—Sí, de convertir algo ordinario en algo extraordinario, también era parte del relato: gente normal viviendo cosas fuera de lo común. Es uno de los atractivos del cine: poder llevar a lugares donde experimentar emociones que de otra forma no existirían. Y de paso entenderte mejor a ti. Como dice Pablo Vierci: ‘Esos personajes que viven en la cornisa entre la vida y la muerte nos hacen saber dónde están también nuestros propios límites’.
—Allá arriba, en la montaña, ¿qué te encontraste?
—Me sorprendió muchísimo el silencio. Lo que más se oye es a ti mismo, que tiene algo muy de simbólico, porque la película habla de personas que están ahí arriba para encontrar una parte de sí mismas que no conocían y que han de aceptar para seguir adelante.
—En el décimo día ellos saben que no los van a buscar más. ¿Es un antes y un después?
—En ese momento se sintieron abandonados, se hicieron mayores, se hicieron adultos de manera forzada. Uno nos dijo: «El aprendizaje no fue gradual, fue a palazos». Uno de los palazos fue descubrir que no te buscaban más, que el mundo te había dado por muerto. En la película, fíjate, está contado con el sonido de la radio, de un segundo a otro cortan la noticia, pasan a publicidad y ya no existes. Es tremenda la crueldad con la que se encontraron ellos de un segundo a otro.
—«Lo peor no fue comerse los cuerpos de los amigos», me contó en una entrevista Pablo Vierci.
—Fue muy duro romper el tabú. Uno de ellos me contaba que el primer día fue terrible y se sintieron miserables y desgraciados, pero el segundo día estaban haciendo cola para tener su ración. La necesidad fue muy grande, pasaron hambre siempre, porque comían muy poquito. En los 72 días se alimentaban con lo mínimo, tenían que racionar la comida, porque se les podía acabar. Lo que hacían durante todo el día básicamente era comer y dormir, no hacían otra cosa.
—¿Tú crees que también esa ilusión por salir de allí, soñar con volver, los mantuvo vivos?
—Yo creo que a ellos los salvó no saber dónde estaban. Si lo hubiesen sabido, se habrían muerto. Ellos estaban en el medio de los Andes, y creían que estaban tocando Chile, porque el piloto les había dicho que habían pasado Curicó, que es un pueblo que está en la precordillera chilena. Ellos pensaban que al oeste estaba Chile, entonces estuvieron preparándose para subir esa montaña y salir. Y cuando llegaron arriba se dieron cuenta de que estaban equivocados y que tenían todos los Andes por cruzar.
—¿Qué has aprendido de esta gesta?
—Eso lo dice María Belón, la mujer que vivió en su piel el tsunami que se ve en Lo imposible, cuando la gente le dice: «Yo no sería capaz de vivir eso», ella siempre responde: «Serías capaz de eso y más». Esa gente demuestra que se puede llegar a cosas inconcebibles para defender la vida.
—¿Y a ti qué te da más miedo: el tsunami, la montaña...?
—A mí los miedos básicos: el miedo a morirse, el miedo a quedarse solo, esos son los miedos que están ahí desde la infancia. El no ser reconocido, los miedos primarios, que son a los que ellos se enfrentaron: el verse abandonado, el morirse de hambre... Ellos tuvieron que pasar por todos.
—¿El silencio ha sido un modo de provocar la emoción, fundamental en la peli?
—Lo que sí es interesante del silencio es que los espectadores se encuentran desarmados ante él, porque no saben qué pensar. Entonces tienen que pensar lo que ellos quieran, la manera de llegar a la emoción desde ese silencio que asusta y que te hace pensar y te hace participar de la película.
—Has rodado de forma panorámica, como dices tú, a lo «Ben-Hur».
—Es normal, porque la forma de las montañas son tan grandes, la cordillera, el avión, el grupo... Yo nunca había rodado con tantos actores y todos a la vez. Entonces, para componer, el formato panorámico era excelente.
—¿Cuál es la situación más extrema que tú has vivido en la vida real?
—Recuerdo un día de rodaje tan difícil, tan difícil, que volví al hotel y no hablé con nadie, absolutamente con nadie. En el camino de vuelta tenía la mirada perdida, entré en el hotel y pasé por delante de todo el mundo, no dije nada, me metí en la cama, apagué la luz y pensé: «Que pase este día». Ha sido un rodaje muy duro, lo más difícil era levantarse y salir de la cama.