Elena y Carlos, dos gallegos que superaron el pánico a volar: «Me he subido a un avión después de 20 años»
YES

«Para mí el momento del despegue era decir: "Adiós mundo"», apunta Elena, que tras superar la fobia junto Carlos, decidió irse en avión a Hungría con él y sus familias para celebrar esta amistad de altura
28 jul 2024 . Actualizado a las 13:05 h.Hay veces en la vida en las que tienes que atajar tus miedos de golpe. Eso es lo que hicieron Elena y Carlos, dos amigos que motivados por el marido de ella, pusieron fin a su fobia a volar, que los limitaba. «Yo nunca dejé de volar, pero para mí hacer viajes de más de una hora era un horror. En el 2015, cuando iba a coger el vuelo de vuelta desde París, saltó la noticia del avión que se estrelló de camino a Alemania. Ahí juré y perjuré que no volvería a montarme en uno. Fue entonces cuando mi marido nos animó a Carlos y a mí a hacer un curso para perder el miedo», cuenta Elena. Además, recuerda cómo fue su viaje de luna de miel. «Me dormí en Barajas y me despertaron en Cuba. Me medicaron de tal manera que solo recuerdo eso», explica.
A pesar de no haber tenido una mala experiencia previa, asegura que lo de volar nunca le ha gustado. «Al final terminas haciendo viajes para no fastidiar a tu familia. Mi primer trayecto en avión fue a Mallorca, era joven, e iba con otra ilusión. Con el tiempo el miedo empeoró y se multiplicó cuando fui madre. Si volábamos todos juntos, me daba tranquilidad porque mi mente me decía: 'Si morimos, morimos todos'», confiesa. La ansiedad se apoderó de Elena en todos los sentidos, haciendo que la fobia le impidiese realizar cada vez más cosas. «Para mí era una tensión horrorosa. Una semana antes ya estaba mal pensando en el vuelo. En el momento de embarcar me empezaban las taquicardias, lloraba, y a la mínima turbulencia no paraba de sudar. Cuando ya estaba sentada en el avión, me quería bajar. El despegue era como 'adiós mundo', y me podían las ganas de tocar tierra. Era un miedo atroz a lo desconocido», relata. A ella también le condicionaban lo que otros le contasen. «Es verdad que muchas veces, si tienes miedo a volar, las vivencias de otras personas pueden condicionarte porque todo lo negativo se te graba a fuego. La gente siempre cuenta sus anécdotas negativas y cuando estaba en el avión solo pensaba en eso», afirma.
Pero todo llegó a su fin, porque una llamada de Alfonso de Bertodano, piloto e instructor del curso Perdiendo el miedo a volar, le cambió la vida. «Me llamó y estuve hablando casi una hora con él. Me veía tan reflejada en lo que me estaba contando que en aquel momento, si me hubiese pedido que cogiera un avión de Santiago a Madrid, lo hubiese hecho. Le eché ganas y terminé haciendo el curso con Carlos», explica. Ahora lo recuerda emocionada. «La primera vez que pude ir sola en el avión y mirando por la ventanilla, me puse a llorar de alegría. Fíjate si esto fue importante para mí, que se me entrecorta la voz contándolo», dice emocionada. Ahora solo le apetece ayudar. «Veo a la gente sufriendo en el vuelo y me dan ganas de ir a consolarlos», bromea.
Ir en barco a EE.UU.
Carlos no volaba por nada del mundo. «Era jugador de baloncesto y viajaba a menudo. Viniendo de Túnez, tuvimos un vuelo horroroso con muchas turbulencias. Desde ese momento estuve 20 años sin coger un avión», explica. La única forma de subirse era medicado. «Un mes antes de embarcar ya me dolía el estómago. Tomaba ansiolíticos y llevaba una pastilla en el vuelo para meterla debajo de la lengua, si veía que me atacaban los nervios. El problema era que la noche antes ya me había tomado otras tres. No me hacían efecto», afirma. Sentado era un auténtico espectáculo. «No me levantaba ni aunque tuviera ganas de ir al baño y me agarraba tan fuerte al asiento que llegaba con dolor de brazos. Mi mujer y mis hijas iban todo el vuelo preocupadas», cuenta. Tal era su nivel de pánico que creía que todo estaba en su contra. «Cuando mi familia proponía ir en avión decía: '¡Pero cómo se os ocurre, lo hacéis a propósito!' Llegué a pensar que programaban los vuelos en ciertos momentos para fastidiarme. Tener una fobia es como un amplificador y hace que todo lo magnifiques», confiesa.
Pero después de hacer el curso, se produjo un cambio de papeles. «Al principio no creía que en un día y medio me pudiesen tratar una fobia que llevaba arrastrando 20 años, era imposible. Cuando salí de allí, pasé de sufrir a programar yo los vuelos. Ahora soy el encargado de comprarlos», bromea. Carlos recuperó el tiempo perdido. «Fui a Venecia, Croacia, Boston... En el vuelo a Berlín iba explicándoles a mi mujer y a mis hijas de qué era cada ruido que se escuchaba en el avión. Sus caras eran tremendas», señala. Además de contar con técnicas de distracción, aprovecha para disfrutar de las vistas. «Somos una familia muy aficionada al baloncesto y me pongo a ver partidos durante el vuelo. Me encanta ir en la ventanilla para sacar fotos, cuando antes siempre pedía ir en el pasillo», afirma. Superar su miedo hizo que pudiese cruzar el Atlántico para visitar a su hija en Estados Unidos. «Hasta me había planteado ir en barco por no pisar un avión», bromea.
La semana después de pasar por las manos de Alfonso de Bertodano, Elena y Carlos decidieron irse de viaje a Hungría con sus familias para celebrarlo. «No se lo creían. Antes ni lo hubiéramos pensado, ya estaríamos planificando la ruta en coche», explica Carlos. Una historia con final feliz en la que, sin duda, estos dos amigos estrecharon aún más sus lazos en el aire.