
Forma parte de nuestra vida, esa imagen brutal registrada por el inmenso Manuel Ferrol en 1957, esa foto del padre que estruja a su hijo por el cuello, como cuidándose de que no se le escape, mientras los dos construyen la mueca más triste del mundo y enfocan la mirada hacia un horizonte por el que todos los que se van desaparecen. No se sabe si ese dolor, imposible de medir y de superar, que reflejan los rostros es por los que se van o por los que se quedan o por todos nosotros, pero es inevitable percibir la plegaria civil que sale de la foto y volver al tiempo en el que Galicia se desangraba.
El niño de la instantánea nunca llegó a salir de ese puerto de A Coruña en el que, como él, miles de los nuestros despedían a los suyos porque aquel país diezmado no daba para más. Vivió hasta el domingo en Fisterra, el fin del mundo para él y para todos los que se quedaron. Se llamaba Juan Jesús Calo y murió a los 75 años convertido en un símbolo involuntario del desgarro que significa la emigración, pero también de la ternura, porque es ternura con mayúsculas lo que destila esa despedida, en la que, además de tristeza, también se ve a un padre que quiere profundamente a su hijo. Esta imagen de Manuel Ferrol y otras muchas suyas y de otros que retrataron con gran sabiduría el éxodo masivo de gallegos que buscaban una vida mejor podrían tener un lugar principal en nuestro relato identitario, pero no es así. Falta, por ejemplo, un gran museo de la emigración, que todavía no hemos sido capaces de levantar, aunque solo fuera por copiar el magnífico Epic con el que los irlandeses han convertido su brutal diáspora en una historia de épica, resistencia y valor. Hay pocas peripecias colectivas tan complejas como esa emigración masiva y varias asignaturas pendientes con los que se fueron y que se siguen sabiendo parte de nosotros.
Juan Jesús murió el mismo día que Europa votaba y que la extrema derecha ascendía en una progresión que contradice el espíritu del propio continente, que antes de recibir a los que hoy emigran también enviaba a sus ciudadanos a lo que la humanidad siempre ha perseguido: una vida mejor.