Elena fue madre de acogida a los 30 años: «Por muchos peros que pongas, siempre hay un niño esperando por ti»

MARTA REY / S.F.

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PACO RODRÍGUEZ

En plena juventud, Elena y Breixo tomaron la decisión de acoger a dos hermanos. Ahora, E. lleva junto a ellos 9 años, tuvieron una hija biológica y han aumentado la familia recientemente con otra niña, a la que fueron a buscar al hospital cuando apenas tenía 20 días. «Antes de ser padres biológicos quisimos ayudar a un niño que lo necesitase», confiesa

06 nov 2024 . Actualizado a las 10:25 h.

Elena y su marido Breixo comenzaban la treintena cuando se convirtieron en padres de acogida por primera vez. Ellos tenían claro desde el inicio que su motivación principal era la de ayudar a un niño que lo necesitase. 

«Éramos muy jóvenes y un poco locos, porque siempre digo que para meterse en este mundo hay que estarlo. Estábamos pensando en tener hijos y Breixo dijo: 'Antes de tenerlos vamos a ayudar a los niños que lo necesiten, después ya nos plantearemos los biológicos'. Fuimos a servicios sociales y le preguntamos a la trabajadora social por la adopción, porque nuestra idea era la de ayudar a un niño. Fue ella la que nos encaminó y nos planteó que la mejor opción para nosotros era la del acogimiento. Nos dijo: 'Ahi sí que vais a ayudar. Eso es ayuda pura y dura'», explica Elena.

Y de pronto, se convirtieron en familia de acogida por partida doble y llegaron a sus vidas dos hermanos biológicos, R. y E. «E. iba a cumplir 6 años y su hermano 9. Con él no funcionó y se tuvo que ir. Lo de R. fue muy complicado. Después nadie daba un duro por el acogimiento, pero E. se quedó. Es un amor de niña y ahora cumplirá 15 años», confiesa. Elena recuerda los inicios. «Fue duro. Cuanto más mayores son, mayor es su mochila. Aquí ya sabíamos que sería un acogimiento permanente. En su caso no había nada que solucionar, aunque un acogimiento quiere decir que siempre vas a tener un contacto con la familia, a pesar de que sabes que no tendrá remedio. Familia no tiene que ser solo padres, también pueden ser hermanos. Durante un tiempo tuvimos contacto con su familia. Con sus padres no funcionó, pero con sus hermanas sí. Como son mayores de edad y están en centros las vamos a ver», detalla.

Poco tiempo después, se quedó embarazada y nació otra niña. «Después de ella, tuvimos una hija biológica que ya tiene 5 años y E. es la hermana mayor», indica. «¿Cómo es tu mamá de corazón?», le pregunto a E. Ella no contesta, solo se sonroja y mira hacia Elena. «Ahora estamos en la adolescencia, que es una etapa muy importante. Porque la gente no sabe que el acogimiento es muy abierto y que tú puedes decidir qué edades consideras que son mejores para ti. Yo con 30 años no me veía con una adolescente rebelde y eso lo puse. Lo tienen en cuenta para encontrar el caso que mejor se adapte a ti. Aunque también pienso que por multitud de peros y dificultades que tú decidas poner, siempre hay un niño que encaja contigo. Siempre va a haber ese niño esperando por ti», confiesa.

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«Aprenden a compartir»

Pronto volvió a aparecer la idea de acoger a otro pequeño. En este caso, otra niña. «E. tenía muchas ganas de otro bebé y veíamos que para ella podría ser muy positivo. Siendo egoístas, ellos también ganan, porque aprenden a compartir y a entender que hay otros niños que también tienen necesidades y que lo pasan mal. Lo típico: ‘‘Es que no tengo tal cosa’’. Pues mira al de al lado. Hay niños a los que les falta lo más importante, que es el cariño», explica. Sin embargo, primero quisieron apagar fuegos. «Pasó un tiempo rebelde, cosas de la adolescencia. Entonces dijimos que mientras no pasara esa fase no podíamos meternos en otra guerra más. Siempre hablamos con la Cruz Roja para informales de cómo van las cosas con E. y entonces les comentamos la idea. Un día nos llamaron y nos explicaron el caso de J.», explica.

Y así fue como J. comenzó a formar parte de su hogar. Fuimos a buscarla cuando tenía 20 días. Ahora ya tiene 1 mes y algo», cuenta Elena. «Un mes y 4 días», puntualiza E. No se puede negar que se les cae la baba, pero ella piensa más fríamente que su marido en cuanto a la acogida. Pero siempre termina cediendo. Yo soy la más dura y la que más piensa. La que digo: ‘‘No podemos’’, pero si fuese por mi marido, acogeríamos a todos. Cuando decidimos acoger a J., después me acordé que no cabíamos en el coche porque el mío no tenía cinco plazas. Dije: ‘‘¿Cómo hacemos y dónde nos metemos? Acabamos de dar el sí’’. Pero rápido nos organizamos», añade Elena.

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Otro de los problemas que quiere hacer visible es el proceso de acogimiento que, en sus palabras, debería humanizarse. Ellos lo hacen a través de la Cruz Roja. «Yo con la Cruz Roja de Santiago me quito el sombrero porque funcionan genial. Son muy humanos, es una maravilla. Te escuchan y están ahí. En Menores tuve malas experiencias. Van mejorando, pero debería ser más importante humanizar el proceso. No son casos ni números, son personas. Tienes que ver lo que le ocurre a ese niño y buscar lo mejor para él. A veces lo mejor es la familia biológica, pero en otros hay que apurar, sacarlo adelante y darlo en adopción. Actuar rápido», indica. «Por eso digo que ahí no se debe actuar como si el niño fuese un papel. Se debería trabajar para que los críos no vengan con las mochilas tan cargadas. Para que Menores actúe hay que estar muy encima», recalca Elena.

Además, quiere reclamar la figura de acogimiento profesional. «La figura de acogimiento profesional en Aldeas Infantiles la hay y solo tienes que dedicarte a los niños, no puedes tener otro trabajo. Pero, claro, nadie va a hacerlo por el trabajo que da. Ahora la Xunta está intentando acabar con los macrocentros porque no funcionan. Los cuidadores están a turnos. Por la mañana te atiende Fulanito, que le da mucha importancia a lavarse los dientes, por la tarde Menganito, que pasa de todo, y por la noche Pepito, que hace hincapié en otra cosa. El niño pasa por muchas manos, no hay unas normas como en una familia. Ahí es donde están viendo el cambio desde arriba y ahora se está pasando a centros más pequeños. Son como casas adosadas con ocho niños. El problema es que sigue habiendo cuidadores por turnos», afirma Elena, que considera que la gente tiene muchos prejuicios sobre la acogida. «Lo primero que te preguntan es si es de este país. Notas que la gente no sabe de qué», sentencia Elena. Ella y Breixo confiesan que el acogimiento es un viaje familiar muy enriquecedor. «Siempre digo que muchas veces no te das cuenta de lo importante de la vida y los niños te lo enseñan. No son las cosas materiales. Estamos encantados», concluye.