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Marisol Donis, criminóloga: «Las mujeres matan con mucha más paciencia y premeditación que los hombres»

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La criminóloga Marisol Donís
La criminóloga Marisol Donís

En «Envenenadoras» revela los asesinatos más atroces en dosis pequeñas y diferencia las motivaciones de las asesinas extranjeras y las españolas: «Tienen objetivos distintos»

25 mar 2025 . Actualizado a las 17:00 h.

La escritora, criminóloga y farmacéutica Marisol Donis reedita un libro que publicó por primera vez en el 2002, Envenenadoras, en el que ahora hace una ampliación para, además de recordarnos los venenos más utilizados en la historia del crimen, incluir a las asesinas españolas y extranjeras que han usado este método con el fin de observar si hay diferencias a la hora de matar.

—¿Por qué recurren las mujeres al veneno?

—A la mujer a la hora de matar no le gusta la sangre. Después, a la envenenadora no le gusta mirar a su víctima. Tú, si apuñalas a alguien, estás mirándole a los ojos. Con el veneno eso no sucede. Y luego, además, no necesita cómplice ni retirar un cuerpo. Es una manera de matar en la sombra, es un delito enmascarado.

­—El cuerpo está ahí, si alguien fallece hay que ver las causas.

—Sí, pero tú llamas al médico y le dices: «Mire, es que parece que no respira». A partir de ese momento ya se encargan los sanitarios de retirarlo, no tienes que coger tú el cuerpo. El envenenado o envenenada fallece en su cama o en el sofá de su casa. En muchos casos se han certificado como causas naturales.

—¿Las mujeres matan porque se ven abocadas a hacerlo porque primero han sido víctimas de abusos? ¿O matan por otras causas?

—Hay una pequeña proporción que mata porque han abusado antes de ellas, porque las han tenido de esclavas, pero ese es un 10%. El resto son mujeres con muchísima maldad, mujeres muy crueles, muy astutas... El envenenamiento no es un crimen de arrebato, es muy premeditado y requiere mucha paciencia. Tardan meses en prepararlo, ven la agonía de su víctima y se quedan tan anchas. El hombre es más visceral, no tiene paciencia, en cambio ellas son muy crueles y cobardes porque van viendo cómo la víctima no se puede defender.

—¿La motivación es la venganza?

—No, lo que pasa es que en España en los años cuarenta y cincuenta las condiciones eran diferentes a las del resto de Europa y se nota. Las italianas o las francesas vivían de otra forma, pertenecían a la burguesía y los reporteros escribían sobre ellas diciendo que eran bellísimas y elegantes, parecía que llegaban a la alfombra roja en lugar de a un juicio. El lector creía entonces que eran inocentes. Tenían fans entre los reporteros.

—Hablas de un caso, Pilar Prades, que fue la última mujer ejecutada a garrote en España. ¿A quién mató?

—Mató a la señora para la que servía, a otra la dejó con una minusvalía, a una amiga con la que ella iba al baile. Como a ella no la sacaban a bailar y a la amiga sí, la mató por celos. Fue con un insecticida. Hay otra sirvienta, María, que también la ejecutaron, pero en el caso de María mató a su ama porque quería ser ella la señora de la casa. Luego llegó la nuera de la señora, que estaba embarazada, y la asesinó también, porque pensaba que le podía quitar el puesto. Con lo cual fueron tres muertes, incluida la del feto.

—¿Qué veneno se utiliza más?

—El arsénico, porque hasta 1830 y pico no había manera de detectarlo. Todos los que murieron antes de esa fecha fueron contabilizados como muertos por causas naturales, que pasaron a engrosar la cifra negra del crimen. Son crímenes que nunca se llegan a resolver. Y luego se usan los derivados del opio, la morfina...

—Hay una obra, «Arsénico por compasión», en la que vemos cómo hay que ir dándolo en dosis pequeñas.

—Sí, porque su efecto es acumulativo. Y los síntomas del arsénico se asemejan a cualquier tipo de enfermedad: vómitos, náuseas, dolor aquí, dolor allá.

—Se describe a estas asesinas como tranquilas amas de casas, con una apariencia cándida.

—Sí, sí, como Adelaide Bartlett, que era muy angelical y mató al marido. Hay gente que se ha leído el libro y que me dice cómo ha podido hacerlo. Su caso quedó en el aire y parece un puzle imposible de resolver.

—¿A quiénes matan en general las mujeres?

—A quienes tienen cerca, a sus maridos, a sus amigas. Yo, cuando introduje a las extranjeras, quería saber si mataban igual y por los mismos motivos. Y resulta que matan con los mismos venenos, aunque en España eran un poco más caseros: mataban con los fósforos de las cerillas, machando vidrios para que pareciese azúcar... Pero los motivos no coinciden. La española mata por rencor, por venganza, por sentirse maltratada, por ser la esclava de una familia. Las extranjeras han vivido siempre mejor y estaban pendientes de los testamentos, de heredar, eran unas fanáticas de los seguros de vida. Son mujeres de clase media alta.

—Mary Ann Cotton se cargó a cuatro maridos, a hijos...

—Sí, ella y también Belle Gunness, que era noruega. Esa era tremenda. Pero de Mary Ann Cotton no sospechó nadie durante 20 años. Ella usó unas hojas de papel pintado y las metió en remojo, en aceite, porque ese papel pintado, que se llamaba verde París, contenía arsénico. Los investigadores no daban con el veneno, porque además los frascos los tenía adornando la cocina.

—¿Por qué mató Mary Ann Cotton?

—Por dinero. Cada vez que un marido la metía en el testamento lo mataba. Y luego enseguida se casaba con otro, que traía hijos y al final mató a hijos, a hijastros... A los tres maridos los mató para heredar, y a la hora de buscar el cuarto marido, los hijos le estorbaban porque eran muchos. Por eso los mataba.

—¿Cómo la descubrieron?

—Cuando ya llevaba muchísimas muertes, un hijastro que estaba agonizando fue el que dio la voz de alarma y le dijo al médico: «¿No nos estará envenenando?». Y ahí la pillaron, él murió, pero encontraron todas las habitaciones raspadas con el papel, a todos les faltaba el cáliz de las flores. Ese papel pintado, el verde París, tenía arsénico. Yo la considero la más ingeniosa.

—¿En España hubo alguna así?

—La chica de la granja de Escarpe, en Huesca. Se fue con su marido a vivir con los suegros, y al final los mató a todos: a los suegros, a los cuñados y al niño de los cuñados. Vio que había mucha herencia, pero aunque muriera el marido, heredaba su familia, entonces fue matando a todos, no a la vez, sino poco a poco. Algunas de las que cito en el libro matan uno al año.

—Desde la Biblia, en la literatura clásica, la mujer da la manzana envenenada...

—Siempre, y bueno, en la época de los romanos era una profesión. Locusta estaba al servicio de los emperadores para suministrar venenos. La Voisin, en la época de Luis XIV, era aristócrata y envenenadora profesional. De hecho, hay una mujer que le consulta cómo puede matar al marido y La Voisin le dice: «¿Qué manías tiene tu marido?». Y le responde: «Acariciar al gato». Entonces La Voisin le mandó esparcir arsénico por el pelaje del gato para que, según lo acariciara, inhalara el arsénico. Lo mató así.

—En el caso Asunta le daban las pastillas en las albóndigas, aunque no haya muerto por eso, era una manera de envenenar.

—Sí, pero no se puede considerar envenenamiento. Lo que querían era tener a la niña sometida. Pero, fíjate la premeditación, hay que hacer polvito esas pastillas, eso no es un arrebato, es ver el momento adecuado y asesinar.