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Catherine L'Ecuyer, doctora en Educación y firme defensora de la retirada de pantallas en las aulas: «Hay una generación que ya no siente nada, porque está sobreestimulada, inadaptada para vivir el mundo real»

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La experta en educación Catherine L'Ecuyer, autora de «Educar en la realidad».
La experta en educación Catherine L'Ecuyer, autora de «Educar en la realidad». @AliciaBadia

La retirada de las pantallas en las aulas de infantil y primaria comienza el curso que viene en Madrid. «Esta es una medida de salud pública, es necesaria y, en mi opinión, se ha quedado corta», asegura la experta, que ha comparecido recientemente ante la comisión de Sanidad en el Congreso. «Desde que hay más pantallas que ventanas en las casas, los padres ya no controlan lo que ven sus hijos», señala

15 abr 2025 . Actualizado a las 13:32 h.

Necesaria, pero insuficiente y a deshora, ve la marcha atrás tecnológica en las aulas españolas Catherine L’Ecuyer, doctora en Educación y en Psicología, autora de los bestsellers Educar en el asombro y Educar en la realidad, que nos han ayudado a entender la diferencia entre asombro y fascinación. «Antes, los padres podían controlar lo que veían sus hijos, podían decidir si se encendía la televisión, a qué hora y en qué canal. Podían decidir qué DVD se ponía. Desde que los niños y jóvenes tienen el dispositivo en el bolsillo, y desde que hay más pantallas que ventanas en las casas, los padres ya no controlan lo que ven sus hijos», ha advertido la experta en su comparecencia ante la comisión de Sanidad del Congreso el pasado 27 de marzo.

 —La retirada de pantallas avanza. Hace unas semanas, la Comunidad de Madrid anunciaba un veto a las pantallas tanto en las aulas como en los deberes en casa. ¿Es una medida necesaria?

—Es una medida necesaria y que llega tarde. La medida se ha quedado corta. ¿Si es una medida de salud pública, por qué damos un año para que los centros escolares se adapten? ¿Si es una medida de salud pública, por qué no la hemos extendido también a la ESO?, ¿a los 12 años es grave y a los 13 no lo es? ¿Y si es una medida de salud pública, por qué no lo hemos extendido a los centros privados? Hay dos temas fundamentales con las tabletas. El primero es que no hay un conjunto sólido de evidencias que apunten a que las tabletas traigan beneficios y no daños. El Instituto de Salud Pública de Quebec hizo una revisión de toda la literatura sobre la cuestión, y en él se concluye que los resultados a partir de datos científicos recientes sugieren que los dispositivos usados en el aula con fines educativos en el mejor de los casos no aportan ningún beneficio al aprendizaje, y en el peor, tienen un efecto negativo en la cognición de los jóvenes. El otro tema es que esos usos en el aula sirven de puente a otros recreativos, que van hacia la multitarea tecnológica y a las redes. Y esto sabemos que hace daño.

 «No es lo mismo esa fascinación que la atención sostenida. El problema de fondo en las aulas no son las tabletas, el problema es que tenemos unas ratios muy altas. Con el dogma de la inclusión y la diversidad, tenemos clases llenas de alumnos con unas necesidades muy especiales»

—Da la impresión de que con la digitalización de la educación en las aulas hace años se puso el carro antes que las vacas, usando una frase coloquial.

—El problema además es que hablamos de algo que tiene efectos a largo plazo. Estamos mirando en el cortísimo plazo. Y confundimos la fascinación pasiva con el asombro y la atención sostenida. Como los jóvenes están con el umbral de sentir por los techos, pensamos que solo podemos cautivarles (ser cautivo es ser esclavo) a base de estímulos frecuentes intermitentes. No es lo mismo esa fascinación que la atención sostenida. El problema de fondo en las aulas no son las tabletas, el problema es que tenemos unas ratios muy altas. Con el dogma de la inclusión y la diversidad, tenemos clases llenas de alumnos con unas necesidades muy especiales que no están siendo debidamente atendidos y unos maestros quemados. Y recurrimos a eso como una tirita o medida de urgencia. Pero esta no es solución en el largo plazo.

—¿El uso frecuente de pantallas es una droga? Está en el Plan Nacional sobre Drogas. ¿Una visión exagerada?

—No, no me parece exagerada. Todas las adicciones tienen mecanismos parecidos. Sí que hay adicción tecnológica. La OMS la contempla en relación con el uso de videojuegos. Hay un estudio actualmente que dice lo contrario de lo que apuntan los demás, de The Lancet. Fíjate qué poca honestidad, que tenemos a todos los divulgadores propantalla citando este estudio ¡y no los otros 500!

 «Tenemos un problema: vamos detrás de las innovaciones en el mundo científico. Tarda años en haber evidencias de que algo es dañino»

—¿Qué fuentes son de referencia y qué Gobiernos u organismos lo han sido para lanzarse a dar el paso de esta desescalada tecnológica en las aulas?

—Los estudios hechos con criterios rigurosos, que tienen grupo de control. Tenemos estudios experimentales. La investigación es lenta, la innovación tecnológica rápida. Por eso tenemos un problema: vamos detrás de las innovaciones en el mundo científico. Tarda años en haber evidencias de que algo es dañino. Esto es un gran problema.

«El verano pasado salió el informe del cirujano general, principal autoridad en materia sanitaria de EE.UU. Este informe cita estudios que hablan de causalidad, no solo de correlación, entre las tecnologías y el suicidio, los trastornos alimentarios, la baja autoestima y la depresión y la  ansiedad»

—¿Qué es lo bueno?

—Lo bueno de ahora es que están llegando estudios experimentales. Antes lo que decían los críticos o escépticos de la crítica a las pantallas es que no es lo mismo correlación que causalidad. El verano pasado salió el informe del cirujano general, principal autoridad en materia sanitaria de EE.UU. Ese informe cita estudios que son experimentales, que hablan de causalidad, no solo de correlación, entre las tecnologías y el suicidio, los trastornos alimentarios, la baja autoestima y la depresión y ansiedad. Son estudios que muestran esa causalidad, estudios que pasan de la observación a la intervención, en los que asigna de forma aleatoria un grupo de observación y otro de control. En esos estudios se ha demostrado que quitando las pantallas de forma aleatoria se reducen los síntomas de depresión, lo que permite establecer esa causalidad.

—¿Existe aún ignorancia en la comunidad escolar y en las familias respecto a los efectos que las pantallas pueden tener en la salud y el aprendizaje de los chavales?

—Creo que antes había mucha ignorancia, y una moda en el aire de progreso y modernidad que nos llevó a echarnos en brazos de la industria. Ahora, los padres han experimentado en carne propia los efectos de las pantallas, en sus hogares, con sus hijos... Hay muchos padres que han perdido a sus hijos. Cuando digo «han perdido a sus hijos», me refiero a que sus hijos están ahí a lo mejor físicamente, pero mentalmente han desaparecido. Los padres tienen ya una intuición tan poderosa que da igual que los estudios dijesen otra cosa... Ellos están convencidos. Los divulgadores que siguen convencidos desde el 2012 de que la pantalla es neutra, de que no pasa nada y de que hay que «educar en vez de prohibir» no es que hagan daño a la causa, se hacen daño a sí mismos.

 «No es prohibir, es prevenir, que no haya pantallas al alcance. Porque tener y prohibir es la mejor forma de agotarse desde el punto de vista educativo. En lugar de padre te conviertes en policía»

—Más que prohibir, es retirar. Lo que no se tiene no se usa. No hay tentación.

—Exacto. En mi casa nunca he prohibido los videojuegos. Es que no los hay. El tener y prohibir es la mejor forma de agotarse desde el punto de vista educativo. En lugar de padre te conviertes en policía. Te pasas todo el día diciendo «no, no, no». Los hijos quedan resentidos, y los padres, agotados.

—¿A qué nos referimos en concreto con el veto a las pantallas en el aula?

—A todo. Está el típico recurso barato de la película a todas horas. Esto no es calidad educativa: un colegio que pone películas es un colegio que tiene un problema pedagógico. Luego está el recurso al smartphone en el aula, un arma de distracción masiva. Y el carrito de tabletas, que es una pura moda sin sentido, porque en infantil contraviene las recomendaciones pediátricas, en primaria interfiere con la lectoescritura y en la ESO distrae en un momento de desarrollo muy delicado. Siempre es mejor la lectura en papel que en pantalla. Si le quitas la conexión a internet, en vez de una tableta, tienes un libro electrónico. Cuando hay tabletas, el mundo del niño se abre a algo que no tiene nada que ver con la enseñanza y con la atención sostenida. Cuando se critica la medida de la Comunidad de Madrid y se dice: «Es muy hipócrita, porque los padres compran smartphones. Si les preguntamos a los padres si sus hijos tienen smartphones, más del 90% dirán que sí. Si les preguntamos si creen que sus hijos los deben tener, solo te dirán que sí un poco más del 20%. ¿A qué se debe la diferencia? Al agotamiento de los padres. Hay que empezar la desescalada ya. Es un tema de salud pública. Los Gobiernos, como los colegios, tienen la obligación de estar a la última en asuntos de salud pública.

—¿Los padres no...?

—La mayoría de los padres están en contra de las tabletas, que se han impuesto por motivos económicos, de presión de lobis y de acuerdos económicos entre colegios, Gobiernos e industria. Es como el elefante en el cuarto. Estamos hablando de los ratoncitos que pasan por ahí y tenemos el elefante al lado, que es el poder económico y la colusión de intereses entre el Gobierno, los colegios y las tecnológicas. ¡Que no vengan a echar la culpa a los padres, no procede!

—Dejando ya a un lado la salud, ¿en lo cognitivo en qué influye el uso de pantallas al educar, efectos demostrados?

—Hay muchos estudios que destacan ya la relación entre la sobreestimulación de los niños y el TDAH. El TDAH no solo tiene un origen genético, el ambiente es un factor que influye. Hay un estudio concreto que dice que por cada hora de pantalla que ve un niño de 0 a 3 años hay un 10 % de tener déficit de atención a los 7 años. Estamos elevando el umbral de sentir de nuestros jóvenes. Tenemos una generación que ya no siente nada, porque está sobreestimulada, inadaptada para vivir el mundo real.