Izan y Anxo, de 16 y 9 años: «Es una fortuna poder disfrutar de los cuatro abuelos y de cinco bisabuelos»

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Marcos Miguez

Saben que es un lujo que no está al alcance de todos. Por eso, cuando están con su padre no pierden un segundo en disfrutar de sus bisabuelos Paco y Aurora, de 85 y 84 años

25 ene 2025 . Actualizado a las 18:19 h.

Hace un año y poco que el círculo se cerró de algún modo para Eric. Cuando tenía tan solo 2 años, sus padres María y Marcos, emigraron a Suiza, y él se quedó al cuidado de sus abuelos maternos, Aurora y Paco, de 84 y 85 años. «Eran mis abuelos, pero para mí fueron mis padres, lógicamente», señala Eric. Una separación que para María fue «muy, muy dura». «No hablamos de los tiempos de ahora, que tienes un móvil y te puedes mandar fotos, puedes hacer videollamadas... Es que en aquel entonces las llamadas eran carísimas, los vuelos eran carísimos. Muy duro, fue muy duro. Yo lo veía en Navidades, él venía durante los veranos para allí, que teníamos muchos amigos con niños...». Fue una etapa complicada para todos. Eric era muy pequeño para entender lo que estaban haciendo sus padres y a veces les preguntaba por qué se tenían que ir a trabajar fuera si los padres de sus amigos tenían trabajos aquí. «¿Sois malos para que no os den trabajo aquí», recuerda María que le decía con tan solo 3 añitos.

 Eric siempre tuvo muy claro que quería un hermano, incluso le llegó a decir a las profesoras que su madre estaba embarazada sin estarlo. «Mi padre era el conserje del colegio, y le decían: ‘Francisco, felicidades', y él contestaba que por qué. ‘Porque tu hija está embarazada'. ‘Pues a mí no me dijo nada'. Hasta ese punto llegaba». Pero un día en medio de unas Navidades María notó que el pequeño estaba un poco triste, y le preguntó qué le pasaba. «Mamá, cuando tú y papá faltéis, con quién voy a pasar yo las Navidades... Que yo no tengo hermanos», le dijo. Tanta fue la insistencia de su primogénito que María y su marido decidieron ampliar la familia, y hacer las maletas de vuelta. «Quisimos llevarlo para allí, pero él decía: ‘No, no, veniros para aquí'. A veces me arrepiento de no haberle insistido más para que viniera, porque allí sería muchísimo mejor que aquí, por trabajo, por estudios, por todo... Una vida diferente. Pero ya no puedo volver atrás».

Eric se crio con sus abuelos hasta que cuando tenía 13 sus padres regresaron, junto a su hermana de apenas un mes. «Nos costó a todos, porque él estaba acostumbrado a las ideas de mis padres, nosotros ya teníamos otra mentalidad, no fue sencillo. Además, coincidió en plena adolescencia... ». «A mí me dio un poco de pena dejar a mis abuelos —recuerda Eric— porque, como te dije antes, fueron como mis padres. Pero me tiraba que estaba mi hermana pequeña, era una novedad. Los eché mucho de menos, pero cada dos por tres volvía a su casa. Me tiraba como la morriña. Quería estar con ellos, aunque solamente fuera estar sentado a su lado y viéndolos hacer las cosas del día a día», indica Eric, que hace un año y pico, a raíz de separarse, ha vuelto a vivir con ellos. «Ahora son más dependientes, lógicamente, y tener a alguien de mano, les facilita mucho la vida, sobre todo, en los momentos en los que no pueden valerse por sí mismos. Es mejor estar aquí con ellos y poder cerrar también lo que es un ciclo», dice Eric, de 39 años. No se siente atado en el sentido de los cuidados que requieren, ya que para eso tienen a personas que los atienden, sin embargo, si necesitan algo en medio de la noche, solo tienen que decir su nombre. «Son cosas que salen también de uno mismo, porque te gusta ayudarlos en los momentos que no pueden, ellos lo hicieron conmigo cuando fui pequeño, y eso también tira un poco. Que me llaman por la noche, pues me levanto y vuelvo para la cama. O si cuando vienen a darles la cena no les apetece en ese momento, pues la guardan, y luego yo la cojo y se la doy». 

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DIVERSIÓN MUTUA

La relación estrecha y cercana que tiene Eric con sus abuelos se la ha transmitido, en parte, a sus hijos. La semana que tiene a Izan (16) y Anxo (9), los niños tienen la inmensa suerte de poder pasar todas las tardes con sus bisabuelos. «Cuando les conté a mis compañeros que me iban a sacar una foto por tener tantos bisabuelos, me di cuenta un poco de la suerte que tenemos Izan y yo. Se quedaron en plan: ‘Yo solo tengo una y está enferma'. Otros me dijeron que tenían dos, pero que los dos estaban en una residencia», cuenta Anxo, que a sus 9 años puede disfrutar de cinco bisabuelos, porque además de Aurora y Paco, también tiene a los otros dos abuelos de su padre, Carmen y José, de 95 y 94 años, y a la bisabuela María, por parte de su madre. «Con Aurora siempre me divierto, lo que más me gusta es que siempre hablamos».

Su abuela María confirma la excelente relación que mantiene Aurora con su bisnieto. «Mi madre está encamada, pero Anxo la cuida muchísimo, se mete con ella en la cama, le lleva la cena... », cuenta María, que dice que no hay peleas por el cariño, «hay para todos». «No, no, nada de competencia. Al contrario, a mí me gusta mucho que estén con ellos y que les ayuden. A mi padre le gusta mucho contarles historias y anécdotas de antes, lo que hacían, cuando jugaban, cuando iban a la fiesta, cómo se conocieron mis padres... ». De Paco, que dice Anxo que «es un poco gracioso», el pequeño heredó su pasión por las manualidades. «Ahora tengo que hacer cien capibaras, y las vamos a vender», apunta a la vez que confiesa que es muy hablador, algo por lo que le llaman alguna vez la atención en el cole, salvo cuando se concentra para hacer estos trabajos manuales. «Ahí no me dan ganas de hablar con nadie, porque tienen que tener el mínimo detalle, si no, están mal», indica.

Su hermano Izan, de 16, es quizás más consciente de la suerte que tiene de poder compartir tanto tiempo con sus abuelos y bisabuelos, entre los que dice no tiene «ningún favorito». «Es una suerte tener a mis cuatro abuelos y cinco bisabuelos, poder ver todos los días que estamos con mi padre a Aurora y Paco, y poder disfrutarlos. Me lo paso muy bien con ellos, aunque solo sea cuando nos ponemos en la ventana viendo la Torre», dice Izan, que recuerda con especial cariño la última vez que salió a la calle con Aurora a dar un paseo.

Aunque María no vive con sus padres, cuando puede se acerca para estar los seis juntos. «Ahora mismo, mis padres me reclaman más, porque son más dependientes, pero con los niños disfruto mucho porque hacemos muchas cosas». «Batidos —interrumpe Anxo—». «También bizcochos, jugamos al parchís, a las cartas, vamos de paseo, de excursión... Cuando vienen a mi casa siempre quieren dormir conmigo. Acabamos durmiendo los tres en mi cama. Ahora acabamos de ir los cuatro a Madrid a pasar la Navidad con mi otra hija.... Cuando está ella, para ellos es una fiesta. Es más, cuando viene, a mí ya me dejan a un lado, se van con ella. No existe nadie más que ella, también porque la ven menos».

Aunque se les presupone una buena genética, Eric desvela algo que comparten los cuatro bisabuelos por parte paterna de sus hijos: una buena alimentación y ejercicio. Paco hasta hace tres años cogía la moto y se iba a «Betanzos, Carral o Ferrol» a tomarse el café con un chupito, pero a raíz de un mareo, decidió no conducir más. Carmen y José no se quedan atrás. Ella, a sus 94 años, nada y conduce, y José hasta hace poco hacía varios kilómetros por el paseo marítimo. Una longevidad muy trabajada.