Sergio Luque, subinspector de la Policía Nacional y «coach»: «En tu entorno cercano hay más envidiosos que gente que te valora»

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«Es mejor no buscar la felicidad, sino la tranquilidad», asegura el autor de «No lo pienses, hazlo ya», que invita a que respetemos «en la misma medida en que somos respetados» y dice que para neutralizar al tóxico hay que decirle que sabemos que lo es
21 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.No lo pienses, hazlo ya (HarperCollins) es un libro tan directo como su título y su autor. «Es crudo, poco cómodo para según qué mentes», dice Sergio Luque (Palma de Mallorca, 1978), subinspector de la Policía Nacional, exmilitar, graduado en Derecho, experto en coaching y, como él mismo se define, pensador. Fue precisamente su labor policial, dice, la que lo movió a recapacitar y a querer plasmar su argumentario sobre el papel para ayudar a otros: «La facilidad con la que muere la gente de manera inesperada es lo que mayor impacto me causó y lo que me hizo reflexionar sobre lo efímero de la vida, lo que me motivó a empujar a la gente para que viva a fondo, porque esto se pasa rápido».
—Eres policía nacional y «coach», en principio, dos facetas bastante alejadas.
—Digamos que la raíz de mi profesión, evidentemente, es la policía. Lo que pasa es que tengo despierto un alter ego un poquito espiritual. Siempre he sido muy pensador, y como en esta configuración social siempre hay que tener algún título para ser reconocido, hice un posgrado de experto en coaching. Empecé a dar formaciones policiales, y al final hacía como una vuelta a la calma, que era una meditación guiada. Veía que la gente conectaba conmigo más, casi, por mi motivación y mi enfoque de vida que por el operativo policial, y ahí empecé a formarme a tope.
—La tuya es una profesión dura, ¿eso despertó tu espiritualidad?
—Yo siempre he sido un patrullero de la calle, lo que son llamadas urgentes, intervención inmediata... Entonces, claro, pues ves accidentes, desgracias, enfrentamientos familiares, muertes... y así llevo ya 22 años. Eso me movió a pensar y a desarrollar esta otra faceta, quizás las cosas que veo por mi trabajo influyeron... Sobre todo la relación con la muerte. Giras la cara y la vida ha pasado muy rápido, te puedes morir en cualquier momento. Ese es uno de los mayores empujes que tengo.
—¿Hemos dejado de ser animales y ya solo somos racionales? ¿Nos mueve más lo que opinan los demás que nuestra propia intuición?
—Nos hemos desnaturalizado. Hemos perdido la necesidad de supervivencia porque vivimos en un hábitat repleto de abundancia, especialmente el primer mundo. Eso nos hace hedonistas y nos lleva a no tener instintos primarios, nos ha apartado de nuestra naturaleza y estamos todo el día dentro de una atmósfera artificial de pensamiento.
—Después de 20 años de oficio, ¿lees a una persona en cuanto la ves?
—Tengo mucha confianza en mi intuición, pero también supongo que es la experiencia. Sé detectar microexpresiones en la gente, porque a un policía tratan de mentirle mucho. Entonces, yo sé la contrariedad entre lo que estás diciendo y lo que me están diciendo tus microexpresiones, tu lenguaje no verbal.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Tengo que estar muy atento a no prejuzgar, a hacer un juicio errado e injusto, por lo que me doy un cierto margen de error. Si detecto algo, espero a la segunda o a la tercera para ver si lo confirmo. Esto ha hecho que en el sentido afectivo sea bastante solitario. Porque en la vida yo me quito las tiritas de golpe, y lo que veo es que hay un ideal de vida que nos meten en la cabeza y que mucha gente quiere que tú cumplas. Como cuando tu pareja tiene unas expectativas de ti que además responden a lo que la sociedad le impone. Yo por ahí no paso, intento cumplir mis propias expectativas y no las de los demás. Entonces, la gente se decepciona a veces respecto a ti, porque ellos quieren que vivas su película, su serie B.
—Dices que quien lee tu libro se vuelve indestructible, ¿tanto como eso?
—Sí, porque quien medite y reflexione profundamente sobre lo que le digo, vivirá respecto a su propia conciencia, no a la expectativa del otro. El sistema nos quiere hacer idénticos, nos necesita así para que compitamos unos con los otros y que funcione el materialismo, que queramos tener una mejor casa, un mejor coche... Pero si tú ya no eres idéntico, si consigues ver esa artificialidad, ya eres indestructible. Ya no te mueve el dinero ni las grandes aspiraciones sociales. Ya no tienes treinta y pico años y tienes que estar en una superhipoteca y si no tienes hijos eres un frustrado. Ya no caes en eso. Tú ya entiendes que la vida es para ser vivida.
—Hablas de la respetabilidad social. ¿Es posible obtenerla respetándose a la vez a uno mismo?
—Sí, pero hay que tener un carácter muy, muy propio. O sea, que no te manipulen. Exprésate y entiende que a determinadas personas no les va a gustar tu expresión. Por ejemplo, la oleada del pensamiento woke nos ha llenado de complejos. Según esto, tú no te puedes atrever a decir lo que verdaderamente piensas, porque han hecho un ideario, un argumento social, en el cual tú, para respetar los sentimientos de otros, no puedes expresarte. ¿Pero hasta qué punto llega el respeto? Porque parece que tu expresión está limitada a la sensibilidad de otros. ¿Cómo va a ser eso? Mi expresión es mi expresión, y es sin ánimo de ofender. Si está dentro de las reglas de la buena fe, ¿por qué no puedo expresarme? Pero no. La respetabilidad externa te impone que ni te expreses si puede ofender. Entonces, yo lo que le propongo a la gente es: «Exprésate, vas a ofender sin querer».
—Recomiendas que respetemos en la medida en que somos respetados, pero también hay jerarquías.
—Ahí lo que neutraliza es el miedo. Hay que expresarse con la debida educación hacia arriba y hacia abajo, yo lo que tengo muy claro es que no voy a prostituir mi integridad. Cuando empiezas a perder el miedo etéreo que nos meten en la cabeza, cuidado. Te conviertes en una persona que pisas fuerte y todo el mundo respeta tu personalidad.
—¿Cómo combatir al victimista?
—Reconociéndolo y utilizando la cordialidad con él. Y entendiendo que dentro de su proceso, está haciendo eso. Pero que no te traslade a ti un sentimiento que no te pertenece, que eso es lo que busca, el activar en ti la pena y la culpa. La mejor manera de combatirlo es reconociéndolo y utilizando la cordialidad. A lo mejor, incluso escuchándole. Disociándote. Pensando: «Lo que me está diciendo no es verdad, voy a ser cordial con él, pero luego él por su camino y yo por el mío».
—¿La gravedad de un problema la marca cuánto nos afecta? ¿Por qué hay gente que se desmorona y otra que resiste ante lo mismo?
—Si la persona de manera habitual no identifica lo que es el riguroso saber de la realidad, es muy probable que enlace una fantasía con otra y pierda la lucidez. Cuando tú no estás lúcido, porque vas de una fantasía saltando en otra, y otra, y otra, al final tienes una inercia perjudicial. El miedo, si no lo vencemos con razón, con un razonamiento real, tiene mucho poso, es una emoción que se queda en el cuerpo. Entonces, es muy fácil que cualquier experiencia, por pequeña que sea, te active mucho miedo. Y eso puede hacer que una persona que sí que conecta de vez en cuando con la realidad, no tenga tanto miedo como otra ante el mismo avatar de la vida. Y cae finalmente en un tipo de depresión o ansiedad.
—¿Lo primero que hace que una persona destaque es ignorar lo que piensan los demás?
—Sí. Cuando te mentalizas de eso y empiezas a ser realmente tú, sin el miedo a que alguien se ofenda o a qué van a pensar de ti, empiezas a destacar. Yo me he convertido en indestructible cuando, con esto de la exposición pública, me he dado cuenta de que miles de personas opinan mal de mí, pero miles de personas opinan bien de mí. Las palabras son viento, no me afectan. Cuando me apetece hacer algo, lo hago, y no estoy pendiente del juicio ajeno. Nadie tiene que aprobar lo que yo puedo hacer. El sentido del ridículo no vale para nada.
—¿En eso radica la felicidad?
—Es mejor no buscar la felicidad, sino la tranquilidad. La vida son momentos y hay que vivirlos con intensidad.
La felicidad es un vocablo comercial y puede ser muy frustrante andar siempre buscándola. Cuando estás feliz, estás tranquilo.
—¿Hasta qué punto debemos autocontrolarnos?
—Tienes que dominar tus emociones. A veces, te surgen emociones, pensamientos intrusivos, incluso vergüenzas del pasado, de cosas en las que te equivocaste. Y claro, yo ahí conecto conmigo y me digo: «¿Pero esto para qué?». Y en el momento que me pregunto el para qué, eso ya no tiene razón de ser. Debemos tener activo un estado lúcido que nos permita controlar determinadas emociones que no tienen utilidad en un momento dado. O cuando detectamos a una persona que está intentando manipularnos, hay que aprender a ser cordial, no decirle verdaderamente lo que piensas, porque si no, va a haber un conflicto.
—¿Cuál es el principal rasgo de toxicidad en una persona?
—Cuando te manipula para que cumplas su expectativa. Ese es el principal rasgo. Y no tiene que ser un extraño, a veces lo hace nuestro entorno.
—¿Y cómo enfrentarnos a ella?
—Manifestándolo. Explicándole: «Oye, esto lo estás haciendo por esto. Y que sepas que me doy cuenta. Que lo sepas». La expresión elimina lo tóxico, es lo que hace que lo tóxico no se sienta cómodo.
—¿Nunca es tarde para un cambio?
—Exactamente. Es posible que hayas tardado, pero todo tiene un porqué, y lo que te ha ocurrido por el camino también pasó por algo. Si quieres efectuar un cambio, comienza ya y deja de juzgar tu pasado, porque todo te ha llevado a este punto. Y en toda experiencia negativa hay una fuente de crecimiento.
—¿Cuál es la peor emoción?
—La envidia, es una de las peores patologías del alma. Activa en nosotros el deseo de culpa, de control, de juicio... Al estar en un sistema de competición, que es como nos han criado, compitiendo unos contra otros, hay mucha gente que no puede admitir verse superada. Entonces, si se ven superados, necesitan expresar algo negativo hacia ti que haga parecer que tú no las has superado. Hay personas que te pueden admirar y no aceptarlo. Y la envidia es muy perversa, puede incluso encumbrar a alguien. Pasa cuando desde una perspectiva envidiosa, te dicen: «Es que fulanito es una autoridad», para que no puedan compararnos con él, cuando a mí la experiencia me ha enseñado que no hay nadie especial. En tu entorno cercano, cuidado con lo que te digo, hay más envidiosos que gente que te valora.