Escaes, la oenegé que Carmen Parrado fundó en Perú, cumple 20 años. Arrancaron con 60.000 dólares y hoy manejan dos millones para atender a más de 7.000 familias
12 abr 2010 . Actualizado a las 14:51 h.A mediados de los ochenta, a Carmen le tentó la idea de convertir su noviciado en España en una suerte de misión religiosa en el exterior. Pensó en Angola y en Mozambique. Pero las circunstancias internacionales -la presencia de guerrillas- impidieron ese destino y la entonces religiosa cambió África por América. Se fue a Perú. Aquella decisión cambió su vida, sí, pero aún más la de miles de familias que desde que Carmen aterrizó han visto cómo sus condiciones han cambiado de forma sustancial.
En 1989 fundó, con otra compañera, Escaes (Escuela Campesina de Educación y Salud). «Nos decían: "¿Dónde creéis que vais?''. Pero nosotros seguimos adelante sin parar», relata. Empezaron con un presupuesto modesto y ahora superan los dos millones de dólares, con 50 trabajadores y miles de familias (7.000, según la última memoria, del 2009) atendidas por los servicios de esta organización: salud, agricultura, ganadería, educación? «Y dignidad, hemos logrado que tengan autoestima, antes mucha gente de las comunidades con las que trabajamos no salían de casa solos, ahora se van hasta a Lima», agrega. Todos, ciudadanos en el olvido en la zona noreste de los Andes.
Hace veinte años, Escaes comenzaba a trabajar en la provincia de Ayabaca con programas educativos. Hoy ya están en otras dos, en Cajamarca y en Sechura. En este último territorio, con un programa junto a pescadores de inmersión, en cultivos de fondo, una variante extinta en casi todo el planeta. «No se puede ni decir el número de buceadores que morían cada año. Logramos la primera cámara hiperbárica de Perú, con ayuda del Hospital Juan Canalejo, y conseguimos reducir esa mortalidad a cero». En ese mismo lugar, el plan contempla el saneamiento de las aguas para facilitar los cultivos marinos.
Recuperando cultivos andinos
Carmen es impulsiva por teléfono cuando explica el trabajo para tanta gente. Los que la han visto en acción (técnicos de la Xunta, por ejemplo) dicen que su fuerza no es una pose, que es puro ánimo. Con esa disposición ha ido tejiendo una red de huertos ecológicos para facilitar la soberanía alimentaria de la población, «sobre todo para reducir la desnutrición en los niños». Ha montado escuelas rurales y centros de salud, y ha ido recuperando cultivos andinos que se habían ido olvidando. «Estamos tratando de rescatar el saber antiguo, por ejemplo, con los cuyes, unos caballos pequeños propios del Perú» (ella siempre llama al país con el artículo por delante). También ha logrado que se instalen transformadores de luz y algo de telefonía. Lo último, que pronto llegará a España, son productos de artesanía con el sello de comercio justo.
«Con todo lo que hacemos me preguntan muchas veces si esto es una oenegé o una empresa. Una empresa, a final de año mira a ver cuánto ha ganado, su beneficio, sus euriños, y aquí lo que medimos es el rédito social, esa es mi gloria».
Prueba de que sus programas funcionan es que el propio Gobierno peruano ha copiado algunas de sus iniciativas, como la instalación de letrinas o de cocinas.
Carmen, hoy laica, con 59 años recién cumplidos, dice que su sitio sigue en los Andes. «Moriré en el Perú, haciendo lo que más me gusta, como dirían los militares, con las botas puestas. Yo ya soy peruana y aquí me enterrarán», sostiene.