Pedro Martínez, 30 años surfeando a diario: «En Galicia hay playas que parecen el Caribe... ¡hasta que metes el dedo del pie!»

Candela Montero Río
Candela Montero Río REDACCIÓN / LA VOZ

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Informático de profesión y surfista por pura pasión, recorre a diario las playas gallegas en busca de las mejores olas. Empezó con 12 años en Canarias y ahora, con 43, ni la lluvia ni el frío lo frenan para lanzarse al mar

15 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cantaba Amaral que los mares de peligro nos hacen sentir vivos, y eso es exactamente lo que le pasa a Pedro Martínez (Betanzos, 1980). Lleva 30 años surfeando «prácticamente a diario», y lo más probable es que, en estos momentos, él esté sobre una ola. Da igual que sea verano o invierno, que haga frío o calor, que esté un día soleado o que llueva. «Mi vida está condicionada por el estado del mar, el viento y las mareas. Organizo mi día en función de eso», explica.

Pero esta historia empieza a más de 2.000 kilómetros, cuando Pedro tenía 12 años y se mudó con su familia a Las Palmas de Gran Canaria. «Me cambió la vida, el surf me atrapó», asegura. «Fue la época dorada de ese deporte, y esa zona era una de las cunas mundiales. Los niños, antes que con un balón, estaban con sus tablas camino de la playa», recuerda.

Se marchó siendo un niño y volvió definitivamente 13 años después, siendo un auténtico surfista. Pero no tardó en darse cuenta de que sumergirse en aguas gallegas no era lo mismo que hacerlo en Canarias. «Aquí hay playas que parecen el Caribe, ¡hasta que metes el dedo del pie!», bromea. «Al principio, me quedaba sin aire solo metiendo la cabeza en el agua», reconoce.

Aunque dice que los años lo fueron haciendo más «sibarita», lo que en realidad se volvió fue inmune al frío: «Una vez que te aclimatas, relativizas todo. Ahora, para mí tiene un encanto indescriptible la estampa invernal en la playa», asegura. Y él lo de relativizar lo lleva a rajatabla: «¡Si aquí pensamos en el frío, qué harán en Irlanda o más arriba!», dice.

Se mueve a diario por las playas gallegas en busca de las mejores olas y, a la hora de escoger arenal, la temperatura es lo último a lo que atiende: «No miras si va a hacer buen o mal tiempo, solo te ciñes a si hay buenas olas o no», cuenta. Y es que él mismo explica que cada zona tiene «su momento». «Por norma general, no se suelen frecuentar las mismas playas en invierno y en verano», alega.

«Al contrario que otros deportes, el surf no se puede realizar cuando uno quiera. Dependemos de muchas variables, como las condiciones del mar, el viento o las mareas», explica. Eso es lo que hace especialmente complicado practicar con frecuencia esta disciplina: «Hay que analizar todo, y tener la suerte de que el momento bueno coincida con el escaso tiempo libre del que puedas disponer», argumenta. Pero este Tetris, lejos de desanimarlo, lo motiva todavía más, y sirve de engranaje para el que, asegura, es uno de los «motores» de su vida: «Todo esto le da un plus cuando llegas a la playa y se dan todas las variables», cuenta.

Se mueve como pez en el agua, pero un ordenador le da de comer. Surfista por vocación e informático de profesión, dice que «jamás» se planteó este deporte como un trabajo. Aunque comenzó siendo un niño, sostiene que empezó «tarde» en la disciplina pero, más allá de la edad, para él el surf es, en realidad, «una forma de vida». «No me gusta la competición», asegura, y explica que es muy difícil dedicarse exclusivamente al deporte como profesional, «excepto que seas un fenómeno».

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De Doniños a Burdeos

Las escuelas de surf o el comercio son las opciones que encuentra para vivir de algo relacionado con este deporte. Y él, aventurero por naturaleza, no ha podido evitar lanzarse a una de estas aventuras: «Recientemente monté www.naonda.es, una tienda online especializada en bodyboard».

Pedro es, posiblemente, una de las voces más autorizadas para señalar la mejor playa gallega. Sin embargo, es incapaz de escoger solo una: «¡No podría decidir! En invierno la costa de Lugo es espectacular, la zona norte de Barbanza tiene joyas por descubrir...». Aun así, confiesa que a los arenales ferrolanos les tiene un cariño especial: «En Las Palmas empecé también a comprar revistas sobre el tema, y en ellas aparecía la playa de Doniños, así que cuando volvimos de vacaciones convencí a mis padres para que me llevasen», recuerda. «Nunca olvidaré la primera vez que bajábamos por la lagoa de Doniños y tuvimos una perspectiva de toda la playa. Me pareció una brutalidad, una pasada. A partir ahí, siempre que veníamos quería ir allí», añade con esa voz que solo sale cuando uno habla de lo que más le gusta en el mundo.

Pero los casi 1.700 kilómetros de costa gallega se le quedaban cortos, y también ha rodado por el mundo con su tabla: «Surfear buenas olas con amigos en sitios que descubres por primera vez es una pasada», dice. Senegal, Marruecos o Panamá son algunos de los sitios que ha visitado con este objetivo, pero asegura que, poco a poco, eso ha ido quedando atrás: «Hace ya demasiados años que no hago un viaje solo para surfear», lamenta.

Aunque las olas ya no son el motivo principal de sus viajes, no se resiste a lanzarse al mar allá donde va: «Hoy en día con mi pareja nos movemos bastante con nuestra furgoneta y siempre intento aprovechar para hacer surf», cuenta. «Cuando organizamos una escapada —continúa—, hacemos la lista de los sitios que queremos visitar, y yo, paralelamente, voy buscando cosas surfeables». Y es que, vaya donde vaya, se las ingenia y busca olas, si hace falta, hasta debajo de las piedras: «Hace poco fuimos a Burdeos en invierno y mi idea era ir al río Garona, que con una serie de crecidas de las mareas forma una especie de ola que va avanzando río arriba y la gente aprovecha para surfear», explica.

Este año sopla las 44 velas y, aunque su vida ya no es la misma que cuando tenía 12, asegura que la motivación permanece intacta y que sigue «disfrutando como el que más». Por el medio, miles de horas en el agua, muchas vivencias y algún que otro susto: «Al mar nunca lo puedes controlar, pero el miedo hay que transformarlo en respeto», defiende. «Siempre hay alguna situación que te saca de la zona de confort —continúa—, pero si estás bien preparado física y mentalmente, te da más seguridad». Hace poco, vivió una de esos angustiosos momentos: «Se me rompió el leash (la cuerda que lo mantenía sujeto a la tabla) y estuve un buen rato en el agua para poder salir».

¿Cómo gestiona este tipo de situaciones? «Hay que intentar bajar las pulsaciones y relajarse controlando la respiración», explica. Sin embargo, insiste en que siempre trata de evitar estos riesgos: «No me gusta ponerme al límite. Me lo pienso mucho cuando siento que no estoy al 100 % para aguantar las condiciones que hay». En este sentido, tiene claro cuál es, para él, la verdadera esencia de este deporte: «Siempre digo que el mejor del agua es el que mejor se lo pasa. Lo importante es lo que le aporta a cada persona, y cada uno se marca sus propias metas», defiende.

¿Y qué es lo que le aporta a él para no bajarse de la tabla en todo este tiempo? «Cuando tienes problemas y te metes al mar, te centras única y exclusivamente en esa actividad. Cuando sales, tienes una perspectiva distinta de las cosas», explica. «A mí eso me calma, frena ese nervio y me ayuda a relativizar», añade.

Esta historia, que lleva ya tres décadas, ¿tiene punto final? Pedro no se visualiza fuera del agua: «Pienso en el día a día. ¡Las bisagras no están igual que con 20 años, pero por ahora no me quejo!», bromea. Así que, de momento, no ve fecha de caducidad: «Pienso seguir metiéndome a remojo hasta que los huesitos aguanten. Me cuido e intento estar en forma para que el cuerpo resista todo lo que se pueda». «¿Con 80 años? Espero estar en el pico, con mi tabla disfrutando de cada ola, por supuesto», concluye.