Rayden: «La literatura me da la capacidad de solucionar conflictos, y la música no»

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Anita Máñez

Hace ahora un año sorprendió a todos al anunciar que dejaba la música. Comenzó entonces una gira de despedida que el 15 y el 16 de febrero lo trae a Santiago. Pero aún habrá otro concierto suyo en Galicia. ¿Se desdice Rayden de su decisión?

14 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Dejarlo en lo más alto supone un ejercicio de honestidad y de valentía que no está al alcance de todos los egos. Rayden (Alcalá de Henares, 1985) se manifestaba seguro de conseguirlo cuando en marzo del 2023 anunció que abandonaba el desempeño profesional de la música. Ni siquiera un año de arrolladora y exitosa gira ha conseguido que se replantee su decisión. Al contrario, dice que la ha reafirmado. Aunque ya asoman algunas puntualizaciones.

—Habías anunciado que los de la sala Capitol serían tus últimos conciertos en Galicia pero, al final, en agosto también vas a estar en el SonRías Baixas.

—Sí. Creo que es algo que le debía a ese festival. Rayden explotó en Galicia a partir del SonRías del 2022. Ahí nos dimos cuenta de la comunión que teníamos con el público gallego. En cualquier caso, no son lo mismo estos conciertos de más de dos horas de la gira de despedida que los que puedes hacer en el marco de un festival.

—¿Ya hay fecha para el último concierto o lo sigues posponiendo?

—La gira termina en septiembre de este año de manera inexorable. Tengo claro que todo lo que tengo que contar como Rayden ya está contado. Sí que es cierto que de la música nunca se va a nadie del todo, así que cada cierto tiempo iré liberando alguna canción que otra si siento que hay algo que quiero compartir muchísimo. Por ejemplo, tengo la idea romántica de con cada novela sacar una canción que le sirva como banda sonora, al igual que ya pasó con La mujer cactus y el hombre globo. Me parece que es un punto de encuentro bonito.

—Vaya, ya has cambiado algo. En la entrevista de agosto del 2023 me decías que como Rayden no publicarías nunca nada más. ¿Es el único cambio?

—Me voy a sincerar mucho esta vez. Como tengo la suerte de poder girar con mis amigos, el mayor miedo que tengo es separarme o distanciarme de ellos una vez que termine esto. Yo nunca he tenido síndrome del impostor, pero sí que tengo miedo de que lo único que tenga que ofrecer a mis amigos sea un oficio. Ese es mi mayor pánico, no poder cuidar esas amistades. Porque yo soy una persona que en la distancia no sé cuidar bien los afectos. Ese es el único miedo que me recorre el cuerpo y que a lo mejor me puede hacer modificar según qué decisiones o conductas.

—En «Ser, estar, aparecer» dices que prefieres irte a no llegar. ¿Te vas porque no has llegado a donde querías?

—¡Qué va! Claro que he llegado. A veces incluso estoy un poco de vuelta. Creo sinceramente que nunca seré capaz de hacer nada mejor que La victoria imposible [su último álbum] y por eso no me veo sacando discos. Como mucho, algunas canciones sueltas. Con La victoria imposible rompí la piñata de emociones. No sé hacerlo mejor.

—¿Qué porcentaje atribuyes a cada una de las razones que te llevaron a tomar la decisión de dejar la música?

—Mi hijo se lleva un 33 %. En mayo cumple 8 años y este lustro me quiero dedicar a él. El mayor porcentaje se lo lleva el sentir que ya he hecho todo lo que tenía que hacer, que no quiero quemarme ni repetir fórmulas, ni tener que entender cómo funciona la industria o el algoritmo... ¡Uf! De eso estoy muy agotado. Y otro porcentaje residual es para la vocación que he sentido con la literatura.

—¿Nunca has tenido vocación de músico?

—Nunca. Yo de niño hacía como que me gustaba la música, pero no lograba conectar con ella. Y para que mis padres no pensaran que era un bicho raro, de regalo de cumpleaños pedía la banda sonora de alguna película que me gustara. Porque como la asociaba con la peli, pues mira, eso que me llevaba. Hasta que aparecieron Extremoduro y el rap. A partir de ahí empecé a desarrollar un interés por la música y, mira, ahora escucho de todo. Pero mi gusto por la música se hizo, no lo tenía dentro.

—¿De qué tenías vocación de chaval?

—Yo pensaba que iba a ser deportista. Jugué a balonmano ocho años y estudié animación deportiva con la idea de luego estudiar INEF. Yo iba para eso, para la típica persona a la que el chándal no le iba a quedar mal.

—Me sorprendió que dijeses en una entrevista que tu música no te define.

—No, no lo hace. A mí me asusta mucho que alguien se crea que por escuchar mis canciones me puede llegar a conocer. Yo escribo desde picos de intensidad que no me definen. Me definen más las salas de espera, los durantes, las fases llanas. No lo estrambótico ni lo histriónico. Entonces, que creas que puedas conocer a alguien porque en uno de sus días malos o en un momento de subidón, envenenado de euforia, haya escrito algo, asusta. A mí eso no me define. Para mí, la música ha sido un accidente. Un accidente bonito que he sabido cabalgar y que me ha llevado a sitios increíbles.

—«Fui a regalar sonrisas y provoqué mil enfados» dices en «Réquiem de obertura». Pero si tú siempre has sido un rapero buenote.

—Ya, pero justo por eso. La parte más ortodoxa del rap no entendía que yo colaborase con Leiva, con Rozalén o que me subiese al escenario con Dani Martín... Hace diez años veían como un peligro que de pronto llegase alguien con algo, según su parecer, más descafeinado y que no respetaba la esencia del género.

—En este transitar por la música, ¿qué te has dejado por el camino?

—Una vida tranquila... Bueno, una vida tranquila tampoco la quería. No sé... Una vida segura, una vida que a lo mejor me hubiese dado más paz mental, menos exigencia y menos canas. Pero, bueno, lo guay es que las canas me quedan bien [se ríe].

—Ahora que toca hacer balance de tu trayectoria, ¿cuál ha sido el mejor y el peor momento?

—El mejor momento, el Wizink que hicimos en diciembre. Fue como el premio a toda esta carrera. Y el peor creo que fue en el 2010. Veníamos de tocar en Barcelona y llenarlo todo, nos contrataron para un concierto en Blanes y vinieron 15 personas. Ahí incluso me planteé dejarlo. Fue mi primera hostia de realidad. Y menos mal que vino.

—Este año sois varios los músicos que habéis decidido echaros a un lado. Desde Bad Bunny o Daddy Yankee a Quevedo, un chaval de 22 años que de repente dice «tengo que parar».

—En el caso de Quevedo ya lo dijo en una canción: «2021 sembrar; 2022 recoger; 2023 coronar; 2024 desaparecer». Supongo que está siguiendo esa estrategia. Cada vez hay más gente que dice que para y lo único que hace es tirarse ocho meses sin publicar nada. Que era lo que se hacía antes cuando se preparaban discos. Ahora lo llaman retiro cuando era el proceso normal. Pero sí que es cierto que este año se despiden Zoo, Second, El Columpio Asesino... Creo que la pandemia puso los contadores a cero y que a cada persona nos ha vuelto a escupir a la calle sin saber por dónde nos da el viento o qué queremos hacer con nuestra vida. Nuestras ambiciones y nuestro sistema de prioridades vitales se ha visto modificado y eso nos ha llevado a muchos a plantearnos el saber parar.

—Hace poco estuviste en el concierto de Tanxugueiras. ¿Cómo recuerdas esa noche y qué sensaciones se te vinieron a la cabeza cuando viste aquel Coliseum?

—Me pareció que Tanxugueiras son absolutamente necesarias. Aquello fue una celebración del folklore, de lo que se ha negado, menospreciado y subestimado. Me pareció una bestialidad. Vi cosas que yo nunca había visto como público en un concierto. Gente llorando de orgullo... Ostras, yo nunca he visto esto. Y es un orgullo que se te contagia.

—No podemos acabar la entrevista sin hablar de tu vertiente literaria. ¿Qué te da la literatura que no te da la música?

—La capacidad de solucionar conflictos. En la música, las canciones tienen que ser cada vez más cortas. Ya no hay inicio, ni nudo, ni desenlace. Ya no hay tramas. Y la novela te permite dar voz a personajes, desarrollar y finalizar viajes, cerrar conflictos, poner sobre el tapete diferentes capas... Desenvolverte de una forma que no se puede en una canción.

—¿Qué has querido contar con tu última novela, «Votos en contra»?

—Primero, exponer todas las formas de duelo posibles. Segundo, crear una carta de amor a mi abuelo. Y tercero, poner sobre el tapete ciertas cuestiones vitalistas. La novela es una carta de amor a envejecer y al respeto que hay que tener por los mayores. Un alegato a romper con ese edadismo reinante, a que no hay que desear que se muera una generación, ni hay que ocupar su puesto.