Lucía Ruz, autora del pódcast «MujeresMadres»: «Por ser madre pasé de ser uno de los talentos de la empresa al último mono»
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Pone voz a todas las renuncias de las mujeres por criar. «Ahora estamos más explotadas y esclavizadas que antes», dice, mientras se compara con otras generaciones: «Nuestras abuelas no pudieron elegir, pero tenían menos presión»
16 jun 2024 . Actualizado a las 11:06 h.Si eres madre, te sentirás muy identificada con Lucía Ruz (Sevilla, 1992). La autora del conocido pódcast MujeresMadres acaba de sacar el libro Mujeres madres. Empoderadas, pero no tanto, donde da voz a la realidad cotidiana de todas las que tienen hijos, incluida ella misma. Sus renuncias, sus sentimientos, la falta de conciliación, de apoyo, los problemas de salud mental... la lista es interminable. Ella habla alto y claro, sin tapujos y sin pelos en la lengua.
—Parece que cuando una mujer es madre, tiene que dejar a un lado todas sus aspiraciones...
—Sí, es solo madre. Todo esto me chirriaba. No era la mujer que yo creía que iba a ser. La había abandonado, porque estaba totalmente dedicada a mi maternidad. Y empecé a pensar: «¿Qué es lo que me pasa?, ¿por qué la maternidad no es suficiente si yo pensaba que era lo más?». Quería recuperar esa parte de mujer, pero si tenía una carrera profesional o salía, o tenía una vida más allá de la maternidad, también me sentía culpable por no ser la madre que tenía que ser.
—¿Y a qué conclusión llegas?
—Que la maternidad moderna no es la de nuestras madres y abuelas. Por lo tanto, yo no puedo pretender ser la misma madre que era mi abuela, porque su mundo y mi mundo no son el mismo. Entonces, por un lado, empecé a entender a nivel social cuáles eran las diferencias. Y por otro lado, también me interesó mucho a nivel emocional, fisiológico y psicológico. Qué cambios había y qué cosas estaban pasando en mí, de las que tampoco se habla mucho. Los cambios cerebrales que sufrimos o el tema de la matrescencia, que es la segunda adolescencia de las mujeres.
—¿Lo podías explicar mejor?
—El cerebro alcanza su punto más moldeable en la adolescencia, porque los niños necesitan pasar al rol de adulto, entonces su cerebro se prepara para esa vida. Con la maternidad pasa también. Las mujeres al ser madres tienen el cerebro igual de moldeable, porque es lo que les va a ayudar a pasar al rol de madre. Se moldea para dar paso a que, a partir de ahora, ya no puedas atender tus diez necesidades, solo una... También para activar los sentidos, que podamos escuchar el llanto de nuestro hijo, casi antes de que llore. Entonces, todo esto que sufrimos las mujeres con la maternidad también tiene una explicación a nivel fisiológico, mental y emocional, que es como una segunda adolescencia. Cuando un niño es adolescente y da una respuesta fuera de lo que es habitual o está irascible y no se entiende a sí mismo, lo entendemos y lo aceptamos. Pero cuando esos mismos procesos se viven en la maternidad, no le permitimos a la mujer lo mismo que a un adolescente. El libro recoge un poco todo esto con la intención de mostrar una realidad de la maternidad, que no es la que normalmente tenemos, y brindar calma para entender todas estas cosas que nos están pasando.
—¿La liberación laboral de la mujer ha traído más carga de trabajo?
—Se nos empodera desde niñas, pero no se nos acompaña a nivel social y no hay un sistema que nos sostenga. Hace falta que la mujer se incorpore al mundo laboral, para aportar y ser productiva, pero no se nos ha liberado del cuidado. Entonces, si se nos suma de una cosa, y no se nos libera de otra, es una explotación. Hay muchos hombres que todavía viven absortos en sus privilegios e ignorantes de manera consciente, porque a nadie le gusta perder privilegios. Y hay que perderlos para que, de verdad, haya una igualdad y una corresponsabilidad. Entonces, lo que explico en el libro es que todavía no estamos en un nuevo modelo que nos sirva a nosotras. Somos como la generación bisagra, que está entre dos modelos. Porque el empoderamiento de la mujer no se acompaña con la pérdida de privilegios del hombre. Realmente, nosotras ahora estamos más explotadas y esclavizadas que antes, con perdón de los avances que se han hecho para que podamos escoger. Porque nuestras abuelas no pudieron elegir, pero también tenían menos presión que ahora.
—¿Criar a tus hijos es ser antifeminista?
—Realmente, lo antifeminista no es dedicarte a la crianza, sino juzgar las decisiones de cada una. Tenemos tan cercana la lucha feminista, que está feo decir que abandonas tu carrera y te quedas criando a tus hijos. Yo espero que esta decisión adquiera más libertad y menos juicio en el futuro, por el hecho de que lo haga el padre o la madre.
—Pero el sistema, en general, te obliga a no poder renunciar al trabajo...
—Sí, es verdad. Pero también, si alguien se reduce la jornada, suele ser la mujer. Estamos enjuiciadas hagamos lo que hagamos. Si criamos porque estamos faltando a los derechos que hemos adquirido. Si no criamos y quien lo hace es nuestra pareja, pues que hay que ver que no estás ahí y tú eres la madre. Si ninguno de los dos renuncia, resulta que los niños están abandonados en el cole y en las extraescolares. Todavía no hay una aceptación y un consenso sobre lo que está bien y lo que no. Cuando en realidad, el consenso debería ser que cada uno haga lo que quiera o lo que pueda. Muchas veces no hay más opciones. No hay una conciliación real y la crianza viene con muchas renuncias añadidas. O renuncias a una parte de tu carrera profesional o renuncias a una parte de la crianza de tus hijos.
—Todas las madres tienen una historia de no conciliación, tal y como dices en el libro, ¿cuál es la tuya?
—Yo me creía que iba a tener una gran carrera profesional y que iba a ser una gran madre. Tenía muchas aspiraciones a nivel profesional, pero también siempre tuve claro que quería ser madre. Mi padre murió cuando era pequeña y mi madre se dedicó a criarnos. No se incorporó al mundo laboral hasta que mi hermano y yo entramos en el instituto. Luego, hizo el acceso a la universidad, estudió la carrera, se sacó unas oposiciones y empezó a trabajar. Al haber crecido en un hogar en el que mi madre estaba dedicada a nosotros, tenía claro que yo quería darle a mis hijas lo mismo.
—¿Y qué pasó?
—Pues que yo estaba en una multinacional, y tenía una cartera de clientes. Fui madre y volví al trabajo, pero si tenía que ver a un cliente, tenía que viajar o eran las siete de la tarde y el cliente llegaba tarde, pues le tenía que esperar. Y mis prioridades habían cambiado. Yo quería estar en casa con mi hija y no quería estar esperando a mi cliente. Por lo tanto, mi motivación bajaba cada vez más. Pasé de estar en la lista de talentos de la compañía a ser el último mono, al que no proponen para ninguna promoción ni nada de eso. Al final conseguí cambiar de estar en la calle visitando clientes a teletrabajar.
—¿Fue mejor?
—Lo que pasó fue que el teletrabajo también es un engaño de la conciliación, porque mientras estás entre reunión y reunión, estás poniendo lavadoras, haciendo la comida... si el niño está malo y teletrabajas, tú eres la que se queda con él bajando tu productividad y concentración... Entonces, el teletrabajo tampoco es una herramienta de conciliación. Es una herramienta de mayor dedicación.
—¿Dejaste el trabajo?
—Llegó un momento en el que para mí todo dejó de tener sentido. Dejé mi trabajo, me cambié a otro en el que bajé de rango. Cobraba la mitad que en mi anterior puesto, pero pensé: «Es un trabajo fácil. Cobro la mitad, pero va a requerir menos de mí, voy a poder conciliar». Al cabo de unos 9 meses me di cuenta de que era imposible conciliar. Era la fiesta de graduación de la guardería de mi hija. Yo le había prometido que iba a llegar para vestirla y le había comprado un vestido que a ella le encantaba. Pero aún estaba en Cádiz, yo vivo en Sevilla, como a hora y media, y el cliente se retrasaba. Lo necesitaba para cerrar el mes en positivo.
—¿Lo esperaste?
—Lo esperé, tuve la reunión y me volví corriendo por la autopista, como a 200, porque no llegaba ni siquiera a la fiesta. E iba en el coche pensando: «¿Qué estoy haciendo con mi vida? Porque, al final, ni el trabajo ni mi hija, puede que me mate en el coche porque voy con la lengua fuera. Tengo un bebé y otra niña de 2 años y no duermo. No soy la trabajadora que quiero ser, tampoco soy la madre que quiero ser, no tengo ni un minuto para mí». El autocuidado y el tiempo de dedicación como mujer también se eliminan por completo. Es trabajar y criar, porque si no, la culpa te come y no puedes vivir. Llegó un momento en que me dije que no podía más. Me levantaba llorando, me acostaba llorando, me sentía culpable, y al final, también me fui del trabajo. Lo dejé todo, porque siendo honesta, tenía una situación de privilegio. El sueldo de mi marido me permitía estar unos meses en los que pudiera averiguar qué hacer con mi vida. Y así lo hicimos, dejamos de salir a comer los fines de semana, recortamos en algunas cosas, pero podíamos vivir. Hasta ahí llegó mi imposibilidad de la conciliación. Con un punto de quiebre de mi salud mental.
—¿Y ahora cómo estás?
—Ahora tengo la enorme suerte de haber conseguido montar un negocio que me permite una conciliación total. Yo adapto mi trabajo, porque soy mi propia jefa y porque he encontrado un nicho en el que me ha sido fácil crecer rápido. Después de haber dejado el trabajo, en enero del 2023, abrí un pódcast para hablar de todo esto que nos pasa a las mujeres con la llegada de la maternidad y dar un poco de luz sobre lo que te acabo de contar. Empecé un primer episodio que se llamaba Sexo en la maternidad, porque era algo que había cambiado mucho en mi vida y de lo que nadie hablaba, ni siquiera mis otras amigas que eran madres. Me dije: «Voy a hablar de esto porque no me va a escuchar nadie. Soy una más en un mar de cuentas». Para mi sorpresa me escucharon muchas más mujeres de lo que me esperaba. La cuenta empezó a crecer, fue una locura. En año y medio tiene 185.000 seguidoras. El pódcast va por su tercera temporada y el libro es otro proyecto más dentro de MujeresMadres. Sé que no es la historia común de una mujer que deja su trabajo y se reinventa, pero he tenido la suerte de hablar de algo que nos afecta a muchas y que brinda mucha paz y acompañamiento, aunque sea virtual. Y esta es mi misión.