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El profesor que logró que sus alumnos le entregaran el teléfono durante una semana: «Los tres primeros días tuvieron síntomas de abstinencia»

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Telmo Lazkano defiende una regularización de la tecnología digital en el sistema educativo y que los jóvenes se den cuenta de lo que tienen en sus manos. Coautor de «Las voces del silencio», pone el foco en la relación entre los problemas mentales de los menores y un abuso de las redes y aplicaciones

20 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo que Telmo Lazkano consiguió hace dos años en su clase, no lo ha logrado nadie. Los alumnos de una de las aulas en las que impartía clase, todos ellos adolescentes, le cedieron voluntariamente su móvil durante una semana. Solo cuatro jóvenes no participaron en el proyecto, que sirvió para constatar lo que ya pensaba: los efectos negativos que este dispositivo tiene a edades tan tempranas y la necesidad de formar a los menores en la dependencia que crea esta tecnología. Telmo ha ido a más y ha escrito, junto con Maitane Ormazábal, Las voces del silencio. La salud mental adolescente en la década del cambio, porque ve una relación directa de estos problemas con el abuso de esta tecnología.

—No es nada sencillo que un adolescente te entregue un móvil voluntariamente durante una semana... ¿Por qué lo hiciste?

—Fue hace dos años cuando empecé a nivel académico a investigar todo este mundo de las redes sociales y las pantallas. Cómo afectan a los adolescentes. Y quise llevar todo ello a la práctica. Mis alumnos pasaban cinco o seis horas diarias con el móvil y los fines de semana, algo más. Entonces, siendo consciente de ello y viendo, además, que en la última década el móvil se ha convertido en una adicción y que los problemas de salud mental entre menores han ascendido a cifras anómalas, pues percibimos que esas dos realidades van de la mano. Al hablar con mi alumnado me di cuenta de que había que hacer algo y así empezó el proyecto.

—Fueron 19 de los 23 alumnos que había en el aula, ¿cómo los convenciste?

—El proyecto tuvo tres fases. Y para ser sinceros, hay que decir que la tercera parte, que es la que comentas, no hubiera tenido ningún éxito sin las dos primeras.

—¿Y en qué consistían las otras dos?

—En la primera parte hicimos el visionado del documental El dilema de las redes sociales. Y luego preparé unas preguntas que no eran sencillas de contestar e invitaban a la reflexión y al debate, y es lo que hicimos. Por ejemplo, les preguntaba que si no pagamos por un producto, ¿se convierten ellos en el producto? O qué técnicas tecnológicas y psicológicas utilizan para mantenernos delante de la pantalla o cómo es posible que ofreciendo algo gratuito se conviertan en las empresas más ricas del mundo. También analizamos cómo existe una relación estrecha entre el aumento de los problemas de salud mental en adolescentes y el uso generalizado de las redes sociales.

—¿Y en la segunda fase?

—Pasamos a analizar ese conocimiento desde un punto de vista crítico. Tuvieron que hacer una redacción donde trabajaban ciertas cuestiones. Por ejemplo, si se deberían prohibir los filtros estéticos y si cuando ellos se hacen un selfi lo usan en las redes o si también se lo mandan a su madre o a su padre con filtro. La mayoría decía que no. Quería que vieran qué sentido tiene el uso de los filtros para impresionar a alguien que no conocen. El objetivo no era imponer un criterio, sino que reflexionaran. O también les preguntaba qué querían ser de mayores y si la felicidad o el éxito en la vida coincidía con los mensajes que llegan por las redes sociales. Ahí aproveché para impulsar valores que se están desvirtuando, diciéndoles que podemos comprar un reloj muy caro, pero no el tiempo. O una mansión, pero que una familia no está en venta. O que podemos comprar sexo, pero no el amor y lo mismo con la salud. Y llegamos a la conclusión de que las cosas que realmente nos llenan, no tienen precio, pero sí un gran valor. Al ver que ya tenían conocimientos sólidos, decidí dar una oportunidad a la tercera parte.

—¿Te esperabas ese nivel de éxito?

—Te pilla un poco de sorpresa porque es un dispositivo que tiene muchísimo poder sobre ellos. Su autoestima, identidad y cierta parte de los valores están muy vinculados a lo que viven detrás de esa pantalla. Pero tenía la esperanza de que triunfara el proyecto. Y, al final, así sucedió.

—¿Qué alegaron los cuatro que no te dieron el móvil?

—Uno no estaba en clase. Otra persona dijo que necesitaba el móvil para hacer uso de una bicicleta pública que funciona a través de una aplicación y si no le resultaría muy difícil llegar al colegio. Y las otras dos personas, simplemente no querían.

—¿Y qué fue lo que descubriste en esa semana?

—Ellos escribían un diario durante esos siete días. Los primeros tres días desarrollaron una sintomatología clarísima de abstinencia. Dificultades para conciliar el sueño, comer más de lo normal, pensamientos impulsivos, no saber lidiar con el aburrimiento o tener pequeños ataques de ansiedad. Pero al cuarto día, la dinámica cambió. Empezaron a sentirse mucho más tranquilos. Lo describían como cortar con una cadena o quitarse una losa de encima y empezaron a conectar con la gente. Les prestaban muchísima más atención a las cosas que hacían. También en el aula. Empezaron a invertir el tiempo en hábitos saludables como ir a visitar a la abuela, leer un libro en el patio o hacer deporte, ir a pasear, ver una puesta de sol... Al finalizar el proyecto cuatro alumnas me dijeron que no querían tener el teléfono ni entrar en la dinámica de antes.

—¿Sirvió para algo?

—Mi objetivo era, simplemente, que supieran realmente lo que tenían entre manos y comprobaran su relación con este dispositivo. Pero, para mi sorpresa, meses después, ciertos alumnos me enseñaron que habían reducido el tiempo de uso de los móviles, de esas cinco o seis horas diarias a no más de tres. Y pude constatar que tenían una relación saludable con el teléfono. Para mí era una utopía. A nadie le gusta escuchar lo que tiene que hacer y prohibir algo, a veces, invita a hacerlo. La adolescencia es así. Pero nadie quiere ser manipulado o ser un producto de nadie. Y cuando se dieron cuenta de ello, fueron los primeros que quisieron controlar el móvil y que no fuera al revés.

—¿Eres partidario de que se prohíban los móviles en los colegios o de que el alumno se regule?

—Intento basarme en la evidencia académica. No llevar los móviles al centro educativo responde a una decisión de algún profesor para darle un valor añadido al proceso de aprendizaje, y me parece una normativa bastante sensata. Los estudios indican que cuando los móviles no van a los colegios se mejora el rendimiento diario. También hay una mejoría en las notas, en la capacidad de atención, disminuye el bullying y se fomentan las relaciones interpersonales. Y lo mejor de todo, no hay una contrapartida por ello. Lo único que muestran los estudios es que unos pocos alumnos desarrollan cierta pequeña ansiedad por no tener el dispositivo cerca.

—¿La edad es importante?

—Claro. No es una tecnología neutra. Nadie le daría a un niño de 12 años las llaves de un Ferrari, pues con el móvil pasa lo mismo. Racionalizar el uso de los móviles y retrasarlo a los 16 años no es una casualidad, es causalidad. Hay que tener en cuenta diferentes factores. Podemos hablar, por ejemplo, del plano legal y las condiciones de uso de muchas aplicaciones. El tutor legal es responsable de todo lo que acontece detrás de ese dispositivo hasta esa edad. Por otro lado, tendríamos que tener en cuenta que, según los estudios, el número más alto de suicidios en menores se da con 14 y 15 años y la causa asociada y principal es el ciberbullying. También hay razones fisiológicas. A partir de los 16 años empiezan a tener más madurez y posibilita prever un poco las consecuencias a medio plazo de nuestras acciones. También les permite controlar esa impulsividad que caracteriza la adolescencia. Y a no anteponer el premio a los riesgos.

—¿Cuáles son las medidas más urgentes que hay que tomar para evitar los problemas mentales en menores por el uso de las redes y que detallas en el libro?

—Por un lado la importancia de la edad el menor, de la que ya hemos hablado. Pero también es necesaria una formación desde pequeños. Atrasar la edad no tiene sentido si no lo acompañas de una formación holística. El tercer pilar, es acompañar, ser ejemplos como adultos. Y el cuarto pilar es una legislación coherente y unas aplicaciones más seguras. El quinto pilar es desarrollar una inteligencia emocional acorde a la sociedad que tenemos. Tenemos emociones del Paleolítico, instituciones del medievo y una tecnología de dioses. Y ahí se ha creado un perjuicio muy grande en el que estamos cayendo. Por eso, esos cinco pilares son muy importantes para tener un futuro más saludable. El libro cuenta con la colaboración de múltiples psicólogos, psiquiatras y profesiones del ámbito educativo, que explican el por qué real de la situación a la que hemos llegado. Pero también cuenta con muchas personas que han pasado por esos problemas de salud mental y han decidido con valentía ponerle voz y dar su testimonio.