Silvia se hizo viral en TikTok: «A mis 25 años conseguí tener dos casas, un buen coche, un negocio y casarme con un hombre increíble»
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La joven contó un buen día en las redes todo lo que había logrado en su primer cuarto de siglo como esteticista tras abandonar la escuela y sufrir «bullying», y le llovió el «hate». «Pero con 19 años, mientras la gente salía de fiesta, yo salía a las diez de la noche de trabajar», dice
22 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La de Silvia Serrano es una historia de superación, la de una niña con TDAH víctima de bullying que dejó el colegio sumida en la incomprensión y acabó convertida en una mujer fuerte con muchos logros a sus espaldas, a pesar de su juventud. Lo cierto es que la joven, que tiene 26 años, consiguió en su primer cuarto de siglo lo que muchos persiguen toda una vida. No es lo habitual, y menos entre una generación Z más bien sumida en la precariedad.
Dos casas en propiedad —«una con mi pareja y otra yo sola, porque no necesito que un hombre me compre nada», apunta—, su propio negocio, un buen coche y un marido «increíble». Puede decirse que Silvia tiene el pack completo. Pero lo cierto es que nadie apostaba por un futuro tan brillante cuando sufría acoso escolar y se sentía incapaz de seguir el ritmo de las clases. «Todo el tema de mi trabajo empezó a raíz de sufrir bullying durante mi infancia y mi adolescencia. Fui diagnosticada de TDAH, pero por aquel entonces no era tan sabido como ahora». Silvia se consideraba una mala estudiante y no tenía amigos, por lo que pasaba muchísimo tiempo en la peluquería de su madre. Ese fue el germen de su negocio. «Yo me crie en la peluquería con ella, tratando con gente mayor, así que a los 6 años ya sabía a lo que quería dedicarme, lo tenía superclaro».
A los 14 decidió que en cuanto pudiese, dejaría la escuela. «Yo no aguantaba más por toda la situación que estaba viviendo. Era como la burra, porque la gente veía que no prestaba atención y que no llegaba a los objetivos que alcanzaban los otros niños, por el TDAH», recuerda Silvia, que mientras tanto empezó a formarse como manicurista. A los 18 buscó trabajo y a los 19 dio un paso de gigante: «Emprendí y abrí un salón de belleza pequeñito para el que pedí un préstamo que me costó mucho que me concediese el banco. Recuerdo que era de 9.000 euros». A los dos años se le quedó pequeño y cambió de local, ya con cinco personas en nómina. Y también a esa edad se compró su primera vivienda con su pareja. Hoy tiene un salón de belleza que lleva su nombre en la localidad valenciana de Sueca y está a punto de abrir otro en Alcira, en un edificio de cinco plantas y con un equipo de 16 mujeres —una familia, dice, de la que se siente muy orgullosa— y entre las que está su madre. «La pobre nos crio a mí y a mi hermano trabajando muchas horas, igual que mi padre, porque no hemos tenido abuelos que nos cuiden. Llevaba ya 20 años en su peluquería y se quemó, la dejó. Empezó a vender productos de peluquería y, cuando abrí yo, se puso a trabajar conmigo. Yo ya me había ido de casa y me echaba de menos, y venía con la idea de trabajar relajadamente. Al final, como creció todo, tiene su propio equipo de peluquería y estamos creciendo juntas».
Cualquiera podría pensar que Silvia es una afortunada, y estaría en lo cierto. Pero nada le cayó del cielo. Todo lo que ha conseguido ha sido fruto de su esfuerzo, y también de sus renuncias. «A los 19 años, mientras la gente salía de fiesta, yo salía de trabajar a las diez de la noche para pagar mi préstamo», afirma la joven, que asegura que nunca ha sido especialmente fiestera: «Nunca he tenido la cabeza loca, y eso me ha ayudado a poder centrarme. La persona que está conmigo tiene las mismas aspiraciones que yo, entonces ha sido todo más fácil».
Esa persona no es otra que su marido, otro de los logros que destaca en el vídeo en el que resume lo que consiguió en sus primeros 25 años de vida. «Estoy casada con un hombre increíble», dijo Silvia. Sin duda, eso hoy en día y con su juventud es casi más difícil que emprender con éxito. «Tenemos las mismas inquietudes y sabemos darnos nuestro espacio. También nos compenetramos superbién, nos respetamos y nos admiramos mogollón. Y encontrar una persona así es difícil», reconoce la esteticista, que lleva desde los 15 años con el que hoy es su marido.
Durante un tiempo, ella trabajaba y él estudiaba una ingeniería, lo que compaginaba con un trabajo los sábados por la mañana. «Recuerdo que solo nos veíamos de sábado por la tarde a domingo por la mañana. Fueron unos años un poco durillos, pero sabíamos a lo que íbamos».
FINANZAS POR SEPARADO
A toda esta lista de logros, la joven sumó otro más hace dos años, a los 23 se compró una casa en la montaña. «En mi casa nunca habíamos tenido una segunda residencia ni nada, así que yo sola me compré esa casita en la montaña, y eso para mí fue un logro. La primera casa la compré con 21 años con mi pareja y la segunda con 23 yo sola, porque soy partidaria de que cada uno tenga también sus cosas», señala Silvia, que también pudo comprarse un buen coche tras sacarse el carné de conducir. Contar todo esto en las redes sociales «fue como una bomba», indica la joven, que asegura que recibió incontables comentarios de gente que daba por hecho que se lo habían pagado todo sus padres o su marido.
«Mi marido es ingeniero y ha podido emprender gracias a mi emprendimiento. Como a mí me iba bien, pudo dejar un trabajo tradicional para dedicar 6 meses a montar su empresa. La gente se cree que por ser esteticista no vas a ganarte la vida».
Vaya si se la está ganando. Sus amigos, que en su mayoría, como gran parte de su generación, han terminado sus estudios pero no tienen ni de lejos la vida tan resuelta, alucinan. «Me da mucha pena, porque sé que no debería ser normal estudiar una carrera y no conseguir trabajo. Me da pena, porque se lo han currado mucho también. Y aunque nos relacionamos con todo tipo de personas, tanto gente que todavía vive con sus padres como otros que están en el mismo camino que nosotros, sí que es verdad que no tenemos demasiada gente alrededor en nuestra situación. Es complicado, porque somos muy jóvenes».
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Hace mucho que Silvia dejó atrás la etapa más dura de su vida, pero de vez en cuando se encuentra con algunas de las personas que en su día la acosaban en el colegio. «Hay gente que viene ahora a mi negocio a consumir mis servicios. A mí me da vergüenza por ellos, porque pienso: "Hace diez años me decías que no iba a hacer nada en la vida, o te burlabas de mí". Incluso había madres que no querían que sus hijos se juntasen conmigo, porque a lo mejor mi familia era más humilde, y ahora vienen a mi salón». Ninguna de esas personas le ha pedido nunca perdón, aunque hubo alguna que sí le pidió trabajo.
«Yo creo que ni ellos saben el daño que me hicieron. Pero al final hay que perdonar, tratarlo y sanarlo. Es verdad que si no me hubiese pasado todo esto, yo creo que no hubiese tenido el coraje de hacer lo que hago».