Juana Aguilar: «Cada vez hay más separaciones en las que la pareja termina conviviendo en la misma casa»

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La presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas asegura que la frase «ahora no aguantáis nada» ha hecho mucho daño.

08 oct 2024 . Actualizado a las 20:13 h.

Juana Aguilar Mayoral (Talarrubias, Badajoz, 1962) es presidenta de la Federación Nacional de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas desde hace dos años, aunque pertenece a esta asociación desde hace 30. Además, dirige el Centro de Recuperación para Mujeres Víctimas de Violencia de Género que se gestiona desde la fundación. «Trabajamos con las mujeres y los niños en régimen residencial y les damos un soporte para que después puedan tener una vida independiente y libre de violencias», señala la experta.

  

—¿Por qué se separan las mujeres?

—Depende de la edad, pero dan el paso cuando empiezan a priorizarse, cuando se ponen delante del espejo y ven lo que han perdido. Cuando ven que la vida en común, ese proyecto, ha cambiado. A veces cambia por una misma, y a veces por las circunstancias que le rodean a él. Cuando ves que no es la persona con quien quieres estar, te ves ninguneada o tienes tu espacio... Hay múltiples razones, independientemente de la violencia de género, claro.

—¿Cuánto tiempo llevan aguantando las mujeres antes de tomar la decisión?

—Buf, mucho. Normalmente son años de haber estado pensándolo. Muchas veces dicen eso de: «Por mis hijos me quedo, son pequeños, no quiero romperles el ritmo de vida». Y ahí aguantan, aguantan y aguantan. Aguantamos mucho, porque suelen tener una media de 15 o 20 años de convivencia cuando se separan.

—¿Tu percepción es que cuando una mujer dice: «Aguanto por mis hijos» finalmente siempre se acaba divorciando?

—Sí, sí. Eso rompe, acaba en divorcio. Y además nosotras lo que queremos dejar claro es que aguantar por los hijos es un error. Es un error partir de que el nexo de unión de una pareja son los hijos. La pareja es otra cosa, tengas hijos o no. Cuando empezamos a tolerar cosas, como que la convivencia no es como nosotras la habíamos planteado, o por los niños pequeños no damos el paso, porque creemos que les vamos a romper el clima de bienestar..., todo eso es un error. Las criaturas están en un clima que no es adecuado, y, por supuesto, ya no hablo de violencia. Es un clima no adecuado para convivir y, queramos o no, los niños y niñas se enteran. A determinadas edades es bueno sentarse y explicarles: «Mira, papá y mamá vamos a separarnos...». Porque las separaciones tampoco tienen que ser traumáticas.

—Las mujeres tienen eso muy arraigado, es difícil romper los tabúes impuestos. Muchas tienen miedo a la venganza, y las separaciones no son tan ideales.

—Sí. Es muy difícil. Además quien teme más perder el estatus es él. El estatus en su trabajo, en la colectividad, en el colegio... Él siempre es más reacio porque se le cae todo un mundo que está en función del jefe de familia, el soporte económico. Porque, además, ahora las mujeres están aguantando mucho por el tema económico. Las mujeres ingresamos menos y hacemos más gordas las cifras de pobreza y eso al final las frena para separarse. Están en una situación de indefensión muy grande.

—Es una frase típica de matrimonios que llevan muchos años decir: «No nos separamos porque no hay pasta para pagar todos los colegios...».

—Eso es. No sabría decirte el porcentaje, pero hoy en día hay muchas parejas rotas que siguen conviviendo en el mismo espacio porque económicamente no pueden mantener dos casas. Hay muchas familias que están conviviendo de esa manera, pero el vínculo sentimental ya no existe. Viven como compañeros de piso, pero, desde luego, la desventaja económica es lo que más pesa a la hora de dar el paso definitivo.

 «Cuando una mujer responde es porque ha aguantado muchísimo»

—En esos casos los hijos no están viviendo un buen matrimonio, lo que entendemos por una buena pareja. ¿Qué consecuencias tiene?

—Claro, claro. Están viendo un parche que sus padres han puesto ahí encima. Y además, por mucho que tú hayas pactado unas normas, la convivencia es complicada. Y si antes era complicada, ese clima se sigue enrareciendo.

—Venimos de padres y de abuelos que han estado juntos muchos años, y que trasladan a veces el mensaje de: «Ahora no aguantáis nada».

—Esa frase nos ha hecho mucho daño. Esa frase es común casi al 99% de las mujeres que han padecido la violencia. A veces te cuentan: «Es que cuando hablo con mi madre me dice: ‘¡Ay, hija, es que si yo te contara! Esto es lo que toca, aguantar». Las mujeres somos las grandes damnificadas, siempre estamos en una posición secundaria, y somos las que siempre cedemos, porque nos lo han inculcado. Hemos hecho muchos avances, evidentemente, ¡solo faltaba!, pero seguimos con el rol metido en el ADN y lo transmitimos, aunque no seamos conscientes. A veces las chicas de prácticas que tenemos aquí reflexionan y se dan cuenta del rol que tiene aún su padre, y te hablo de un señor universitario de unos 45 o 50 años.

—¿Qué ven en sus padres?

—Ven que su padre no se levanta a por el agua, porque ya va su madre, que cuando hay fútbol solo se ve fútbol, que su madre le hace la cena, aunque ella trabaje... Nos han vendido la conciliación muy mal. Si rascas, ves que seguimos llevando todo el peso.

 «Cuando el buen trato exista, el mal trato empezará a decaer»

—Hay mujeres que con 70 u 80 años deciden separarse. ¿Son más cada vez?

—No hay cada vez más, pero sí se habla más. En mujeres de esas edades lo que prioriza es que tengan apoyo familiar. Si tienen esa red, esa cobertura de hijos o nietos que les permita envalentonarse, entonces seguramente dan el paso. Pero hay muchas mujeres que están metidas en un agujero negro. Y cuanto más tiempo pasa, peor, porque están más solas.

—Pero se divorcian más los jóvenes.

—Sí, eso sí. Y ahora con el modelo de «vivimos todos en la misma casa porque no podemos mantener dos viviendas». Eso sí lo estamos viendo mucho últimamente. Gente que rompe, pero siguen manteniendo el mismo espacio físico.

—Muchas mujeres no son conscientes de que sufren violencia psicológica. ¿Lo percibís también?

—Sí, todas las mujeres que atendemos por violencia de género han sufrido violencia psicológica. Y de esas, el 80% han sufrido violencia física. Los micromachismos son tan habituales que no eres consciente de que te están manipulando, de que te están vejando, humillando. La violencia psicológica tiene un abanico muy amplio y es muy difícil que la gente lo entienda. Que entiendan a quienes la padecen y no las culpabilicen porque a veces ni en la comisaría las creen. Y les dicen: «Es que no te ha pegado un golpe». Y eso hay que denunciarlo, se puede pelear y demostrar.

—Algunas mujeres creen que las peleas son entre iguales.

—Nunca son entre iguales. Nunca tenemos igualdad en esas situaciones, nunca es una pelea por igual. Nosotras siempre estamos en desventaja, veinte o treinta casillas por debajo. No estoy hablando de discusiones de «hoy te tocaba ir a ti a por el pan». Cuando subes un poco el tono de voz, o empiezan a poner palabras malsonantes y eso se reproduce, desde luego, quien no tiene ninguna ventaja es ella. Y no se puede equiparar la respuesta de ella. Porque cuando una mujer responde es porque ha aguantado muchísimo. Te van haciendo luz de gas, invisible o que pienses que eres tú la que tiene un problema. O te provocan para que luego saltes tú y des más voces.

—Una niña no nace sumisa.

—Y un niño violento tampoco.

 —¿Un hombre se hace violento siempre porque ha estado expuesto a la violencia?

—Sí, si analizamos bien la trayectoria de ese niño, en algún momento ha tenido que tener contacto con la violencia. Pasa ahora con el acceso a la pornografía... ¡Qué modelo es ese! A lo mejor su padre y su madre no han sido violentos, pero es un canal sin filtro para normalizar una relación con una mujer. La gente está normalizada en los malos tratos, no en los buenos tratos.

—No nos han enseñado a poner en valor el buen trato.

—Exactamente. Nosotros ponemos encima de la mesa el valor del buen trato en todos los ámbitos de la vida: en el cole, con tus amigos, con tu familia... Porque cuando el buen trato exista, el mal trato empezará a decaer.

—Las mujeres se han conformado con migajas, no han sido cuidadas.

—Para nada. Y en situaciones normales, tampoco. Te pongo el ejemplo de amigas que cuando yo estudiaba te decían que si había cuatro filetes y cinco personas en la unidad familiar, la mamá renunciaba al filete. Eso es muy significativo, porque en tu escala, priorizas a todos por encima de ti.

—Eso sigue existiendo: las madres se comen la cabeza del pescado.

—Por ejemplo... O estás enferma y te haces menos caso a ti. Imagínate cómo es la percepción de ti misma.

—Por hablar en positivo, ¿qué valoran más las mujeres?

—Si no hay violencia, sobre todo el asesoramiento jurídico, que les haya garantizado sus derechos y los de sus hijos. Y las que son víctimas de violencia, que pueden estar 20 o 22 meses haciendo el tratamiento aquí, que salgan independientes y sin miedo. Eso no hay palabras para describirlo. Ellas nos dicen que les hemos devuelto la vida.

—Si una mujer sufre violencia y no se divorcia, ¿se va a acabar divorciando?

—No, no. Al contrario, será una muerta en vida. Por eso siempre que hay violencia hay que poner punto final. Es muy importante la información y el entorno, que sepan que no están solas.

—Es lógico que tengan miedo, porque saben que las pueden matar dentro o fuera, que no están seguras en ningún sitio.

—Claro, y además ellos se disparan en cuanto les pones límites. Por eso es tan importante el entorno de seguridad que tienen que poner ellas alrededor a lo largo de toda su vida. Salir de ahí es de valientes, el proceso es muy duro.

—¿Has visto a algún hombre que haya ejercido violencia y luego se haya arrepentido y haya recuperado su vida?

—No. Y cuando siguen esa estrategia, es solo para recuperar a sus mujeres. Eso es un error. Quien ha sido violento va a ser violento. Es el caballo ganador, no quieren perder esa ventaja. Por eso es importante educar en el respeto y la igualdad.