«Si no tienes tiempo, no eres libre», dice el experto, que defiende las 32 horas semanales de trabajo: «La jornada debería depender del momento vital en el que estás, de variables como si eres joven o mayor. La gente con hijos no sé cómo sobrevive»
17 ene 2024 . Actualizado a las 13:08 h.«La realidad histórica de la economía es que hemos trabajado cada vez menos siendo a la vez más productivos. Y al mismo tiempo, los beneficios de las empresas en las últimas décadas han crecido mucho y muy por encima de lo que lo han hecho los salarios», afirma Joan Sanchís, profesor asociado de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia, asesor de la Secretaría de Empleo de la Generalitat y autor del libro Cuatro días. Trabajar menos para vivir en un mundo mejor.
—¿Disminuir la jornada laboral a cuatro días implica una pérdida económica o de productividad para la empresa?
—Si se hace bien, la reducción laboral no tiene por qué costarle dinero a la empresa; es más, a lo largo de la historia, a las empresas que han reducido el tiempo de trabajo y han utilizado esta reducción para mejorar su productividad, les ha acabado yendo muy bien. Tenemos ejemplos históricos, como por ejemplo la Ford. En Estados Unidos, a principios del siglo XX, Henry Ford fue el primer empresario en proponer la jornada laboral de cinco días y que no se trabajara los fines de semana. Parecía una locura en su momento. Este es un tema de visión a medio o largo plazo donde tienes que renunciar a algo a corto para llegar a un mejor sitio. España tiene un problema de productividad importante.
—¿Trabajar menos ayudaría a paliarlo?
—La reducción del tiempo de trabajo, por diversas razones, porque los trabajadores estén más felices, porque se cometan menos errores... por cualquiera de las razones que podamos comentar, incrementa la productividad. Y eso tiene una repercusión clara en los beneficios de la empresa, lo que me lleva a otro argumento. Lo que observamos cuando analizamos los datos agregados de beneficios empresariales durante las últimas décadas, incluso después de la pandemia, es que estos han crecido muchísimo, y muy por encima de lo que han crecido los salarios. Porque todo esto de que los empresarios, pobrecitos, no ganan dinero y no pueden hacer tal y cual cosa no es cierto, al menos en una escala macroeconómica.
—¿Por qué solo ganan ellos?
—Eso tiene que ver con que muchas empresas pueden haber aprovechado para subir precios, pero también con que la productividad ha mejorado mucho. Tenemos empresas automatizadas, que utilizan la inteligencia artificial, etcétera. Podemos deducir que estos avances han beneficiado mucho más a los empresarios que a los trabajadores, así que la reducción de la jornada laboral generaría que estos avances empiecen a revertir también en los empleados. No solo en términos salariales, sino también de calidad de vida.
—Los escépticos dicen que contratar personal para hacer posible esa reducción supondría unas pérdidas inasumibles de en torno al 20 % para las empresas.
—Yo haría una enmienda a esta cifra del 20 %, porque solo puede surgir de una manera, y es pensando que la gente simplemente va a ser menos productiva; es decir, que vamos a trabajar cuatro días y vamos a producir lo equivalente a cuatro días y no a cinco. Sin embargo, lo que demuestran diferentes estudios empíricos es que cuando se reduce el tiempo de trabajo no es que produzcas lo mismo que hacías en cinco días, sino que incluso produces más.
—¿Es válido para todas las empresas?
—Es verdad que esto es más fácil para empresas que trabajen con conocimiento, tecnología, etcétera. Porque son trabajos donde tienes más flexibilidad y donde la gente incluso puede teletrabajar. Los trabajos rutinarios suelen ser más presenciales. Pero si pensamos, por ejemplo, en un operario que controla una máquina, cuantas menos horas trabaje, más concentrado estará y cometerá menos errores, lo que repercute también en la productividad. Pensar que simplemente por trabajar ocho horas menos a la semana vamos a ser menos productivos y la empresa va a reducir también proporcionalmente su productividad, es sencillamente falso.
—¿Por qué hay tanta reticencia?
—Porque todo esto nos tendría que llevar a una reflexión social sobre el modelo productivo que tenemos, si está basado en el turismo, los servicios... Es decir, si seguimos en un modelo de bajo valor añadido basado en pagar bajos salarios y hacer las cosas más baratas que el vecino, por decirlo de una manera sencilla, pues estaremos condenados a trabajar largas horas con bajos salarios. En cambio, si trabajamos con otros modelos como el de Alemania o los países nórdicos, donde trabajan menos horas y son más productivos, será bueno para los trabajadores y la sociedad en su conjunto. Hay que incentivar medidas proactivas, que las empresas que puedan o quieran implanten esta jornada de cuatro días a la semana.
—Eso se incentiva desde arriba, con políticas reales más allá de los eslóganes.
—Tenemos algunas experiencias bastante ilustrativas al respecto. Por ejemplo, un programa de ayudas que lanzó el Gobierno valenciano hace un par de años, y otras del Ministerio de Industria a la reducción de la jornada laboral. Tenemos ejemplos para acompañar a las empresas que voluntariamente quieran. Aquellas que estén en condiciones de hacerlo que lo vayan haciendo, y el resto que vayan viendo e imitándolas en la medida en que puedan. Debería hacerse seguramente con un apoyo económico en el corto plazo, porque es una medida buena que tiene beneficios sociales, medioambientales, de salud, etcétera, por los que vale la pena poner dinero público encima de la mesa. Y luego, con un acompañamiento que también tiene que ser formativo.
—¿No hay formación empresarial?
—En España tenemos un problema muy grave de formación empresarial. Un porcentaje elevadísimo de los propietarios de las empresas no tienen ni el graduado escolar, y esto impide que se tomen decisiones a largo plazo, porque tenemos una cultura muy presencialista focalizada en estrategias competitivas a través de los precios y no de la calidad o la diferenciación.
—¿Trabajar lo mismo en menos días no puede también resultar estresante?
—Si tienes más tiempo libre y vuelves más descansado, puedes hacer más y más rápido, y tener mejores ideas. También la empresa puede dar herramientas para ser más ágil. Y hay que tener en cuenta que si tampoco encuentras buenos profesionales que quieran trabajar en tu empresa, no tendrás buenos resultados, de la misma manera que si no les das más tiempo para ocuparse de lo que realmente importa, no van a trabajar bien. Hay que pensar qué modelo de sociedad queremos, si el de estar todo el tiempo trabajando y que no te dé tiempo a nada, u otro en el que el tiempo sea un derecho. Si no tienes tiempo, no eres libre.
—Pero muchos empresarios piensan: «Si tú me faltas el viernes, tengo que contratar a alguien para ese día».
—Bueno, pero es que los argumentos empresariales son eso, argumentos empresariales. Y tú miras las estadísticas y resulta que los beneficios en las últimas décadas han crecido muy por encima de los sueldos. Igual ha llegado la hora de que se redistribuyan los beneficios entre los trabajadores, que ya no es que no hayan ganado tiempo libre, sino que han perdido mucha capacidad adquisitiva. ¿Qué pasará con los avances tecnológicos y la inteligencia artificial? Que si no hacemos nada, la empresa ganará cada vez más dinero, porque necesitará menos trabajadores. Entonces habrá que trabajar menos y redistribuir, porque si trabajas menos horas y cobras lo mismo, realmente estás incrementando el salario.
—Ese es uno de los atractivos para atraer a la gente joven, que es la más formada.
—Hay un cambio generacional. Durante la pandemia, Mercadona implantó la jornada de cuatro días. Me reuní con ellos para ver qué tal les había ido, y resulta que la gente mayor es la que peor había valorado la experiencia, en el sentido de que les agobiaba tener que hacer lo mismo en menos tiempo. En cambio, la gente joven estaba feliz, porque podían seguir el ritmo y tenían un día libre. Tiene que ver con el momento vital de cada uno y la visión del trabajo.
—¿Eso no genera desigualdades?
—Es que cuando hablamos de reducción pensamos en términos del siglo XX, de abordar una medida que sea igual para todos, horizontal. E igual lo que habría que empezar a plantear, aunque es más complejo, es que la jornada tendría que depender del momento vital en el que estás, si eres más joven o mayor, si tienes hijos o no... Las necesidades no son las mismas. La gente con hijos no sabes cómo sobrevive, ves que hay una incompatibilidad entre la vida laboral y familiar. Y este tipo de medidas abren también estos debates.
—Imaginemos que implantamos esa jornada de cuatro días. ¿De cuántas horas deberían ser esas jornadas?
—Tiene que haber una reducción real del tiempo de trabajo. Lo que estamos defendiendo es una reducción a 32 horas, reducir los días pero también las horas, porque si no, no sería acortar, sería comprimir la jornada. La compresión se ha implantado en algunos sitios, en Bélgica en algún momento, y es un poco locura teniendo en cuenta que mucha gente está enferma en el trabajo. En España tenemos un problema de bajas laborales vinculadas a la salud mental muy importante.
—Habrá quien piense que si puedes hacer lo de cinco días en cuatro, es que has estado perdiendo el tiempo en el trabajo.
—Yo ahí te diría dos cosas. Primero, en España hay una cultura presencialista porque hay que fichar cuando llegas y cuando sales. Este tipo de control de si estás sentado en una silla es muy poco productivo, porque no evalúa si cumples objetivos. Si cumples, ¿qué problema hay en que te vaya dos horas antes? Luego hay mucha gente que no está en su potencial, igual por salud, porque está estresada o deprimida. En la prensa anglosajona se ha hablado mucho este año de los llamados quiet quitters, los dimisionarios silenciosos. Es gente que no está a gusto para nada con su trabajo y que simplemente lo hace porque tiene que tener unos ingresos a fin de mes. Si estuviera más contenta y con mejores condiciones, sería más productiva.
—¿Qué les dirías a los que mantienen que la jornada laboral de cuatro días es inviable?
—Contestaría que si echamos un vistazo a los últimos 200 años de la historia de Europa Occidental y analizamos cómo ha evolucionado el tiempo de trabajo, vemos que este ha disminuido de una manera radical. Hemos trabajado cada vez menos siendo a la vez más productivos. El PIB ha ido creciendo, la productividad... cualquier variable económica que queramos observar. Ha sido el signo del progreso, lo que pasa es que este progreso se ha estancado en las últimas décadas en que los salarios no han crecido mientras que la jornada laboral se ha mantenido invariable. ¿Y qué sentido tiene que sigamos trabajando lo mismo que hace cien años? España ha sido de los primeros países en el mundo en implementar la jornada de ocho horas diarias, y han cambiado muchísimas cosas desde entonces. Igual es hora de volver a abordar este debate.