Hernán y sus padres visibilizan el calvario de las adicciones: «Ver cómo tu hijo se autodestruye es como si te estuviesen clavando puñales»
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Hernán se volvió adicto a las benzodiacepinas «por una mala receta» y ahora lleva casi seis meses «limpio». Tanto él como sus padres, Belén y Rafa, quieren lanzar un mensaje de esperanza a las personas que estén pasando por lo mismo. «Los padres nos culpabilizamos porque estamos acostumbrados a ayudar a nuestros hijos. Salir de esto no va a depender de ti, sino de él», afirman
05 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En cuanto Hernán y sus padres, Belén y Rafa, descuelgan el teléfono, se escucha un efusivo saludo del joven. «¿Qué tal estás?», le pregunto. «Cansado. Hace una semana que he empezado a trabajar. Llevo casi seis meses ‘limpio’, voy recogiendo frutos», confiesa. Sus progenitores lo confirman. «Estamos muy contentos», indican. A pesar del entusiasmo, solo esta familia sabe la pesadilla que ha vivido durante cuatro años a raíz de la adicción de su hijo a las benzodiacepinas —medicación que actúa sobre el sistema nervioso central y tiene un efecto tranquilizante— que posteriormente mezclaba con alcohol. Ahora Hernán tiene 28 años, pero todo comenzó en el 2020.
«Me las recetaron después de una crisis de ansiedad que tuve, pocos meses después del confinamiento. Fui al psiquiatra y le comenté que apenas dormía de noche y tenía mucho estrés. El médico, en lugar de recetármelos paulatinamente o darme un ansiolítico menos fuerte, me dio dos pastillas de Diazepam de diez miligramos, una por la mañana y otra por la noche, además de un antidepresivo. Siempre digo que todo empezó por una mala receta», explica Hernán. Estuvo casi un año con la misma dosis y a los seis meses apareció el terror al verse sumergido en una adicción. «Generé tolerancia al medicamento y necesitaba más dosis. Esto funciona así: el primer día te sientes sin miedos y duermes muy bien. A la semana o al mes, esa dosis ya no te vale, y para sentir el bienestar del principio precisarás el doble. Comienzas a manipular a la familia y a los médicos. Llegué a necesitar una caja de ansiolíticos cada dos semanas y a tomar seis pastillas de Diazepam de diez miligramos al día. Ya no solo me las daba el psiquiatra, sino en urgencias... Me las recetaban como caramelos», detalla.
Posteriormente, apareció el alcohol. «Podía coger el coche durante una hora para conseguir una receta. Cuando vi que era tan complicado hacerme con ella, mezclaba las pastillas con el alcohol, porque ese colocón, se equiparaba a una mayor dosis. Además, es más fácil acceder a él. He tenido tres sustos», afirma. Su vida se convirtió en un caos. «Entré en una espiral autodestructiva. Yo sabía que necesitaba ayuda, pero no estaba dispuesto a hacer lo que fuese en ese momento. Tenía inseguridades y miedos, aquello era mi vía de escape. Era complicado dejarlo. Estaba viviendo en León, sin trabajo y gastándome el dinero. No hacía nada con mi vida, solo consumía. Toda mi vida se desmoronaba, estaba destrozando a mi familia y me estaba quedando solo. Ahí tome conciencia de la enfermedad mental que padecía, porque llegó un momento en que dije: ‘No solo me estoy matando a mí, estoy matando a las personas que me quieren’. Una adicción es una enfermedad gorda que te genera un trauma importante», explica.
«Somos personas enfermas intentando recuperarnos»
A Hernán le queda mucho camino por recorrer, pero ya ha podido superar gran parte de la tormenta. «Ahora mismo estoy viviendo la reinserción social, aprendiendo a ser más honesto, humilde y responsable. Para mí un pilar básico en mi recuperación fue mi familia. Estaré eternamente agradecido», confiesa. Daniel Carballo y Miguel Pelayo son terapeutas en Supera Adicciones y han sido otra parte fundamental para que pudiese iniciar una segunda vida. «De la terapia, lo más importante fue comprender que no me estaba pasando a mí solo. Cuando eres adicto, hay muchísima sensación de culpa y vergüenza. Ahora si estoy mal, tiro del teléfono para llamar a un compañero. Se crea una comunidad muy buena entre nosotros para intentar progresar como personas. Lo hemos pasado tan mal que la gente normalmente no lo entiende», explica.
Además reconoce sus errores y las trabas del sistema. «Al final, a un adicto en activo ya le puedes poner 50 murallas para conseguir una receta que te las revienta. Si no se droga con las benzodiacepinas, lo hará con otra cosa. Lo que yo he hecho durante la adicción activa es responsabilidad mía completamente. Estoy pagando mi deuda y no quiero sentirme culpable por ello. Por ejemplo, cuando vas a una entrevista de trabajo y dices que eres un adicto en recuperación, probablemente te tirarán abajo porque piensan: ‘A saber qué habrá hecho’. No somos malas personas intentando ser buenas, somos personas enfermas intentando recuperarnos», indica.
Su mensaje es de esperanza para quien esté pasando por algo así. «Sí que es cierto que no es lo mismo un adicto en abstinencia que uno en recuperación. Al final, la recuperación es continua. Lo primero que le diría a esa persona es que no está sola y se puede salir de ahí. Hay que hacer un esfuerzo grande, pero merece la pena tanto por ti como por los que te rodean. Ya no es solo recuperarte de una adicción, sino recuperarte como persona. Y que es importante dejarte guiar por los profesionales.», sentencia.
Belén y Rafa comenzaron a sospechar que a su hijo le pasaba algo. «Empieza a tener un problema en el momento en el que no sale de su cuarto. No llevó nada bien el confinamiento. Acabó muy mal la carrera, no tenía vida social y se pasaba todo el día en la habitación con la luz apagada, durmiendo de día y despierto de noche», indican. «Éramos conscientes de que no estaba bien y de la medicación que tomaba. Lo que no sabíamos era si la estaba tomando bien. Iba al psicólogo, al psiquiatra... Pero tampoco lo podíamos acompañar porque no quería y ya no era un niño. Notamos que se pasaba el día durmiendo y que empezaba a hacer cosas raras», detallan.
«Se tienen que ver muy en el pozo para salir de ahí»
Pronto supieron que Hernán tenía una adicción a las benzodiacepinas. «Toda nuestra vida giraba en torno a él. Nos preguntábamos: ‘¿Qué estará haciendo? ¿Estará bebiendo?’. Teníamos como dos vidas: la nuestra y la suya, la cual vivíamos con mucha angustia» afirma Rafa. «Fíjate, nuestra hija mayor es médica y el pequeño es psicólogo», comenta Belén. También añaden que no eran conscientes del peligro que podía llevar la ingesta sin control de estos fármacos. «No lo sabíamos, porque esta pastilla se ha tomado toda la vida, hasta la tomaba mi abuela. No parecía una cosa tan peligrosa», confiesa Rafa. Después apareció el alcohol.
«Llegó a estar durmiendo tres días. Lo hemos pasado muy mal. Hemos tenido un dolor como padres... Es como si te estuviesen clavando puñales. Se me saltan las lágrimas porque sufres una impotencia tremenda al ver cómo tu hijo se está autodestruyendo y que no puedes hacer nada. Ha estado en dos centros, una semana en uno y un mes en el otro, y de los dos se ha ido. Era un momento en el que todavía no podía controlar la adicción y no estaba preparado», explica Belén. «El primero costó unos 3.000 euros y el segundo 8.000. Para cualquier familia es un esfuerzo económico grande. Haces lo que haga falta, pero de ahí solo puede salir él con su trabajo», añade Rafa. Además, aunque las personas que pasan por esto son conscientes de que deben salir, les cuesta.
«Hablabas con él después de una borrachera en el momento del arrepentimiento y te reconocía que estaba mal, que tenía que ponerle fin. Pero esa tarde ya estaba cogiendo otra. No es que no sepan que necesitan ayuda, sino que deben estar dispuestos a hacer el esfuerzo para salir. Se tienen que ver muy en el pozo para que se hagan la idea. Como en el caso de Hernán, que ha tenido tres sustos», detalla. Belén recuerda algunas de las palabras más duras que tuvo que pronunciar como madre. «Hubo un día que le dije: ‘He llegado a la conclusión de que tengo que respetar tus decisiones. Ya no eres un niño que yo te doy la mano y tienes que hacer lo mismo que yo porque ya no puedo. Si tú decides hacer esto, te tengo que dejar. Lo que sí te voy a pedir es que yo no puedo verte autodestruirte en casa, con lo cual te tienes que ir. No puedes pedirme que yo vea esto’. Es la conclusión más dura que he hecho como madre», confiesa.
Hernán tocó fondo y se puso en contacto con Supera Adicciones para hacer terapia online. «Son estos chicos los que lo sacan adelante porque han pasado una adicción parecida. Se encerró durante tres meses en casa y lo vivió como si estuviese en un centro. Solo podemos darles las gracias», cuenta Belén. A través del método de los 12 pasos, el joven fue recuperando su vida. «Desde allí se insiste en que la sociedad no ve estas adicciones como enfermedad, sino como vicio. Por eso la gente se resiste a ayudar. La enfermedad es que ellos buscan las adicciones para olvidarse de sí mismos porque no les gustan sus vidas, tienen un lío muy grande en la cabeza y se evaden a través de una sustancia o lo que sea», dice Rafa.
Ahora disfrutan de nuevo del que siempre fue su hijo. «Está feliz y cariñoso. Duerme por la noche y está despierto de día. Tienen que trabajar mucho en la recuperación, pero ya es algo de por vida», celebra Belén. «El contraste es abismal. Hemos pasado de verlo profundamente infeliz a verlo completamente feliz», puntualiza Rafa. También quieren enviar ánimos a los padres que tengan hijos en situaciones parecidas. «Es un mensaje muy duro el que hay que mandar, pero el primero sería que no se culpabilizaran. Los padres nos culpabilizamos porque estamos acostumbrados a ayudar a nuestros hijos. Salir de esto no va a depender de ti, sino de él porque no puedes hacer nada», confiesan.