Tania García, experta en crianza: «Cuando a un niño le dices a todo que sí, lo estás abandonando»
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La experta en crianza e impulsora de la Educación Real, una filosofía educativa que se diferencia de otras por la ausencia total de la violencia, señala que tanto el autoritarismo como la permisividad «son hijos del adultocentrismo». «Hablamos como si tuviéramos que darles permiso, como si mandáramos», indica
29 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La autora del bestseller Educar sin perder los nervios, Tania García, insiste en la importancia de mirar hacia nuestro interior para poder criar desde el respeto a los más pequeños. «Gritar a una pareja, a una madre, a una compañera de trabajo, nos parecería fuera de lugar, pero con los hijos es como que todo vale, lo vemos como una posible formar de educar, incluso he visto muchas veces cómo se justifica, ‘es que somos humanos'», señala la investigadora socioeducativa y neurocientífica, que recientemente ha publicado Educar hijos felices en un mundo de locos, donde enumera siete hábitos para conseguirlo. «Si alguno es imprescindible es la ternura», dice la creadora de la Educación Real, que promueve la ética como piedra angular en el trato para con la infancia y la adolescencia.
—En un mundo de locos, ¿cómo podemos asegurarnos de crear vínculos genuinos con nuestros hijos?
—Lo primero, mirar hacia dentro, hacia nuestro interior, y ver qué tenemos que resolver dentro de nosotros mismos. Porque, precisamente, en este mundo de locos vamos a un ritmo frenético, cada vez estamos más desconectados de nuestras emociones , de nuestro mundo interior. Y las necesitamos para poder vincularnos realmente de manera auténtica con ellos, y proporcionarles felicidad.
—Cómo estén los padres influye en la educación de los hijos, ¿no?
—Claro, el cómo nos sentimos a nivel emocional, la conexión que tengamos con nuestros propios pensamientos, con nuestro propio propósito, cómo estemos en nuestra vida... Muchas veces los padres y madres tenemos la sensación de que siempre reaccionamos gritando, enfadados, y cuando miras hacia dentro te das cuenta de que quizás no estás en el trabajo que verdaderamente quieres estar, o de que tu autoestima está por los suelos, y no es por culpa de tus hijos, no es su responsabilidad, sino que tú tienes que establecer una serie de pautas en tu vida... Para educar hijos felices, sin duda, tenemos que serlo nosotros también, a pesar de las dificultades.
—Hablas del autocuidado de la pareja.
—No tiene que ser únicamente en pareja, también con tus hijos... un disfrute general ante la vida. De decir «¿estoy viviendo mi vida alineada con lo que realmente soy, con lo que verdaderamente deseo?». A veces estamos desconectadas. Y en este mundo de locos, precisamente por esta búsqueda de la gratificación instantánea, nos olvidamos de que en la vida hay procesos, y está el disfrute, pero también el dolor. Habrá cambios que queramos generar en nuestras vidas que nos cuesten un trabajo, que lleven un dolor.
—Por ejemplo.
—Imagínate que tú en tu fuero interno, te das cuenta de que no te sientes bien y es porque quieres separarte. Te va a costar un proceso, un acompañamiento a tus hijos, si los tienes. Es decir, hay que saber vivir incluso en los momentos difíciles. Hay que aceptar que la vida es placer y dolor, pero nuestro cerebro está preparado para ello. Nos pasa también con nuestros hijos, no queremos que se enfaden, que lloren, no queremos casi que sientan emociones... Nos da miedo que sufran, que les vaya mal, y ese propio miedo hace que desconectemos de sus propias emociones. Pues si está llorando, no voy a poner mis esfuerzos en que deje de llorar, sino en acompañar ese llanto. Es un cambio de perspectiva complejo, pero necesario para que nuestros cerebros estén sanos. Se trata de no pasar la vida rápidamente, sino poder disfrutar incluso cuando las cosas se ponen difíciles.
—¿Qué diferencia esta educación respecto a otros métodos tradicionales que se han venido aplicando hasta ahora?
—Yo trabajo la Educación Real, que es una filosofía educativa que yo misma creé hace diez años, hace cinco que está registrada oficialmente, y hemos ayudado a miles de familias y profesionales. Se diferencia de las demás, incluso de algunas pedagogías y disciplinas que están de moda ahora, en la ausencia total de violencia. No hay manipulaciones, no hay formas escondidas de chantaje, esta violencia a veces simbólica que tenemos con la infancia. Es una filosofía de vida que nos ayuda también a nosotros mismos. No nos damos cuenta, pero estamos sumergidos en una violencia social, emocional, incluso, personal, continua. Simplemente, en el día, ya estamos teniendo microviolencias en las que hemos asumido que las madres nos encargamos de una cosa, y los padres de otras.
—En el caso de un padre al que hayan criado con otro tipo de educación, en un entorno más autoritario, si ahora quiere educar a sus hijos de una manera diferente. ¿Cómo debe empezar?
—Primero, hay que mirar hacia ese propósito vital, —me están escribiendo cientos de personas para decirme: «Me he dado cuenta de que es verdad, no sé que hacer con mi vida, no sé si estoy haciendo lo que realmente deseo»—, y al tirar del hilo, nos damos cuenta de la unión que tiene eso con tu propia infancia. Tenemos la infancia y la adolescencia idolatradas; y, efectivamente, nos educaron lo mejor que pudieron, pero hay que mirar ahí, porque educamos a través de esos patrones, miedos, ideas, creencias... Como cuando te dicen que coger a los niños cuando lloran está mal, porque se acostumbran mal. Tú no tienes ni idea de que es una necesidad cerebral biológica, y que los beneficios que tiene le ayudan incluso en su edad adulta.
—¿Cómo te puede marcar que de pequeño no te hayan dado un beso antes de ir a la cama: no dándolos tú o siendo muy besucona?
—Puedes tener las dos cosas, pero te marca para mal siempre. Aunque salgas besucona es desde la carencia, desde ese malestar de «no quiero que les pase lo que me pasó a mí», y desde ese malestar no oxigenas la relación con tus hijos. Quien dice besucona, dice sobreprotectora, metiéndoles en una burbuja, teniendo miedo absolutamente por todo, porque no quieres que les falte lo que te faltó a ti, y no sabes calibrarlo. Una carencia en la infancia y en la adolescencia siempre nos va a repercutir en carencia.
—¿Tan negativo es el autoritarismo como la permisividad extrema?
—Las dos cosas son hijas de lo mismo, que es el adultocentrismo, esa violencia, esa superioridad que tenemos para con la infancia y la adolescencia. Hablamos de permisividad, como si tuviéramos que darles un permiso. Tenemos la idea impregnada de que somos nosotros los que mandamos. En realidad, es un equilibrio. Los hijos son seres humanos, como nosotros, en otra etapa cerebral, y lo único que necesitan es ser tratados con dignidad. Habrá momentos mejores y peores, que lloren, griten, se enfaden, que no se quieran lavar los dientes.... pero si tú pones el foco en cómo te gustaría que te tratasen a ti, encuentras el equilibrio. No hay que tratarlos desde la violencia o la superioridad, pero tampoco abandonarlos a su suerte, porque cuando les dices a todo que sí, los estás abandonando emocionalmente, porque no los estás guiando.
—Razonar, según a qué edades, cuesta.
—Con tal de que no se enfaden les damos galletas, más galletas... No, pero tampoco sería dar un grito o enfadarnos, sino que hay que buscar soluciones juntos. Están en una etapa en la que el cerebro solo es emocional, no entienden las causas-consecuencias, no analizan las situaciones, no ven la lógica, simplemente funcionan por ese impulso cerebral emocional. Tú puedes estar pensando que no le compras ese juguete porque tiene otro igual, pero para ellos no tiene lógica. Y no es que tengamos que decir sí, solo comprender emocionalmente lo que le está ocurriendo, que es que está enfadado, tiene rabia, etcétera... Solo comprendiendo su emoción, ya lo estás tratando con dignidad, aunque no la compartas.
—¿Cuál es la alternativa al grito?
—El grito ni siquiera lo podemos catalogar como herramienta, nos sale por una cuestión reactiva. Hemos asumido una serie de ideas para con la infancia y adolescencia, y la primera es que podemos gritarles. Gritar a una pareja, a una madre, a una compañera de trabajo, nos parecería fuera de lugar, pero con los hijos es como que todo vale, lo vemos como una posible forma de educar, incluso he visto muchas veces cómo se justifica, «es que somos humanos». Sin embargo, que un hombre grite a una mujer no lo veríamos digno. ¿La alternativa? Hablarles como le hablaríamos a cualquier persona.
—¿Cómo se puede encontrar ese equilibrio entre la autonomía de los hijos y la necesidad de poner algún limite?
—Encontrando el sentido común. El ejemplo de las galletas. Sabes que no se pueden inflar y también que no vas a negárselas. Esto también depende de los valores de cada familia. Hay personas que no conciben andar descalzas por casa, y otras que lo primero que hacen es quitarse los zapatos, como es nuestra casa. Hay muchas personas que me dicen: «Tania, es que dije: ‘No, no, no'. Y acabé diciendo: ‘Sí'». Pues haberlo dicho desde el principio, y te hubieras ahorrado todo ese berenjenal, que te ha puesto por las nubes emocionalmente, y has acabado gritando. Pasa siempre por un análisis previo, pensar: «¿Qué tengo que decir: sí o no?, ¿qué quiero?, ¿cuál es la necesidad? Por ejemplo, lavarse los dientes. ¿Tiene que ser ahora, si está jugando tranquilamente, y por fin te has podido sentar cinco minutos? Pues igual no es necesario en ese momento.
—Es difícil, pero hay que dejar que se equivoquen.
—Dentro del sentido común, si ves que va directo a abrirse la cabeza, no. Ellos tienen que equivocarse, y a veces no les damos espacio, pero tampoco está mal ayudarlos, que parece que hemos creado un demonio de que no se les puede ayudar, y que todo lo tienen que hacer solos. Hay que encontrar un equilibrio.
—Hablas de siete hábitos para conseguir educar hijos felices. ¿Cuál es el más importante?
—Todos, pero si alguno es imprescindible es la ternura, nos puede llevar a cualquier parte.
—¿Las rutinas no son tan buenas como nos han hecho creer?
—Le aportan cierta estabilidad y seguridad al cerebro al saber lo que viene después cada día, pero si por tener esas rutinas; ahora ducha, luego dientes... hace que nos carguemos la salud mental, porque les estamos gritando, presionando, tratando mal, no compensa... Habría que valorar dejar solo las rutinas que sean imprescindibles, pero desde una perspectiva ética en la que no pisemos sus derechos ni su salud mental con tal de conseguirlas. Imagínate que para perder peso, tuvieras que machacarte el hígado, no tendría sentido. Hay otras formas de hacer sin cargarte ninguno de tus órganos.