La proeza del bombero en excedencia que caminó en solitario hasta el Polo Sur: «Me quedé ciego tres días y perdí 16 kilos»

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Antonio de la Rosa, que le dio un giro a su vida, es célebre por sus expediciones en solitario por tierra y mar. La más dura a nivel físico, a sus 55 años, fue esta: anduvo durante 39 días, con esquís, y arrastrando un trineo de 70 kilos de peso
18 feb 2025 . Actualizado a las 18:35 h.Hace 22 años, Antonio de la Rosa era funcionario. Que conste que siempre fue un hombre de acción, porque no pasaba ocho horas sentado en una oficina, sino apagando fuegos. Con tan solo 19 años, se convirtió en el bombero más joven de la Comunidad de Madrid —nació en Íscar, Valladolid, pero se define como «madrileño de adopción y serrano de corazón»—. Ejerció durante 14 años como tal, hasta que un buen día pidió una excedencia para entregarse a la aventura. Y tanto se entregó que se convirtió en aventurero profesional. Tras llegar a ser uno de los mejores cuadratletas del mundo y capitanear durante ocho años al equipo Red Bull de raids, considerado como uno de los deportes más duros, fundó su propia empresa de multiaventura, Meriodianoraid.
Con toda su experiencia en los raids de aventura, Antonio comenzó hace 16 años a afrontar expediciones de película en solitario por tierra y mar. Aventuras extremas en lo físico y en lo mental. Destacan las náuticas. De hecho, pronto va a completar la hazaña de cruzar los cinco océanos a remo, ya que planea hacerlo en el último que le queda por surcar, el Índico. Y también destaca especialmente la última, porque a sus 55 años resultó ser la más dura de su vida a nivel físico.
El 9 de diciembre inició su andadura en solitario desde la Bahía de Hércules hacia el Polo Sur geográfico, el extremo más meridional del planeta, que alcanzó el pasado 17 de enero. En total, 39 días en solitario, con esquís, y arrastrando un trineo de 70 kilos que contenía alimentos, equipo de supervivencia y una tienda de campaña por la Antártida. Mil doscientos kilómetros en los que enfrentó condiciones extremas, con un ascenso inicial de mil metros de desnivel, temperaturas de hasta -45 ºC , vientos superiores a los 50 kilómetros por hora, tormentas y terrenos casi impracticables en los que se enfrentó a una acumulación de nieve inusual que le obligó a abrirse paso de forma constante con sus esquís y un esfuerzo sobrehumano.
AÚN TIENE CONGELACIONES
Llegó a España, donde aterrizó el 5 de febrero desde Chile, aún con el rastro de algunas de las congelaciones que sufrió en varias partes de su cuerpo. Pero lo peor, sin ninguna duda, fue quedarse ciego. Durante un día de niebla muy densa, avanzó sin las gafas de protección ocular, lo que irritó sus córneas y le produjo la llamada ceguera de las nieves. La falta de visión le obligó a permanecer metido en su tienda durante tres días completamente a ciegas en medio de las duras condiciones climáticas. A pesar de semejante inconveniente, Antonio mantuvo una media diaria de 30 kilómetros recorridos, con jornadas de hasta 13 horas sin detenerse en las que alcanzó los 45.
Por el camino perdió 16 kilos. «Llevaba la comida un poco justa para los días de expedición. Y luego, aunque comas mucho, con el frío, y he tenido días de 40 y 45 bajo cero y de 10 o 12 horas de actividad, el consumo energético es brutal. Muchas veces me saltaba el reloj y me decía: “Enhorabuena, hoy has consumido 7.500 calorías”, y yo a lo mejor apenas había ingerido 3.000. Llevar más comida también supondría llevar mucho peso en el trineo, claro, y cada kilo de peso más o menos son 4.000 calorías. He perdido más peso de la cuenta por ese déficit calórico de haber tardado más días de los que yo tenía calculados».
El peor pensamiento que le asaltó durante la prueba más dura de su vida fue el pensar que tendrían que rescatarlo —contrató a una empresa para que, si fuese necesario, lo evacuase— por la ceguera. «Dentro de mis planes entraba una posible congelación, por ejemplo, pero nunca pensé en que podría quedarme ciego. Jamás creí que por cinco horas caminando sin sol, porque iba con niebla, me podía pasar la famosa ceguera de las nieves. Tuve ese despiste y pensé que perdería la visión o que tendría que abandonar después de doce años soñando con esta aventura». Durante los tres días que estuvo dentro de la tienda de campaña esperando a recuperar la vista, la sensación de soledad fue absoluta. «Estás completamente aislado en un lugar por el que posiblemente no ha pasado ningún ser humano, pero yo eso lo llevo bien. Soy muy sociable, pero también soy capaz de desconectar y de estar solo durante meses sin necesitar nada».
Una aventura de este calibre requiere de una larga preparación previa. La de Antonio duró un año. El físico fue clave, porque tenía que llegar muy fuerte a este reto. También disponer el equipamiento, el material y la logística lleva su tiempo. «Todo eso es muy complejo y, muchas veces, es casi lo más duro. Que llegue todo a destino, que no te falte nada, que la tienda sea la idónea, que los esquís lleven una buena cera...», explica. Y luego está la parte psicológica, que para cualquier mortal sería quizás la más complicada, pero que Antonio asegura que no se prepara: «Esa parte está ahí. Simplemente, o estás preparado mentalmente para ello, o no lo estás. No es algo que entrene, porque yo creo que ya venía de serie con ello».
¿Qué se siente cuando hace un frío tan extremo? ¿Quema en la cara? «El Polo Sur es el lugar más seco, pero está a tres mil metros de altura, por eso hay ese frío. El gran problema de estos sitios no es el frío en sí, sino la sensación térmica. Muchas veces, estás a 30 o 40 grados bajo cero, y lo peor es tener el viento en contra. Ahí es cuando realmente sientes el frío de verdad, cuando hace viento».
Aun en medio de un paraje tan inhóspito, Antonio hablaba con su familia a diario. «Lógicamente, tanto mi madre y el resto de mi familia como mi pareja cuando la he tenido, tienen que entender que este es tu estilo de vida. O sea, que tú necesitas estas expediciones para ser feliz. Y, normalmente, cuando uno está al lado de alguien, lo conoce así y quiere que esa persona sea feliz, por lo que hay que ser un poco generoso», explica el aventurero, que añade que «peor sería que fuera un camionero y tuviera que estar tres meses fuera por trabajo».
La que peor lo pasa es su madre, «una persona recta de León que no se acostumbra y siempre está preocupada», como la define él, que asegura que siempre la engaña un poco. «Le digo que no tiene ningún peligro y ya está», bromea. Desde su aventura habló con ella diariamente a través de un teléfono satelital. Y confiesa que cuando sufrió la ceguera se lo contó, pero no desde el primer momento. «Lo conté, pero primero hablé con dos médicos que me dijeron que no pasaba nada y que en dos días más recuperaría la vista, por lo que conté las buenas noticias, no las malas. No llamé diciendo: “Estoy ciego”. Porque si no, lo primero que te dice la familia es: “Llama al avión y que te vayan a buscar”».
Pero esta expedición no hubiera acabado bien si no fuera por la persona que le guio día a día desde Galicia durante todo el camino. «Una de las cosas más importantes en estas aventuras es tener un buen router, es decir, alguien a quien llames a diario para que te diga la meteorología que te espera y que cada día sepas a qué te vas a enfrentar». Esa persona se llama Francisco Costoya y le daba el parte desde Betanzos (A Coruña). Era uno de los miembros de su equipo y a día de hoy siguen teniendo una gran amistad. «Él contrastaba a diario varios tipos de partes meteorológicos, porque no es fácil acertar bien con el clima en el centro de la Antártida, tenía que contrastar varias fuentes para decirme las previsiones exactas del lugar en el que me encontraba y las condiciones que iba a tener las próximas 24 horas», explica Antonio.
«Yo le daba la sensación térmica, la temperatura y las probabilidades de viento y de precipitaciones en base a lo que se puede obtener. El 90 % de las veces era un pronóstico acertado, pero había un 10 % que no, porque él estaba en un punto muy concreto de una superficie de mil kilómetros», precisa Francisco Costoya, que indica que Antonio tuvo el 90 % del tiempo al viento en contra, «y cuando dejaba de hacer viento, venía la niebla, por lo que no se veía los pies».
Si bien confiesa que su camino hacia el Polo Sur fue su reto más difícil en lo físico, las hazañas terrestres de Antonio dan para unos cuantos reportajes más. También a pie y en solitario hizo otras rutas gélidas. Cruzó Alaska en 42 días, recorrió el lago Baikal (Siberia) en 12 y el norte de Finlandia, con una ruta de 1.000 kilómetros alrededor de Laponia, en menos de un mes.
CRUZARÁ SU QUINTO OCÉANO
Su próximo cumpleaños puede que le pille remando. Porque en el 2026, que cumple 56, Antonio sueña con cruzar a remo el último de los cinco océanos que le quedan por surcar. «Ya cumplí los 50 años en una travesía, en mi expedición al Pacífico a remo, que fue en el año 2019. Ahora, tengo pendiente hacer el océano Índico. Me gustaría que sea el año que viene».
Su periplo oceánico lo llevó a cruzar el Atlántico desde la Guayana Francesa en el 2014; en el 2017, hizo una navegación con una tabla de pádel surf por el océano Ártico; en el 2019, hizo la aventura del Pacífico desde San Francisco hasta Hawái. Y hace dos años, consiguió ir desde Cabo de Hornos hasta Georgia del Sur remando en el océano Glacial Antártico. Y el único océano de los que le quedan, el Índico, planea recorrerlo desde la costa oeste de Australia hasta África. Antonio también circunnavegó la península ibérica y cruzó las ocho Islas Canarias, entre otras aventuras.
¿Qué se siente viviendo entre un reto y otro? «Que he aprovechado el tiempo», asegura. Pinta que Antonio será noticia unas cuantas veces más.