Jorge G. Marín, sociólogo: «El caso Errejón hace pensar en la estrategia de los hombres cuquis, en otra forma de ejercer poder»

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El sociólogo Jorge G. Marín.
El sociólogo Jorge G. Marín. SANDRA ALONSO

«No hay que señalar a ningún hombre como modelo», dice el profesor de la Universidade de Santiago, experto en igualdad, que afirma que «hay gente que consigue dar el pego toda su vida en papeles figurados»

06 nov 2024 . Actualizado a las 10:28 h.

Inesperado para la mayoría, y no tanto, al parecer, en algunos círculos, el sexescándalo en España lleva desde el 24 de octubre el nombre de un político que suma varias acusaciones de mujeres por agresiones sexuales. La dimisión de Íñigo Errejón (Madrid, 1983) llegó arropada por una carta del exportavoz de Sumar en el Congreso en su red X argumentando que el ritmo que implica la vida de estar en la primera línea de la política había pasado factura a su salud física, mental y «estructura emocional». ¿Una estrategia para defenderse ante las acusaciones de violencia machista que destapó en redes la periodista Cristina Fallarás?

«La noticia no me sorprendió», dice Jorge García Marín, coordinador del Máster en Igualdad y Educación en la Universidade de Santiago, y secretario del Centro de Investigaciones Feministas y de Estudios de Género (Cifex).

—¿El hecho de que fuese un portavoz feminista, con un discurso favorable a la igualdad y a las mujeres, no hace que el caso sorprenda más y sea más reprobable que otros?

—A mí no me sorprendió. Generalmente, cuando surgen estos casos no hablamos del suelo cultural donde nos movemos, que es patriarcal. Sí puede sorprender que suceda dentro de un partido con políticas de izquierdas, porque les presupones una sensibilidad. Pero en el fondo no me extraña. Todos hemos absorbido ese subsuelo, esa estructura. A veces escondida detrás de la máscara está la verdad, la identidad.

—Errejón se revela como «el falso aliado», un arquetipo hoy no tan inusual. Duele más, porque engaña, que el machista de frente. ¿Hay que estar alerta ante el machista enmascarado?

—Lo que indica este caso es que el constructo de masculinidad está en movimiento. Igual que en las teorías de la masculinidad de hace unos años solo se hablaba de masculinidad hegemónica, y lo que no entraba ahí eran masculinidades subordinadas, hoy hay estudios que hablan de las masculinidades híbridas, donde se incorporan elementos de reflexión sobre lo masculino, pero no cambia el patrón totalmente. Digamos que estás en ese proceso que se llama deconstrucción de la identidad masculina, de darte cuenta de tus privilegios, pero no llegas a cambiar. El falso aliado sería un tipo de estos, híbridos, con anclajes en el modelo clásico, pero que al tiempo incorpora elementos de reflexión que no tienen nada que ver con la identidad masculina clásica, de hace 50 años, por ejemplo.

—Un hombre sensible, o «blandengue», puede ser un depredador sexual.

—Sí, sí. De hecho, tenemos la mala costumbre de empezar a poner la etiqueta de «nueva masculinidad» a cualquier hombre que demuestra muy poco. Y yo digo: «¡Qué mal estamos!». Por ejemplo, el jefe de alertas sanitarias con la gestión de la pandemia del coronavirus, Fernando Simón, se empezó a poner como ejemplo de nueva masculinidad solamente porque era un poco suave. ¿Qué tiene que ver eso con la nueva masculinidad? El listón está tan bajo que por el más mínimo detalle le colgamos la medalla a cualquier hombre que friega los platos, cuida al niño o se ocupa de cosas pequeñitas. Cuidado.

—¿Hay mucho postureo en esto de la corresponsabilidad, la igualdad y el respeto a las mujeres? Los hombres saben bien qué no deben decir...

—Sí, yo creo que hay una cierta estrategia. Yo le llamo la estrategia de los hombres cuquis. Aparece un hombre sensible, que dice lo que quieres oír, y «¡qué riquiño!». Eso pasa bastante en contextos feminizados: el enfermero en medio de enfermeras o el maestro de infantil en medio de las maestras de infantil. Es como que ese hombre ya tiene un plus garantizado, de «¡qué majo!», y se le da excesiva atención o excesivo protagonismo. Y a veces esto se aprovecha de otra forma de ejercer poder y hegemonía, pero de una manera cuqui... o más guay.

—¿Hay que mirar con ojo escéptico al cuqui, al riquiño, al hombre que se abre camino poniéndose del lado de las mujeres? A veces llegan e imponen sus reglas.

—El del hombre que abre camino sería un patrón deseable. Lo que no viene al caso de la nueva masculinidad es el hecho de ser demasiado protagonista. El feminismo nos enseña a los hombres un montón de cosas que tienen que ver con el mansplaining [hombres que explican las cosas a las mujeres], la ocupación del espacio privado y el público... A veces rascas un poco y es muy poco lo que hay. Hoy leía una viñeta en la que una mujer le decía a un hombre: «De los hombres ya no espero nada». Y él le decía: «Pues creo que soy el ideal...». A mí de sucesos como este me queda el sinsabor de que se hace mucho daño primero a las mujeres, pero también a muchos hombres que empiezan a replantearse las reglas del juego.

—¿Se resisten los modelos?

—No deberíamos señalar a ningún hombre como modelo, porque no nos toca. Nos toca la autocrítica. A mí cuando me piden que dé algún referente, ya no se me ocurre decir nada.

—Otro asunto es la coherencia entre lo que somos y lo que decimos, entre la imagen pública o social de alguien y su identidad privada. ¿Nos proyectamos hoy demasiado ideales?

—Hay, muchas veces, una idealización. Si es un hombre que se maneja con recursos en un ámbito intelectual, que es de izquierdas, y además es ecologista, y se va colocando una chapa encima de otra, y otra encima..., al final termina idealizando su yo. Y no sabemos qué hay detrás. El discurso de cara afuera es el que pide tu comunidad de seguidoras y seguidores. Pero ese posicionamiento a mí no me dice nada, puede ser solo fachada.

—¿Hay un juicio desbocado en redes y en la gente? ¿Deberíamos ser más cautelosos con este «juicio masivo»?

—La dimisión de Errejón, para mí, es una asunción de culpa. Puede que la carta de dimisión sea barroca...

—Se escuda en la salud mental, hay una victimización. ¿Es un «quiero, pero no puedo controlarme porque estoy enfermo»?

—Esa excusa de mal pagador la hemos escuchado muchas veces, eso de que si los hombres hacemos algo malo es por culpa del alcohol... Esto es despistar el tema. Yo no me planteo la duda de los hechos, en el sentido de que yo soy crítico con mi propia masculinidad. Ahora, el caso Nevenka también nos permite revisarnos. Vamos avanzando, pero no tanto como nos gustaría. Cuando el caso está protagonizado por alguien a quien le concedías cierta credibilidad y se ha pasado, sería muy hipócrita no condenarlo.

—¿Bien esas voces condenatorias de compañeros de partido o afines, de Sumar y de Más Madrid?

—Es que no sería entendible que se hiciera de otra forma. No creo que hagan siquiera un cálculo político. Este no es un tema que debamos politizar. No deberíamos hacer guerra ideológica de un tema que, por lo que se ve, es transversal a cualquier categoría. Esto pasa en cualquier espectro ideológico, político, cultural, etcétera. Es algo que atraviesa a la sociedad y, por lo tanto, es condenable venga de donde venga.

—«No hay nada más parecido a un machista de derechas que un machista de izquierdas», leo en un post en X.

—Claro, es como si te dicen que no hay nada que se parezca más a un machista con formación cultural que un machista inculto, o uno religioso a otro que es ateo. El machismo es machismo, y la característica que tiene es que no hay ninguna masculinidad que esté fuera de él. En las emociones hemos sido socializados todos en ese modelo. Toda masculinidad ha partido de un eje de privilegio. Hay gente que cuestiona el modelo y hay gente que cambia, y gente que muere con ese modelo y ya está. Un machista de derechas y un machista de izquierdas claro que, en esencia, se parecen mucho.

—Era «un buen novio (...) y a la vez un misógino», se pronunció con estupor la concejala de Más Madrid, Rita Maestre, que fue pareja de Errejón. ¿Es posible que alguien ejecute el papel perfecto en casa, esa doble vida sin fisuras, que no sepa nada la persona que convive? Cuesta verlo así.

—Creo que en el tiempo eso no se puede mantener. En una convivencia termina saliendo, creo. ¡A mí donde más caña me dan es en casa! Pero desde la sociología de la dramaturgia sí es posible llevar esa doble vida. Hay una corriente que habla de la vida como un teatro. Hay gente que da el pego toda su vida en papeles figurados. Como el «parecía una persona tan educada y encantadora que ¡cómo ibas a pensar que tenía un cadáver en la nevera! Si escuchamos lo que dice su expareja, Errejón debía tener un papel sin fisuras, porque en su ámbito ser machista es un auténtico estigma. Entonces, tienes que ocultar ese estigma porque, si no, todo tu discurso se va abajo. Tu vida puede ir por un lado, pero a la hora de hacer el discurso lo controlas porque sabes que es inadmisible. Supongo que en casa intentarás hilar muy fino para que no se te vea el plumero. No estamos hablando de no recoger los platos de la mesa. Hablamos de algo grave.

—¿Las nuevas formas de pornografía, la prostitución encubierta o blanqueada, los «supermercados» de las relaciones afectan, pueden aumentar comportamientos peligrosos, delitos?

—Hay médicos que refieren auténticas aberraciones que comentan las mujeres jóvenes, que les piden en las relaciones sexuales. La pornografía afecta. Y el del abolicionismo es un debate abierto en el feminismo. Tú imagina que tienes ese discurso abolicionista, pero luego por la puerta de atrás haces otras cosas... Son acciones que si haces tienes que ocultar en ese contexto, porque no serían vendibles para la gente de tu partido. 

—¿Confundimos pecado y delito? Es una pregunta al hilo de los comentarios que recibió la actriz Elisa Mouliaá en redes al denunciar a Errejón: «¿Por qué no habló antes?», «¿por qué dejó a su hijo para irse de fiesta?», «¿por qué se fue con él a su casa?».

—Yo lo comparo con la sentencia de la minifalda. Hay que buscar una excusa última para darle la vuelta al tema. Avanzaríamos mucho más como sociedad desde la autocrítica a nuestro comportamiento y nuestras acciones, y no andar buscando excusas, subterfugios ni tapaderas. Hay que reconocer que estamos a años luz de lo que queremos. Hemos avanzado, también es cierto. El beso de Rubiales marcó un antes y un después. Por supuesto, el caso Ana Orantes. Y hoy el caso Samuel en A Coruña. Marcan líneas rojas. Ahora hay una opinión pública que no deja pasar una. Lo bueno es que el feminismo está más fuerte que nunca, no importan las torres que deban caer, ya no hay seres intocables, un «este es de los míos» o «nadie me va a creer si denuncio». Los avances se van consolidando y hay muchas actitudes que ya vemos a todas luces reprobables. Esto hoy da mal cuerpo. Poquito a poco van cambiando formas de ver la vida. No podemos idealizar en ningún caso masculinidades vengan de vengan, no debemos entronizar modelos, ni Errejón ni Simón ni Rafael Nadal. Y no hay que hacer de esto una guerra de sexos, porque no lo es. No se trata de esto. Te pongo un ejemplo con el racismo: insultan a Vinicius por ser negro, e insultan a un jugador del equipo contrario que es negro. El Real Madrid se escandaliza, como es normal, de que insulten a su jugador en otros campos, pero cuando viene un jugador negro a su campo y es de otro equipo le llaman de todo. Ese doble rasero no tiene sentido. ¿Qué pasa, si el negro es de los nuestros bien y si no no? La conclusión que saco es que, por más que a tu jugador negro lo defiendas, tú eres racista si llamas «puto negro» al del equipo rival. Algo como esto pasa con el machismo. Si es un machista de los nuestros guay, si es de los otros ¡vamos a por él! Y ya ves que hay otros en redes diciendo «Pues que se jodan los de la ley del sí es sí, ya ven dónde vamos a llegar». Da igual que sea de los nuestros o de ellos, es machista y ya. De este tipo de casos viene el que nos conformemos con muy poco... Yo confío en las nuevas generaciones, educados de otra manera, por otras personas, con otras lecturas, otras películas, con respeto a una diversidad sexual. La esperanza es esa gente que viene detrás. 

—La calle, el clamor popular, influyó para la revisión de la sentencia de la Manada, que el Supremo corrigió. ¿Hay una evolución social que ya no desoyen las instituciones? Si te posicionas claramente de un lado antes de que decida la Justicia, te reprochan una visión sesgada. ¿Se puede ser neutral?

—Cosas que hace poco eran incuestionables hoy se empiezan a cuestionar. Ya no se normalizan muchas cosas que nunca se debieron normalizar. Creo que es lo positivo de este debate. El sesgo es natural que lo haya. El patriarcado como estructura no es algo que estemos inventando unos cuantos, como una Matrix que funciona en nuestra sociedad desde hace muchos años. Y de aquellas aguas, estos lados. Nadie, incluso siendo hombre, puede obviar dónde está el privilegio incluso a día de hoy. 

—¿Hay diferencias biológicas y neurológicas decisivas, o la diferencia entre hombres y mujeres es sobre todo de educación?

—La categoría mujer es múltiple y la categoría hombre es múltiple. Y cuando nos empeñamos en agrupar hombres por un lado y mujeres por otro empieza la guerra del género. Y es curioso porque muchos de los que reprochan ideología de género son los primeros que usan el género como argumento: «Los hombres somos más fuertes», «¿Cómo vamos a hacer un equipo mixto si los hombres somos mucho más rápidos?». Yo soy sociólogo, para mí el 98 % de nuestra estructura y nuestra sociedad es construcción cultural. No hay otra forma de entenderlo. El género, cuando es una categoría de análisis, está basado en una construcción social. Hemos dividido la sociedad en dos grupos, uno dominante y el otro subordinado. Hacen falta varias generaciones para abandonar la categoría género como categoría analítica. Con lo que me quedaría yo de todo este caso es con la necesidad de seguir replanteándonos modelos de forma reflexiva. No hay arquetipos ideales. Para una sociedad igualitaria faltan todavía varias generaciones, a la vista está que los cambios no germinan de la noche a la mañana.