Emma Suárez: «No miro mucho el pasado, pero el pasado a veces te sorprende, aparece sin que te lo esperes»

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Emma Suárez en el rodaje de la serie «Néboa», en el 2019.
Emma Suárez en el rodaje de la serie «Néboa», en el 2019. ESTEVO BARROS

«Es importante hablar de la adicción al alcohol, muy extendida en nuestra sociedad. El alcohol es una droga legal, el cine también sirve para hablar de esto», dice la actriz, que demuestra que el cine puede desmontar elefantes que aplastan la sutileza de la verdad

01 ene 2025 . Actualizado a las 17:50 h.

Más de un elefante (de esos tan grandes que llenan la habitación y ocupan todo el lugar) ha desmontado en sus películas Emma Suárez (Madrid, 1964), que ganó su primer Goya como Diana, condesa de Belflor, con un Lope de Vega hecho cine por Pilar Miró. Otros dos cabezones ilustres ha ganado esta actriz que suele hacer brillar a los cineastas noveles y que no tiene mucho tiempo para darle cuerda a esa melancolía de mirar atrás. A sus 60, con 40 de carrera en un baúl con grandes recuerdos de películas para contar, la actriz que ganó el segundo Goya a la mejor actriz como «madre Almodóvar» con Julieta estrena este 10 de enero Desmontando un elefante, viaja por las tablas del país llevándonos a El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, y estará el día 25 en Pontevedra, donde acaba de rodar la serie El jardinero, en los Premios Feroz.

—Emma Suárez, la plenitud a los 60 años bordando a una madre anómala. ¿Podría ser un título?

—Es un título muy largo, ¿no? ¿Por qué una madre anómala?

—Porque en el personaje de «Desmontando un elefante» desmontas la maternidad convencional...

—Parecía que estuvieras refiriéndote a mí.

—Hablemos de Marga, esa madre, arquitecta de éxito que vuelve a casa tras ser internada en un centro de rehabilitación por su adicción al alcohol.

—Pero tampoco Marga es una madre anómala. Marga tiene un problema, pero responde a una familia convencional, una familia de clase media-alta, burguesa, que vive en Barcelona. Su marido es cirujano, y ella, arquitecta. De anómala no creo que tenga nada. Lo que tiene Marga es un problema, que es esa adicción de la que la están tratando.

—Marga no es una madre convencional, ¿no?

—El alcoholismo es un algo normalizado en la sociedad. ¿Por qué dices que no es una madre normal?

—Porque parece una mujer que no está nada a gusto con su vida, más allá de su adicción al alcohol.

—Pero eso es bastante habitual, ¿no?

—Por eso resulta interesante, porque desmonta esa maternidad clásica en que todo parece perfecto, plenitud.

—Pero yo creo que esta película habla más de las relaciones familiares y de cómo afecta el problema de una adicción dentro de una familia, cómo reaccionan los diferentes miembros. En concreto en esta película eso está enfocado hacia la madre y la hija, a la relación de una madre y una hija. Aquí el problema de la adicción se convierte en protagonista en esa relación, y en el hecho de desatender tu propia vida para cuidar a alguien, para al final ver que no puedes hacerlo. El personaje de Natalia [Natalia de Molina es la hija que carga con el problema de la madre en esta película] deja de hacer su propia vida para atender y cuidar a su madre, pero lo que consigue es frustración, la frustración de saber que eso no le sirve para nada.

—Natalia parece creer que puede salvar a su madre. Y esto me hace pensar en que generalmente no podemos salvar a nadie, por más que se pongan las mejores intenciones y el mayor esfuerzo. Es habitual ver que cuando quieres salvar a otro o cambiarle la conclusión es que no lo puedes hacer.

—Claro. Es que cuando tienes un problema como una adicción en una familia es importantísimo buscar ayuda, entender que una persona con esta adicción no puede salir sola, que necesita una ayuda terapéutica, ponerse en manos de profesionales. Porque la familia muchas veces no sabe cómo ayudar. En este caso, Marga entra en un centro de desintoxicación y cuando sale siempre existe una sospecha, la sospecha de si estará cumpliendo las pautas que debe seguir. Porque existe mucha desconfianza. Estas personas se autoengañan y engañan a las demás.

—Esa desconfianza de la hija hacia la madre es normal.

—Totalmente, claro.

—A veces puede ser muy difícil hacer algo tan sencillo como un café. Eso nos hace ver el personaje de Marga.

—Es importante estar en el aquí y el ahora, en lo que estás haciendo en este momento, e ir paso a paso, poco a poco.

—La película se ocupa en demostrar cómo Marga es incluso incapaz de cuidar de sí misma.

—Es incapaz de cuidar de sí misma y de otros porque tiene un problema. Para hacer la película, hemos trabajado indagando en la psicología de las personas que sufren este problema. Hemos hablado con profesionales, con terapeutas, y hemos estado en centros de rehabilitación, de adicciones. También hemos hablado con familiares. Ha habido un trabajo muy interesante de investigación y de escucha. Fundamentalmente, lo que necesitan esas personas es hablar, es expresarse. Justamente ayer estuvimos en un centro del Proyecto Hombre y fue interesante escucharles, ver cómo se relacionan, cómo se identifican con la película y cómo les ayuda a ponerse en el lugar del otro, del familiar.

—Quizá cuesta entenderlo cuando uno no ha vivido una situación similar. Si no has pasado por eso, es fácil juzgar o hacerte una idea equivocada.

—Por eso, para mí la película es importante, porque pone sobre la mesa un problema que está muy extendido y normalizado. El alcohol es una droga legal. Los chavales empiezan a beber muy jóvenes, porque es algo que está al alcance de la mano. Igual que se habla de la violencia de género, es importante hablar de la adicción al alcohol. Para eso también sirve el cine, para ser un espejo de los problemas que existen en la sociedad.

 «Me gusta interpretar personajes que tienen que ver con el momento vital en el que estoy, y en este sentido no tengo ningún interés en interpretar a mujeres de otra generación. Lo lógico es que interprete personajes que tienen que ver conmigo, para mí, eso tiene el significado de que vamos avanzando, vamos aprendiendo, vamos creciendo y vamos teniendo la oportunidad de expresar otras emociones»

—Para que tú digas «sí» a un papel, la película ha de mostrar esa intención, esa rebeldía ante un problema social o un drama común que suele esconderse.

—No siempre es posible, pero cuando hay guiones que cuentan historias que nos afectan a todos, que me dan la posibilidad de dar voz a temas interesantes, yo me implico de una forma directa, instintivamente, pero no siempre tienes la posibilidad de elegir. No todas las películas hablan de temas comprometidos, pero sí es verdad que, cuando me han ofrecido un guion así, no lo dudo en ningún caso.

—Siempre has mostrado tu confianza en cineastas noveles. También en este caso, con Aitor Echeverría y «Desmontando un elefante».

—Pero eso es un poco casualidad. No soy yo la que va a buscarles a ellos. En el caso de Josefina, de Javier Marco, también fue así. No es que yo diga: «Quiero trabajar con directores noveles» y elija los guiones o los proyectos.

—Los de «Josefina», «Julieta», «La próxima piel», «Una ventana al mar», «Invisibles» o «Alguien que cuide de mí» son personajes femeninos complejos, diferentes, con matices, que desmontan los modelos más convencionales.

—Bueno, creo que son personajes en los que se bucea en su psicología, que no se quedan en el primer plano, sino que ahondan un poco más en los conflictos.

—A Coruña te trajo hace años el rodaje de «Julieta», de Almodóvar...

—¡Y estuve rodando la serie Néboa! Estuvimos cinco meses rodando en Galicia y tengo muy buenos recuerdos de ese rodaje y de esa serie. Vamos, muy buenos recuerdos de mi paso por allí. Es un lugar al que estoy deseando volver, me tratasteis muy bien.

—¿Nostálgica?

—No, no soy especialmente nostálgica. Creo que no tengo mucho tiempo para ser nostálgica, la verdad. Estoy trabajando, concentrada en los proyectos que hago, tratando de vivir con honestidad y cuidando a las personas que quiero. No miro mucho al pasado, pero a veces el pasado te sorprende y aparece sin que te lo esperes.

—¿Nos sorprende el pasado?

—A veces, ¿no?

—Te he oído decir en una entrevista que te gusta que el tiempo pase, ver cómo una se va transformando con él.

—Así es, sí. Me gusta interpretar personajes que tienen que ver con el momento vital en el que estoy, y en este sentido no tengo ningún interés en interpretar a mujeres de otra generación. Lo lógico es que interprete personajes que tienen que ver conmigo. Para mí, eso tiene el significado de que vamos avanzando, vamos aprendiendo, vamos creciendo y vamos teniendo la oportunidad de expresar otras emociones, desde otro lugar, desde el lugar de una persona más adulta.

—También ha habido una evolución en la mirada de directores y directoras, en eso que deciden enfocar y cómo lo hacen. En «Desmontando un elefante» es especial, por ejemplo, la mirada sobre el cuerpo de la mujer, el uso de la danza como metáfora visual, para visualizar cómo soltamos eso que nos carga...

—Sí, eso es bonito cómo está contado. Para mí, significa cómo el arte, en este caso la danza, es un lugar de expresión donde uno puede descargar. Es muy bonito cómo se cuenta en la película, con esa coreografía que lo que trata de expresar es cómo alguien trata de salir de un lugar y no puede, porque hay algo que lo empuja hacia dentro.