La vida en Ames, el milagro demográfico de Galicia: «No pensábamos tener tres hijos, pero estábamos tan bien aquí que dijimos: venga, a por otro»

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La parroquia de Ortoño es la más poblada dentro del concello más joven, el único que en los últimos años registra más nacimientos que muertes en la comunidad
19 oct 2024 . Actualizado a las 15:51 h.Érase una vez una parroquia en la que no paran de nacer niños. Donde las puertas de las casas pueden quedar abiertas, y los pequeños van libremente en masa de unas a otras para bañarse en cada piscina y adentrarse en cualquier hogar para que les den de merendar o de cenar. Esa es la realidad en Ortoño, que no en vano pertenece a Ames, el concello más joven de Galicia. La edad media ronda los 39 años en la reserva demográfica gallega, lo contrario a la Galicia vacía y una de las poquísimas excepciones que en los últimos años han logrado un saldo vegetativo positivo, con más nacimientos que muertes. En el 2023, Ames registró 153 defunciones frente a 200 nacimientos, seguido de Corcubión, donde se produjeron 13 y 15 respectivamente, y de Oroso, con 52 y 54. Casi dos empates técnicos son los que siguen a este concello, en el que la ventaja de los alumbramientos sobre los decesos es, sin embargo, más que considerable.
El milagro de la vida se multiplica todavía más veces en la parroquia de Ortoño, donde el Instituto Galego de Estatística (IGE) registra que la población ha aumentado un 105 ?% en los últimos 20 años, pasando de 5.706 habitantes en el 2003 a los 11.714 del 2023. Nadie mejor para explicar cuál es el secreto del portento demográfico gallego que sus propios vecinos.
En la urbanización Agro do Muíño encontramos a Patricia y Brandán. Para ellos, el bienestar de sus tres hijos —Gabriel, 14 años; Daniela, a punto de cumplir los 13, y Martina, de 5— están por encima de todo. Incluso de su privacidad como expareja. Ambos progenitores están separados, pero han decidido seguir conviviendo en la misma casa junto a los pequeños. Seguros de haber encontrado en su momento el lugar ideal para que crezcan, no son partidarios de abandonarlo. Tampoco, por el momento, de alterar sus vidas. «Ellos son el principal motor. Seguimos criando de la manera más amistosa», explica Patricia.
«Aquí, en Ortoño, tienes naturaleza. Te parece que todavía vives en el campo, pero al mismo tiempo tienes todos los servicios necesarios ahí al lado», indica refiriéndose a Bertamiráns, el núcleo de población más cercano. No tienen que pisar Santiago para cubrir ninguna necesidad. «Y, al mismo tiempo, tienes ese plus de poder salir a caminar los domingos con los niños al monte, pero con una ciudad a 10 minutos en coche y todos los servicios en el núcleo más cercano a minuto y medio».
No podrían depender del coche. «Muchas veces, cuando íbamos a Madrid y hablábamos con nuestros amigos del tema de las actividades de los niños, nos decían: “Mi hijo va a hípica, o a fútbol, y para llevarlo me tiro hora y media cruzando la ciudad”. Y nosotros, cuando nuestros hijos eran pequeños, iban a siete u ocho actividades, porque eran desplazamientos de máximo cinco minutos a la escuela de música, por ejemplo. Y tienes la facilidad de que no hay tráfico», explica Patricia, que destaca la importancia de que aprendan a autogestionarse: «Así puedes responsabilizarlos también a ellos de sus propios tiempos y actividades. Yo trabajo de tarde, tengo un negocio propio, y mi exmarido también tiene una empresa. Y los niños, como yo por las tardes pocas veces puedo salir, van caminando a sus actividades, o en patinete, o los lleva el vecino».
UNA RED FAMILIAR INMENSA
Porque esa colaboración, esa red familiar vecinal, es muy valiosa y una de las razones por las que esta familia no se movería de Ortoño. «Aquí hay esa colaboración de: ‘¿Vas a subir tú? Ah, no, pues ya te lo llevo yo y tú lo recoges’. Las familias se coordinan de manera que nos protegemos unas a otras, y podemos conciliar muchísimo mejor. Como todos estamos en la misma tesitura, al final todos aportamos sin que haya ninguna ley que lo imponga. Un día lo subes tú y otro lo baja no sé quién, y nos vamos ayudando, tejiendo como una red de soporte».
La infancia en una casa, asegura, «es una maravilla. Yo me acuerdo de abrir los portales de la urba e iban todos en pelotas de una casa para otra, de una piscina a la otra. Venían merendados, igual aparecían en la mía y cenaban aquí… Se pasaban la tarde correteando por la calle en bola viva, como cuando éramos pequeños. Y eso me encantaba». Ellos mismos tuvieron una piscina desmontable, pero ahora mismo no, porque en la municipal los precios «están genial» —como familia numerosa, pagan 20 euros por temporada, desde finales de junio hasta mediados de septiembre— y todos los amigos se encuentran allí.
También sus hijos mayores disfrutan de una autonomía que de otra forma no tendrían. Cada viernes se van al pueblo andando con sus pandillas de amigos. «Esto no es solo que nosotros vivamos aquí, sino que otra mucha gente vive aquí. Y es superenriquecedor para los niños, porque van como cuando yo era pequeña e iba con todos mis primos y los niños de la aldea al río, o a la taberna a comprar un chicle. Todo el rato andan solos, tienen esa libertad».
Esta forma de vida era algo que Patricia tenía muy claro que quería para su hijos. Se crio en Santiago y estaba a punto de irse a vivir con su exmarido a un piso en el centro de Santiago que pensaban reformar, pero les surgió la oportunidad de su casa en Ortoño y no lo dudaron. «A mí me gusta mucho la aldea, el campo… Los fines de semana yo estaba con mis abuelos en Santa María de Grixoa y tenía mucha nostalgia de esa parte de mí. Entonces, bueno, tú estabas en la ciudad y luego vivías como apartado en el campo. Era otra manera, otra forma de concebir que yo todavía tengo ahí presente y que era un poco lo que quería darles a mis hijos también», señala Patricia.
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CLASES EN CASA
Diecisiete años después de aquella decisión, están seguros de que ha sido la acertada. En este intervalo de tiempo, también lo han estado miles de personas más. Tantas que la población de Ortoño se ha multiplicado por dos. Entre los residentes en Agro do Muíño cuenta Patricia que hay mucho profesor, como ella, que imparte clases particulares de inglés. «Somos muchos profesores de refuerzo que vamos a las casas, y a mí eso me viene de maravilla porque, por ejemplo, la profesora de piano viene también a la mía. Yo no tengo facilidad para salir y ella me viene aquí para darles clase a los niños, entonces, maravilloso», apunta. Y cuando no tienen clases, no quiere a sus hijos sentados en el sofá con el móvil. Aquí entran en juego todas las actividades municipales y las organizadas por los centros educativos —el suyo les queda a dos minutos de su casa— deportivas, artísticas y culturales.
Quizás por todas estas razones, el babyboom de Ortoño es una evidencia. «Yo conozco a muchas familias de aquí con tres niños. De hecho, en nuestro equipo de fútbol me acuerdo de que de 12 o 13 jugadores que había, seis éramos familias numerosas. No sé si coincidió en ese momento, pero bueno». Ella y Brandán no partían de la idea de ser una de ellas. «Estábamos un día paseando por la playa, y Gabriel y Daniela fueron facilísimos de criar. Entonces fue: ‘Vamos, venga, vamos a por otro, que aquí se está bien’. Estamos cómodos, estables, económicamente bien… Y bueno, te ves aquí en este tipo de crianza y te animas».
Patricia y Brandán no llevan mucho tiempo separados. «Solo hace un año, pero por ahora esto se va a quedar así. La mediana está empezando el instituto, la pequeña todavía va aquí al cole… Y, bueno, nunca puedes decir lo que pasará el año que viene, pero por ahora estamos bien así. Los niños están emocionalmente estables, que es lo que nos interesa. Ven a papá y ven a mamá, la vida de quién me lleva o quién me recoge no cambió. Estamos los dos todavía de soporte en el hogar; y luego, cada uno tiene su vida por su lado, sin ningún problema. No hay prisa, estamos haciéndolo bien». Sus sonrisas lo avalan. Y el lugar en el que viven tiene mucho que ver.