Marina Marroquí, la superviviente que se convirtió en educadora social influyente: «Sufrí violencia de género de los 15 a los 19 años pensando que luchaba por amor»
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«Hay una liberación sexual mal entendida, porque la liberación de una mujer en ningún caso va de cuánto te dejes hacer», advierte esta activista. A ella fue una profesora la que le hizo abrir los ojos al maltrato del que fue víctima. Despertó y hoy hace despertar a padres y adolescentes ante la violencia de muchos contenidos digitales
10 mar 2024 . Actualizado a las 17:20 h.Lo malo de no conseguir algo a la primera es tirar la toalla a la primera. Lo bueno, descubrir que puede haber una segunda, una tercera, una cuarta y una quinta vez. Marina Marroquí, educadora social experta en violencia de género, es la autora de Eso no es sexo: otra educación sexual es urgente. A sus 3 años, tras sobrevivir a una relación de violencia extrema por parte de su pareja en la adolescencia, se pregunta: «¿Cómo vamos a conseguir la igualdad real si educamos a chicos y chicas de forma diferente?». Si no sabemos qué tipo de vida llevan en la red.
Marina sabe lo que es perder un tren o subirse al que no toca. Cada vez que pilla uno, ella se acuerda de su padre, que le decía: «Hay personas que en la vida viajan en AVE, saben su meta, dónde quieren ir, se suben al tren y lo consiguen. Luego hay otras que son más de Talgo, no saben bien dónde van, pero se suben al tren, a veces bajan en alguna estación, otras miran por la ventana. Tú eres más de Talgo, y no pasa nada, solo tienes que pensar a qué estación quieres llegar».
Dejó de estudiar a los 15 y se curtió como empleada de hostelería a prueba de horarios maratonianos. Llegó a tener cuatro trabajos a la vez. A cada «no» le sacó un «sí», pero hubo un camino muy duro que recorrer.
El del activismo social para prevenir la violencia de género fue un tren al que se subió cubriendo un revelador cuestionario en la facultad. «Conocí la práctica antes que la teoría. Yo sufrí violencia de género de los 15 a los 19 años e hice todo lo que no hay que hacer. A los adolescentes se lo digo en los talleres: ‘¡No vengo a daros lecciones de nada!, fui la primera que se equivocó’. Me creí madura de adolescente porque iba contra el sistema, porque jugaba al fútbol o por escuchar a Ismael Serrano en vez de El Canto del Loco... Y qué fácil fue que un tío de 20 años me metiera en un pozo del que casi no salgo viva. No salí yo, me sacó mi familia. Me han pegado muchas palizas y llega un momento en que ya no te duelen. Yo pensaba que era fuerte, que estaba luchando por amor», revela Marina, que ha hecho de su historia motivación.
El suyo es el relato de la superviviente de una violencia física extrema, de alguien que no podía siquiera pronunciar el nombre del maltratador que quiso acabar con ella y no lo consiguió. «Recuerdo que lo llamaba X. Recuerdo que pensaba: ‘Esto no me ha pasado a mí, bórralo y tira pa’lante’». Pero la Educación Social la obligó a no pasar, la enfrentó a uno de los exámenes más difíciles de superar, pero también el fundamental. «Si hubiera estudiado Arquitectura, seguiría negándome lo que viví; pudriéndome por dentro».
Una profesora de la carrera fue esencial para ella, para que tomase conciencia de la situación, de que el amor no tiene que ver nada con el terror, de que si duele no es de verdad. De que no es fuerte quien aguanta, sino quien abre los ojos y se protege. Esa profesora notaba que, cuando salía en clase algo sobre maltrato, Marina callaba y agachaba la cabeza. «A mí se me ponía un nudo en la garganta. Enfermaba ya cuando sabía que se iba a tratar el tema», revela la autora de Eso no es amor. «Mi suerte fue que esa maestra, Yolanda Aragón Carretero, porque hay profesores y hay maestros, se dio cuenta. Me llevó a su despacho, me preguntó, me eché a llorar y me dijo: ‘Para sacar un 10 en mi asignatura, tienes que coger el PRIA (programa de reinserción de agresores) resumirlo y explicarlo a la clase. Tú vas a hacer el de agresores de violencia de género. Me enfrenté de repente a 840 páginas sobre qué es la violencia de género».
Como parte de ese trabajo de clase, cubrió un cuestionario para concluir cuándo sufres violencia psicológica. El cuestionario, anota Marina, tenía 23 ítems. Ella tachó 22. ¿Cuál dejó sin marcar? «‘Se hace el superior intelectualmente para hacerte sentir más tonta...’. Algo así. Eso no podía porque era más tonto que una alcachofa», zanja.
MITOS QUE SON LLUVIA FINA
Marina Marroquí se especializó como educadora social en violencia de género justo para entender de qué manera habían conseguido convertirla a ella en una víctima sin que se diese ni cuenta. «Me pareció el crimen perfecto, el delincuente más efectivo», confiesa la hoy mamá feliz de una niña de 4 años y educadora influencer.
La «lluvia fina de los mitos del amor romántico» la caló, admite, como cala la presión social en la adolescencia, porque en esa etapa «ser aceptado, gustar, pesa mucho». En el momento de salir del cascarón y empezar a construirte sin el espejo de la familia, ¿cómo prevenir para no lamentar? «Es imposible mientras no eduquemos sin azul y rosa, sin estereotipos de género», afirma la activista.
Según un estudio reciente, el 13% de las chicas sufren conductas de control por parte de sus parejas. «Hemos visto cómo las violaciones en grupo se han multiplicado por cinco en una década. Allá donde mires, todo está sexualizado, desde la primera película infantil que los niños ven. Sin embargo, nadie les explica nada», manifiesta quien ha impartido talleres de prevención y detección precoz de violencia machista en adolescentes a más de 120.000 jóvenes, y ha formado también a profesionales del ámbito policial, jurídico, sanitario y educativo.
La sociedad ha evolucionado a un ritmo vertiginoso y la educación no ha ido a la par. «Ha habido un cambio generacional invisible en la brecha digital. Tú no sabes cómo les llega la información online a tus hijos, cómo la ven, a qué juegan por la tarde, crees que sí pero no lo sabes. Tu hija adolescente y tú vivís en mundos digitales diferentes, a ella pueden llegarle 4 fotopollas y a ti no».
Una parte del contenido digital que llega a los niños entre los 8 y los 15 años, advierte, es «del sadismo y violencia más bestia que puedas imaginar». «Cualquier adulto quedaría traumatizado solo con ver uno de los vídeos y stickers que los chavales cada día me cuentan entre risas», asegura quien quiere dar un toque de atención a los padres para que sepan qué tipo de cosas ven sus hijos desde los 8 o 9 años.
«Desde los 8 en que un niño ve el primer sticker porno igual pasan cuatro años hasta que se mete a buscar un vídeo. Quiero decir con esto que tenemos varios años en los que hay posibilidad de acción por nuestra parte», asegura Marina Marroquí, que subraya lo importante que es «legislar, porque esos contenidos les llegan a los niños por todas las vías». «Y aunque tu hijo se libre de todo eso, y lo tengas en una burbuja digital, con que un niño del cole lo tenga y le diga: ‘Mira lo que he encontrado’... es suficiente».
El porno, al principio, es un agente socializador, apunta. «El niño que lo enseña ese día en el recreo es el rey del patio. Poco a poco, los niños van teniendo un acceso constante y se van insensibilizando a ese tipo de contenidos», explica la autora de Eso no es amor. Hay un sesgo de género en el acceso a la pornografía, que llega a los niños, varones, «pero no a las chicas, porque, claro, no es lo mismo convencerte para ejercer la violencia que para aceptarla».
¿Entonces cómo actúa la pornografía en chicas para que ellas normalicen la violencia? «A través de la cultura. A través de canciones del tipo ‘Cómo mola que me agarren del cuello y me tiren del pelo...’, a través de películas, a través de esos falsos mitos del amor romántico que siempre han sido la perdición de las mujeres», asegura quien dice que esos mitos han mutado con las generaciones. Antes, esos mitos estaban destinados «a hacerte aguantar como chica todo tipo de comportamientos en una relación a largo plazo; ahora, hay ese componente de liberación sexual mal entendida, porque la liberación de una mujer en ningún caso va de cuanto te dejes hacer». Ahora, los mitos del amor romántico han mutado para que «como mujer aguantes tratos denigrantes a corto plazo», señala quien sostiene con firmeza que nunca se puede desvincular lo afectivo de lo sexual, ni siquiera en las relaciones efímeras.
En los talleres que hoy la mantienen en contacto con miles de adolescentes, suele encontrarse, a trazo grueso, con dos grandes grupos: «Soy empoderada, soy libre, me gusta que me cojan del pelo en la cama, ¿qué pasa si me mola?», y estas son las que «al final del taller hacen cola llorando», o el «Yo no quiero ser tía, me pongo sudaderas grandes, no quiero entrar en el juego, soy asexual». Son dos respuestas habituales, «muy peligrosas», señala. «‘Es que quizá no te están dejando ser mujer’, hay que decirles, ‘es que tú no odias ser chica, odias que te digan cosas por la calle o ser sexualizada’», explica Marina.
«El amor vale la pena, nos dicen. ¿Y por qué no la alegría? Quien bien te quiere te hará llorar. No, mentira, quien bien te quiere te hace reír todos los días», asegura esta educadora que desmonta, día a día, esos estereotipos que cercenan el corazón del adolescente y del adulto que llegará a ser. Porque su visión del amor también dependerá de lo que vea en las películas y en el patio del colegio.
«Mientras se siga erotizando la violencia, el deseo estará pervertido», denuncia la mujer que salió del infierno para contarlo. Y ayudar a prevenirlo.