El as en la manga, celosamente guardado por la Academia, fue la aparición de Almodóvar para entregar el Goya a la mejor película. Es el comienzo de una renovada amistad, mérito de un transformado Álex de la Iglesia, que soltó uno de los discursos más realistas y pragmáticos escuchados en los Goya. Hasta se puso como ejemplo de que es posible cambiar las cosas, se alejó del micro, abrió los brazos para mostrarse y soltó: «Treinta y cinco kilos menos».
Recordó a los profesionales anónimos que viven del oficio y pidió mayor compromiso a las televisiones, aún reconociendo su implicación en los taquillazos de 2009. La gala transcurrió ágil hasta donde fue posible, pese a sus casi tres horas y un feliz Buenafuente.
El palmarés confirmó el guión previo y Telecinco Cinema se lo merendó. Ágora reinó en el bloque artístico, su baza incuestionable, pese al Goya para el músico Alberto Iglesias por Los abrazos rotos. Celda 211 se ajustó, felizmente, a lo esperado (y deseado) por ser la principal apuesta autóctona, con una producción ajustada y el milagro (casi insólito hasta ahora) de haber unido a público y crítica. De paso, los focos giraron hacia Galicia y a sus profesionales.
Incluso con recuerdos para los fallecidos José Luis Cabo, Eloi Lozano, Andrés Pazos y Pepe Rubianes. Bonito detalle de Tosar al agradecer su premio en gallego. Se puede asegurar, después de ver la gala de los Goya, que los premios comienzan una nueva etapa.