Intolerable intromisión en mi intimidad

YES

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13 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Si me fío de lo que me sugiere mi Instagram después de haberme escuchado a hurtadillas, tengo las articulaciones hechas un asco y la menopausia de lo más florido. En concreto, el aleatorio de la red se empeña en indicarme las bondades mágicas del pilates de pared para señoras en pleno climaterio a las que la grasa les circula de otro xeito. En realidad, todas son tipas imponentes quizás creadas por una des-inteligencia artificial en las que lo único de apariencia desvencijada es un pelo blanco que en su caso parece la reluciente y plateada melena de Medea después de haber pasado por las manos de Loida Zamuz.

Pero la cuestión es que cualquier pequeño scroll que deslice el dedo por la pantalla es un carrusel de entrenadores que retuercen el cuello y la espalda con una elasticidad pasmosa y que ofrecen trucos para evitar lumbalgias y mantener en forma el nervio ciático. Intercaladas, las susodichas maduras que hacen sentadillas contra la pared y que da gusto verlas.

Los anuncios han aparecido, de pronto, sin que mediase consulta previa alguna, y parecen una carta personalizada elaborada por algún mago que descifra intimidades. La gente seria no acaba de tener claro si nos escuchan a través del teléfono; ya les digo que no lo necesitan. Sugerencias tan ad hoc proceden, seguro, de la cantidad de información que he ido dejando yo solita en mi aldea digital cada vez que empuño el celular. Los señores que están al otro lado saben de mí lo que compro cada día, en qué punto de la ciudad me encuentro, cuándo entro en el coche y se conecta el Car Play, adónde viajo, conocen al dedillo mis gustos musicales, las páginas web que visito, incluidas las que no sabe nadie, podrían llevar una estadística con los pasos que ando cada día, las pulsaciones de mi corazón, las emisoras de radio que conecto, las películas de Netflix que me trago, los bancos en los que tengo cuenta, los apartamentos turísticos en los que he estado y, lo que es peor, la pasta que me dejo en Zara. Todo se lo he dado con una docilidad encantadora y la lamentable y equivocada convicción de que con cada aplicación que descargaba mantenía mi irrenunciable estándar de chavalita moderna. Eso sí, cuando me interrumpe la siesta una pobre mujer que llevará al teléfono ocho horas por el salario mínimo, le indico, indignada, que semejante intromisión en mi intimidad es a todas luces intolerable.