Dice Chen que la policía no le ha molestado, aunque se sabe que ha abandonado en dos ocasiones China en el último año para evitar riesgos.
03 jun 2010 . Actualizado a las 13:31 h.Chen Guang era un soldado raso de 17 años cuando le dieron un fusil y una cámara, y le ordenaron que fotografiara todo lo que veía en la plaza de Tiananmen la madrugada del 4 de junio de 1989, fecha en que su Ejército mató a cientos de jóvenes, un recuerdo traumático que hoy desmenuza en sus lienzos.
Chen, nacido en noviembre de 1971 en el seno de una familia humilde de la provincia de Henan, en el centro de China, es el único soldado raso que ha osado hablar de lo que todavía hoy es secreto de Estado, algo que intentó borrar de su memoria durante casi dos décadas, hasta que hace unos años las imágenes regresaron obsesivas.
Hasta entonces, este henanés de complexión delicada y risa cabal provocaba al mundillo artístico pequinés con sus «performances» de coitos con prostitutas en la Gran Muralla o con ancianos «cargados de historia», transgresiones a las que un grupo de figurativos de su entorno se aventuraron con el cambio de milenio.
«Durante una década casi no pensé en Tiananmen», manifiesta a Efe. «Si se hablaba del tema, yo no participaba en la conversación, sólo escuchaba. Pero de vez en cuando sacaba las fotos y las miraba.
En 2003 empecé a sentir la necesidad de crear una obra».
Motivos no le faltaban a este fumador en serie para enterrar sus fantasmas: Zhang Shijun, de 41 años y médico militar en Tiananmen, fue detenido el año pasado tras conceder una entrevista a la prensa.
Dice Chen que la policía no le ha molestado, aunque se sabe que ha abandonado en dos ocasiones China en el último año para evitar riesgos; se queja, eso sí, de que el casero de su antiguo estudio de Tongzhou lo amenazó con echarlo si seguía pintando esos cuadros.
Hace 21 años Chen devolvió a sus superiores los carretes, pero conservó un par que hoy usa para suturar su memoria en lienzos que el régimen censuró en 2007, cuando quiso venderlos en internet.
«Esta foto está tomada antes de las 5.30 de la madrugada del 4 de junio. La plaza de Tiananmen estaba llena de basura y las tropas estaban limpiando», explica mientras muestra una instantánea en su ordenador. «Juntamos las tiendas, las bicicletas de los estudiantes y sobre todo cientos de montones de papeles de propaganda y libros».
Horas antes había estado escondido junto con otros de su batallón, el 65, en el sótano del Gran Palacio del Pueblo, hasta que después de que las tropas dispararan y los tanques destriparan todo lo que encontraban a su paso, le ordenaron salir y fotografiar, al fin y al cabo, entró en el ejército para estudiar Arte y sobrevivir.
Recuerda el miedo, el fuerte bombeo del corazón, el sudor.
«Me sentía muy cansado. Habíamos pasado días casi sin dormir.
Entonces era muy joven. Tenía un conflicto sobre los estudiantes, no era como enfrentarse al enemigo en la batalla. Por eso no es un recuerdo agradable», evoca el pintor tras una tos seca y un largo silencio, a juego con sus grandes ojos y sus primeras canas.
«Durante muchos años he tenido pesadillas. Todo lo que pinto aquí lo he soñado, la basura, los papeles de propaganda...». Su memoria insiste ofuscada en la coleta segada de una mujer entre la basura.
«Un trozo de cabello no es algo que ves en cualquier lugar. Desde la madrugada del día 4 no dejo de pensar en la suerte de esa persona. ¿Adónde fue? ¿Qué le pasó? ¿Está viva o muerta? En la China antigua, cuando una mujer se cortaba el pelo significaba que se había jurado algo. Todavía no puedo adivinar su significado».
En su nuevo estudio, diáfano y con olor a madera, Chen da las últimas pinceladas a otra imagen onírica: una mujer joven en medio de la plaza, junto a la basura, acerca sus manos al rostro en un gesto que en la ópera china significa «rubor».
Su misión era tomar fotos, casi olvidó que tenía un fusil, no pensaba disparar, «pero hubo momentos en los que me preocupó qué haría si me veía enfrentado por los estudiantes», una ansiedad lícita: grupos violentos desmembraron y quemaron soldados esa noche.
«Nos dijeron que los estudiantes querían subvertir el poder del Gobierno, que estábamos manteniendo el orden social», pero hoy se han despejado sus dudas morales: «¿Cómo podían estudiantes desarmados enfrentarse a un ejército tan potente?».
La mitad de Chen aparece en una esquina de otra instantánea, junto a un tanque, es casi un niño disfrazado de soldado; hay montones de basura, ropa, tiendas, papeles y las cercas de Tiananmen retorcidas por los tanques, inmersas en una niebla cetrina y densa.
El pintor asegura que no disparó ni vio ningún muerto, lo que confirma otros testimonios que indican que nadie murió en la plaza, sino en sus inmediaciones, y quizás también lo que justifica que Chen no haya sido detenido por sus fotos, libres de cadáveres.
«La orden de disparar no vino de arriba, sino que se transmitió de soldado a soldado que si alguien atacaba podíamos defendernos, eso fue la noche del día 3. A las once de esa noche empecé a escuchar disparos y explosiones».
Esa memoria oscura de la historia reciente china, que hoy su pueblo ha amputado por miedo al régimen que perpetró la masacre, ha marcado a Chen: «Es la impresión más profunda que he tenido en mi vida. Lo que más recuerdo es la niebla de junio de Pekín, el color verde por todas partes, hasta en el aire. Quiero recuperar esos recuerdos de mi corazón a través de la pintura».