Kandy, la abuelita mochilera, con casi 89 años: «Llevo 23 viajando sin parar y he dado varias veces la vuelta al mundo»
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Desde que se jubiló no ha dejado de viajar y solo para en julio y en agosto. Ya ha estado 23 veces en la India y doce en Sri Lanka, entre otros muchos destinos: «Si no me hubiera divorciado, no hubiera logrado el sueño de mi vida»
25 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Los años para Cándida García Santos, Kandy, son solamente un número. Porque cuando alguien tiene la ilusión que ella transmite, no hay quien la pare. En el sentido más literal de la palabra. Porque esta mujer, de casi 89 años —los cumplirá el próximo 29 de marzo—, lleva más de dos décadas viajando de manera permanente. Ese es su estado natural. Solo para los meses de julio y agosto, porque dice que hace mucho calor y hay demasiada gente. Así que se pasa diez meses al año viajando. «Ahora me pillas en España, porque me he caído y me he roto el brazo. Acabo de llegar de la India y si no fuera por esto, ya me volvía otra vez el día 20 con mis amigas. Hasta que cumplí 80 años viajaba siempre sola, pero a partir de ahí, mi hijo ya me dijo que mejor que viajara acompañada por si pasaba cualquier cosa, que tuviera a alguien cerca. Al principio, no lo entendía, pero ya luego lo entendí. Y ahora planifico el viaje, que voy así sobre la marcha, y me van llamando amigas y se van apuntando. Incluso me contacta gente a través de las redes sociales y les tengo que decir que ya no hay plazas», comenta resuelta.
Pero, ¿de dónde le viene esta pasión viajera? Pues desde bien jovencita: «Yo soy de Íscar, en Valladolid, y cuando yo era pequeña nos fuimos a San Sebastián. Mis padres montaron allí un cámping, cerca de la frontera con Francia. Y claro, yo convivía con muchos extranjeros. Imagínate para mí lo que era encontrarte a personas que te decían que estaban dando la vuelta al mundo. Me parecía fascinante. Y me dije a mí misma que algún día lo haría yo. Y así fue. Nada más jubilarme y dejar la toga, me eché la mochila a la espalda y me fui. Y desde entonces no he parado. Así llevo 23 años y he dado ya varias veces la vuelta al mundo».
Una vez que se convirtió en pensionista, ya no había impedimento para subirse a un avión. «Seguramente si no me hubiera divorciado, no hubiera podido alcanzar el sueño de mi vida, porque no iba a dejar a mi marido aquí solo. Pero cuando empecé a viajar, yo tenía 66 años y me sentía muy independiente para hacer lo que quisiera». Fue así como quiso dar una vuelta completa al globo: «Hay un billete que ya se llama así, billete vuelta al mundo. Y si sales por el este, te obligan a volver por el oeste, y al revés. Tardé nueve meses. Salí de Argentina y regresé por la India. Y me encantó, pero claro, entre medias hay muchas cosas que no ves, porque no paras en todas las ciudades. Entonces, después de eso, me fui a dar otra vez la vuelta al mundo, pero ya iba por mi cuenta, parando en los países y sitios que yo quería. Porque soy muy independiente, y a mí me gusta ir sobre la marcha».
Y desde entonces ya no ha parado. «En la India he estado 23 o 24 veces, sobre todo en el sur, que me encanta. En Sri Lanka, unas doce veces, en Birmania, diez... Es una pena, porque ahora ya no se puede ir y a mí es un país que me encanta. También en Uzbekistán, Vietnam, Hong Kong, Irán.... la verdad es que me gusta mucho Asia y los países árabes», añade.
No es caro
«Todo el mundo me dice que es carísimo viajar. En mi caso no. El billete de avión me lo tengo que pagar, claro. Pero yo siempre me he hospedado en hostels [albergues juveniles]. Y así se puede viajar. En muchos países es superbarato comer, igual te sale por un euro o dos al cambio. Y también, en muchos sitios ya me conocen y no me quieren cobrar. Sobre todo en la India, de ir tantas veces. Cuando llego los niños ya dicen: ‘Ya está aquí la abuelita mochilera'», explica. Además, nos da una cifra: «Para que te hagas una idea, cuando hice la primera vuelta al mundo todavía era en pesetas. Y me gasté un millón y medio en total, con todo incluido [9.000 euros]. Ahora es verdad que al ir con amigas ya no voy tanto a hostels, pero tampoco me voy a hoteles de lujo. Voy a hoteles que están limpios y nada más», comenta. Porque para ella, hay una diferencia fundamental a la hora de viajar: «Una cosa es ser turista y otra, ser viajera. Y yo soy una viajera. Me gusta más disfrutar de la gente que de los sitios y las playas. Conocer cómo viven, su cultura... Es increíble ver cómo la gente te acoge y comparte contigo lo que tiene. Porque el ser humano es muchísimo mejor de lo que creemos», dice. Comenta que una vez en Vietnam, vio cómo un señor se quedó al lado de una cámara fotográfica de última generación hasta que llegó la persona que se la había dejado olvidada allí.
También afirma que tiene experiencias maravillosas y que ha estado en lugares increíbles. «Como en Benarés, en el norte de la India. Impresiona muchísimo. Es una manera de ver la muerte muy distinta a como se ve en el resto del mundo. Ver pasar los muertos envueltos en esas mantas arrugadas y que los llevan a los crematorios... Pero incluso ves a la familia contenta, porque a lo mejor está enfermo su padre y sabe que, de esta manera, va a ir directamente al Nirvana, no se va a volver a reencarnar», explica. También le sorprendió la bondad de los guaraníes, un grupo de pueblos nativos sudamericano: «Estaba en las cataratas del Iguazú, del lado de Argentina, y tenía que ir al lado de Brasil, porque hay que verlas desde los dos sitios. Entonces, le pregunté a una señora si sabía si había un autobús que me llevara. Ella me dijo que me acompañaba, pero le dije que no era necesario, que me indicara solamente cómo llegar. Ella insistió y fuimos las dos hasta allí. Cuando llegamos me explicó que era guaraní y que había logrado dejar el campo con sus hijos. Empezó a darme las gracias porque no podían acostarse sin haber hecho una obra de caridad. Y que gracias a mí, ya lo había logrado. Estaba emocionada y no sabes el abrazo que me dio. Es que viajando se aprenden muchas cosas». También cuenta otra gran experiencia que vivió en Nueva Zelanda: «Fue increíble. Fui a ver a los maoríes y me hicieron hasta llorar. Me acogieron en sus casas, compartieron conmigo su comida, bailamos una danza... En fin. Tengo muchísimos recuerdos de ellos y de la gente, en general».
Una mala experiencia
Solo una vez, en 23 años, tuvo una mala experiencia. Le ocurrió en Hong Kong. Ella había visto un choque entre dos coches y se acercó a hablar con los afectados. Resultó que eran filipinos y que lo que querían era chantajearla: «Fueron a la policía y me denunciaron, según ellos, porque les había robado una cartera con mucho dinero. Yo le dije a la policía que no era verdad, pero ellos le indicaron que tenían tres testigos». Cuando salió de la comisaría a la espera de que declararan los testigos, la estaban esperando para chantajearla. Ella entendió que le pedían 12.000 dólares: «Pero, claro, quién me decía a mí que si les daba el dinero, al día siguiente no me seguirían culpando de algo que yo no había hecho. Además, mi tarjeta no me permitía sacar esa cantidad. Entonces, me dijeron que les comprara unas cadenas de oro. Yo les propuse que comprar unos teléfonos móviles, que era cuando empezaban entonces. Y que yo me quedaba con la batería hasta que declararan. Así lo hicieron. Luego me enteré que lo que me pedían era en dólar hongkonés, mucho más bajo que el americano, y que, al cambio, eran unos 450 euros. Si lo llego a saber, no hubiera pasado por todo eso. Les hubiera dado el dinero y listo». Una vez que les entregó los móviles, Kandy regresó a la comisaría para denunciarlos. «La policía me preguntó que por qué no había dicho nada. Pero era mi palabra contra la de ellos. Cuando fueron a buscarlos al hotel donde estaban alojados, habían hecho el check out dos horas antes. Al llegar a España, recibí una carta de disculpas de la policía», cuenta, mientras insiste que ese ha sido el único momento desagradable que ha tenido durante todos estos años.
Mucho ha cambiado la forma de viajar para Kandy en todo este tiempo. Cuenta que lo primero que hacía antes cuando llegaba a una ciudad era ir a una librería para fijarse en las postales: «Así sabía lo que tenía que visitar de ese sitio. Luego, me montaba en un autobús y me hacía la ruta completa para tener más o menos localizados los lugares. En cambio, ahora con el móvil es todo muy fácil. Llegas a un sitio, y ya sabes qué es lo que tienes que ver, qué comer y demás», confiesa esta mujer a la que la edad no la frena: «Hay gente con 70 años que parecen auténticas personas mayores. Y hay otras personas de ochenta y tantos años, como yo, que somos unas niñas. Mientras tengas proyectos e ilusiones, no envejeces». Claro que sí, Kandy. ¡Qué gran verdad!