Entramos en la farmacia más antigua de la comunidad, en las panaderías más longevas del país y en un despacho de azafranes del 1800. Estos establecimientos, junto a otro que vende ropa de cama, una joyería y una de las últimas sombrererías en activo, son centenarios. Todos ellos viven el presente abriendo la persiana con muy buena forma y la misma ilusión
14 nov 2024 . Actualizado a las 11:48 h.Que se detenga el tiempo en pleno siglo de la inmediatez es insólito. Un auténtico placer para el que lo disfruta y una hazaña digna de ser contada para aquellos que, generación tras generación, han mantenido en pie esos negocios que siguen haciendo historia en Galicia.
Sería imperdonable obviar a Betanzos, como capital que fue de las siete que conformaban el antiguo Reino de Galicia, en esta ruta en la que destaca como villa medieval. En una de sus empedradas calles, que hoy se denomina Venela Clérigos 2, pero que en otro tiempo se llamó travesía de Santa María y, en el medievo, calle del Horno, se encuentra aún hoy la que está considerada como la panadería más antigua de España, haciendo honor a su nombre primigenio.
PANADERÍAS HISTÓRICAS
Quien la regenta, que prefiere no prestar su imagen por pura timidez, nos cuenta que su familia la gestiona desde la década de los 60. «Empezó mi abuela, y ahora yo soy la tercera generación», señala quien gestiona la panadería Santa María, que asegura que la fecha oficial que figura en los registros como inicio de la actividad del negocio es el año 1600, pero que en realidad es más antiguo: «Se cuenta desde el 1600 porque sufrió un incendio y se reconstruyó todo en esa fecha. La historia la recogió el cronista de Betanzos José Núñez».
No muy lejos de allí, en la Rúa Nova, se encuentra la segunda panadería más antigua del país, Rabizas. Aunque no con demasiada diferencia, precisa Lita, la persona que atiende detrás del mostrador oficialmente desde 1996, «pero mi hermano y yo estamos aquí desde que nacimos», señala. Al igual que en Santa María, en Rabizas atiende la tercera generación de una familia que ha gestionado este despacho en su historia reciente. «Había una tercera panadería que ya cerró y que era más antigua aún, pero ahora quedamos estas dos», indica. Se refiere Lita a Moar, cuyo horno se apagó en el 2020 tras permanecer activo, según los documentos, al menos desde el año 1578. «No sabemos de qué año data la nuestra, porque no había registros, aunque sí sabemos que no mucho después del 1600. Mi familia la cogió sobre el año 1940», añade Lita.
En pleno 2024, en su panadería triunfan el pan, las roscas, los bollos y la empanada. «De lunes a jueves la hacemos normalmente de bonito y bacalao, y después los viernes y los sábados depende, ya hacemos más variedades», indica.
FARMACIA DOCTOR COUCEIRO
Precisamente pegada a la segunda panadería más antigua de España se ubica la farmacia más antigua de Galicia, con nada más y nada menos que tres siglos de vida. A ella llegan habitualmente, además de sus clientes, numerosos turistas. También visitas guiadas de grupos reducidos. Elena Carro, que desde la oficina de Turismo de Betanzos es la encargada de descubrir el patrimonio del municipio a los visitantes, muestra habitualmente la botica, que es un auténtico museo, en cuanto tiene ocasión. «Sobre todo, lo hago cuando tengo grupos de pocas personas que no entorpezcan el trabajo de la farmacia», dice ella, que accedió amablemente a posar en el dispensario para la elaboración de este reportaje ante la negativa de la propiedad actual, que dice sentirse desbordada y no desea hablar más de su histórico negocio. Tan histórico que la farmacia del Doctor Couceiro Serrano abrió sus puertas en el número 8 de la calle Prateiros en el año 1719, y allí sigue en la actualidad bajo la titularidad de María Sánchez, la tercera mujer al frente del dispensario y la novena generación de una familia que siempre estuvo tras su mostrador, aunque no siempre se sucediesen de padres a hijos.
A juzgar por lo bien que se conserva el negocio, lo hicieron siempre con éxito. Apostaron por una línea continuista y por mantener su esencia, dejando la botica sin expositores ni escaparates que favorecieran la venta por impulso. Por el momento, el relevo es una incógnita. Toca esperar para saber si la décima generación se postula para continuar el legado.
AZAFRANES BERNARDINO
No siempre es un familiar quien recoge el testigo. De hecho, la tienda más antigua de la ciudad de A Coruña, Azafranes Bernardino, no está gestionada por la familia original. Carmen Pico, que lleva siete años al frente de este establecimiento de 1800, entró un buen día como clienta y salió de allí con la sucesión apalabrada. «Yo era visitadora médica. Fui al local de la calle Galera a comprar pimienta y compré el negocio», relata ella, que es la actual propietaria junto con su hijo y su nuera del emblemático establecimiento, que trasladó a la calle San Andrés para disponer de más espacio para el escaparate y el mostrador. Allí está la tienda, pero la fábrica continúa en su emplazamiento original, donde la montó Bernardino Sánchez hace dos siglos tras llegar en burro a la ciudad desde Puente Genil, y donde siguen utilizando la misma maquinaria que él manipulaba entonces. «A la dueña le quedaban dos años para jubilarse, y me dijo que no encontraba relevo. Yo pensé: “Cerrar este negocio de tantos años con tanto futuro...”. Entonces, le dije: “Cuando se jubile, me llama”. A los dos años, me llamó», cuenta ella. Y vaya si tuvo relevo. Tanto que Carmen quiere abrir más tiendas, una idea que aplazó por la pandemia, pero que no pierde de vista. «La idea es expandirnos y trasladar la fábrica a un polígono, para tener más capacidad y poder crecer. Ya hemos pasado de tres a ocho empleados», indica la actual propietaria de un negocio que triunfa como nunca. «La calidad es selecta y sigue siendo familiar. Vendemos a casas, restaurantes, pulpeiras, tiendecitas pequeñas... Esto no tiene marcha atrás». El azafrán sigue siendo el punto fuerte, «porque encontrar uno en hebra, que sea español y que esté envuelto y envasado a mano ya no lo hace nadie». También el pimentón despunta, «porque es siempre de la cosecha del mismo año y solo lleva la pulpa, por eso se usa hasta para hacer las matanzas», dice.
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Aun así, de cuando en vez va lanzando productos nuevos que siempre prueban antes sus clientes habituales, que son quienes tienen la última palabra. «Ahora arrasa la sal picante, que se utiliza para todo: carne, pescado, pasta arroz, postres... Lleva sal negra del Himalaya con un poquito de cayena», dice Carmen, que también ideó mezclas para hacer hamburguesas, paella y pescado, y acaba de lanzar cuatro salsas nuevas. A sus 60 años, asegura que el cambio de rumbo profesional que dio a los 53 fue todo un acierto. «Yo pasé del lado oscuro al de las plantas, y estoy encantada», afirma Carmen, que se zambulló en el mundo de las especias a la vez que en el empresarial: «Yo ya me adelanté a Yolanda Díaz hace siete años. Cuando cogí esto, se hacía turno de mañana y de tarde. Yo dije: ‘Si hacéis tanto porcentaje más al año, trabajáis de 8 a 15. Tenemos en la fábrica a Julio, diseñador gráfico; a Marina, que trabaja muy bien el azafrán, y a dos comerciales que venden por fuera a negocios de hostelería». Bernardino tiene cuerda, por lo menos, para otros cien años.
SOMBREROS DA COSTA
Tampoco Ofelia Souto Vilanova, de 54 años, forma parte de la familia que llevaba Sombreros Da Costa, la única sombrerería de Lugo, abierta desde el año 1924 y una de las últimas de Galicia. El negocio ha cumplido este 2024 los cien años de su mano, ya que lleva cinco años detrás del mostrador, desde el momento en que se jubiló la propietaria, Conchita. «Esto lo fundó su abuelo, después pasó a su madre, y después a ella. Y lo mejor que hicieron todos fue respetar la esencia de la sombrerería, que sigue teniendo su público», apunta Ofelia, que añade que no es este un negocio «como puede ser vender zapatos, que es más cotidiano, y depende mucho del tiempo, pero tiene clientela». La última sombrerera de Lugo asegura que, sin ninguna duda, el sombrero que más triunfa es el tipo borsalino, de fieltro. Han dejado los diseños para eventos, —«porque los hacía una persona que no vivía en Lugo y había que estar enviándolos para las pruebas, y las tiendas de moda ahora ya venden los tocados a juego», indica la vendedora, que, no obstante, sigue teniendo gorros, viseras, boinas y sombreros de todo tipo.
El ojo entrenado de Ofelia es capaz de reconocer una buena pieza solo con verla: «Las firmas que no se dedican a esto, hacen los sombreros solo con dos o tres medidas y un elástico detrás, pero no se amoldan como los de sombrerería». Un sector que se adapta a todas las tendencias por la amplia variedad que tienen en tejidos, estampados y colores. «Hay un sombrero para cada persona», asegura Ofelia. Y ella los tiene todos.
ALMACENES CLARITA
El corazón de Almacenes Clarita late desde hace 108 años, cuando la abuela de Miguel Cimadevila empezó a vender telas en la céntrica plaza de A Ferrería de Pontevedra. Años después, ese pequeño puesto se transformó en una gran tienda de textil que llegó a emplear a una veintena de trabajadores que se convirtieron en familia, unos porque lo llevaban en la sangre y otros porque estrecharon lazos tan fuertes como los del corazón. Hoy, el nieto de esa mujer emprendedora sigue al frente de Almacenes Clarita, un negocio que ha dejado el corazón de la zona monumental por obras en el inmueble que ocupaban. Se mudaron unos metros sin perder clientes. Ni uno. ¿El secreto? «La fidelidad que tenemos, que creo que es gracias al servicio que damos», apunta Cimadevila, que trabaja junto a Alejandro Couto y Sergio López, «el Messi de las cortinas», como lo llama entre risas.
Han sido capaces de sobrevivir a todas las multinacionales con la atención personalizada y apostando siempre que pueden por las empresas españolas. «Siempre se nos enseñó que primero es el cliente, así que la sonrisa y la amabilidad son una obligación. Con los años nos volvemos un poco más psicólogos con el cliente y escuchamos lo que nos cuentan», asegura Cimadevila, que ejerce de portavoz de todos los trabajadores. Es nieto de Clarita, pero no se quiere olvidar de su padre Jesús y de su tío Paco, que tuvieron que dejar los estudios para incorporarse a la tienda cuando en la posguerra se llevaron preso a su abuelo. Les tocó echar una mano en casa y sin querer le dieron una larga vida a Almacenes Clarita. «Mi tío Paco fue el alma de esta tienda, sin él no hubiésemos llegado hasta aquí. Era un jefe duro, pero tremendamente justo», explica Miguel, que recuerda su figura como la de un hombre de mirar por sus empleados antes que por los familiares que trabajaban con él. A Cimadevila le sigue gustando estar detrás del mostrador tanto como cuando tenía 17 años. Quizás podía haberse dedicado a otra cosa, pero esta le llegó por obligación y acabó descubriendo una vocación. Solo hay que verlo atendiendo a las decenas de clientes que desfilan por sus almacenes. Son la tercera generación de un negocio que ha sabido adaptarse a los tiempos. Además de la venta particular trabajan para el Ejército, hoteles y muchos albergues de peregrinos. Son muchos los turistas que duermen con productos de una empresa centenaria.
EL CRONÓMETRO
Hay negocios en los que el poso histórico se percibe a simple vista. Es el caso de la joyería El Cronómetro, en pleno casco histórico de Ourense. El negocio ha sido reformado con mucho gusto, pero mantiene la esencia de la tradición desde que abrió sus puertas en 1928. Al frente de la joyería se encuentra la tercera generación, con los hermanos Odilo y María Constancia Fernández. Son los nietos de Odilo Fernández Losada, fundador del negocio. En su etapa vital en la isla de Cuba fue quien comenzó con la actividad joyera de la familia. Fue en 1911. Especializados desde sus comienzos en la elaboración de diamantes, también tienen una línea propia de relojes que fabrican a mano y de los que hacen una cantidad muy limitada al año. «Tenemos lista de espera para el reloj, que lo elaboramos de forma completa a mano. Desde hace ciento y pico años se elabora el mismo modelo con ligeras variaciones. Es una pieza que gusta mucho a los coleccionistas», señala Odilo Fernández.
Los diamantes salen de sus talleres a partir de las piezas brutas que llegan desde los mercados más cotizados. Son la joya de la corona. «Tenemos piezas que elaboramos completamente a mano y otras que compramos a otros proveedores. El cliente ha cambiado mucho con el paso de los años. Hubo épocas en las que había mucho conocimiento y consumo de joyas, como es el caso de los años sesenta y setenta del siglo pasado», señala.
Ese gusto por la joyería, explican los propietarios de El Cronómetro, se está recuperando en las nuevas generaciones, que se acercan al negocio en busca de piezas que conocen a través de las redes sociales y sobre las que tienen un conocimiento detallado. «Detectamos un gusto en gente de 18 a 30 años que no tenían generaciones anteriores. A veces quieren una pieza que lleva una persona famosa y el precio es desorbitado, y tienen que ir a otra línea, pero lo cierto es que tienen ese gusto por la joya. Nosotros siempre explicamos que hay joyas para todos los bolsillos, desde las que tienen un precio increíblemente alto hasta opciones que parten de los cien euros», detalla Odilo Fernández. Y es que en El Cronómetro se montan piezas con diamantes de diferentes tamaños. En cuanto a la relojería, además de su exclusiva marca propia, ofrecen una cuidada selección de las principales firmas del mercado, con especial predilección por las piezas que llegan desde Suiza. Lo bueno, dicen, nunca pasa de moda. Para prueba, estos negocios que siguen haciendo historia en Galicia.