Diego Pérez, osteópata con un centro pionero en Galicia: «Abrí mi clínica diez meses después de quedarme ciego a los 21 años»

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ANA GARCIA

Este carballés está a punto de crear una fundación con la que pueda dar apoyo educativo y financiar tratamientos a niños con dificultades, «porque yo lo viví, crecí con una enfermedad degenerativa», desvela

12 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Contar únicamente que el destino quiso que Diego Pérez (Carballo, 1981) se quedase sin vista un 13 de diciembre, día de Santa Lucía, patrona de los invidentes, sería quedarse en la superficie de una historia que empezó mucho antes. Lo hizo con el niño que un día fue, que creció con una enfermedad degenerativa y se convirtió en un adulto con un proyecto de vida muy claro. «Para mí el tema de la ceguera es muy significativo y lo considero casi como una suerte. Si pasó, pasó por algo, porque tenía que pasar», dice hoy Diego recordando a aquel chico de 21 años que ya para cuando se quedó sin ver tenía muy claro que iba a abrir una clínica multidisciplinar con la que ayudar a mucha gente. Lo hizo tan solo diez meses después de perder la visión. Y eso a pesar de que pasó un mes encamado tras la cirugía a la que se sometió a consecuencia del desprendimiento severo de retina. «Al mes, que me pude levantar, ya empecé la rehabilitación, y a los tres meses estaba funcionando, haciendo mi vida más o menos normal».

Y reaprendiéndolo todo para ser autónomo. Aquello fue repentino. Todo quedó fundido a negro para Diego en tan solo veinticuatro horas. Estaba acabando Fisioterapia. «Ya tenía la formación más básica hecha, pero la más intensa la hice ya sin vista, por lo que casi no me acuerdo de lo anterior», dice entre risas. Tiene tres másteres universitarios, e hizo dos años de acupuntura a los que se le suma un tercero en la Facultad de Medicina de la USC. Es decir, se formó como acupuntor sin ver.

1.200 METROS Y 35 PERSONAS

Toda su experiencia la ha volcado en la clínica que lleva su nombre. Un espacio pionero en Galicia de 1.200 metros que él levantó en A Laracha con un sinfín de especialidades. Diego eligió este punto de la geografía gallega y no otro, en la comarca que lo vio nacer, una localidad de once mil habitantes, para montar una clínica innovadora en la que trabajan nada más y nada menos que 35 personas a su cargo. Su concepto es también muy diferente al de otras que ofrecen servicios de fisioterapia. «Intenté integrar distintas especialidades», señala. Lo cierto es que hizo mucho más que intentarlo. El centro está especializado en fisioterapia avanzada, con tecnología pionera en Galicia, como la fisioterapia invasiva, neuromodulación, y tratamientos tales como ondas de choque focales o terapia inductiva y diamagnética, entre otros. También un servicio de estética con diversos tratamientos, como los faciales, corporales o reductores, incluyendo la depilación láser. A mayores, las especialidades de podología, logopedia, nutrición y psicología. Y actividades dirigidas junto con entrenamiento personal, readaptación, pilates, yoga y actividades para niños, como ballet.

«Tener ese enfoque multidisciplinar entre los profesionales, el poder estar en cabina y que venga un especialista, u otro, y tener reuniones clínicas para darle la vuelta a un tratamiento o ver la evolución son cosas que permiten encontrar la solución para el paciente en la clínica pero, si es necesario, también fuera de ella, ya que trabajamos con otros profesionales y le hacemos seguimiento al paciente», dice Diego, que ya tiene previsto traer para finales de año un tratamiento novedoso en Galicia para la artrosis y la osteoporosis. «Es la inversión más potente en estos 20 años». Y lo dice él, que ya adquirió en su día una cámara hiperbárica —que aún no está en funcionamiento a causa de la demora en los trámites burocráticos sanitarios—.

Diego no tiene techo. A su academia de formación sanitaria, que ya tiene proyectada una formación en ecografía para noviembre y otras tantas en fisioterapia invasiva para el próximo año, hay que añadir uno de sus grandes empeños: la Fundación Clínica Diego Pérez, «que espero que esté lista para el verano», dice, y que nace con la vocación de facilitar el acceso a los tratamientos, muchos de ellos costosos, de forma gratuita a pacientes que carezcan de recursos económicos asumiendo su financiación. Porque la parte económica cuenta para el creador de este proyecto que ya va camino de ser un auténtico grupo empresarial con varias propuestas sobre la mesa en otras localidades —también ramificado en Alvaz Consultores, una asesoría que gestiona la parte fiscal y laboral no solo de sus propios negocios, sino de otras clínicas—, pero no se cansa de repetir que «no es lo que más importa».

La tercera vertiente de ese proyecto, Escola Ensino, es buena prueba de ello. Ahí es donde Diego tiene puesto el corazón. «Por todas mis vivencias educativas, soy partícipe de todas las ayudas que necesitan los niños con discapacidades a nivel educativo», explica. Trata a niños con dificultades. Las aborda desde los ámbitos de la pedagogía, psicopedagogía, psicología infantil, logopedia y el apoyo escolar, así como cualquier trastorno del ámbito educativo, desde un asperger, un autismo, un TDAH o una dislexia, por ejemplo.

Está especialmente sensibilizado, «porque yo lo viví en primera persona. Sé lo que sufren las familias y los niños, y tengo un equipo muy sensible con todas estas discapacidades», apunta. Su propia prima, que forma parte del patronato de la fundación, sufre una dislexia desde pequeña. Hoy tiene dos carreras, es psicopedagoga y profesora en Audición e Linguaxe. «Cuando era niña, parecía que no daba para estudiar, y estaba marginada por el ámbito educativo. Hoy tiene dos carreras y es una profe increíble. Es algo que nos toca a los dos, ella por su parte y yo por la mía». Su «parte», como la llama él, es la enfermedad degenerativa que lo acabó dejando sin visión a los 21 años. «No tuve ningún trauma, y tuve una infancia superbonita que he disfrutado cantidad, ¿pero podría decirse que he sufrido bullying en la infancia? Sí. Aunque no tengo secuelas, porque tuve una educación muy buena en casa que me ha enseñado que un problema no puede ser un impedimento. Yo nací sin vista del ojo izquierdo, solo veía del derecho. Luego perdí el resto visual... Y lo de siempre, los niños son crueles y te dicen: ‘No ves un pijo, ‘cuatro ojos’...», relata.

Diego lleva desde pequeño sabiendo cómo sería el centro que hizo realidad tan solo diez meses después de quedarse ciego. «Yo vivo dentro de las clínicas desde los 11 años por culpa de una escoliosis. Al ver solo del ojo derecho, a la hora de leer, cuando solo lees de un ojo, haces una rotación de la cabeza para poder focalizar, y acabas adquiriendo malas posturas. Eso hace que vayas perdiendo resto visual y que estés cada vez más encima del libro, agachando más la espalda. Ahí nace una escoliosis que te da dolor y que en mi caso hubo que corregir desde esa edad. Por eso llevo viendo las clínicas por dentro muchos años, y siempre tuve muy claro lo que no quería que pasara en la mía». También se vio obligado a luchar contra un sistema educativo que no estaba preparado para abordar casos como el suyo. «He peleado con profesores que no entendían hace 30 años el tema de la inclusión y de las ayudas. Si tú tardas más en leer un fragmento de un examen, no puedes ir con la misma rapidez que los demás, aunque tengas la misma comprensión lectora. Eres más lento y tardas más en poder acabar el examen, pero no me dejaban más tiempo. Esas cosas duelen, porque no te dejaban ser igual a los demás. Te están discriminando, y no me ha gustado nunca emplear estas palabras, porque son feas, pero se hacía, y aún hay una parte del profesorado que no es vocacional y lo sigue haciendo», lamenta.

De ese déficit y ese sufrimiento nace la idea de crear la fundación, «para ayudar un poquito a los niños, que tengan un apoyo para salir adelante», añade. También a nivel sanitario. «En Galicia hay unidades de atención temprana, que atienden a niños de 0 a 6 años. Pero a partir de los 6 años, esos niños quedan desamparados. Y necesitan terapias, terapias caras. De ahí nace la fundación, que quiere intentar adquirir esas unidades». Licitó como empresa dos veces a ellas y ganó el proyecto técnico con la máxima puntuación, pero perdió en la parte económica. «No se pueden tirar los precios si queremos hacerlo bien», dice. La fundación cuenta con ciertas ventajas a la hora de optar a licitaciones públicas. «La liquidez que obtengamos, si somos capaces, queremos destinarla a esas unidades y revertirla en pagar tratamientos a esos niños que se quedan desamparados a partir de los 6 años y en adultos que no tienen recursos económicos».

UNA VIDA DE SUPERACIÓN

El victimismo no forma parte del vocabulario de Diego ni de su forma de entender la vida. Y eso que su ceguera no se reduce únicamente a la pérdida de visión. «Tengo una retinopatía exudativa familiar. Eso conlleva que la córnea se calcifique y que esas calcificaciones creen fisuras que a veces generan úlceras, lo que te hace vivir con un dolor crónico continuo. No es que sea una ceguera normal y corriente. Tengo que usar una lentilla terapéutica en un ojo para que esas calcificaciones no me rocen y no se ulceren», explica el osteópata, que añade que «si te dejas, estaría cobrando una paga no contributiva en casa, diciendo ‘pobre de mí’ y viviendo a base de fármacos que minimicen un poquito ese dolor. No lo suelo contar porque no me gusta provocar pena».

Nada más lejos de la realidad. Diego solo transmite fuerza y afán de superación. También la determinación propia de quien construye un proyecto de vida por pura vocación. Eso sí, se nota que lo hace con cabeza y que procede de familia de empresarios. Por algo estudió el módulo de Gestión de Empresas antes del grado en Fisioterapia, para plantear la suya propia. Tampoco eligió su ubicación únicamente por una cuestión sentimental, que también. Lo hizo porque es estratégica. «Desde que perdí la vista, tuve que decidir dónde quería montar la clínica. Y donde la abriera, tenía que vivir y establecerme. A Laracha está muy bien comunicada. En un radio de 50 kilómetros, cogemos más de 20.000 habitantes. Si hacemos una circunferencia, es como trabajar en una gran ciudad. Coges área de A Coruña, Ordes, Santiago, Santa Comba, y rozas la Costa da Morte desde Fisterra y Malpica. La meta siempre estuvo en crear algo a nivel provincial. Y luego, es cómodo para vivir, tengo familia aquí, queda cerca de A Coruña... Si Inditex es una multinacional y está en Arteixo, ¿por qué no esto en A Laracha? No hace falta estar en una gran ciudad para tener un gran proyecto». Lo que hace falta es gente como él.