Hija de gallegos emigrados a Punta Arenas (Chile), Quica de Zanzi fue una destacada dirigente socialista y amiga íntima de Salvador Allende. En sus memorias, cuenta la crueldad que vivió en la cárcel tras el golpe de Estado, pero también lo mucho que influyó Galicia en su vida
16 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Hasta hace unos años, el 12 de octubre era conocido en Chile como el Día de la Raza; «ahora le llaman el Día del Encuentro entre Dos Mundos», cuenta Carlos Zanzi por teléfono desde Suecia, país que le acogió hace 50 años como exiliado, huyendo de la dictadura de Augusto Pinochet, tras la muerte de Salvador Allende. Esos dos mundos de los que habla son los que siempre tuvo presente su madre, Francisca González Fernández, nacida en Punta Arenas en 1924, hija de dos emigrantes gallegos que llegaron a finales del siglo XIX —desde Fisterra él, de Muros ella—, a la región remota de Magallanes, la más austral del país, más cercana al polo sur que a la propia capital, Santiago de Chile.
Allí creció esta niña en un ambiente muy marcado por el origen de sus padres y las costumbres que los emigrantes mantenían para no perder sus referencias. No pudo ir a la universidad por ser mujer —su padre solo permitió que fuera su hermano—, pero, según pasó de la adolescencia a la edad adulta, fue creciendo en ella un interés por la política que marcó su vida para siempre. Quica de Zanzi, apellido que tomó tras casarse con su marido, Carlos Zanzi Cuccuini, fue una destacada dirigente socialista y reconocida por su defensa de los derechos humanos. Íntima amiga de los Allende, fue encarcelada y torturada tras el golpe de Estado de 1973 y, una vez en el exilio, escribió unas memorias que son un testimonio único para conocer esa página negra de la historia de Chile.
Esta hija de gallegos y su marido ocuparon distintos puestos en el Partido Socialista chileno: él estuvo a cargo de la Corporación de Desarrollo de Magallanes, ella dirigió la Confederación de Centros de Madres. Tras la llegada al poder de Augusto Pinochet, fue separada de su marido e hijos y encarcelada: «La relación entre mi familia y la de Allende fue muy intensa, yo entraba en su casa sin necesidad de pedir audiencia, mi hermano formó parte de la seguridad privada de Salvador», recuerda Carlos, que reconoce que esa vinculación tan fuerte «fue decisiva en el odio que hubo hacia ellos» durante la dictadura. Los dos hijos lograron salir del país, pero los padres fueron encarcelados. La relación entre las familias siguió viva en el exilio: «Estuvieron siempre muy en contacto conmigo en mis primeros años en Suecia, nuestra amistad ha sido siempre muy leal», recuerda Carlos, que también explica cómo Isabel Allende, que era diputada en el 2002, año en el que su madre presentó sus memorias, quiso presentar el libro personalmente.
«No creo que ningún ser humano que haya vivido estas experiencias pueda, en el resto de su vida, llegar a encerrar en un espacio de su mente la barbarie y la atrocidad de la que fue víctima», escribe Quica al final del capítulo más duro de sus memorias, el que habla de su paso por la cárcel. Relata la dureza de las descargas eléctricas, «eran horrorosas, los saltos me despegaban de la camilla y me hacían quedar suspendida en el espacio. Caía nuevamente en la camilla una, dos, tres, cuatro, no sé cuántas veces. La cabeza se me reventaba, las piernas se me contraían y el paladar saltaba. Mis senos se estremecían y mi cuerpo era recorrido por un dolor ardiente y agudo»… Llegó a sufrir un paro cardíaco en prisión y tuvo que ser hospitalizada. Después, los más de dos meses de tortura terminaron «sin explicación, no había motivo para juicio» con un arresto domiciliario y con el exilio. Logró salir de Chile, vía Argentina, hasta Italia, gracias al visado que consiguió su marido, hijo de emigrantes de este país.
Luchadora y empoderada
A día de hoy, a sus hijos les gusta enfatizar también el papel que en la vida de Quica tuvo su marido, que «le permitió dirigir su vida hacia esa trayectoria política poco habitual en la época», en la que el papel de la mujer estaba encaminado a otros menesteres más domésticos. «Le dejó tener su espacio y nunca se lo restó, en las relaciones políticas los dos tenían la misma importancia», cuenta Carlos, que recuerda a su madre como una mujer extrovertida, luchadora y empoderada. «Dialogaban mucho, compartían muchas cosas y eso fue lo más importante de su relación», destaca. Y subraya que el de sus padres fue un caso único: «Fue la única vez en la dictadura en la que detuvieron a los dos miembros de un matrimonio».
Una vez en Europa, Quica y Carlos eligieron España para establecerse. Su hijo mayor vivía en Estocolmo; Mario, el pequeño, en París; y ellos se asentaron en Barcelona. Sin embargo, escogieron Galicia como primer destino, donde la familia volvió a reunirse de nuevo. Alquilaron una casa en Louro y pasaron tres semanas en la tierra que ella ya conocía aun sin haber estado nunca físicamente: «Llegamos a Coruña en tren y pude oír el hablar hermoso del gallego. Todo eso me recordaba a mis padres (...) No tuvieron que contarme mucho de estas tierras, pues ya las conocía de tanto escuchar a mis padres», escribió ella. Porque sus memorias son también un documento imprescindible para entender la vida de los emigrantes y la fuerte vinculación con Galicia que se mantuvo de generación en generación a tantos kilómetros de distancia. Es también por eso que sus hijos, ahora que se ha cumplido el centenario del nacimiento de Quica, sueñan con publicar sus memorias en Galicia. Un sueño que estuvieron a punto de cumplir en el año 2020, cuando llegaron a firmar un contrato con una editorial de A Coruña; sin embargo, dicho acuerdo cayó en saco roto por la pandemia y ahora tratan de retomarlo. «Nuestra vida familiar ha girado siempre en torno a lo que se vivía en Galicia y seguimos en contacto con la familia de allí», explica Carlos, al teléfono desde Estocolmo. Como anécdota cuenta que uno de sus hijos se llama Xan Manuel: «Lo bautizamos en aquel viaje donde se reencontró la familia, en 1978, y decidimos ponerle un nombre gallego; aquí en Suecia suena raro, pero él lo lleva con mucho orgullo».
En 1985, ya con la democracia reinstaurada en su país, el matrimonio Zanzi decidió volver a Chile: «Si fui capaz de soportar tanta humillación y dolor, estoy segura de que saldré adelante en mi patria querida», escribió sobre aquel viaje de vuelta. En el año 2002 decidió publicar el libro, diez años antes de su muerte, el 22 de agosto del 2012, a causa de un paro cardíaco. Pero su memoria aún sigue viva.