Existen y las empresas los reclaman
Existen y las empresas los reclaman
Miércoles, 18 de Septiembre 2024
Tiempo de lectura: 8 min
Son el hermano del medio entre la fortaleza de los boomers y la autoconciencia de los millennials. Una generación perdida que, por no tener, no tiene ni memes. Para sus mayores son 'un pan sin sal' y para los más jóvenes, un NPC (non-player character). Pero estar están, y los expertos aseguran que, gracias a ellos, la vida no acabará convirtiéndose en una sucesión de vídeos de TikTok.
El desencanto existencial que caracterizó a los jóvenes de los años 90 hizo que pasaran a la historia como una pandilla de cínicos y desafectos a los que todo parecía darles igual. Sin embargo, los sociólogos han empezado a poner en valor a un grupo de personas que rompió estereotipos y que, como cualquier hermano mediano, aprendió a adaptarse a un choque entre dos mundos y convertir todo su recelo en una constante búsqueda de la autenticidad.
«Hay que aclarar que la generación X en España empezó una década más tarde que en el resto de Europa y Estados Unidos por la posguerra. Y, aunque sus miembros más mayores todavía nacieron durante los últimos años del franquismo, toda esta cohorte demográfica fue la primera en criarse en democracia. Hablamos de un momento de apertura total, en el que no había filtros ni bloqueo de ideas, y eso hizo que creciéramos cuestionándonoslo todo», explica Rebeca Cordero (1976), profesora de Sociología Aplicada en la Universidad Europea.
Y pone como ejemplo de los mensajes con los que crecieron uno de los programas más disruptivos de la historia de la televisión en nuestro país: La bola de cristal. Se trataba de un espacio infantil que comenzó a emitirse en 1984, que reflejaba el cambio sociopolítico que supuso la Transición y cuyos personajes vertían críticas contra el gobierno, el consumismo desmesurado, la guerra o el terrorismo. «Los niños recibíamos mensajes que se salían de lo normativo y eso nos ha marcado para siempre», mantiene la socióloga.
Consignas como 'Yo solo no puedo, con amigos sí', 'Si no quieres ser como estos, lee', o 'Tienes quince segundos para imaginar y, si no se te ocurre nada, a lo mejor deberías ver menos la tele' han hecho que aquellos niños crecieran con valores como el compañerismo, la creatividad y el espíritu crítico. Y eso se tradujo, según los sociólogos, en adultos a los que resulta difícil 'vender la moto' y con poco interés en buscar la validación externa. «Venderse no era una opción. No había nada más vergonzoso en los años 90 que intentar convencer a la gente de que le gustara lo que habías hecho», sostiene Chuck Klosterman, uno de los mejores cronistas culturales de la generación X y autor del libro Los noventa. Tener una opinión no era un requerimiento y a nadie le importaba si la tenías o no.
«Por todas estas razones, cuando a los miembros de mi generación nos piden que nos adaptemos a la sociedad líquida nos negamos en rotundo. ¿Por qué tengo yo que ir adaptándome a las necesidades de un mercado que cambia constantemente? Yo quiero mantener mi red sólida», explica la socióloga Rebeca Cordero. «Lo que hay detrás de toda esa necesidad de cambio constante es una ausencia de compromiso que nos convierte en seres más vulnerables. Y, cuanto más vulnerables seamos, más se aprovecharán de nosotros. Por eso es tan importante el espíritu crítico, porque nos permite saber distinguir los mensajes que nos llegan».
Y añade: «Tenemos una forma de ver la vida mucho más cruda y pragmática que los más jóvenes y eso se ve incluso en el modo de trabajar. Por eso, cada más hay más empresas que prefieren contratar a gente de 50, porque consideran que están más comprometidos y no se van a ir a la primera de cambio».
En su libro ¿Qué pasó con la generación X?, la experta británica en comunicación y marcas Tiffanie Darke se preguntaba qué podemos aprender de aquellos jóvenes de los 90. «Era una cultura cool y rebelde basada en una mentalidad liberal e igualitaria. En una fiesta, hablabas con cualquiera y todos eran igual de válidos: antisistemas, viajeros, fontaneros… Se celebraba la homosexualidad, la música negra… Y evolucionó de forma orgánica y lenta», asegura Darke en declaraciones a la BBC. Experiencias, todas ellas, que según la experta les ha permitido funcionar como un puente, algo así como un bálsamo, entre los baby boomers y los millennials.
«Se trata de una generación bisagra. Fuimos infantes analógicos y asumimos los valores más sólidos de nuestros padres: la importancia de la familia, lo cooperativo, la comunidad, la empatía con los demás… Pero también nos relacionamos muy pronto con la tecnología: el Spectrum, la llegada de los primeros ordenadores, la telefonía móvil…», continúa la socióloga española. «Y eso explica que, aunque muchos adultos estemos enganchados al móvil, mantengamos todavía esa configuración de lo sólido que hace más difícil que caigamos en los aspectos más oscuros de Internet o las redes sociales».
Además, Cordero recuerda que ellos fueron los primeros en plantarle cara a ciertos estereotipos que arrastraba la sociedad: «Formamos parte de la juventud con la que empezaron a crecer las corrientes feministas, le dijimos no a la guerra y comenzamos el resurgimiento del colectivo LGTB tras la época del franquismo. Pero también vivimos épocas económicas muy inestables: la crisis del 93, la del ladrillo en 2008… Por eso, somos adultos acostumbrados a la decepción y al fracaso y conscientes de que es muy fácil perderlo todo a pesar de haberse sacrificado por ello».
Tolerancia a la frustración, espíritu crítico, empatía, autosuficiencia entre dos mundos… ¿De verdad que esta generación se merece el olvido? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Según Paul Taylor, autor del libro The Next America, existen razones por las cuales esta cohorte demográfica ha sido ignorada con tanta frecuencia. Una de ellas: su propia incapacidad para definir su personalidad generacional ya que, rara vez, han sido objeto de la admiración de los medios de comunicación. «En cambio, los baby boomers fueron una fuente de fascinación mediática desde el principio (como lo demuestra su nombre). Y los millennials, la generación de 'todo el mundo recibe un trofeo', han sido el foco de un sinfín de historias sobre su diversidad racial, su liberalismo político y social, su voraz uso de la tecnología y sus sombrías circunstancias económicas».
Por su parte, Rebeca Cordero esgrime dos razones más: la primera tiene que ver con el momento vital que atraviesan. «La inestabilidad laboral que provocó la sucesión de todas las crisis por las que pasamos hizo que tuviéramos que retrasar la maternidad y eso nos convierte en una generación sándwich y ahora nos encontramos entre la crianza de nuestros hijos y el cuidado de nuestros padres, ya mayores. Eso nos hace menos visibles en redes y con una exposición más limitada, incluso, que la de muchos boomers». La segunda razón, según la socióloga, «se basa en que el enfrentamiento por edad típico hace que los millennials y los zetas se rían más de los que consideran sus abuelos». De ahí, memes de Internet que se hicieron populares hace unos años, como el de 'Ok, boomer'. «Y a los X, a veces, no nos ubican bien. Somos sus profesores o sus compañeros de trabajo mayores, pero no tanto... A muchos de ellos, si les preguntas, ni siquiera nos identifican», bromea.
«Un último detalle -sostiene Taylor-. Hasta su nombre es una repetición. El fotógrafo de la Segunda Guerra Mundial Robert Capa acuñó por primera vez el término 'Generación X' en un ensayo fotográfico sobre los jóvenes adultos de la década de 1950, pero la etiqueta no funcionó la primera vez. Treinta años después, el autor canadiense Douglas Coupland lo recuperó con la novela sobre el paso a la edad adulta, Generación X: cuentos para una cultura acelerada».
Y concluye: «Para los miembros de la Generación X, todo esto tiene un lado positivo. Por todo lo que sabemos sobre ellos, son inteligentes, escépticos y autosuficientes; no les gusta acicalarse ni mimarse, y puede que no les importe mucho lo que los demás piensen de ellos. O si los demás piensan en ellos en absoluto».